viernes, marzo 26, 2010

Espacios frágiles y diagramas tridimensionales


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en enero de 2009"

En mi modesta búsqueda de información sobre los límites materiales del espacio, he tropezado casi sin quererlo con el concepto de fragilidad aplicado a la arquitectura. Estrictamente hablando, se define como frágil aquello que es débil por naturaleza o que tiende a romperse con facilidad. Esta definición que resulta antagónica respecto de las propiedades materiales de la arquitectura, se presenta sin embargo como una cualidad no exenta de belleza y fascinación, que puede incluso resultarnos ciertamente exótica cuando recordamos los paneles de arroz con los que se compartimenta el espacio en la arquitectura tradicional japonesa.
Hablo de tropiezo porque cuando más estudiaba las nuevas propuestas inmateriales de la nueva arquitectura, más tendía a separar las propiedades fisiológicas o psicológicas del espacio de las materiales, cuando en realidad dicha frontera es difusa.
Digamos que tuve esta revelación al visitar la exposición titulada Frágil que se exponía en el Museo de Arte Contemporáneo Esteban Vicente de Segovia. A través de una selección de obras pertenecientes a doce artistas contemporáneos de distintas edades, se trataba de hacer notar la fuerza estética de lo delicado. Pero por encima de todo esto, lo que realmente llamaba la atención era la capacidad que parecían poseer dichas obras para transformar el espacio en el que estaban situadas.
Con la instalación Stalk Room, construida expresamente para esta exposición, el artista Andy Goldsworthy divide la gran sala en la que se sitúa con una estructura realizada a base de finos tallos de enea que se unen mediante espinas de endrino. Dicha estructura se presenta como un tabique de gran ligereza que, ajustado a las paredes laterales de la sala, va de suelo a techo dejando como único hueco de paso posible un círculo en su parte central. Hueco imposible de traspasar si no es mediante un salto propio de un acróbata de circo.
La sala provista de dos entradas distintas situadas en extremos opuestos, permite que el visitante pueda acceder a ambos lados de la misma a pesar de que la trama de Goldsworthy nos impida el paso, para así contemplar la totalidad de la sala desde dos puntos de vista distintos.
A corta distancia, la estructura es de una fragilidad que asusta. Cualquier leve movimiento puede hacer que caiga conquistando así la totalidad de un espacio que solo se había perdido en su recorrido físico.
La obra de Goldsworthy no es la única que llama la atención por la capacidad de transformación de un espacio. Las estructuras a base de hilos del americano Fred Sandback, deberían interesar especialmente a los arquitectos ya que traslada al espacio físico conceptos propios del plano y el dibujo de la arquitectura. Los hilos son asimilables a la línea, mientras que suelos y paredes son el plano.
Sandback construye dibujos de arquitecturas, adaptándose a las características de las salas y valiéndose de la fuerza del color. La capacidad de crear y transformar un espacio mediante hilos es la misma que cuando se trazan líneas deliberadamente en un dibujo; ambas son arquitectura.
Pero sin duda para mí el mayor descubrimiento en términos de experimentación espacial, ha sido la obra artista de la artista de origen alemán Gego. Hija de judíos alemanes huidos a Venezuela durante la represión nazi, Gego (Gertrud Goldschmidt) logró terminar sus estudios de arquitectura en Caracas llegando incluso a trabajar como arquitecto por unos meses.
Volcada en su trabajo como diseñadora, Gego comenzó a trabajar en lo que sería el núcleo central de su obra, la retículas ambientales.
Obsesionada con conceptos como la traslación de la línea y el plano al espacio tridimensional, la relación entre mapa y diagrama y otros términos más relacionados con la materia como la unión entre piezas y la transición entre formas, la obra de Gego especialmente sus retículas, nunca llegaron a desprenderse de su aprendizaje como arquitecto.
Las retículas de Gego, en apariencia ligeras y frágiles pero con una presencia imponente, son capaces de dominar y alterar la percepción espacial desde la presencia de la ausencia. Estas instalaciones resultan más actuales que nunca y suponen en sí mismas un ejercicio diagramático potentísimo. De hecho, algunas de sus retículas se asemejan a muchos proyectos de arquitectura que se desarrollan en la actualidad, especialmente cuando aparecen representados mediante estructuras alámbricas en una pantalla de ordenador.
Giles Deleuze definió que el diagrama ya “no era tanto un objeto auditivo o visual sino un mapa, una cartografía extensiva al ámbito social”. Según él, las Reticulárea de Gego bien podrían considerarse diagramas, con lo cual no podría estar más de acuerdo.

jueves, marzo 25, 2010

Para gustos: los colores. Por los cojones.


