jueves, noviembre 19, 2009

Belleza fuera de la ley


"Autor: Ciro Márquez; publicado en soitu.es en marzo de 2008"

No cabe duda de que la norma es garante de calidad, sin embargo cuando se trata de belleza pautarla resulta complicado. A menudo los ayuntamientos se esfuerzan por sintetizar sus cascos históricos en un conjunto de normas capaces de clonar las tipologías existentes. Lejos de conseguir ese elemento neutro capaz de pasar desapercibido a la vez que resalta las virtudes de los edificios "auténticos", esas pautas dan lugar a verdaderos "Frankenstein", "engendro" u "horrendo huésped" como Shelley denomina a la criatura, que sí es capaz de albergar vida, pero no armonía.

A continuación muestro algunos casos, que a mi juicio han encontrado la armonía al margen de la ley. Casos que no son ejemplos a seguir, dado que la belleza es difícil de reproducir.


Corrubedo, A Coruña. El pueblo más bonito de España

Parece que solo hay dos formas de alcanzar esta categoría de pueblo más bonito: una, alcanzar la mayoría de edad (tres o cuatro siglos) sin desmejorar, la otra, que le califique como tal un oriundo del lugar. Descartando la segunda nos quedamos con "este montón de casas de pizarra aún no ha abandonado la Edad Media" o "este pueblo de hermosos y tranquilos rincones despliega su rotunda tesis de cal inmaculada". Podemos añadir otro siempre y cuando "el casco antiguo no muestre el menor zarpazo de la moderna arquitectura". Todos estos calificativos y los 30 pueblos que los inspiraron pueden encontrarse en el Magazine de El Mundo, julio de 2005.

El grupo de cualificados expertos dejó de lado al pueblo de Corrubedo, a pesar de su origen celta. En este pueblo "el zarpazo" debió llegar en torno al año 70 a juzgar por el diseño de los alicatados en sus fachadas, lo hizo de forma desenfrenada y total. En Corrubedo no hay casa que escape a la singularidad, es de una heterogeneidad tal que resulta totalmente unitario. Es además una unidad a prueba de nuevas incorporaciones, hasta el minimalismo denso de la casa de David Chipperfield se incorpora y se beneficia de la totalidad. Este paraíso feísta es fruto de la expresión de la identidad individual, la necesidad común de protección frente al clima extremo, una absoluta ausencia de normativa y probablemente, el stock de azulejos de la zona.


La forma de la favela

Si la estética, según la RAE, es la "ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte", podemos afirmar que ésta difícilmente se impone. Si hay una norma para la belleza se define como parte del proceso y solo se hace patente a posteriori. La favela lo ilustra bien, es un asentamiento no planificado donde la única ley que impera es la de los narcotraficantes, pero su morfología es clara. Las leyes que dan forma a la favela son pocas, su altura está limitada por la precariedad de los materiales de construcción, dando lugar a un manto continuo que reproduce fielmente la topografía. Este manto crece sin otra pauta que la de no bloquear el acceso a las "construcciones" existentes, respetando únicamente las escorrentías naturales a falta de saneamiento urbano.

Rompiendo esta morfología encuentro la Ciudad Amurallada de Kowloon en Hong Kong, demolida en 1993, que llegó a ser el punto más densamente poblado del planeta con 50,000 habitantes en 0.026 km2. Una auténtica favela vertical, limitada perimetralmente y absolutamente compactada.

La forma de la favela no es nueva, tiene que ver con la autoconstrucción y la alta ocupación, podemos encontrar semejanzas, por ejemplo, con la medina. Es un claro ejemplo de sinceridad y homogeneidad, ilustrando lo más feo de las desigualdades sociales. Es un ejemplo de gran belleza formal.


