miércoles, abril 21, 2010

Prada Transformer


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en marzo de 2009"

Me encanta equivocarme. Justo unos días después de publicar el artículo OMA sí, AMO no, en el que cuestionaba la calidad de la mayoría de los últimos proyectos de Rem Koolhaas, me he dado de bruces con su última propuesta para la firma Prada: El Prada Transformer. Se trata de un pabellón itinerante, del tipo que Zaha o Rogers entre otros, han hecho para grandes compañías, destinado a viajar por el mundo y servir de soporte publicitario de la firma, alojando todo tipo de eventos, presentaciones y actos públicos.
Son muchos los que cuestionan la pertinencia y relevancia de este tipo de arquitecturas de carácter más o menos efímero. Es indudable que estas pequeñas edificaciones no pueden (ni pretenden) abarcar toda la complejidad de lo arquitectónico. Pero es más cierto aún que, por algún extraño motivo, la historia entera de la arquitectura parece haber ido buscando estas pequeñas construcciones para mostrarse con rotundidad, para transmitirse, para ejemplificarse. Arquitecturas autorreferenciales, musicales, temporales y genéricas. Su propia naturaleza les impide apoyar su diseño en las condiciones de un entorno concreto. Ni en un usuario determinado. Ni siquiera en una función específica. Son construcciones-manifiesto en los que el arquitecto presenta, completamente desnudo de otro tipo de explicación circunstancial, aquello ha conseguido depurar de su pensamiento.
Por eso es tan difícil hacer un pabellón auténticamente significativo. Aquí no hay excusas. No hay desencadenantes externos. No hay negociación ni convenios. No hay aproximación. No hay un poquito de cada cosa para dar gusto a todos. Si se me apura, ni siquiera hay construcción. Solo trata de lo que queda cuando eliminamos todos estos datos coyunturales (nada, pensarán muchos): arquitectura en estado puro.
El pabellón que el OMA está realizando para Prada trata con uno de estos problemas intrínsecamente arquitectónicos: la insalvable diferencia que la ley de la gravedad ha impuesto a los distintos planos que configuran un espacio habitado: suelo, techo y paredes. La unificación de fachada y cubierta ha sido tratada y resuelta con acierto ya en bastantes ocasiones. Pero el suelo, la superficie sobre la que los humanos nos vemos obligados a transitar para realizar cualquier actividad, el plano soporte, permanece disociado del resto de los paramentos que mantienen una función básica y fundamentalmente protectora del primero. No es casualidad que una vez que Mies con el Pabellón de Barcelona certificara la libertad definitiva dentro del plano horizontal de la planta, una gran parte de la experimentación espacial de la segunda mitad del siglo XX se haya centrado precisamente en vencer esa horizontalidad coercitiva: Rampas, escaleras, continuidades materiales solo aparentes, y artificios mecánicos de todo tipo, se han sucedido en el interior de los edificios en la persecución del ideal de libertad absoluta en el control del espacio tridimensional.
El Prada Transformer propone una solución para esta limitación aparentemente irresoluble (salvo en el ámbito de la arquitectura digital). En la Casa de Burdeos Koolhaas consiguió que fuera la casa la que se moviera en vertical para superar las dificultades de desplazamiento de su propietario. Aquí, consciente de que, a pesar de todos sus superpoderes, no puede vencer a la gravedad y hacer que los visitantes caminen por techo y paredes, propone que sea el propio edificio el que rote y voltee, para permitir que todos y cada uno de sus cerramientos puedan ser utilizados como plano soporte de una función específica.
Todos los planos que delimitan el espacio arquitectónico (en este caso son cuatro, una especie tetraedro) son idénticos en lo que refiere a su misión potencial. Los cuatro pueden ser suelo y los cuatro pueden ser protección. Será la posición del edificio, seleccionada por la función específica y temporal a la que se pretenda dedicar la construcción, la que determine cual de sus posibilidades se concretará en acto en cada momento.
Cada una de las caras del tetraedro adopta la configuración perfecta para el tipo acto que deba soportar, dice propagandísticamente Koolhaas: Una planta rectangular para proyecciones cinematográficas, una cruz griega para exposiciones de arte, una circunferencia para eventos especiales y un hexágono para pases de modelos. De esta forma, supera también el agotado modelo de un único plano (casi siempre rectangular), diáfano y aséptico que se nos sigue vendiendo como versátil y flexible, cuando en realidad lo único que está es vacío.
Las cuatro grúas que son necesarias para llevar a cabo el movimiento del edificio parecen ciertamente aparatosas. Pero al mismo tiempo, me pregunto: ¿Qué es más aparatoso, colocar y utilizar temporalmente esas cuatro enormes grúas, o multiplicar por cuatro el consumo de suelo y espacio que conllevaría la construcción de una superficie útil equivalente a la suma de las cuatro caras del Prada Transformer? Seguro que este pabellón es más caro que uno normalito. Pero ¿es cuatro veces más caro? ¿Qué consume más energía y recursos, esta construcción o cuatro de proporciones similares? Los planos de fachada y cubierta tradicionales, son económicamente mucho menos rentables que el plano del suelo, ya que su escueta misión de protección tiene sin embargo un coste de ejecución es muy similar al del soporte. La intención de este pabellón de igualar las prestaciones de todas las superficies que delimitan el espacio habitado es, a pesar de lo que pudiera parecer inicialmente, un camino abierto que es muy necesario seguir investigando. Sobretodo desde el punto de vista de la eficacia, la productividad y, por supuesto, la sostenibilidad.
Quedan evidentemente muchas dudas constructivas y tecnológicas que habrá que ir resolviendo y mejorando: El sistema de cerramiento de los espacios intersticiales que quedan en los encuentros entre las distintas caras; el enorme esfuerzo estructural que se produce en los pequeños puntos de contacto entre las estructuras de cada plano de suelo; los trazados y funcionamiento de las distintas instalaciones en posiciones diferentes a las tradicionales; etc…. Muchas y muy importantes, pero, desde mi punto de vista, no menoscaban en absoluto la importancia de este nuevo enfoque que Koolhaas ha puesto sobre la mesa con su transformer.

