viernes, junio 25, 2010

¿subasta o timo de la estampita?


"Autor: Diego Fullaondo; punlicado en soitu.es en julio de 2009"

Vamos hoy con un tema un poco más prosaico. En el estudio estamos en estado de shock. Desde la administración nos han comunicado la adjudicación de uno de nuestros últimos proyectos a una empresa constructora que ofertó una baja del 59%. ¿Qué significa esto?
Un esquema tipo muy habitual que utiliza la administración pública para realizar sus obras es el siguiente:
- Se convoca un concurso mediante el cual se selecciona el proyecto técnico que se va a ejecutar. Hay concursos de muchos tipos y con una enorme variedad de criterios para su adjudicación. Desde los concursos de ideas en los que fundamentalmente se valora la concepción general del proyecto hasta aquellos en los que la oferta económica de los honorarios a cobrar por los profesionales es el dato determinante a la hora de elegir a los técnicos.
- El equipo profesional elegido desarrolla el proyecto en su totalidad, indicando todas las características técnicas que debe reunir la obra en cuestión, y por supuesto su coste económico estimado, perfectamente desglosado y pormenorizado. Los datos para realizar estos presupuestos se extraen fundamentalmente de bases de precios medios normalizadas para cada año y de consultas directas a los fabricantes e instaladores de las distintas unidades de obra.
- Posteriormente la administración revisa y corrige ese proyecto para sacarlo a licitación pública. Es decir convoca un segundo concurso, en este caso dirigido a las empresas constructoras, para que ellas estudien el proyecto realizado, y oferten un montante económico total por el cual están dispuestas a ejecutar la obra en cuestión.
- Lo más frecuente en esta fase, es que este proceso de licitación se convierta en una subasta pura: La empresa constructora que afirma que realiza la obra por menos dinero, es la que resulta adjudicataria. El funcionamiento parece impecable. Hay que cuidar mucho los dineros públicos, y todo lo que se pueda ahorrar, bienvenido sea.
Pero ¿qué ocurre en tiempos de crisis, o de vacas flacas como el actual? Hay poca obra en circulación y las empresas constructoras tienen que mantener sus estructuras y su actividad. De manera que, mientras que las bajas ofertadas, en tiempos de bonanza, respondían a estudios serios y a su capacidad de conseguir mejores precios y rentabilidades que aquellas que han estimado los arquitectos al realizar los presupuestos, en estos períodos más difíciles, se realizan con el objetivo exclusivo de conseguir la obra a toda costa. Las bajas pasan automáticamente del entorno del 10-15 por ciento a los 30s e incluso 40s por ciento. Es sorprendente, pero es así.
Como decía, la magnitud y gravedad de estos tiempos confusos que atravesamos, han llevado este intervalo en el que se mueven las bajas hasta prácticamente el 60%. Esto quiere decir que lo que yo como arquitecto he dicho que cuesta 100, en realidad, es posible hacerlo por 40. En esta situación solo hay dos explicaciones posibles:
- Que sea mentira. Que sea manifiestamente imposible hacer la obra por ese dinero, y que el dato no es más que una burda mentira que, por lo que se ve, el poder público quiere creer. La actitud de la administración me recuerda en estos casos a la del pardillo que es engañado por los maleantes en el timo de la estampita. Siempre he considerado más importante para éxito de la treta, la avaricia del timado, que la pericia del timador.
- O que sea verdad. Y que efectivamente sea posible realizar por 40 lo que me dijeron que valía 100. En este caso, el verdadero maleante o inepto, según las interpretaciones, es el arquitecto, el responsable de la estimación inicial. Cuando una constructora realiza una baja de este tipo, está, entre otras cosas, insultando al arquitecto. Le está llamando o tonto o ladrón. Por un error de esta magnitud (la previsión es el 250% del coste “real” de la obra), yo no dudaría ni un segundo en despedir fulminantemente al autor del presupuesto inicial.
No conozco el caso de una sola obra que haya costado al final menos de la mitad del dinero previsto para ella. Lo cierto es que las constructoras, una vez adjudicada la obra con su enloquecida oferta a la baja, se convierten en auténticos especialistas en recorrer los vericuetos de la administración para encontrar más dinero para realizar sus trabajos: proyectos modificados, complementarios, liquidaciones, etc…, convierten la ejecución de obra en un infierno motivado exclusivamente por aquel increíble dato inicial. Las obras, o bien terminan costando aproximadamente lo previsto, o bien, si el dinero empieza a escasear como ahora, se abandonan a su suerte, a la espera de una nueva dotación presupuestaria.
Creo que es un buen momento para revisar este criterio habitual de adjudicación por subasta pura y dura. La baja temeraria ha demostrado su incapacidad. Todo el mundo tiende a aceptar su justificación (es difícil luchar contra la placentera sensación de haber “encontrado un chollo”). El sistema de concurso que valora otro tipo de cuestiones, solvencia técnica, programa de trabajo, experiencia previa, etc…, tiene el problema de la menor objetividad de la valoración, con lo cual se puede convertir en una puerta entreabierta al amiguismo o cosas peores.
Todos los arquitectos supongo que lo hemos pensado bastante y la solución es difícil. A mí, restringir el criterio de selección lo económico me parece lo menos malo. Lo más simple y objetivo. Pero en lugar de seleccionar al más barato como se hace en las subastas, se podría elegir al que se acerque más a la media de las bajas ofertadas. Supongo que también tendrá problemas, pero, en teoría me parece mejor y más operativo a la larga, que la enloquecida carrera a la baja que se produce en la actualidad. ¡Ya solo nos quedan 40 puntos porcentuales para que nos creamos que nos van a construir un ayuntamiento totalmente gratis!