Residencial Francisco Hernando: 13.000 viviendas en Seseña, Toledo, en un terreno recalificado sin abastecimiento de agua

Un caso de constructor radicalizado, liberado de chinas en su zapato, en el que emerge con clarividencia la verdadera ley que da forma a la edificación, esta ley no es otra que el mercado y la viabilidad del negocio. Tal vez de forma casual, no buscada, la ley aquí se muestra de forma sincera, sin tener que salvar ningún tipo de obstáculo, y da lugar a un resultado entero, de sencillez sistemática y presencia rotunda. Las 13.000 viviendas en medio del desierto toledano recuerdan a una legión romana desplegándose para la batalla, formando un quincunx o damero de manípulos.

Según su promotor esta macro urbanización "ha cumplido la legalidad urbanística en todos sus trámites", no en vano es un hijo natural del Plan General de Ordenación Urbana de Madrid, genéticamente diseñado para el beneficio de las constructoras, y que ha sido la gran oportunidad perdida. Este descomunal ensanche de Madrid nos devuelve a lo peor de un siglo XIX abierto de piernas al automóvil en lugar de trazar una ciudad para el XXI. Hasta ahora, era un trabajo de siglos o decenas de años, hoy en día, la unidad sólo se alcanza en cuestión de meses.

martes, noviembre 17, 2009

Fábricas de cultura, lugares de producción cultural y espacios políticamente correctos


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en marzo de 2008"

Termina esta semana el plazo de inscripción para participar en el concurso para la adaptación de dos naves del Matadero de Madrid a su nuevo uso: acercar la vanguardia cultural al ciudadano. Cabe suponer que en pocas semanas disfrutemos de las propuestas presentadas y en algunos meses, de nuevos espacios en el Matadero.

Sorprende la aparición simultánea de este tipo de espacios en diversas ciudades de España. Parece que estamos en época de “acercamientos culturales”, luego vendrá la fresa y la seta, ó el deporte y la filosofía, pero hoy, toca cultura.

Hace tiempo que disponemos de bibliotecas, museos ó salas de conciertos subvencionados, estos conceptos resultan ya obsoletos. Es preciso conseguir que el observador, el aprendiz o el interesado se aproxime y participe del proceso creativo, de una forma inmediata, fresca y sin esfuerzo (sin malditas barreras culturales). O al menos así nos lo venden. Han aparecido centros culturales con este sello por muchas ciudades.

El pasado mes de febrero, Jesús Carrillo participó en una charla_conferencia_mesa redonda en el Centro Intermediae/Prado (vinculado al centro Matadero) donde defendió un borrador que previamente había puesto a disposición en le red. Proponía como ejemplos paradigmáticos de este tipo de espacios el Matadero de Madrid, la Laboral de Gijón y la Tabacalera de San Sebastián. No parecía partidario, y aparentaba estar sorprendido de que le invitasen a exponer sus argumentos. Resultó interesante atender a diversas voces de forma razonablemente organizada rebatiendo, alabando o auto-escuchándose según los casos. El acto fue presentado por Marcos García y aparentemente moderado/animado por Jordi Claramente. Se celebró a escasos veinte metros del Centro Cultural Caixa Forum, que en esas fechas era inaugurado. Toda una pomada cultural muy concentrada. Se hablaba del Procomún cultural, de la participación social, de lo contemporáneo, de la cultura visual (supongo que siendo visual excluye el pensamiento), de la colectivización del proceso creativo. Muy interesante.

Yo no asistí.
Todas estas cuestiones, están disponibles en la red, buscando poco, aparecen. Luego en el blog tecnocidanos de Antonio Lafuente, comprendí la necesidad de que las grabaciones de video de estos actos se realicen con tomas en movimiento sobre una disposición circular de los asistentes, que aparezca no solo el conversador sino también el oyente, pues puede también convertirse en orador.

