viernes, febrero 12, 2010

Crisis IV: ¿Estamos en crisis?


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Hemos estado cenando en la Repanocha, como siempre de puta madre. En esta ocasión regamos con vino y cerveza, la porra, las ensaladas de queso con mermeladas de tomate, unos rollitos de morcilla, el tournedó y algún que otro postre (tres). Concluimos en el Oh Mandril, con los gintonics de rigor. Son las dos de la mañana y hoy es miércoles, aún queda semana y hay que recuperarse. Tras el ritual nocturno habitual (cerrar puerta, comprobar que los niños estén dormidos, dientes y esas cosas), esperamos el sueño reparador.
Diez minutos de descanso más tarde, comienza el drama.
Rasgando el silencio, el grito sucede a un lloriqueo inaudible. ¡Papá!, ¡Papá!, ¡Papá!, ¡Ahhhhhhhhhhhhh!. Prometiendo, una vez más, no volver a beber en mi vida, consigo arrastrarme hasta el cuarto de al lado. La mediana está hecha un mar de lágrimas. La mayor está enfadada: ¡calla, acusica!, es lo único que acierta a decir. ¿Qué pasa? Tras muchos besos y abrazos, tragándose el hipo y enjugándose las lágrimas con las manos, Elena me mira y comenta con pucheros que Paloma dice que ¡estamos en crisis!.
Asombrado pregunto a Paloma, que fulminando a su hermana, me aclara que se lo han dicho en el colegio y que es malísimo. Trago saliva, procuro no sonreír (tampoco tengo muchas ganas), y con tranquilidad intento calmar las pesadillas infantiles. Tras una breve charla, parece hacer efecto, aparentan seguridad y acaban sonriendo y dando las buenas noches. El pequeñajo dice ¡Criziz!, se da la vuelta y sigue durmiendo.

Vuelvo a descansar. O a intentarlo. Dando vueltas y dudo. ¿Estamos en crisis?, ¿Estoy en crisis?, ¿Qué coño es la crisis? ¿Cómo puede dar más miedo que las brujas, los monstruos y el hombre del saco?
Me levanto y aclaro. Según el diccionario de la RAE, crisis es:
1.- “Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente.”
2.- “Mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales.”
3.- Situación de un asunto o proceso cuando está en duda la continuación, modificación o cese.
4.- Momento decisivo de un negocio grave y de consecuencias importantes.
5.- Juicio que se hace de algo después de haberlo examinado cuidadosamente.
6.- Escasez, carestía.
7.-. Situación dificultosa o complicada.
También aclara que crisis ministerial es “ La situación en que se encuentra un ministerio desde el momento en que uno o varios de sus individuos han presentado la dimisión de sus cargos, hasta aquel en que se nombran las personas que han de sustituirlos”. Como en este país no dimite ni Dios, supongo que los previsores estudiosos de la Lengua tienen ya términos para situaciones que en el futuro puedan ocurrir. Tranquiliza saberlo.

Si no estoy enfermo, ni mutando, ni dudo si continuaré, ni en un momento especialmente decisivo, ni en espera de veredicto, yo no estoy en crisis. Gran alivio. En cuanto a la escasez, carestía y situaciones complicadas: la vida misma.

¿Estamos en crisis?
De pareja creo que no; familiar, lo dudo; de identidad personal, ni de coña.

En cuanto a la arquitectura, en lo tuyo lo notarás, ¿no? Pues llevamos algún tiempo sin encargos de promociones privadas. En encargos sí se nota y poco podemos hacer. Pero en Arquitectura, ¿hay nuevas reflexiones? ¿Se ponen en duda parámetros o fundamentos en los que hasta ahora se ha basado el proyecto? La última exposición del MOMA, sobre casas prefabricadas demuestra lo avanzados que estaban hace ya casi cien años. Más tecnología pero poca redefinición de bases. Poca Crisis. Parece más bien que estamos en una balsa de aceite o de petróleo, alabando las virtudes de nuestro sistema, y lamiéndonos el culo unos a otros.

En cuanto a la económica, llevan dándonos la vara con la crisis durante mucho tiempo en los medios de comunicación. Primero los antipatriotas, luego los patriotas, luego un ministro, luego dos. Que si crecimiento ralentizado, que si un desliz lingüístico, que si crisis sí pero recesión no, qué se yo. Es una cuestión estadística; hay más paro, menos consumo, las bolsas caen, ¿será otro rebote? Eso dicen.
Pregunté a quienes dicen saber más, y comentan que son ciclos, que en los setenta, que a principios de los noventa, que tenemos experiencia. Pero si como dicen son ciclos, la situación se parecería más a la trayectoria de una piedra lanzada a hacer la rana sobre el agua. Cada rebote sería eso que llaman crisis. Es más bien una sucesión de catarsis, de purgas y remontes. Son previsibles, llevan sucediéndose desde que funcionamos con este sistema económico. Si quién lanzó la piedra fue superman, o un pequeño dios, la piedra seguirá ¡hasta el infinito y más allá!, no habrá problemas, rebotaremos. Lo jodido vendrá el día que se le acabe la fuerza al dios y no remontemos, o en el que como en el show de Truman, choquemos contra el horizonte.