jueves, junio 24, 2010

Calatrava: el mono de goma.


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en julio de 2009"

¡Qué alegría ¡, ¡Qué alboroto!, ¡a por otro perrito piloto! y ¡Leña al mono que es de goma! Son dos clásicas que huelen a fritura, a caramelo de algodón y a gasolina. Resuenan a Pecos, a Perales, a Gaynor y a Jacksonfive aderezados con el ritmo de los compresores. Son dos frases que retengo aunque nunca llegué a comprender. Posos del recuerdo que acarrean planteamientos viscerales, de adolescencia. Casi refranes. Y de vez en cuando conviene orearlos y comprobar su vigencia.
De los Beatles o de los Rolling; del rock o del pop; de los 70, 80 o 90; de peli de vaqueros, de guerra, de comedia o dramones. Son elecciones desde las que se pretende encasillar al sujeto de estudio y que sobretodo muestran los demonios del interrogador.
Desde hace algunos años, cuando alguien se entera de que eres arquitecto, te pregunta si te gusta Calatrava. Antes ocurría lo mismo con Manrique. Dejando aparte la cuestión del gusto y del regusto del que ya tratamos, podemos intentar explicar qué criticamos y por qué. Cuándo no lo hacemos, el resultado verbal es que a los arquitectos no les gustaba Manrique porque era decorador y no les gusta Calatrava porque es ingeniero. Son los monos de goma a los que les zumban golpes el colectivo de arquitectos envidiosos.
Tras escuchar y leer algunas de las críticas habituales dirigidas hacia Calatrava desde algunos medios, por algunos enterados, decido que no estoy de acuerdo con muchas de ellas y aunque sea un mono de goma, intentaré defenderle. No se trata de una acción altruista, sino de rebatir planteamientos que nos rebotan por el hecho de ser arquitectos. Empiezo con los tópicos:
Calatrava es un megalómano, que sólo se dedica a obras muy grandes, faraónicas: ¿Hay muchos que renunciarían? Yo no. Me encantaría tener ese tipo de problemas. Si pudiera proyectar un auditorio, no dedicaría mi tiempo a reformar un piso. Quizá no sea muy social pero es lo que hay. Creo que este tipo de crítica proviene exclusivamente de la envidia.
Calatrava es una marca reconocible y las administraciones públicas le encargan proyectos para competir entre ellas: Conseguir una marca es tarea difícil en la que los empresarios invierten mucho tiempo y dinero (si no que le pregunten a la Coca Cola), si lograrlo únicamente a través de la morfología de sus creaciones tiene un gran mérito, no es de extrañar que en declaraciones paranoides se pueda considerar un artista. En cuanto a la inteligencia de los gestores de la cosa pública o de sus correspondientes votantes, no deberíamos culpar al arquitecto.
Calatrava es muy caro: El precio lo dictan los constructores con sus bajas (hasta del 40%) que agradan a los administradores. Luego lo suben un poco (llamándolo modificación del proyecto) y al final termina costando lo que decía el arquitecto. Es caro construir medio millón de metros cuadrados. Es caro construir un auditorio, construir un puente, un aeropuerto. Puede costar algo más de dinero que esos espacios tengan interés. Pero lo que es muy caro es construir obras ignoradas por la población, desapercibidas vocacionales que es mejor no conocer. Si una administración quiere ahorrar o no tiene dinero, que no construya, pero hacerlo de forma muy económica es malgastar. Pretender que ya que estamos, las instalaciones, el mobiliario, los acabados, no cuestan dinero, es por lo menos falaz. Culpar de estos problemas presupuestarios al arquitecto, supone retrasos, falsedades y tribunales (como ocurrió en los Teatros del Canal YII entre Aguirre y Navarro).