P.D. Comentando el otro día con Ciro Márquez este proyecto me enseñó un preciso antecedente que yo no conocía. Se trata de una vivienda mínima del año 1998 realizada por otros arquitectos holandeses, KZG (Ira Koers + Jurjen Zeinstra + Mikel van Gelderen). Anterior por tanto a la propuesta del OMA, idéntica en su concepto de optimizar la rentabilidad de cada cara del poliedro habitado y aplicada, en este caso, al difícil e importantísimo problema de la vivienda.

martes, abril 20, 2010

LA VENTANA HOLANDESA


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en marzo de 2009"

Viajar a Holanda implica siempre encontrarse con la calidad de la arquitectura. Realmente no se puede hacer mejor. En estos tiempos de crisis, llenos de múltiples ejemplos muchas veces contradictorios y confusos en lo que se refiere al entendimiento de la arquitectura, es siempre reconfortante comprobar el equilibrio y la solidez con la que Holanda sigue avanzando en este campo. Holanda es una ventana abierta al paisaje de la calidad y de la cultura arquitectónicas.
Territorio, abstracto, paradigma de lo plano, paisajes que alumbraron la mirada geométrica de un Mondrian o el colorismo apasionado de Van Gogh, parajes donde la cultura humanista y protestante se acerca a la ventana para mostrarse, para vivir y enseñarnos esa vida cotidiana, como los personajes de Vermeer. En Holanda todo sucede alrededor de la ventana; la ventana es luz, es apertura al mundo, es el escaparate necesario para identificarse con un nivel de vida, con una cultura. La ventana es la esencia de lo holandés.
Una cultura así se manifiesta constantemente, es pública, todo el mundo puede disfrutar de ella. No hay nada que ocultar, desde el exotismo de un mitificado “barrio rojo” hasta los huecos asimétricos y múltiples de los últimos edificios de viviendas, que nos muestran sin tapujos sus domésticos interiores. La variedad de huecos resulta prácticamente infinito, y la capacidad seductora de la arquitectura se manifiesta, además de por su perfección formal y constructiva, por la belleza intrancesdente de la cotidianidad que se deja ver tras los vidrios de todas las ventanas. Es indiferente lo que nos encontremos; personas trabajando en silencio, viejecitas resolviendo un puzzle o niños pequeños y rubios manejando vistosas construcciones de juguete. En Holanda todo es normal. No hacen falta aspavientos, gritos, gestos grandilocuentes. Toda la expresión arquitectónica está contenida, cargada de intensidad cultural y rabiosamente contemporánea en diseño, en funcionalidad, en silenciosa belleza.
Una cultura así valora la ciudad por encima de todas las cosas. La ciudad es la ventana por donde mirar y el espejo donde mirarse y reconocerse en ella es el privilegio de sus habitantes. La ciudad está limpia, funciona, las calles son auténticos manifiestos de la complejidad donde todo está diseñado, las texturas de los pavimentos, los infinitos carriles-bici, los carriles de tráfico rodado (más estrechos para que disminuya la velocidad), los tranvías de puntualidad exquisita. La relación entre lo privado-construido y el espacio público roza siempre la perfección, distinguiéndose perfectamente las distintas etapas de crecimiento, y desarrollándose cada parte como corrresponde a su tiempo. Por ejemplo, desde 1993 se empezó a acometer en Amsterdam el desarrollo de los muelles gemelos de Borneo y Sporenburg. Los responsables municipales decidieron que al menos 800 de