sábado, noviembre 07, 2009

FERNANDO HIGUERAS, LA CREACIÓN Y “PERDONEN LAS MOLESTIAS”


"Autor: Javier Boned; publicados en soitu.es en febrero 2008"

Ha fallecido Fernando Higueras, a la edad de setenta y siete años, tras un largo y brillantísimo recorrido por los caminos del arte y de la arquitectura. No es fácil vislumbrar, en estos momentos de confusión cultural, la importancia de su figura, y pasará mucho tiempo hasta que se pueda comprender y asimilar la fantástica lección que supone su obra. Y es que intentar en los tiempos que corren explicar la arquitectura como la síntesis y expresión que supone la esencia del arte resulta una difícil tarea, y desde luego, rondaría los senderos de lo políticamente incorrecto.
Se podría contextualizar la obra de este arquitecto madrileño con total precisión histórica, su adscripción a las vertientes más organicistas y expresionistas de la arquitectura, su compromiso con los materiales, con las texturas, su maestría en el manejo del hormigón armado, la potencia y plasticidad de sus edificios. Podríamos también enumerar los numerosos premios recibidos a lo largo de su carrera: Premio Nacional de Arquitectura en 1961, medalla de arquitectura en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1966, seleccionado para el premio Pritzker en 1983 y otros muchos galardones tanto en concursos como por su obra construida. Y podríamos hablar también de su amor a la música, su dominio del dibujo y de la pintura, su maestría como fotógrafo, su capacidad para todo lo que supusiera creatividad y buen hacer en el universo de las Bellas Artes….
Pero nada sería tan importante como subrayar la importancia de su actitud ante la arquitectura entendida como compromiso existencial y profundo, la búsqueda de la complejidad de sus formas, la construcción y el oficio como base sustancial de una trayectoria alejada sabiamente de los universos mediáticos y esclavos de las modas pasajeras.
Fernando Higueras representa la brillantez heroica y sincera, la supervivencia de un universo creativo y “artístico” en sentido intensivo, en el paisaje hostil de una sociedad mercantilizada, caldo de cultivo de lo mediocre disfrazado de profesionalidad. Esto supone el riesgo vital de navegar ante el viento de lo abierto, estar por encima, incluso al margen, de las coyunturales definiciones de belleza. Esto implica anteponer la creación a cualquier otra consideración teórica que no emane directamente de las profundidades del ser. Esto conlleva el peligro de la calificación de “maldito” por parte de la ortodoxia superviviente y mediocre, y termina casi siempre con la excomulgación definitiva, la expulsión del club por haber sido un “niño malo”.
Una losa de precioso hormigón sobrevuela las conciencias de la clase arquitectónica. Es la pesada losa de homenaje a un creador, a un intenso vividor del arte y de la arquitectura, donde se esculpen, en tres barrocas pinceladas, estas definitivas palabras: “Fernando Higueras. Arquitecto. Perdonen las molestias”.