De forma cuasi paralela, se celebraba ARCO, donde se exponía de forma abiertamente comercial (¿repugnante?) la obra de los artistas actuales incorporados al mercado. Aparte de todo lo ofrecido en televisión sobre las obras más extrañas, sorprendentes o escandalosas, en uno de los espacios de exposición observé un “artista” que estaba creando. Disponía de una pared blanca sobre la que con un carboncillo dibujaba las siluetas de los observadores que pasaban por allí y se paraban. Porque se paraban junto a la pared, y el tipo perfilaba su silueta tratando de no tocar al voluntario (con mayor o menor dificultad según el grosor del modelo). Finalmente, el curioso se retiraba y observaba su perfil (como los caricaturizados de la Plaza Mayor). El artista sonreía, ofrecía su carboncillo y (en el caso que vi) el modelo se dibujaba un pene, marcando bien el prepucio, y se ponía gafas y un cigarro, ante las risas y el aplauso general. No volví otro día para ver el resultado final de la obra y del artista.

Buscamos acercar el proceso creativo al ciudadano, hacerle partícipe de la producción y así impregnar al creador de los valores de la sociedad. Sabemos que la incorporación del bohemio individualista en una corporación de “artistas” de distintos campos, enriquece su obra y por tanto nos enriquece como sociedad. Son imprescindibles estos espacios de mestizaje de conocimiento. Si alguien entona un argumento contrario a esta vanguardia será anulado con descalificaciones personales, y frases hechas echadas sobre los manido de su discurso (será católico, facha, aznarista, proguerrerodeirak, y fumador).

El protagonista en este espacio, se sentirá arropado por el público, con el poder del agitador de masas y la autoridad que obtiene como representante de la voz del pueblo. Los actores de estos laboratorios de creación tendrán ese aire sucio, de melena quemada y acumulación de símbolos, de forma tal que no se pueda pensar que esos jipis son los de de Espe, ni del pp. En modo alguno son manipulables. Los espacios se caracterizarán por su escenografía precaria, de movimiento constante y brutal. Materiales salvajes, inacabados industriales que huyan de las comodidades burguesas. Domesticaremos a los ocupas, para poder ver qué hacen sin miedo a que te atraquen, crearemos el zoológico urbano seguro.

La calle no existe, la red no existe, el 2.0 no existe, el espacio que necesitamos es el de las asambleas sindicales de hace cien años. Porque el creador es imbécil, vive en su mundo y no se entera; y luego vete a saber por dónde sale.

Así que ale, a darle espacios a las fábricas de cultura.

lunes, noviembre 16, 2009

¿Hay que creer en los concursos?


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en marzo de 2008"