Calatrava obvia la función propuesta: ¿Quién propuso ese programa? ¿Debemos juzgar la arquitectura por su función? ¿y si hay más usuarios de los previstos?, ¿y si cambia el gestor?, ¿y si un palacio real se reconvierte en museo?, ¿y si en una plaza de toros se dan conciertos?, ¿debe funcionar?. Si cambia la función prevista ¿la arquitectura modifica su calidad?
Calatrava es un escultor, no un arquitecto. Es una crítica que se puede hacer a toda la arquitectura. Al menos a la construida. A fin de cuentas la materia con la que se construye es la misma. La morfología que utiliza, a medio camino entre Conan el bárbaro y Alien el octavo pasajero, sorprendió en su momento y puede tener cierto interés.
Calatrava es sólo estructura blanca. No es cierto, el alarde de cálculo que exhibe en sus puentes, se transforma en sus edificios en estructura escultural e histriónica. No se trata ya de un ingeniero apurando las posibilidades estructurales del material utilizado; no es Eduardo Torroja. Es gordo, retorcido y exagerado, según defiende se trata de un arte aparentemente expresionista. Suele ser blanca, … ¡joder como fuese de color!
En cuanto a sus obras; además de grades fiascos, recordemos:
Puentes magníficos, con brutales superficies regladas generadas por tensores, y dibujos vectoriales de fuerzas o movimientos. La imagen de sus puentes manifiesta mayor velocidad que la permitida a los vehículos que circulan sobre ellos. No es de extrañar que algún solado cristalino sea deslizante (según critican), probablemente responda a la idea origen del proyecto.
Creo que es muy acertado el puente veneciano (en absoluto moderno) en esa ciudad muerta en la que pretende disimularse con su color blanco por arriba y rojo por abajo (¡magia!). Tiene guasa que se le critique por no ser accesible a los minusválidos, que viven en una ciudad con calles de agua, y palacios sin ascensor.
Ha empujado a Valencia como nadie desde el Cid, con mucho dinero, cierto, pero en los PAUs madrileños también había mucho dinero y hoy nos preguntamos en qué se utilizó. Y que ahora sea caro el intercambiador neoyorquino, pues vale: ¿Ya no es conmemorativo? Creo que Calatrava no ha cambiado, quizá lo hayan hecho sus clientes.
Tengo curiosidad por ver el movimiento del pirulo de la Plaza de Castilla, y creo que es una lástima que no lo hubiesen colocado en cualquier otro lugar. Artefactos de este pelo tiene unos cuantos.
Me parece valiente el enfrentamiento hasta los tribunales con una administración pública (aunque no esté de acuerdo con el teórico daño perpetrado a su obra).
Tiene el premio príncipe de Asturias y una docena de doctorados Honoris Causa. Son premios de esos que nunca se sabe quién tiene más interés en publicitar, si el galardonado o el patrocinador; pero son premios.
No es de recibo que se le dé tanta leña, al menos no por los tópicos antes rebatidos. Es cierto que tiene unas cuantas castañas en su haber; todos las tenemos (aunque quizá no tan magnas), y algunos llegan a las más altas cumbres.
El problema es otro y su razonamiento seria extenso y para este caso, prescindible. Sirva como orientación, que si no fuese por la antigua e innecesaria simetría, por la simpleza de sus espacios sin matizar, por el buscado goticismo, por la imprescindible manufactura, por la imitación hasta del teselado de Gaudí, por la apoteosis de la decoración, por su auto consideración como “artista”, por su inmunidad, por lo inalterable de su discurso y alguna otra cosa, podría resultar un arquitecto interesante. Aunque entonces no sería Calatrava.