jueves, noviembre 05, 2009

TODO VA,TODO RETORNA,


No es malo "volver" de vez en cuando, y no he visto la de Almodóvar. Prefiero el tango, la "frente marchita" y esas cosas de "frikies". Volver a los paisajes artificiales, pero cercanos, de una infancia que nos parece lejana pero que sigue latiendo en nosotros. El tiempo, el implacable, el que pasó, no fue lo sufientemente fuerte ni mediático para hacer olvidar nuestros orígenes. Y es que hubo un tiempo, no muy lejano, donde la sostenibilidad se medía por las vitalistas experiencias de nuestros seres más afines, que nos servían de maravillosa referencia. Todos éramos mitos de todos, y nadie quería conocerse del todo, por temor a perder el misterio. La realidad, la arquitectura, se nos hacía sostenible simplemente gracias a la audacia y heroicidad de unos cuantos leales.
Gracias a FHE nuestras mitologías se alimentaron hasta límites insospechados, y nos creímos capaces de influir en el mundo. Atravesamos la Tierra Media y salimos del seno materno de nuestro blog para adentrarnos en la selva de la civilización medíática donde nos hicimos fuertes un tiempo, por hacer el esfuerzo de no hablar de nosotros mismos. Intentamos hablar de cosas, de fenómenos, y casi lo conseguimos. De hecho nuestras pequeñas incursiones de comando vietnamita no pasaban desapercibidas jamás, tal era su osadía. No sabíamos para quien escribíamos, pero teníamos clientes a quien servir, y nos emocionaba el mundo de la producción. Y llegamos hasta donde pudimos, o hasta donde nos dejaron. Eso es indiferente. La guerra nos emocionó drante un tiempo, y es la hora de volver.
Volver para crecer, para revisar, para descansar. Volver al interior de esa Tate que nos hizo libres, de ese sol finisecular de Olafur, que se torna amanecer cada vez que lo miramos de nuevo.
Tumbarnos a sentir el sol, a sentir el sol, notar cómo su energía nos alimenta con aquello que en el fondo nunca salió de nosotros.
Volver a mirar, volver a leer, volver a conocer; re-conocer. Volver a sonar; re-sonar. Volver a recuperar el afecto de todo y de todos. Nuestras ideas eran buenas, pero ingenuas, y nos expandimos demasiado, como un gas que va perdiendo fuerza.
Se impone el retorno de lo que siempre vuelve, pero de forma distinta. Retorno a lo que siempre estuvo esperándonos, en silencio, contemplando impasible nuestra aventura. Retorno a lo más nuestro, a nuestra historia, a lo más íntimo, a aquello que nos fue leal sin destruirse. Retorno a FHE.

BLADE RUNNER, LA CIUDAD SOFISTICADA


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en febrero 2008"

Se cumplen veinticinco años de la creación de Blade Runner, película que resultó especialmente reveladora tanto por su estética como por el caudal de interpretaciones y especulaciones sobre el futuro de las ciudades, que surgieron a raíz de su polémico estreno. Al cabo del tiempo, inmersa nuestra cultura en pleno desarrollo de la ciudad sofisticada sobre todo a través de las nuevas implantaciones urbanas del Medio y Lejano Oriente, se hace especialmente interesante una reflexión, en forma de gran interrogante, sobre los significados que se siguen desprendiendo de este film futurista.
Empecemos por el nombre, “Blade Runner”, que podríamos convenir en traducirlo como “vividor del filo”, o más sutilmente, “el oficio del margen”, siempre en peligro, siempre en el borde de la realidad. Los personajes se mueven por una ciudad entendida como laberinto simultáneamente arcaico y futurista, pero cuyo futurismo no guarda la menor relación con las visiones modernistas industriales y cuyo arcaísmo no recuerda ningún arquetipo de la puesta en escena “post-moderna”. En esta escenografía, el policía anti-héroe que nos muestra la película no puede sino provenir del desarraigo, auténtico “nómada intelectual y estéril”, de raíz spengleriana, y su búsqueda no supone más que un vagar indefinido y errático.
Blade Runner intenta desarrollar varios pensamientos o ideas simultáneamente, y para eso toma como objeto la propia ciudad. La unión de ciencia-ficción y de cine negro resulta así extraordinariamente adecuada para la expresión y continuación de las líneas de fuerza de la ciudad contemporánea, es capaz de denotar espacios y objetos cuyo propósito original se ha perdido, debido al reciclaje constante.
En estas condiciones el protagonista deberá reconocer lo real de lo simulado, todo ello obstaculizado por la falta de horizonte, por los mensajes ambivalentes, por el vertiginoso laberinto en que la misma ciudad se convierte, siempre oscura y lluviosa. La importancia creciente de las áreas de interrelación y comunicación imaginaria será proporcional al declive de las estructuras construidas, produciéndose, en palabras de Paul Virilio, “la dislocación de la metrópoli, el derrumbamiento de la ciudad históricamente material a favor de una concentración post- urbana, en la que el único factor de unificación sería un espacio – tiempo sintético que conectaría los asentamientos humanos diseminados por todas partes en el espacio geográfico”.
¿Qué extraño mundo nos presenta Ridley Scott a través de estas imágenes? ¿Qué significado tienen esos “replicantes”, hombres – máquina que no deberán sentir emociones ni afectos, pues ello quebrantaría las leyes de la necesidad, convirtiéndose al instante en la medida de toda actividad libre y creativa?
Quizás a estas alturas de la historia la ciudad de Blade- Runner, su sofisticación, resulte ya una realidad incuestionable. Quizás sus habitantes tengamos ya la necesidad imperiosa de los momentos de soledad y reflexión, únicos intervalos vitales donde la melodía de la caja de música nos devuelva la infancia, los recuerdos, alternativa prohibida al espacio-tiempo sofisticado que no deja de enturbiar nuestro presente.

miércoles, noviembre 04, 2009

Otro museo blanco en N.Y.


