miércoles, julio 14, 2010

… ni tan calvo


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en agosto de 2009"

El caso del fallo del concurso del Parque Urbano de Valdebebas de Madrid es, probablemente, justo la situación contraria. Si en el Palmeral de Elche la solución de la noria me parece que excede con mucho aquello que el lugar es capaz de soportar, en Vadebebebas, la propuesta ganadora es de una timidez casi enfermiza; es tan sutil y delicada en sus resoluciones que corre un serio riesgo de quedarse en una operación invisible. En una enorme (nueva) oportunidad perdida.
Este concurso de Madrid lo ha ganado el equipo portugués dirigido por Joao Ferreira Nunes. Se pretendía la definición de un gran parque urbano de casi 80 hectáreas de extensión, para uno de los nuevos barrios con más tirón del futuro Madrid: la zona de Valdebebas. Para los que no lo conozcan, en esa zona del noreste de Madrid, está la nueva Ciudad Deportiva del Madrid y la nueva Ciudad de la Justicia; es colindante con nuestra nueva T-4 y con una gigantesca zona verde que se ha denominado Parque Forestal, que se constituirá en la gran reserva vegetal del norte de Madrid junto con la Casa de Campo. Este nuevo gran parque urbano solicitado en el concurso se convertirá en la transición entre el citado espacio forestal y las miles de viviendas que completarán el barrio junto con las singulares dotaciones mencionadas.
El concurso desde su propio título, parque urbano, recordaba al famosísimo de la Villette de Paris del año 1982 que gano finalmente Bernard Tschumi con el influyente segundo premio conseguido por el OMA de Koolhaas. Lo digo, sobretodo, por lo de “urbano”. La proximidad del parque forestal y del excelente parque Juan Carlos I situado al otro lado de la M-40, impedían, en principio, que la respuesta para este entorno se limitara simplemente al tratamiento verde de todo el ámbito. Esa necesidad ya estaba cubierta. La pregunta era más bien como en París, ¿cómo debe ser un parque en una ciudad del futuro?; ¿qué actividades debe alojar o fomentar?; ¿es posible que sea soporte de la enorme complejidad que lleva asociada la ciudad, o por el contrario, un parque debe seguir siendo un remanso artificial de tranquilidad que se aleje de la vorágine urbana?
La propuesta ganadora se inclina decididamente hacia esta segunda posibilidad. Dicho de otra forma, lo de urbano para ellos tiene poca relevancia. Un parque, urbano o no, es un espacio natural, verde, en el que se minimiza la acción de la mano del hombre y que deberá servir como contrapunto necesario a la nociva aceleración de la ciudad, del asfalto y del hormigón. Como decía, creo que esta respuesta está equivocada. O al menos es insuficiente en los tiempos que corren. Un parque puede y debe ser muchas más cosas. Y más aun cuando los espacios libres y naturales en el entorno inmediato son ya de una dimensión más que satisfactoria.
Su propuesta establece tres zonas diferenciadas en las 80 hectáreas de actuación.
- Una delgada línea de contacto entre la ciudad planificada y el parque donde una serie de muros y pequeñas construcciones delimitan un borde muy permeable, pero continuo, constante e idéntico en todo su desarrollo. De esta forma se permite al usuario tomar conciencia inmediata de que está saliendo de la malvada ciudad y entrando en el bondadoso espacio natural. Este entorno manipulado por la mano del hombre tiene su única respuesta en el interior del recinto en un paseo que discurre con idéntica configuración por la cresta topográfica de la superficie del parque. Por lo de las vistas, supongo.
- Un tramo central donde se supone que la densidad de usuarios por metro cuadrado irá decreciendo a medida que nos alejamos de las edificaciones, en la que se propone una introducción de cultivos agrícolas de tipo extensivo. Esta idea me parece lo más interesante de la propuesta, pero la verdad es que no queda muy clara su implantación real (en las imágenes que nos ilustran aparece un tractor bastante cochambroso que supongo que no será el medio principal previsto para el mantenimiento de los campos)
- Y por último, una gran zona de bosque que establece una continuidad literal con el parque forestal con el que se fusiona.
Con unas pequeñas construcciones dispuestas en cuadrícula (aquí sí se recurre al modelo de la Villette parisina) en las que se colocan restaurantes, zonas de estancia y reunión, y demás usos tópicos de un parque, la propuesta ya está lista. La verdad es que muy poquita cosa. Salvo por el apartado de lo agrícola (que no se hace protagonista en ningún momento), la solución parece más un típico proceso de toma de datos de un entorno para empezar a trabajar, que una propuesta definida: problema de borde; problema topográfico; problema de densidad decreciente desde la masa edificatoria.
Todo ello presentado, eso sí, con unas singulares imágenes en su concepción y tratamiento, que reproducen el entorno del campo de, como poco, el principio del siglo pasado. Una soledad, una paz, unos ambientes y unas luces que, a mí al menos, me hacen pensar en el Angelus de Millet. Pero sin aplicarle método paranoico-crítico de Dalí, claro.
Desde mi punto de vista, el acento fundamental del desarrollo de esta área debía haber estado en lo urbano mucho más que en lo natural. Dada la enorme extensión del parque, creo que hubiera sido un acierto introducir enérgicamente a los usuarios prioritariamente hasta la zona central del área, para que desde allí se expandieran hacia el parque forestal y hacia el resto del ámbito. La estrecha banda que limita con las viviendas es una zona que, por simple proximidad física, va a ser colonizada de manera natural e irremediable. La dificultad estriba en conseguir llevar a la gente a las zonas interiores para rentabilizar la totalidad de las 80 hectáreas disponibles.
Es probable que la solución ganadora sea finalmente amable y atractiva. Es posible incluso que hasta sea un éxito para algunos paseantes solitarios. Pero creo que una operación de esta envergadura se merecía una apuesta mucho más decidida. Mucho más alejada de un paisajismo nostálgico, vagamente cobarde y culpable. Una apuesta valiente que hace falta que explore las posibilidades máximas del espacio de un parque para la ciudad del futuro.