Para dar leña, como desahogo recomiendo este enlace.
http://www.redribera.es/games/jugar_a_299_lena-al-mono-que-es-de-goma

lunes, junio 21, 2010

Ultzama: Conversaciones de Arquitectura

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en julio de 2009"

Como apunté hace algunos días, el fin de semana del 19 al 21 de junio, tuve ocasión de acudir al I Campus Ultzama de la Fundación Arquitectura y Sociedad, dirigido por Felix Arranz. La mecánica fue bastante sencilla: Durante los tres días de encierro 14 estudios de arquitectura emergentes (denominados “próximos” en el campus), provenientes de toda España, presentaron su trabajo y sus ideas, contrastándolas con las de arquitectos de trayectoria más consagrada y con las opiniones de agentes de otras áreas de la sociedad (entre las que estaba yo, como crítico de arquitectura de soitu.es); el último tramo de la tarde de la jornada, se dedicaba a un debate más desordenado y menos sistemático, que, como suele ocurrir, resultó ser la actividad más intensa e interesante del evento.
Resulta difícil articular un texto de interés general que recoja lo allí expuesto y comentado. La querencia natural hacia las tablas de la endogamia que sufrimos los arquitectos, unida a una inevitable especialización de la discusión, hacen que el tema se haga, quizás, un poco árido para el profano. Sin embargo creo que vale la pena el intento de relatar lo ocurrido en palabras llanas (todo lo posible), aunque solo sea para acercar un poco a los más alejados a las preocupaciones y procederes de los arquitectos (al menos las de algunos arquitectos).
Una consideración inicial para evitar equívocos. El grupo de arquitectos allí presente no representa al conjunto de la profesión. Como bien se señaló durante las discusiones, un porcentaje altísimo de la construcción que se realiza es absolutamente ajena a este debate. Desde este punto de vista, podemos afirmar que los titulados arquitectos se han escindido en, al menos, dos grupos (muy desiguales en tamaño y ocupación):
- Un pequeño grupo, mayoritariamente repartido entorno a las escuelas de arquitectura de toda la geografía española, que desde sus ópticas particulares, intentan encontrar respuesta a una pregunta corta pero extremadamente compleja: ¿qué arquitectura debemos hacer? Muchas de sus conclusiones y resultados irán muy lentamente filtrándose al conjunto de la actividad edificatoria.
- Una enorme mayoría de profesionales, que también en su mayoría, orbitan alrededor de los colegios profesionales, son ajenos completamente a este problema y se dedican a construir nuestras ciudades dentro de un marco normativo, técnico, ético y social que no cuestionan en absoluto. Asépticos ejecutores de aquello que la sociedad y/o el mercado les demanda, profesionalmente impecables, que están, como dicen, “para lo que les manden”.
A pesar de que el Campus de Ultzama debemos encuadrarlo básicamente dentro del primer grupo de los descritos, resulta inevitable en este tipo de reuniones la aparición de algunas intervenciones más propias del segundo. En general, rebajan sensiblemente el interés del debate debido a la búsqueda de conclusiones precipitadas: la excesiva y recurrente referencia a la actual crisis del sector de la construcción en España; la demonización del período de los llamados arquitectos estrella, que para más inri, muchos coinciden en señalar que inició su andadura con nuestro Guggenheim bilbaíno; o, un clásico, culpabilizar a la ineducada sociedad española incapaz de apreciar la diferencia entre la buena y la mala arquitectura. En fin, comprensibles momentos de debilidad, de los que nadie se libra.
La primera diferencia entre las posiciones de los 14 estudios próximos presentes en Ultzama radica en su particular selección de los contextos pertinentes para lo arquitectónico. Es decir, cada uno de ellos (o, más bien, por grupos bastante reconocibles), estima que algunos aspectos de la realidad (contextos) son relevantes (pertinentes) para la construcción de su respuesta arquitectónica.