"Autora: María Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero 2008"


Estas Navidades tuve la oportunidad de visitar en dowtown Manhattan, el nuevo edificio que acoge al “New Museum of Contemporary Art”, un proyecto que ha generado muchas expectativas. El encargo del proyecto, (obtenido mediante concurso) recayó en los japoneses Kazuyo Sejima y Ryue Nishizawa (SANAA), arquitectos de reconocido prestigio. Una vez acabado, el New Museum se convertiría en el primer museo ubicado en la parte baja de la ciudad, en el barrio de Nolita (al norte de Little Italy.) La zona, con unas características urbanas bastante particulares, se alejaba de lo que venía siendo la zona habitual de museos en Manhattan. El hecho de que en N.Y. no se hubiera construido un museo de nueva planta desde el Whitney de Marcel Breuer en el año 1966, hacían, si cabe, más especial y esperada la iniciativa. Todo apuntaba que el New Museum podía convertirse en un referente de la arquitectura, como lo habían sido en su momento, los otros tres museos dedicados al arte moderno y contemporáneo de esa misma ciudad. Tras su inauguración el pasado mes de diciembre, el edificio no sólo no ha decepcionado, sino que ha sido bastante aclamado. Sin embargo, en mi opinión, la existencia de ciertos puntos oscuros en el proyecto, permiten calificarlo como un buen ejercicio de arquitectura, pero alejado del carácter paradigmático que hubiera podio tener.

En el New Museum conviven dos mundos absolutamente distintos. La brillante solución exterior consigue transmitir una dimensión de la institución que nada tiene que ver con lo que ocurre en el interior. El exterior, lo conforman siete volúmenes dispuestos a modo de contenedores o cajas que van variando en altura y retranqueándose a medida que se elevan. El aspecto de hipotético escaparate de IKEA no es fruto de una casualidad o accidente como lo demuestran las primeras maquetas del proyecto. La malla metálica blanca, similar a la que los mismos arquitectos han pensado para el IVAM de Valencia, el sutil juego de transparencias, así como los diferentes planos de profundidad, otorgan una imagen que cualquiera institución y ciudad contemporánea envidiaría.

Ahora bien, el alarde de sensibilidad y elegancia manifestado en esa fachada desaparece casi por completo una vez que atraviesas la entrada del museo. Por un momento puedes llegar a pensar que te encuentras en una de tantas galerías de arte que invaden Manhattan. La tensión disminuye de manera drástica, para dar paso a una generalización espacial que te deja absolutamente indiferente. Indiferencia que se desvanece momentáneamente, durante el corto trayecto en el verde ascensor que te lleva a las galerías. A diferencia de lo que ocurre en el exterior, la concepción espacial interior del museo es modesta y humilde y poca ambiciosa; no hay absolutamente nada que llega a emocionarte. Responde, casi de manera literal, a la función que la morfología de la fachada sugiere, el del contenedor universal, eso si, de obras de arte.

Son muchos aspectos lo que convierten un proyecto correcto en un proyecto excepcional, y casi siempre por no decir siempre, el arquitecto está obligado a asumir ciertos riesgos. Riesgos o decisiones que tienen que ir más allá del manido argumento de la flexibilidad espacial, o del intento de aplicar la celebre y engañosa máxima “menos es más “. A pesar de lo que nos han querido vender, no existe ninguna fórmula o receta para hacer una buena arquitectura. Una cosa es la abstracción indagadora y otra cosa muy distinta, el esquema mediante la utilización de un recetario o catecismo. En la gran mayoría de los casos “menos es menos” y sólo en limitadas ocasiones (si no, todos seríamos Mies), el “menos” se convierte en “más.” Curiosamente, el otro museo blanco de Nueva York, el Guggenheim de Frank LLoyd Wright, (1947-59) constituye uno de los mejores ejemplos de síntesis espacial de todos los tiempos, convirtiéndose en una de esas pocas excepciones que hacen cierta la afirmación de “menos es más.”