lunes, julio 12, 2010

Ni tanto …


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en agosto de 2009"

Está rarete el mundillo de los concursos de arquitectura. Con esto de la crisis, al amplio grupillo de concurseros habituales, se ha unido una enorme masa de arquitectos que nunca habían tenido la necesidad, ni económica ni espiritual, de dedicarse a esta, casi siempre ingrata, actividad. Las consecuencias más evidentes de esta situación son la multiplicación exponencial del número de propuestas presentadas a cada convocatoria y la “profesionalización” de muchas de las soluciones, que se alejan del territorio tradicionalmente innovador que tenían reservado los concursos. Además de, por supuesto, una dificultad añadida para el difícil trabajo de los jurados, que si ya lo tenían complicado antes decidiendo entre 30 o 40 proyectos, tienen ahora que lidiar con cientos de paneles redactados desde posiciones absolutamente dispares. Vamos, un lío muy grande.
Se han fallado recientemente dos grandes concursos en España: El Mirador del Palmeral de Elche, y el Parque Urbano de Valdebebas. Ninguno de los dos constituye un ejemplo arquetípico de lo comentado en el párrafo anterior, pero su importancia y, desde mi punto de vista, lo peculiar de los resultados, invitan a una pequeña reflexión.
El Mirador del Palmeral lo ha ganado STAR, dirigido por Beatriz Ramo, con una propuesta que consiste, fundamentalmente, en la instalación de una enorme noria. El concurso se realizó en dos fases. Un modelo de concurso que se ha puesto muy de moda últimamente en el que, después de un primer proceso de selección abierto a cualquier candidato, se hace competir a los ganadores con un reducido grupo de arquitectos de renombre internacional elegidos a dedo por los organizadores de la convocatoria. En este caso, la cosa se complicó más de lo habitual, debido, parece ser, a muchas dudas por parte del jurado en la segunda fase: Se retrasó la emisión del fallo definitivo; se realizaron presentaciones públicas de las propuestas; e incluso se acometieron infinidad de votaciones populares, reales y virtuales en distintos foros.
Al final ganó la noria. La propuesta viene de la fase 1, de la fase “open”, lo cual suele ser reconfortante. Siempre gusta que David venza a Goliat. Además parece que fue la ganadora en las votaciones populares, con lo que se tranquilizan las conciencias indecisas. Pero, una respuesta tan brutalmente obvia ¿es realmente la mejor manera de construir un icono reconocible para el magnífico palmeral, tal y como pedían las bases del concurso?
La referencia en esto de las norias-miradores-urbanos es desde hace años el famosísimo London Eye de la capital británica. Es indudable su éxito, por supuesto económico y probablemente arquitectónico, ya que la increíble potencia de Londres ha engullido con sorprendente naturalidad la gigantesca circunferencia de la ribera del Támesis, enriqueciendo aun más el poderoso collage que configura esta singular super-capital.