Para unos pocos, el mundo interior del arquitecto, mágico, intransmisible en su totalidad y fuertemente metafórico, sigue siendo el contexto básico desde el que afrontan la arquitectura. Para muchos el entorno físico inmediato sigue siendo un dato de incuestionable importancia. Para otros el sistema constructivo es determinante a la hora de definir la configuración arquitectónica. Es también muy frecuente que se adopten como contextos pertinentes, las resoluciones previas que la historia de la arquitectura ha ido articulando para problemas similares. Pero también hay quienes piensan que el entorno de un edificio no se limita a su realidad física circundante, sino que está más determinado por las actividades que albergará y las interacciones que provocará, incluso en lugares muy alejados. Y hay quien opina que la arquitectura, a pesar de su pesada inercia natural, debe esforzarse en reflejar y resolverse de acuerdo a las preocupaciones y características de la sociedad más contemporánea. El valor icónico, representativo o incluso publicitario de los edificios, también es un punto de partida bastante común. Etc.
Muchos, quizás la mayoría, afirman honestamente estar atentos a todos o gran parte de estos y otros contextos. Pero un rápido vistazo a su producción muestra con claridad cuales de esos contextos pertinentes son los dominantes en sus razonamientos y resoluciones. Y de esa diferencia nace la diversidad de propuestas que, efectivamente, configura en la actualidad un paisaje general tan rico, tan variado. Y, al mismo tiempo, tan confuso.
Porque el aprecio de la diversidad no debe confundirse con el relativismo absoluto. No es, “todo vale”. O al menos, no es “todo vale lo mismo”. El auténtico aprecio por la diferencia, por lo diverso, está, en primer lugar, en detectarlo y definirlo con precisión. Y en segundo, en comprobar cual de los diferentes acercamientos se aproxima más al idóneo.
La selección de los contextos pertinentes no es, ni más ni menos, que el paso analítico, previo y necesario, que sirve para ajustar el salto al vacío que siempre va violentamente asociado a cualquier acto creativo. Es cierto que el deslizamiento que ha sufrido y sigue sufriendo la arquitectura hacia las disciplinas y los métodos de trabajo científicos, ha pretendido minimizar el riesgo de error asociado a este, por otra parte, inevitable salto. La más estricta racionalidad sigue acotando implacablemente la, cada día más, intolerable posibilidad de error. Pero, como en la paradoja de Zenón, esa posibilidad siempre existirá. Y lo que es más importante, para avanzar en el conocimiento, habrá que asumirla y siempre será necesario dar un salto, grande o pequeño, al vacío, que solo con posterioridad podrá ser analizado hasta sus últimas consecuencias.
Por este motivo resulta igual de insatisfactorio para el arquitecto negar la racionalidad y apelar a una íntima intuición personal para la explicación de su forma de hacer, como abrazar el materialismo cientista, pretendiendo que todos los extremos de su propuesta no responden más que a una concatenación de razonamientos deductivos realizados a partir de unas premisas irrefutables.
Este binomio que forman la selección de los contextos pertinentes y la relación que se establece con la discontinuidad irresoluble que acompaña al acto creativo, es el caracteriza el trabajo de cada estudio de arquitectura. Y el que nos proporciona las claves para acometer su análisis, para valorar su idoneidad y para cuantificar su relevancia.
Intentaré explicarme con algunas actitudes concretas:
- Dejaré a un lado, como he dicho antes, a los arquitectos, afortunadamente bastante infrecuentes en la actualidad, que aluden para explicar su trabajo al peculiar ojo del arquitecto, a la sensibilidad especial del artista, o a la conjunción mágica de los astros, por su perfecta y buscada impermeabilidad al análisis. El salto al vacío que explícitamente demandan es simplemente inaceptable.