lunes, noviembre 02, 2009

Un trozo de Holanda en Madrid


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en enero de 2008"

Un arquitecto extranjero amigo vino de visita a Madrid hace unos días. Me tocó planificar el clásico periplo endogámico y patológico que hacemos todos los arquitectos, de cualquier nacionalidad, sexo y condición, cuando vamos de viaje. Sin dudarlo, la primera parada que proyecté fue el Eco-bulevar de Vallecas.
Los iconos edificatorios son importantes para la identidad de las ciudades. Es indudable. Sería estúpido negar el papel que ha jugado la Torre Eiffel para París, la Opera de Utzon para Sydney, el Guggenheim para Bilbao o incluso Calatrava para Valencia. En nuestra memoria, su imagen se convierte, automáticamente, en la puerta que da acceso a todos los recuerdos, experiencias y sensaciones que nos produjo tal o cual ciudad.
Sin embargo, estos recuerdos personales raramente están ligados directamente al icono de la postal. El carácter profundo y singular de una gran ciudad está mucho más relacionado con la configuración de su tejido residencial y el espacio público asociado a él. Aunque sea simplemente por razones cuantitativas, la forma en la que vive la gente, es lo que construye físicamente la ciudad, lo que le confiere su sabor diferencial. Solo de esta forma entendemos realmente la distante Viena decimonónica, el cambio de escala de Manhattan, la amabilidad de la enorme ameba londinense, los vacíos traumáticos de Berlín o el espeso y estratificado espacio de la calle tokiota. Recordamos los iconos, pero vivimos y sentimos las calles, las plazas, los parques y, por supuesto, las viviendas que los delimitan.
En Holanda, debido quizás a una antigua conciencia del valor real de la tierra firme, y a un elevado nivel cultural de la población, la preocupación por desarrollar un tejido residencial que dé respuesta real a las necesidades presentes y futuras de la sociedad, ha sido constante a lo largo de toda su historia. Incluso en estos tiempos donde la funcionalidad y el dinero, parece haber invadido el debate urbanístico, simplificándolo hasta su práctica destrucción. Allí, donde la densidad de población alcanza cotas más propias de las ciudades asiáticas, la investigación y la experimentación sobre la vivienda y su agrupación para formar trozos de ciudad, no ha perdido un ápice de vitalidad.
Madrid no ha escapado a estos años oscuros. Los últimos PAUs aprobados por la administración municipal, son una triste muestra de este, profundamente equivocado, desinterés por la vivienda. Ha limitado su configuración de forma casi exclusiva a las tipologías de manzana cerrada y chalet adosado. Escondiendo tras la manida frase “hay que hacer calle”, la falta de creatividad e imaginación, la ausencia de investigación y una profunda y cobarde vagancia intelectual, cuyos efectos ya estamos pagando (y seguiremos, por muchos años, me temo)
El Eco-bulevar es una magnífica excepción a este planteamiento general. Las viviendas del entorno, promovidas muchas de ellas desde concursos de ideas organizados por la EMV, huyen o por lo menos, no quedan encorsetadas por el modelo único de la manzana cerrada con patio interior para una piscina sin sol. Se intuyen esquemas diferentes: Bloques abiertos, alturas variables, escaleras y distribuidores exteriores combinados con volúmenes claros que responden a la rígida y necesaria normativa VPO. En lugar del isotrópico ladrillo cara vista, resurge el color, tan denostado por algunos como capricho de arquitectos, para delimitar más precisamente las volumetrías. Los huecos adoptan ritmos complejos, se orientan, se deforman para conseguir la configuración más adecuada para el espacio interior y el soleamiento de las viviendas. Las fachadas se pliegan, se quiebran y se ondulan para romper la monotonía de una calle que, a pesar de las amenazas tramposas, sigue allí: más rica, más variada, más compleja.
Y en medio de todo ello el excelente planteamiento de los arquitectos de Ecosistema Urbano para el espacio público. Un espacio verde diferente, proyectado para crecer y desarrollarse con la ciudad. El tráfico no se elimina pero sí se minimiza y se reconduce. La arquitectura no puede esperar a los árboles; tampoco se quiere engañar proyectándose para una vegetación que tardará al menos 20 años en llegar al tamaño deseado; se diseña, por lo tanto, una estrategia para seguir viviendo ese tiempo: Tres grandes cilindros permeables, flotantes y vacíos actúan como activadores del espacio público. Proporcionan confort climático, información ambiental y áreas de estancia y juegos, mientras el auténtico verde natural crece con la ciudad a lo largo de los casi seiscientos metros de bulevar.
En definitiva un paseo esperanzador para que los arquitectos madrileños sintamos un puntito de orgullo patrio en medio de gris panorama que nos rodea. Pero, sobretodo, para la gente, para los habitantes del nuevo barrio y de fuera de él, que podrán disfrutar de este pequeño trocito de cuidad pensado y planificado a la “holandesa”: donde la normativa urbanística ha dejado el espacio necesario a la reflexión, a la intención y a la decisión de dar forma a un futuro posible.

