sábado, junio 19, 2010

El perifollo

"Autor: Diego Fullaondo; punlicado en soitu.es en junio de 2009"

En Madrid estamos de inauguración: la nueva estación Metro y Cercanías de nuestra televisiva Puerta del Sol. En principio, inaugurar siempre parece una buena noticia. Por lo pronto, terminan las incomodidades que siempre lleva aparejadas una obra. Y ésta ha durado ya casi seis años. Pero es que, en este caso, lo que abre sus puertas es una infraestructura que facilitará la vida a mucha gente. Es más, la nueva instalación se ha planificado sobre la base de impulsar de los incuestionados valores que hemos convenido en denominar, políticamente correctos: transporte público, peatonalización y cualificación del espacio público. Vamos, que lo tenía todo para triunfar.
Pero, mira tú por donde, algún iluminado consideró que todas estas bondades evidentes de la operación no eran suficientes. Y ahí comienza el desastre. Pensó que la gigantesca y compleja caverna que ha sido necesario realizar bajo la plaza no podía quedar simplemente sepultada y oculta en el subsuelo. Merecía aflorar a la superficie con un elemento reconocible, que gritara a los ciudadanos la magnitud del esfuerzo y la inversión realizada. Entonces, como no, llama a los arquitectos, que ya se sabe, estas cosas las hacen muy bien.
Una rápida miradita alrededor para buscar referencias, y encuentran el excelente Metro de Foster en Bilbao. ¡Eureka!, ya tenemos resuelto el otro problema de esta operación de maquillaje y propaganda que nos hemos propuesto: la forma física del reclamo que vamos a colocar ante la ciudadanía. Una entrada a la estación así como modernita y cristalina (por lo del contraste con la ciudad histórica, y que no nos llamen carcas), blandita (que ahora se lleva mucho) y como emergiendo del suelo (por lo de la topología o topografía o como se llame).
Gracias a Dios, la infraestructura quedará, y estoy seguro que se beneficiarán de ella muchos de esos ciudadanos que algunos se empeñan en seguir tratando como imbéciles. Pero, o mucho me equivoco, o la tosca ballena poliédrica que nos presenta todo su lomo en el puto medio de la plaza, dudo mucho que sea muy apreciada por los desconcertados viandantes. No porque sea fea, que ni lo sé ni me importa. Sino porque todo a partir de la decisión de colocar un elemento de este tipo, está rematadamente equivocado:
- El propósito de la arquitectura no es decorar y embellecer una obra de ingeniería, que, por otra parte, estoy convencido que es magnífica. No somos el doloroso peaje que hay que pagar, para calmar conciencias.
- Peatonalizar una plaza no es solo quitar el tráfico. Conviene tener un proyecto que, al menos, prevea, sitúe y diseñe aquellas instalaciones necesarias, de manera que nos se conviertan para el peatón en un obstáculo aún más insalvable que el maldito coche.
- El metro de Foster de Bilbao es excelente. Sus bocas-gusano cristalinas, son el cuidado remate de toda una estructura interna compuesta de tubos de comunicación que serpentean por el subsuelo hasta encontrar el lugar idóneo en el que conectarse con el viejo mundo exterior.
- Ese planteamiento no tiene nada que ver con ponerle una caperuza llamativa a una parte de un gran vestíbulo intercambiador. Aunque la apariencia formal de ambas soluciones exteriores pueda esbozar algún similitud superficial, lo que en un caso es una consecuencia lógica, en el otro es una superposición caprichosa. Que además, como suele pasar en estos casos, manifiesta todas sus incoherencias funcionales.
- Se dice matizadamente que “la estructura de la cubierta” la ha hecho un arquitecto, Antonio Fernández Alba. Dos cuestiones que me hacen sospechar ante un dato tan escondido hasta la fecha y ante una afirmación tan medida: Uno; se llama al final a un arquitecto, y además uno de prestigio; no porque se le considere necesario sino a modo de escudo frente a posibles críticas de la impredecible opinión ciudadana. Y dos; cada arquitecto va construyendo lentamente a lo largo de su trayectoria su propio lenguaje, aquel en el que se mueve cómodo y le sirve para expresar y solucionar aquellos problemas con los que se enfrenta; esta metálica y triangulada cúpula de Sol, nada tiene que ver con el tradicional vocabulario de Alba; y estas repentinas incursiones en el diccionario ajeno suelen acabar en torpes e infantiles traducciones que construyen, como mucho, frases sin sentido. Yo, la verdad, no me creo mucho lo de la autoría real.
Hace muchos años, nada más terminar la carrera, tuve la suerte, quizás demasiado prematura, de enfrentarme al encargo de un duro proyecto de vivienda colectiva privado. Con las dudas y inseguridades propias de ese período, elaboramos una propuesta tímida y algo ingenua, en la que pretendíamos el matrimonio imposible entre nuestras vigorosas convicciones escolares y las dificultades que vislumbrábamos en la vida profesional. Se la presenté con ilusión al promotor, un sólido ingeniero de caminos “de los de toda la vida”. Después de un estudiado y amenazante silencio valorativo, me dijo: “¿Y dónde está el perifollo del arquitecto? Esto más simple, chico. Te cambio todas esa cosas raras que me cuentas, por un perifollo de verdad, que salga en los papeles y con el que disfrutes a gusto.” Me había noqueado con el primer golpe. Atravesé el resto del combate completamente grogui, perdiendo a los puntos asalto tras asalto, haciendo un proyecto cada vez más insulso mientras la dichosa pregunta retumbaba en mi cabeza.
Tardé algún tiempo, pero ahora ya sé que la arquitectura no es una cuestión de perifollos. Y lo que es más importante: la gente también lo sabe. Lo expresa cada uno a su manera, pero no les gusta que les quieran engañar y les tomen por imbéciles. No les gusta que les consideren incapaces de comprender el enorme beneficio que supondrá la nueva estación en si misma, sin necesidad de tener que recurrir a un torpe y excesivo tocado.