El London Eye tiene sentido porque se convierte prácticamente en el único punto de la ciudad desde donde es posible contemplar la complejidad del conjunto de la metrópoli, que en el paseo ortodoxo a cota de calle, se esconde y nos muestra solo visiones parciales de su todo; percepciones enormemente variadas y ricas, pero indiscutiblemente fragmentarias. El London Eye se convierte por lo tanto, en un punto necesario y singular en el que podemos elevarnos para entender la extraña fascinación que sentimos al recorrer la diversidad y multiplicidad que la capital nos ha ido enseñando solo en visiones sucesivas y nunca simultáneas. Solo desde allí podemos ver el cuadro completo; a la vez que, dada la fuerza del conjunto, seguimos formando parte de la escena.
Pero, no creo que con esto ofenda a los ilicitanos, Elche no es, ni mucho menos, Londres. El palmeral es en sí mimo el valor más singular de la pequeña y especializada ciudad. No es necesario un gesto tan enorme para contemplar un collage que no existe. En este caso se consigue más bien el efecto contrario al buscado: la noria compite con el palmeral. Y mucho me temo que ganará.
Los indudables valores que el singular entramado verde tenía: su paseo silencioso, su escala desproporcionada con la cuidad que lo rodea, quedarán minimizados con la aparición de la gigantesca rueda de feriante. Ya nadie se acordará el sutil encanto de un incomprensible y único palmeral urbano, sino que se verá obligado a recordar una inmensa noria idéntica a la de cualquier feria de pueblo.
No me han interesado demasiado ninguna de las otras propuestas de la fase 2 del concurso. Era muy difícil. Quizás había algo equivocado en el propio planteamiento de las bases del concurso. Sin embargo, en la mayoría de las soluciones presentadas, los arquitectos, intentaban acertadamente completar el discutible contenido programático de mirador del palmeral con otros usos, con otras actividades, en la pretensión de acercar a más gente al parque; añadirle otras actividades además de la meramente contemplativa. Era una salida posible. Creo que esa estrategia es más acertada que simplemente centrarse en la función de mirador e icono tal y como ha hecho la noria (es curiosa la forma en la que STAR ataca en sus paneles una posible propuesta de edificio icónico para defender su noria con varios argumentos bastante extraños hasta llegar a un último que me parece bastante surrealista: al contrario que un edificio, la noria si no funciona, se desmonta y ya está. Pues toma. Es como decir: mi propuesta es la mejor porque si me equivoco la quito y listo).
Lo cierto es que puestos a simplemente mirar o contemplar el palmeral, el enrevesado y serpenteante paseo elevado que proponía SANAA, creo que, al menos, es una manera diferente y mucho más interesante de recorrer un bosque tan singular: a la cota del suelo, a la de los troncos de las palmeras, entre sus copas y finalmente sobre ellas. Dejando a un lado la extremada delgadez con que SANAA siempre dibuja sus propuestas (que generalmente encuentra respuesta precisa en una construcción que resulta increible para el resto de los mortales) y las pendientes más o menos acentuadas de sus rampas, esto sí era una nueva mirada al palmeral para ciudadanos y turistas. En este caso sí se pone en valor y se destaca lo que de singular ya tenía la ciudad, en lugar de aplastarlo con una estratégica y supuestamente metafórica rueda metálica. Pero claro: Como se puede desmontar, pues bien está.