Ese día habrá que cambiar las reglas para seguir jugando. Y si además de la crisis económica, pensamos en el precio de la energía, el de los alimentos (y en la diferencia con lo que cobra su productor), en el hambre, en los petroislámicos haciendo sus ciudades para el futuro, en las injusticias entre países ricos y tercermundistas, en los chinos e indios queriendo comer ¡a diario!; creo que ese día llegará. Habrá que cambiar las reglas y ver si seguimos con este o empezamos otro juego. Quizá no nos toque, pero los que duermen en la habitación de al lado, tendrán que arreglarlo.

Que tengan suerte.
La morcilla al igual que los callos, siempre sienta mejor para comer que para cenar.
Pero, ¡qué buena estaba la morcilla!

Vale.

jueves, febrero 11, 2010

Crisis III: Velocidades divergentes


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Crisis es una palabra muy desgastada. Ya no sabemos demasiado bien qué significa. Supongo que en cada ámbito de conocimiento, la dichosa palabreja, tiene unas connotaciones diferentes. Los economistas acabaron de liarnos la cabeza con aquello de “dos trimestres consecutivos con crecimiento negativo”. Comentaba este artículo con Ciro Márquez hace unos días y con gran precisión me dijo que, a bote pronto, se le ocurrían al menos tres acepciones del término si lo aplicamos a la arquitectura: La crisis económica, que en nuestro ámbito se concreta básicamente en lo inmobiliario; la crisis de ideas; y la crisis de identidad del propio arquitecto que busca su papel (caso de ser necesario) en este mundo actual. Voy a intentar hablar de la segunda que mencionaba Ciro, la de las ideas. La primera creo que tristemente tiene muy poco que ver con los arquitectos y la tercera es demasiado profunda y demasiado íntima, para ser expuesta en público en estos formatos veloces.
En una definición clásica, una crisis supone fundamentalmente dos cuestiones: una sucesión de cambios relativamente rápidos y una cierta dosis de incertidumbre con relación al resultado final. Que se traduce finalmente, en un estado de desorientación generalizado.
Un cambio supone una transición desde una posición razonablemente estable a otra, que tendrá, al menos, vocación de estabilidad. Aquí surge el primer problema: muchos piensan que ni estamos ni debemos esperar situaciones estables futuras; no porque la actual sea ya la definitiva y verdadera, sino porque ahora ya, todo es cambio. Cambio y evolución constante, que debe ser el único objeto de estudio, obviando el análisis de resultados concretos, que son únicamente instantes congelados de un proceso más amplio. Este es, entre otros, el motivo por el que los porcentajes absolutos han perdido gran parte de su relevancia frente a los relativos; la tendencia es más significativa que la ubicación precisa; la posibilidad es más determinante que la realidad; el movimiento, la velocidad, o más precisamente, la aceleración ha desbancado completamente al viejo espacio tridimensional…
La arquitectura ve seriamente amenazada su propia condición por esta nueva concepción dinámica y fluida del conocimiento. Su enorme masa y perdurabilidad, imprimen a la disciplina una inercia excesiva para los tiempos rápidos y cambiantes que vivimos. Los arquitectos nos devanamos los sesos para concebir plantas y sistemas libres y diáfanos que permitan al usuario adaptarlos a los cambios que estén por venir. Construimos edificios con partes móviles que modifican su configuración para adaptarse a distintas necesidades y horarios. Proyectamos edificios livianos y desmontables con la pretensión de que, cuando dejen de ser necesarios, se desmantelen y literalmente desaparezcan (con reutilización o sin ella). Soñamos (de momento) ciudades andantes o flotantes que se desplazarán por el mundo buscando su mejor ubicación y forma a cada instante.
En un intento desesperado, quizás suicida e imposible, por dar respuesta a este nuevo escenario, la arquitectura intenta difuminar sus límites para adaptarse casi a cualquier cambio que se produzca. Se huye de la rigidez de la recta y la ortogonalidad, abrazando geometrías curvas y blandas, más cercanas a la fluidez y continuidad de este mundo mutante. Los espacios se disuelven, se desdibujan a la caza de la quimera de la polivalencia y la multifuncionalidad. Lo híbrido, lo interactivo, lo democrático e incluso lo inacabado reinan exclusivamente por su posibilidad de adaptación eterna.
Por lo tanto, el cambio, no conlleva necesariamente la crisis. Incluso la lenta y pesada arquitectura ha articulado sistemas, más o menos acertados, para adecuarse a este planteamiento. Entiendo que la crisis deriva más precisamente de la velocidad de los cambios. O, mejor dicho, de la necesidad de aceleración de la propia dinámica cambiante.
Desde la economía del trueque hasta el sistema bursátil actual, lo que se ha producido es un aumento vertiginoso de la velocidad del intercambio, que ha conllevado lógicamente un crecimiento exponencial de la riqueza, con el inmenso caudal de posibilidades que ello lleva aparejado. Ocurre que la propia demanda de aumento de la velocidad que nos exige esta construcción matemática y virtual que entre todos realizamos para proporcionar nuevas posibilidades a la economía real, ahora contempla esa realidad física como un lastre para su desarrollo. Para que el sistema virtual siga creciendo con la aceleración que hemos implantado en su propia naturaleza, el propio sistema ha prescindido de las finas ataduras que todavía lo ligaban a nuestra vida real, desarrollándose de forma independiente, ahora sí veloz y libre de verdad. Y ahí viene la crisis. Porque, por ahora todavía, el hombre no es exclusivamente una construcción mental. Tiene que pagar hipotecas con aquello que a su vez le pagan por su trabajo realizado en un tiempo finito. Y tiene que comer todos los días para no morirse. Y las empresas también producen cosas, aunque éstas sean tan etéreas como expectativas o mercados futuros.
Esta irresoluble (de momento) diferencia de velocidad es la causante de la crisis. Es la que provoca la incertidumbre y la desorientación. La arquitectura por su natural inercia y por estrecha vinculación con la realidad física del hombre creo que aun no ha llegado a ese punto, a pesar de la importancia creciente de lo que María Fullaondo denomina conciencia digital. Pero llegará, no tengo dudas.
Ahora bien, como dijo y desdijo el ministro en su momento, no creo que haya que temerla. Habrá de orientarse y volver a caminar.