lunes, junio 14, 2010

VUELVE DON RICARDO


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en junio de 2009"

Barcelona acaba de inaugurar la nueva terminal de su aeropuerto, la T1, diseñada por Ricardo Bofill, y que ha supuesto una inversión de 3.000 millones de euros, cantidad que parece menor que la empleada en la terminación de la T4 madrileña, como se ha apresurado a manifestar el arquitecto catalán. En una entrevista reciente concedida a un diario nacional, Ricardo Bofill define su nueva terminal como “… un low-tech de estilo mediterráneo”, es decir, una aplicación de la tecnología de forma más imaginativa para poder manejar precios más bajos, “unos 1.000 euros por metro cuadrado”, argumenta el arquitecto. El edificio, continua Bofill, “…es una forma curva de un solo techo que engloba toda la terminal, un gran techo en forma de concha, o de pájaro, o de avión, incluso de espada, dependiendo desde dónde y cómo uno lo interprete. Es un gran espacio lleno de luz junto al Mar Mediterráneo, un lugar majestuoso para posicionar el intermodal que ejercerá de puerta de entrada a Cataluña”. La entrevista termina con unas cuantas frases significativas: “…tenemos que volver a la arquitectura económica, la tradición vernacular que nos arraiga al lugar”; “…ya tenemos nuestra colección de iconos, ahora hay que hacer ciudad, completar esta gran obra de arte”; “…Ojalá pudiéramos crear un nuevo modelo sostenible basado en principios ecológicos y de sostenibilidad; principios más femeninos que masculinos, ya me entiende…”
Desde luego este arquitecto es un vendedor de categoría; no ha existido ni existirá jamás un profesional de la arquitectura con esa capacidad tan desarrollada de “vender la burra”. Es realmente fantástico. Resulta que el señor Bofill se acaba de inventar un estilo nuevo, “el low-tech mediterráneo”, justamente para su nueva terminal, un estilo que le viene estupendamente, un estilo de 1000 euros por metro cuadrado (precio a mi entender imposible para un aeropuerto, lo diga quien lo diga) y que tiene forma de espada desde el aire. ¿Podemos entender quizás simbológicamente esta nueva terminal como una puñalada trapera de Ricardo Bofill a los poderes fácticos de su tierra natal, que parece le tienen marginado no encargándole todos los proyectos que debieran? Parece, eso sí, un poco más moderno que el “hangar a dos aguas” maravilloso y con fachadas romanas de hormigón pre-fabricado que este artista de la venta arquitectónica nos colocó en Málaga hace ya unos años.
No he visto in situ los detalles de la obra de la nueva terminal, pero desde luego desde el aire no me parece lo más adecuado para una terminal de aeropuerto moderna, que suelen ser todas mucho más alargadas. Más bien parece un gran centro comercial al que se le adosa una pequeña terminal (según datos del propio arquitecto, posee más de 25.000 metros cuadrados de tiendas), en esa obsesión de conseguir una máxima rentabilidad comercial con casi todo. De hecho parece ser que a esta nueva instalación se trasladarán las compañías que integran las alianzas aéreas One World, Star Alliance y Sky Team, que ya el año pasado transportaron en Barcelona 24 millones de pasajeros, del total de 30 millones que pasaron por el Prat, y es por esto que algunos expertos han advertido ya que la T1 podría llegar pronto a la congestión, debido a la asignación de espacios decidida por AENA. Tanto es así que está proyectada ya una terminal satélite de la T1 situada en mitad de las pistas, con apertura prevista para el 2012, y que podría atender a 15 millones de pasajeros al año. La verdad, sabiendo esto, el proyecto no me parece demasiado sostenible.
Y en cuanto a la colección de iconos que ya tenemos y que no debemos continuar, me figuro que Bofill se referirá, entre otros, a su precioso Teatro Nacional de Cataluña, ese templo griego de cristal tan bonito que se erige en el centro de Barcelona. Y si no debemos continuar por ese camino… ¿qué le ocurrirá al futuro Hotel vela-W, maravilloso icono de cristal junto al mar que acaba de diseñar? A lo mejor ahora argumentará que de un icono, lo que se dice de un icono, realmente no se trata.
Y ya, querido Ricardo, tu comentario sobre la necesidad de nuevos principios sostenibles, más femeninos que masculinos, habrá que interpretarlo como una crítica al evidente priapismo de la torre Acbar de Nouvel, que desde luego es más masculino que tu hotel vela-W, de formas más suaves y femeninas, y del que nos dirás con toda seguridad que en el inconsciente colectivo barcelonés resonará siempre, como una vela que comparte democráticamente su forma con la suave brisa del mediterráneo. Una forma de vela, curva, seductora, amable, nada icónica y sostenible, vital aportación de tu sabiduría como arquitecto a ese precioso litoral barcelonés escenario de tu infancia.
Ricardo, eres un crack.