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en enero de 2009"

El gusto es el sentido corporal con el que se perciben las sustancias químicas disueltas, es el sabor que tienen las cosas. Pero también es el placer experimentado con algún motivo y la facultad de sentir o apreciar (comprender) lo bello o lo feo. Es la cualidad, forma o manera que hace bello o feo algo. Dado que no hablamos de sustancias químicas ni de cocina, sino de lo que entendemos bello o feo, debemos suponer que una opinión dispone de una evaluación previa, con algún criterio. Podremos no compartir los criterios de la evaluación, pero siempre deberíamos ser capaces de comprender la crítica. Pues no.

Y es que siempre hay quien emite su sentencia y como justificación, tira de refranero. Eleva los hombros y con gesto adusto, se apoya en siglos de tradición oral. Concluye su evaluación de cualquier cuestión con el refrán y zanja así cualquier posible discusión. Ante tamaña barrera defensiva, ni se puede ni se debe seguir hablando. Además tampoco merece la pena el esfuerzo porque este “crítico” ha desactivado, si es que la tenía, su capacidad crítica.

A este tipo de conclusión parecen llegar dos personajes teóricamente antagónicos en el campo del conocimiento:

El primer personaje es el ignorante de cualquier antecedente histórico o cultural sobre el asunto considerado, que reduce la actividad crítica a la intuición y a una escala de valores personal e intransferible. Se trata de una actitud defensiva que evita conversaciones que podrían descubrir carencias que le avergüencen.

El segundo personaje es en cambio el experto. Cuenta con unos razonamientos aprendidos y a menudo asumidos, dispone de numerosos conocimientos sobre el asunto que evalúa y ha leído lo que otros han dicho al respecto. Y tiene miedo. Un miedo profundo a salirse de la foto, a discrepar. Estará siempre pendiente de las críticas ya realizadas por quienes tienen “un Nombre”. Jamás contradirá, es más que probable que ni siquiera piense. Realizará una sublimación del saber (del que dispone y del que intuye), convirtiéndolo en algo de carácter cuasi divino. Envolverá su discurso en un misterio donde desaparecen las razones y produce una crítica-mística incomprensible. Esta actitud ¿crítica?, intenta impedir que otros reinterpreten textos, replanteen tradiciones o duden. A estos temerarios que intenten pensar se les tachará de temerarios, se les insultará, se les hará ver que se definen innecesariamente, que sólo se debe hablar de lo que se conoce, de lo probado… y ¡Silencio, que estamos en Misa!

Con esta indefinición del crítico experto en moverse en ambientes líquidos, en realidades amorfas y sin principios, resulta comprensible e inteligente la actitud defensiva del ignorante. Afortunadamente para quienes ignoramos, siempre quien va a su aire, con la osadía o la insensatez suficiente para decir lo que piensa, para desdecirse, para pensar. La próxima publicación (marzo 2009) del libro con la tesis doctoral de María Fullaondo, dirigida por Maria Teresa Muñoz sobre las viviendas del MOMA; en la que además de la tesis incluye opiniones sobre el concurso de la ampliación y la reciente exposición (de este verano), es prueba de ello.

Gracias a la crítica-mística, disponemos en el campo del Arte de un campo abonado de subjetividad, inaccesible a la razón, apto sólo para unos pocos elegidos, para los llamados “artistas” y por supuesto para sus críticos. Pero pensar como yo pensaba que el “buen gusto” se le debe presuponer a un artista, es de una ingenuidad que merece el mejor revolcón, y en mi caso tras la humillación dialéctica, la revisión de algunos planteamientos.

Leí, atribuido a Fernando Higueras (aunque podría corresponder a Antonio Miro como muchas otras cosas), que un arquitecto es ese profesional que justifica sus errores técnicos por cuestiones artísticas mientras excusa sus atrocidades artísticas con razones técnicas. En campos relativamente próximos hay quien proclama que algo le gusta porque es de color rosa, o no le gusta porque es de color gris, o porque se lleva este año, exhibiendo sin rubor una pasmosa ausencia de criterio. Usando el diccionario, confirmamos que el color es una propiedad de la luz transmitida, reflejada o emitida por un objeto y depende de su longitud de onda. No son bellos ni feos. Puede serlo su disposición, su adecuación a un entorno, a un sentimiento, en una determinada situación o podemos sentir terror ante su presencia por nuestros propios fantasmas. Pero un color no gusta o disgusta. Un color es una propiedad.