Antiguamente, la calidad de los arquitectos resultaba directamente proporcional a su capacidad de ganar concursos de arquitectura. Un arquitecto como Jose Antonio Corrales, por ejemplo, me comentaba con auténtico orgullo que él nunca había tenido un encargo de tipo privado salvo excepciones, y que casi toda su obra construida (indudablemente de gran calidad) había sido resultado siempre de victorias en concursos.
Evidentemente, las cosas han cambiado sustancialmente en una profesión ahora tan masificada, hasta el punto que parece difícil hoy en día no caer en el escepticismo sobre la transparencia y la limpieza de adjudicación de premios en los concursos de arquitectura, que es casi tan difícil como creer en que el prestigio profesional se consigue más por la capacidad y la valía demostradas en una trayectoria personal antes que por una posición política, social y estratégica determinada y en un momento concreto. La cuestión de “creer o no creer” parece que sigue siendo un debate a tener en cuenta, incluso fuera del ámbito de lo religioso.
Es curioso comprobar como entre los profesionales de la arquitectura se dan, como mínimo, dos posturas irreconciliables frente al sistema de obtención del trabajo mediante concurso: por un lado, los genuinos especialistas en el tema, los que se jactan de concursar constantemente y ganar premios a menudo, frente a aquellos que ven siempre en el concurso una especie de mecanismo intrínsecamente corrupto y tramposo, que no hace sino enmascarar un constante nepotismo y alimentar las más variadas formas de prevaricación.
Los primeros parece que en verdad han dado con la tecla y han desarrollado un sistema de producción de imágenes que “engancha” a los jurados, utilizando habitualmente estrategias visuales de lo más sofisticadas, para las que la llegada de la informática ha supuesto un aliado fundamental e inestimable. Los segundos suelen basar su falta de fe justamente en esa frivolidad mediática que anida firmemente en el carácter del concursante ganador, opuesta impunemente a la “verdad” de la realidad profesional y mercantil de la arquitectura, el día a día de la profesión, que se enfrenta al hecho arquitectónico sin mas armas que el dominio que se tenga del oficio y no teniendo que depender de las aleatorias decisiones de unos jurados a los que nunca se atribuirá una mínima honestidad. Entre estas dos posturas radicales existe otra, la del profesional que basa su creencia en el sistema del concurso dependiendo de los resultados personales obtenidos: si se gana, el concurso es estupendo y resulta la verdadera forma de llegar a construir la buena arquitectura. Si se pierde, el concurso “estaba dado” de antemano y hay que acudir a los tribunales, “resulta una vergüenza lo que está pasando”, “esto no puede continuar así” y demás dicterios al gobierno reaccionario, que diría el poeta. Esta postura, todo hay que decirlo, está más extendida de lo que parece en nuestra amada profesión, y se corre el riesgo de comenzar a ser su portavoz desde el mismo momento en que se tiene la fortuna de ganar algún concurso, cosa que lógicamente puede ocurrir alguna vez.
En cualquier caso los concursos de arquitectura han multiplicado sus formas y contenidos, existen para todos los gustos y dan cabida a una cantidad de profesionales de amplio y variado espectro. Hay concursos de ideas, de proyecto, de proyecto y obra, restringidos, abiertos, multidiscilplinares, por equipos, con empresa, etc., etc. con una manera de acometer cada uno de ellos completamente distinta.
Parece que el sistema de adjudicación evoluciona hacia el concurso restringido. Una rápida reflexión sobre el mismo no debería girar tanto en torno a los posibles resultados que pudiera generar como en lo que se refiere al procedimiento de selección previo, y al mecanismo proyectual y creativo que tenderá a producirse como consecuencia de esta restricción. Lo que se pretende en principio con este tipo de competiciones entre arquitectos de prestigio está muy claro: la Administración no está dispuesta a arriesgar ni a realizar pruebas y ensayos con los fondos públicos, y lo evita basándose en una acreditada calidad previa de los concursantes, a través de una auténtica y rigurosa criba, confiando así en asegurar un resultado arquitectónico política y económicamente correcto, que será llevado a buen fin por el incuestionable hecho de la solvencia profesional de la firma. El problema que genera este sistema parece inmediato y posee un triple filo. Por un lado el que se quede fuera pasará automáticamente a llevar el estigma de ”no seleccionado”, para su mayor vergüenza y escarnio, y sufrirá la inapelable mirada crítica de la profesión, ante la que el eliminado en cuestión indefectiblemente comenzará a perder crédito, y tenderá a juzgar su eliminación, a veces con toda la razón, como una perversión y “politización” del sistema. Por otro lado generará una postura de una cierta “laxitud” y exceso de confianza a la hora de acometer el concurso por parte del experto “seleccionado”, que con toda seguridad no se tomará tanto interés en su resolución como lo haría en un concurso abierto teniendo que competir contra cientos de anónimos rivales. Finalmente la sensación de frustración profesional que se abatirá sobre el perdedor, una vez fallado el concurso, será inversamente proporcional al número de contendientes. Cuantos menos hayan concursado, más será sin duda la sensación de fracaso. El último concurso para el Auditorio de Málaga, restringido a ocho participantes, resulta un buen ejemplo de ello.
Parece claro que esta profesión masificada y con tanta repercusión social va a seguir estando destinada a generar posturas de creencia o de agnosticismo, con respecto a uno de los sistemas fundamentales, nos guste o no, de producción de arquitectura. La frustración, no nos engañemos, será siempre algo más complejo y no dependerá tan sólo de ganar o perder concursos.