las 2.150 viviendas previstas fueran de baja altura. El equipo ganador del concurso, dirigido por el paisajista Adrian Geuze, no se conformó con conseguir el mínimo previsto, sino que elevó el número de viviendas de baja altura al 80 % del total. Propuso una trama de calles paralelas que se ven interrumpidas en los puntos de perspectiva visual por tres grandes bloques en altura. El secreto del proyecto está en trasladar el habitual jardín delantero o trasero de la casa holandesa al interior de la vivienda, en forma de patio o de cubierta ajardinada. De esta manera se ganaba espacio, superponiendo los diferentes niveles de estancia, sin restar metros ni estándares de calidad espacial, y con acceso independiente a cada vivienda. A ello añadió como condición que todas las plantas bajas tuvieran un altura mínima de 3,50, para que puedieran ser utilizadas como locales. El resultado, a día de hoy, es una ciudad tremendamente esponjada, con altas dosis de variedad en todas sus manzanas, lo contrario a cualquier monótono barrio de los que podemos encontrarnos en nuestras queridas ciudades españolas, sometidas a rígidos planeamientos urbanísticos. Variación, multiplicidad, buena construcción, viviendas de alquiler, espacios abiertos, zonas verdes… la arquitectura moderna hecha realidad.
Holanda es un buen motivo para empezar a amar la arquitectura moderna. Miremos por su ventana, reflexionemos y aprendamos, sin aspavientos ni violentos gestos, cómo se puede integrar la creatividad silenciosa del arte y del diseño arquitectónico en el natural paisaje de la cotidianidad. Sostenibilidad incluida.

domingo, abril 18, 2010

CAUSALGIA URBANA


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en marzo de 2009"

Por todos es sabido que la estructura propia de cualquier ciudad es, o debería ser un esquema cambiante.
Su similitud con un organismo vivo la hace susceptible de crecer, evolucionar e incluso desaparecer; y su vida al igual que la nuestra, ha de pasar forzosamente por un sinfín de transformaciones que resultarán más o menos significativas a nuestros ojos dependiendo del intervalo de tiempo estudiado.
Sin embargo, dada la envergadura de las ciudades, la franja temporal en la que se producen estos cambios transferidos a nuestra escala (tanto física como cronológica), hace que cualquier perturbación en su estructura nos parezca lenta. De la misma forma, cualquier suceso que altere el ritmo lógico de evolución al que estamos acostumbrados nos costará digerirlo, máxime si va acompañado de un suceso tan trágico como los atentados que azotaron Nueva York, Madrid o Londres.
Ninguno de los que vivimos los atentados desde una posición más o menos cercana a estos lugares podremos olvidar lo sucedido; ni tan siquiera podríamos decir si una tragedia fue igual o mayor que otra, sin embargo la ciudad sí.
El atentado de Madrid tenía como objetivo atacar las arterias de comunicación, por lo que volaron los trenes. En Londres el atentado se produjo en el metro. Ambas heridas sanaron ya que al tratarse de infraestructuras imprescindibles para la subsistencia de la urbe, hubieron de ser reparadas con prontitud. Los únicos cambios apreciables en los puntos afectados consistieron en la construcción de arquitecturas que dejaran constancia de lo allí acontecido. A modo de cicatrices, los elementos conmemorativos se ocupan de recordarnos a las víctimas en el lugar del suceso, cambiando de alguna manera el mapa de su superficie.