Y es que si renunciamos a la presencia de la razón en el campo del Arte (aunque en ocasiones sea por su ausencia), reducimos el Arte a un sistema defensivo de cierta élite. Se justificará entonces que su saber se atribuya a los genes, una especie de herencia mística indescifrable y transmitida de forma misteriosa de padres a hijos, algunos saldrán “geniales”, pero siempre pertenecerán a un grupo familiar del Arte. Resultará por tanto innecesario su estudio, su comprensión e inútil el esfuerzo de búsqueda de la belleza.

Por el contrario. Me interesa mucho más la lógica de Adelfa F. argumentando que lo verdaderamente innato es el “mal gusto”, tal como puede comprobarse frente a esos escaparates donde los comerciantes del todo a cien orean sus peores instintos, en los adornos navideños, o en los estridentes colores que captan la atención de los más pequeños. Partiendo de esta materia prima, el “buen gusto” se debe a una cultura (cada cultura tendrá su propio buen gusto), a un momento histórico de esa cultura, de esa tradición, de esa sociedad. Se debe a una relación entre valores aprendidos o eliminados por los artistas de sociedad en cada momento, se iría elaborando a base de sucesivas eliminaciones e incorporaciones culturales. Difícil, pero posible.

Vale.

martes, marzo 23, 2010

ESTO YA NO ES “BOND, JAMES BOND”


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"

La entrega nº22 de la serie de James Bond 007, “Quantum of Solace”, presenta algunos aspectos que nos permiten situarla en un lugar bastante lejano al estilo “pop” y al carácter de serie que caracterizaron siempre las aventuras de este agente al “Servicio de su Majestad”. No me refiero a su más que aceptable nivel de acción, a sus maravillosos títulos de crédito ni a la persecución inicial del que un potente Aston Martin es objeto por parte de unos elegantes Alfa Romeo en las sinuosas carreteras italianas; este principio sí nos introduce repentinamente en lo que parece va a convertirse en suculento episodio del “género Bond”. El problema aparece cuando se va desarrollando la película, y de la mano de su director, Marc Foster, el forzudo agente británico se va “cargando malos” a diestro y siniestro, en concepto de obsesiva venganza por la muerte de su amada en el episodio anterior, y el carácter “pop” desaparece por completo en aras del desarrollo de este drama personal lleno de crudo realismo. Esto ya no es Bond, James Bond.
Para empezar, este peculiar héroe de flema británica, con aire de “dandy en apuros” (como ya ha sido calificado por algún “fan” incondicional) se definió por un manejo extemporáneo del “gag” visual y hablado como estructura independiente, recurso irracional y de índole surrealista con respecto a la acción principal y que tiene por objetivo enfatizar más si cabe el carácter de personaje de “comic” de este agente secreto, el distanciamiento cínico y super-británico del que deberá siempre hacer gala para recordarnos irónicamente la grandeza y peligrosidad de sus acciones como espía, junto con el absurdo existencial que supone su trabajo. Esta estructura paralela tan significativa fue utilizada magistralmente por los anteriores Connery, Moore y Brosnan, y se echa de menos totalmente en la actuación de Craig. Esto ya no es demasiado Bond, James Bond.
Por otra parte el productor, Michael G.Wilson, justifica la ausencia de Moneypenny y de el experto en armamento “Q” (o su cualificado sustituto tras la jubilación) argumentando que habría que forzar demasiadas situaciones del guión para que éstos personajes apareciesen adecuadamente. Pues bien: algo del mito sobre-humano de Bond se nos escapa sin el abrazo obligado a la eternamente enamorada secretaria, y desde luego, la acción pierde mucho de su interés cuando nos consta de la inexistencia del “Gadget”, el reloj bomba que además da la hora, el bolígrafo lanza- dardos o el anillo vibrador rompe-cristales. Esto tampoco es propio de Bond, James Bond.
Tenemos además la cuestión de la arquitectura. Protagonista espectacular y utópica siempre del tramo final de los episodios, fueron siempre residencias monumentales y espacialmente experimentales, monumentos singulares y proporcionales en tamaño y suntuosidad a la maldad de sus exóticos dueños. El edificio se limita esta vez al hotel semi-enterrado de la Perla de las Dunas, en el desierto de Atacama, escenario demasiado realista y poco visible, que tampoco está a la altura de la serie.
Como tampoco lo están un “malo” con pinta de turista cuya fundamental maldad consiste en quererse quedar con el agua de una parte de Bolivia, o un dictadorzuelo bananero y sádico experto en violencia de género. Actitudes que parecen “travesuras” comparadas con las intenciones de exterminio planetario de cualquier empleado de “Spectra”. Esto tampoco es muy de Bond, James Bond.
Y desde luego, nuestro musculoso agente “con licencia para matar” no merecería tal atributo si no terminara en todos los episodios yaciendo junto a la guapa protagonista, en cualquier lugar recóndito y perdido del planeta, como justo premio al peligro corrido y siendo la envidia de todo el servicio secreto británico. Un verdadero canto a la hipocresía occidental y protestante que se ruborizará siempre ante la capacidad erótica de sus héroes. Aquí también nos desapareció nuestro Bond, James Bond.
En resumen, no se puede sustituir el pop por el drama sin alejarse irremediablemente del género “007”. Que tomen nota para la siguiente, o que le llamen a la cosa de otra manera, pero los géneros de culto, que históricamente consolidaron su prestigio cinematográfico, merecen un respeto.