miércoles, febrero 10, 2010

Crisis II


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

martes, febrero 09, 2010

Crisis


"Autor: Ignacio Rodríguez Urgel; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

lunes, febrero 08, 2010

“Vicky, Cristina, Barcelona”, un monumento al tópico.


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Me asalta una mezcla entre decepción e indignación ante esta última película de Woody Allen, “Vicky, Cristina, Barcelona”, que tantas expectativas había generado, y que me ha resultado absolutamente infumable. Se puede llegar a pensar que el director neoyorquino se está burlando de todos nosotros, de los europeos-latinos en general y de los españoles-barceloneses en particular. También se puede pensar, aunque resulte más dudoso, que el viejo Woody está presentando unos alarmantes síntomas de senectud en el terreno del guión y dirección cinematográficos. Prefiero pensar lo primero, aunque me moleste el burdo nivel de monumento al tópico que se ha empleado para esa burla. El resultado, a mi entender, es una verdadero fiasco.
Se podía esperar del genial director, sabiendo de su conocimiento y amor a la arquitectura como escenario cualificado donde se desarrollan las acciones de sus personajes, que se utilizara Barcelona en un sentido metafórico profundo, destacando sus innegables valores urbanos, de tal forma que le permitieran ubicar estratégicamente las claves de comedia a los que tan magistralmente nos tiene acostumbrados. Todo el cine de Woody es un continuo homenaje a la gran ciudad y a las personas que viven en ella como los exponentes más ricos de la compleja cultura contemporánea. Pues bien, en su lugar, nos encontramos con una fabulosa colección de tópicos, imágenes baratas de postal para extranjeros, instantáneas de turista americano mostrándonos a Gaudí de forma trivial y pasajera, como si fueran los toros o el flamenco. ¿A qué vienen esas tomas de color amarillento subido en un Parque Güell al que no se le dedican ni treinta segundos de cámara? Al Central Park, querido Woody, siempre le sacaste mucho más partido. Esas tomas constantes y fragmentadas de arquitectura decimonónica, de villa suburbana ocupada por una cansina burguesía que a nadie interesa, escenarios muy poco urbanos, como si por filmar en la Europa latina nos estuvieran vetadas las imágenes de densidad y complejidad existentes en toda gran ciudad. ¿O es que no sabes, querido Woody, que los áticos de Barcelona están llenos de imágenes arquitectónicas estimulantes? Esta ausencia intolerable de arquitectura moderna, como si ésta fuera privilegio de la ciudad americana… No me parece realmente que Woody Allen se haya preocupado un mínimo por la ciudad escenario de su guión.
Guión, por cierto, colmado de personajes inverosímiles, pintores abstractos desaliñados con avioneta particular y aires de latin-lover, y puritanas neuróticas extasiadas estúpidamente con las pasiones que produce el vino tinto y la guitarra española.
Me cuesta mucho creer que Woody Allen se haya tomado en serio este bodrio de película, y prefiero pensar que ha utilizado el encargo para cachondearse un poco más de sí mismo y de todo lo que se le ponga por delante, Barcelona incluida. La tesis doctoral sobre “identidad catalana” de la protagonista americana no deja de ser un sarcasmo que roza la coña marinera.
No me parece mal alcanzar un gran prestigio a base de reírse del mundo, pero a Woody Allen hay que exigirle que lo haga siempre con calidad. Y me temo que para lograr esa calidad, en esta ocasión, tendría que haberse desprendido con anterioridad de demasiados tópicos.
¿O no será, Woody, que alguien te ha dicho “toma el dinero y corre”, recordando tu vieja obra maestra?