domingo, noviembre 01, 2009

Sir Tuñon & Sir Mansilla


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en enero 2008"

En la tertulia posterior a una más de las gloriosas victorias que estamos disfrutando en el Bernabeu últimamente, me decía Luis Cuesta, la “C” de la agencia SCPF, que la arquitectura se acerca cada vez más a la publicidad: ya no se proyectan edificios sino que, según él, se venden conceptos. Hablábamos de la propuesta ganadora de Tuñón y Mansilla para el nuevo Centro de Congresos de Madrid.
Debo reconocer que “el sol que nunca se pone en Madrid”, provocó en mí sensaciones bastante contradictorias cuando se hizo público el fallo del concurso. Por una parte es indudable el carácter icónico del proyecto; quedará grabado, si no lo está ya, en la memoria visual de cualquier espectador de forma inmediata. Además, desde un punto de vista algo más técnico, supone ciertamente un alarde de manejo espacial, encajar el complejo programa prescrito para la edificación, en una forma tan rígida.
Pero otra parte de mí, se sentía insultada por la simpleza de la solución. Pudiera ser la clásica pataleta del concursante no premiado, no lo niego, es posible. Aunque también puede ser que hayan saltado las alarmas: ¿qué hacemos los arquitectos cuando se diluyen las fronteras que separan lo sencillo de lo simple, lo rotundo de lo ingenuo, la reflexión de la idea feliz, el proyecto de la venta? En definitiva, como decía Luis, ¿son iguales arquitectura y publicidad?
El proyecto de Tuñon y Mansilla para el CICCM, sigue un “crescendo nada moderato” directo y publicitario, que arranca con su edificio en forma de cruz horizontal, decidida a recordar que “Teruel sí existe” o sus Picos de Europa en miniatura para el Museo de Cantabria. El mensaje de proyecto se simplifica, se convierte en único y se presenta de forma brutal al espectador. Sin dobleces, sin alternativas ni incertidumbres; sin dudas.
Para hacer la arquitectura más accesible, más comunicable, el proyecto retorna a lo figurativo. Se limita a la formalización literal, cuanto más literal mejor, de algún eslogan o jingle, implantado con anterioridad en las memorias supuestamente identitarias de los receptores. De esta manera, es capaz de provocar hasta en un niño, una media sonrisa cómplice. El sabor de este tipo de propuestas es similar al de aquellas arquitecturas visionarias de Boullée, Ledoux y Lequeu de principios del siglo XIX. Arquitecturas denominadas utópicas hace dos siglos, se proponen ahora sin ninguna evolución significativa en su concepción.
Miento. Incorporan los dos invariantes que parece ser cualquier proyecto debe contemplar en estos tiempos, para considerarse moderno: tecnología y sostenibilidad. Ni siquiera estas evidentes metáforas pueden apartarse de estos compromisos ineludibles, a pesar de que su único propósito real es ser reconocidas y comprendidas con facilidad,
Como Foster, Sir Norman, que también explica su aberrante proyecto para Moscú (en éste no tengo dudas ni contradicciones de ningún tipo), desde el desarrollo sostenible y tecnológico. Con su nuevo skyline oriental para la ciudad. También iconográfico, reconocible y publicitario. Lo que en el siglo XIX era utópico y visionario, ahora en el siglo XXI, está más cerca del hiperrealismo y la banalidad.