- La inclusión como contexto pertinente dominante en un proyecto, de un diccionario arquitectónico ya consolidado, como por ejemplo el ideario racionalista, o de modelos previos de la historia de la arquitectura, como por ejemplo, el concepto de tipología, tiene por objeto fundamental, reducir el riesgo, minimizar la posibilidad de error. Esto no implica necesariamente que el resultado sea mejor o peor. Pero sí supone que la posibilidad de avance de la disciplina derivada de ese proyecto, también se minimiza.
- El actual énfasis en los aspectos técnicos de nuestra profesión, construcción, estructuras, instalaciones, etc… tiene por objeto también la reducción del riesgo. Su intrínseca condición científica, parametrizable, cuantificable, proporciona una agradable sensación de certidumbre, de estar haciendo lo correcto. Pero, de nuevo, también es necesario señalar que si se afrontan estos aspectos de la disciplina, desde la seguridad de lo ya conocido y experimentado, el resultado, a pesar de su aparente contemporaneidad, no habrá supuesto un desarrollo significativo de la arquitectura.
- De los dos puntos anteriores se puede entender que existe una relación inversamente proporcional entre el grado de sujeción de un razonamiento al territorio tradicional de la disciplina y la posibilidad de avance efectivo de la misma.
- Por otra parte, no son infrecuentes ya, vigorosos análisis o construcciones contextuales que parten desde otras disciplinas o desde aspectos de la sociedad aparentemente muy alejados de lo arquitectónico (lo ético, lo sociológico, lo político, lo tecnológico, lo biológico, etc…). La necesidad de su planteamiento parte del histórico retraso de la arquitectura. Somos lentos. Lentos y pesados. Estos nuevos contextos son, por lo general, enormemente sugerentes, y parecen apuntar nuevos caminos, evidentemente asociados a una dosis de riesgo mucho más alta que la señalada para las actitudes anteriores.
- Ocurre sin embargo con frecuencia que estos poderosos planteamientos, no producen unos resultados que reflejen la potencia que los desencadenó. Puede ser cuestión de tiempo y oportunidad. Pero también puede ser que una vez realizado el esfuerzo de construcción de unos nuevos contextos pertinentes se eluda, consciente o inconscientemente, el problema de la materialización de la arquitectura. De esta forma magníficos mapas de complejidad, sugerentes acciones arquitectónicas o agitaciones sociales más que deseables, pretenden llenar el hueco dejado por la falta de definición del objeto arquitectónico. O bien, lo que es peor, cuando los proyectos pasan a esta fase de materialización, irreflexivamente asumen todos aquellos principios y modos de hacer que pretendían combatir o superar.
- El arquitecto debe estar atento a su alrededor, a la sociedad en la que trabaja, para detectar los accidentes, los contextos pertinentes y relevantes sobre los que deberá construir la hipótesis formal que intente resolver el problema. Entiendo que la complejidad creciente de nuestra sociedad hace que las señales de los accidentes, se encuentren en terrenos cada vez más alejados de la disciplina propiamente dicha y allí hay que dirigir la mirada. Para después, ahora sí desde la disciplina, desde la manipulación del espacio (real o virtual), desde la creación del artificio, presentar a la sociedad, con evidencia y autoridad, una solución posible al problema detectado.
Estas son las impresiones que saqué de las propuestas y explicaciones presentadas en el estupendo Campus de Ultzama. Todas ellas realizadas sobre la base de la autoría y responsabilidad individual del arquitecto y su obra. El fenómeno de la producción colectiva que está apareciendo en la actualidad gracias a la poderosa herramienta de la red, escapa completamente a estos apuntes. Para mí es definitivamente la mayor incógnita y quien sabe si, al mismo tiempo, la mayor oportunidad. Pero eso es otra historia.

PD. Para todo aquel que tenga interés, la documentación completa del I Campus de Ultzama, participantes, proyectos, intervenciones y editoriales varios, la puede encontrar en la Agencia Documental de Arquitectura Scalae, http://scalae.net/, dirigida por Félix Arranz al igual que el Campus, y en la Fundación Arquitectura y Sociedad, http://www.arquitecturaysociedad.com/, principal impulsora del evento.