miércoles, abril 16, 2008

Internet e identidad


Leo hace un par de días en algún periódico que las llamadas redes sociales de Internet en Inglaterra han propuesto eliminar las identidades supuestas en los correos electrónicos, como mecanismo para perseguir delitos como la pederastia. Yo soy simplemente un recién llegado a este mundo de “world wide web”. Mi desconocimiento y fascinación por todo el fenómeno es enorme pero es cierto que, entre otras cosas, la cuestión del anonimato, de los nicks, de la identidad en definitiva, es algo me produce una inquietud creciente desde el principio de este viaje. No he llegado yo a mis pueriles, cambiantes e íntimas conclusiones desde la óptica de la persecución del delito, sino desde la evolución del conocimiento, pero creo sinceramente que todo está relacionado. Me explico:
Después de algunas injustas y cobardes dudas iniciales, ahora ya sí estoy convencido de que Internet es un instrumento, un medio muy poderoso, para el desarrollo del conocimiento. Seguramente el más poderoso creado nunca. ¡Que obviedad! dirán algunos. Tienen toda la razón. Pero la capacidad orientación en ese nuevo entorno radicalmente distinto, la creación patrones propios de discriminación dentro del magma de la red, y la asimilación de nuevos criterios de veracidad y autoridad, lleva su tiempo. Al menos a las viejas máquinas analógicas como yo.
El íntimo deseo de conocer del ser humano responde en última instancia a una única motivación: la construcción de la identidad personal. Del yo, dicen algunos. Aquellas preguntas y respuestas que vamos encontrando, pasan automáticamente a configurar nuestro propio ser; o más precisamente: son exactamente lo que somos o vamos siendo cada instante. Con más o menos esfuerzo, más o menos capacidad y más o menos velocidad (de esfuerzo, capacidad y velocidad en la sociedad digital hablaremos otro día), al conocer, nos construimos, nos diferenciamos del otro.
La red proporciona un soporte nuevo para el desarrollo de este proceso mucho más rico que las antiguas estructuras. Tanto desde el punto de vista individual como colectivo. Frente a las antiguas bibliotecas y demás templos del saber, lentos y reservados para unos pocos iniciados, la accesibilidad del conocimiento en la red permite a un tiempo dos cosas: La conformación de identidades personales de forma mucho más intensa. Y un crecimiento exponencial del conocimiento en términos absolutos, con la aportación de un mayor número de individuos (también dejaremos para otro momento las dificultades que plantea la convivencia de la extrema planeidad consensuada y democrática de la red con otras estructuras de conocimiento más abruptas, de autoridad y maestría; por cierto, también completamente válidas).
Históricamente, después de los balbuceantes comienzos en la red en las universidades americanas, en los que este intercambio libre y fructífero del conocimiento se situaba en la base y el objetivo de todo el planteamiento, se está produciendo un desplazamiento de su razón de ser, al menos en una parte muy significativa de su superficie: Un desplazamiento hacia el juego, hacia el divertimento sin más. En los juegos la identidad ya no es importante. Es más, es la actividad humana por excelencia en la que el jugador, renuncia a su identidad personal durante un período de tiempo finito, para asumir exclusivamente aquel papel que le otorgan las reglas del juego. Por eso son tan fáciles, tan relajantes, tan integradores, tan necesarios y tan infantiles. Artificios simples que hemos inventado para descansar y enseñar cosas sencillas a los niños.
Con la red ocurre como con la pistola en la ruleta rusa: la potencia del instrumento que posibilita juego es directamente proporcional a la descarga de adrenalina y la intensidad de la sensación que produce. Pero también al peligro que suponen. Aquellos que escriben o actúan de forma anónima en la red, o bajo pseudónimos más o menos conocidos, o que adoptan identidades falsas, no es solamente que estén infrautilizando un medio muy poderoso para construir su propio yo. Es que están rondando una peligrosa patología, una esquizofrenia, que dadas las enormes posibilidades que ofrece el medio, puede acabar con ellos sin que tan siquiera se den cuenta. No hablo ya delincuentes o enfermos en su vida real tal y como decía al principio. Pienso en gente sana y normal que al comprobar que es una práctica generalizada, vierte en la red de forma anónima todo aquello que ha controlado pacientemente y estoicamente en su interior por el motivo que fuere. Lentamente al principio, tanteando el terreno. Al comprobar que nada ocurre o que sus anónimos vómitos son inmediatamente respondidos por otros incontinentes, comienzan una escalada de lanzamiento de detritus personales al mundo sin ningún tipo de restricción. Todo ello realizado mientras en su vida real, mantienen un comportamiento modélico. De Second Life a Matrix no hay más que un pequeño pasito. Equilibrio imposible, o, al menos, muy, muy peligroso.
Será por la juventud del medio, o por la presión de la componente económica, o por la asunción demasiado simplona de conceptos como libertad y democracia, o… por lo que sea, pero mientras la propia red no consiga limitar la componente lúdica a su marco estricto y necesario, ésta será un lastre importantísimo para su auténtico desarrollo. Y lo que es más grave: correremos todos, individual y colectivamente, el peligro creciente de ser devorados por ella.