El caso de Nueva York no ha sido tan sencillo. Hasta el pasado 11 de septiembre de 2001, nadie hubiera cuestionado el Skyline de Manhattan, una imagen presente en el subconsciente colectivo tras décadas de bombardeo cinematográfico.
Por alguna razón las ausencias arquitectónicas nos generan mayor confusión, quizá por constituir el icono visible de algo que suponíamos indestructible y que sigue presente en nuestro recuerdo. No es por casualidad que se presuponga a la arquitectura unas cualidades de perdurabilidad para las que no siempre está a la altura.
Aparte de las implicaciones morales que se le asocian en número de muertos y daños materiales, la drástica transformación que supuso el derrumbe de las torres del World Trade Center fue demasiado veloz para poder ser asimilado de manera natural. Al igual que le hubiera sucedido a un organismo vivo, la desaparición de las torres gemelas supuso una amputación.
Los médicos emplean un término que resulta muy ilustrativo para este caso. Se denomina causalgia o síndrome del miembro fantasma, a la sensación que experimenta un individuo al que le ha sido amputado un miembro, cuando afirma que en el extremo inexistente del mismo le pica.
Pues bien, las torres gemelas aun nos pican. Como un mal sueño, las imágenes de las colisiones y el estrepitoso derrumbe nos persiguen creando en nuestras mentes la fantasmagórica sensación de la ausencia. Una sensación que no mejora con la presencia de las vallas de obra que acotan el solar aun vacío, como las vendas sobre una herida abierta al sur de Manhattan.

Casi tres largos años han transcurrido desde que en abril de 2006 se diera el pistoletazo de salida para la construcción de la Torre de la Libertad en sustitución de las torres gemelas. Fue por estas fechas cuando las empresas responsables del proyecto (Silverstein y Port Authority) anunciaron que el nuevo centro financiero estaría terminado entre 2010 y 2012. Poco después, se apresuraron a anunciar que la fecha final aun sería una incógnita.
Los motivos de este retraso son numerosos. No hay que olvidar que el hallazgo de nuevos restos humanos hace tres años obligó a paralizar la política de desescombro que se venía realizando.
Pero sin duda el problema principal tiene que ver con la coordinación de los proyectos de reconstrucción. Detrás de los numerosos proyectos implicados se esconde una realidad económica: muchos propietarios del terreno.
A la torre de la libertad de Daniel Libeskind y David Childs, se unen las torres 2, 3 y 4 obra de los arquitectos Fumihiko Maki, Richard Rogers y Norman Foster; edificios dedicados a oficinas y zona comercial; el Memorial, un centro de las artes, un área en memoria de las víctimas, de Michael Arad y el paisajista Peter Walker; un Museo dedicado a los fallecidos de los noruegos Snohetta; y un intercambiador de transporte de Santiago Calatrava al que se le achacan las principales causas del parón de las obras.

Por si esto no fuera suficiente, desde algunos estamentos (entre los que destacan algunas asociaciones de familiares de las víctimas) surgen opiniones muy críticas contra la nueva imagen que se proyecta para el complejo. Nada nuevo si recordamos la propuesta anti-cambio del magnate Donald Trump para reconstruir de nuevo las torres gemelas a imagen y semejanza de sus predecesoras.
Para muchas personas será imposible olvidar lo sucedido pero evitar referirse a estos hechos de manera directa no ayuda. Se sigue tratando con pudor la palabra vacío recurriendo a frases como “liberalización vertical”, o “huellas de recuerdo”. Parece que de seguir ese camino nunca podremos aceptar el cambio al que el sur de Manhattan se ha visto forzado tras la tragedia.
A fecha de hoy empezamos a vislumbrar el final de esta aventura, un final en forma de esqueleto de acero que comienza a emerger de la cota de su base. Por una parte el mundo espera expectante la finalización de unas obras, para cuyo resultado puede que no estemos aun preparados.

No hay que olvidar que la amputación sufrida fue atroz y aunque necesitemos seguir adelante, debemos estar preparados: puede que nos cueste adaptarnos a las nuevas prótesis.