lunes, marzo 22, 2010

Gomorra


"Autor: Angel Gil Bernaldo de Quirós; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"

La Historia de Roberto Saviano sobre la mafia napolitana parece haber conmocionado a medio mundo. La sordidez de los escenarios narrados y la radiografía de una sociedad encerrada por lo que llaman “El Sistema” ha hecho a muchos llevarse las manos a la cabeza al descubrir que cosas como ésta puedan estar sucediendo en pleno siglo XXI.
Matteo Garrone, el director de la película del mismo nombre dice con tristeza:
“Yo no vi esperanza. El Sistema es un engranaje infernal y condiciona la vida de mucha gente. Muchos actúan sin saber qué es lícito o ilícito, justo o equivocado. Hay pobreza, paro, ignorancia, y mucha humanidad también. Desde fuera hablamos de buenos y malos; dentro sólo se ve una gran zona gris. Se confunden víctimas con verdugos. Muchos lo sufren, otros lo protagonizan. Es una jungla, un mecanismo de relojería. Para cambiar algo allí hay que conocer muy bien las raíces.”
Como mantenía Luigi Pirandello, “La realidad puede permitirse el lujo de no ser verosímil. El arte, no.”
Todo lo que aparece en el libro resulta tan absolutamente decadente y mugriento, que su existencia se nos antoja inverosímil. Es tan imposible que esto ocurra, que de hecho no ocurría a los ojos del mundo.
En el resto de occidente hemos dado una vuelta de tuerca al primitivismo napolitano. Todo es tan verosímil que todo ocurre ante los ojos de todos. Quizá es que el arte de la delincuencia no puede permitirse no ser verosímil.
Tomemos nuestro mundo, el apasionante de la construcción y la Arquitectura, al fin y al cabo un arte en sí misma. Hemos sustituido el ocultamiento de residuos tóxicos, la extorsión y el asesinato por actividades mucho más civilizadas. Los concursos oficiales amañados con ofertas inexistentes o maquilladas ad hoc para favorcer a los amigos, las adjudicaciones a dedo, el pago y el cobro de comisiones, el nepotismo, la ingeniería fiscal a pequeña escala. La filosofía del “qué hay de lo mío” en torno a una buena mesa.
La multiplicidad de Administraciones genera el paisaje idóneo. Una red de subsecretariados, direcciones generales y subdirecciones correspondientes, consejerías y concejalías, una suerte de tela de araña que atrapa voluntades en pos de la porción del pastel que a cada cual otorga el sistema. Un engranaje perfecto de impresos y documentos que pasan de actores y gestores, a supervisores e interventores. Todo impecable.
Chapa y pintura sobre el modelo napolitano. Ahora que la crisis y la escasez de dinero público agrieta hasta las pinturas epoxi, muchos tratan de bajarse de ese barco que nos ha dado de comer, convirtiéndose en adalides de la pureza. Corremos el riesgo de que se deje traslucir la mugre de esa realidad que entre todos hemos conseguido hacer tan verosímil.
Como en Nápoles, aquí tampoco existen buenos y malos, todos cómplices en este inmenso mecanismo de relojería. Cuando uno conoce bien las raíces se pierde toda esperanza de cambiar nada.
Los arquitectos hemos participado, por acción u omisión, cuando no fomentado o inducido, muchas de estas actividades. No hablamos de marbellas ni mallorcas. Hablamos del día a día. Ese que precisa de robertos savianos que pongan sobre la palestra nuestras propias vergüenzas.