lunes, mayo 24, 2010

El Mies van der Rohe, para la Ópera de Oslo de Snohetta

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es mayo de 2009"

Le han dado el premio Mies van der Rohe a la nueva Ópera de Oslo del equipo de arquitectos noruego Snohetta. Un premio joven (inició su andadura en el año 1988) y muy prestigioso, que se otorga, con carácter bianual, a la que se considera la obra más relevante construida sobre suelo europeo en ese período. La Opera de Oslo, sucede en el palmarés al magnífico MUSAC de Tuñón y Mansilla en León.
[Nota al márgen: imperdonable e incomprensiblemente no había visitado el museo leonés hasta esta pasada Semana Santa. Más allá de pixelados de vidrieras góticas, que también están muy bien, el edificio me pareció excelente; tanto por el espacio expositivo interior, rotundo y claro al mismo tiempo que cambiante, variado y, desde luego, muy apropiado para el tipo de instalación contemporánea de grandes dimensiones que pretende exponer la institución; como, sobretodo, por su implantación en la ciudad, generando, en una manzana aburridísima, una atractiva plaza de estancia y acceso al edificio, que nos envuelve y nos hace olvidar el festivalero entorno urbano y edificatorio que nos rodea. Por si queda algún despistado peor que yo que todavía no haya ido, una visita muy recomendable.]
Hace unos días, en el transcurso de una clase, afirmé con excesiva rotundidad, que seguro ganaría la ópera noruega. Me arrepentí al instante, porque con esto de los premios ya se sabe que las quinielas son muy peligrosas. Me iba a ser muy complicado recomponer la figura ante todo el auditorio si el resultado no se ajustaba a mi predicción. Por suerte, insisto, simplemente por suerte, parece que no será necesario.
Aventuré mi juicio con tanta claridad, no porque el resto de los edificios finalistas me parezcan muy malos, que no lo son en absoluto. Sino porque la Opera de Snohetta resuelve con gran brillantez uno de los problemas más importantes a los que se enfrentan los arquitectos hoy en día en la construcción de grandes edificios singulares: el espacio público, el espacio de la ciudad que estas enormes masas edificatorias se colocan. Una inversión volumétrica y económica de este calibre no basta con que garantice un funcionamiento perfecto para los usuarios del monstruo. No es suficiente tampoco con una imagen singular y reconocible que pueda servir de icono publicitario a la ciudad. Es necesario, si me apuran hasta más necesario, que estas grandes construcciones sirvan al ciudadano de a pie, al que pasaba por ahí.
El planteamiento del proyecto de Snohetta no está hecho para los miles de, privilegiados, espectadores que tendrán ocasión de disfrutar de los acontecimientos musicales programados. Está concebido para los millones de paseos y estancias que harán los habitantes de Oslo por la plaza que han generado frente al fiordo. Para los miles de juegos que los niños noruegos inventarán sobre los blancos planos inclinados que constituyen la cubierta del edificio. La ingente cantidad de metros cuadrados y cúbicos que ha sido necesario construir, en lugar de elevarse orgullosos, se aplastan y esconden para devolverle el sitio robado a la ciudad. Pero ahora con un nuevo espacio público urbano de calidad al servicio de todos, usuarios o no del edificio. Es esta, desde luego, una manera muy inteligente, de rentabilizar una gran inversión.
Durante los años 60 Claude Parent Y Paul Virilio formularon su conocida Función Oblicua para la arquitectura. Ya entonces, establecían al plano inclinado como el futuro protagonista del nuevo tercer orden urbano que estaba por venir. Frente al orden urbano horizontal, característico de las viejas sociedades agrícolas, y al orden urbano vertical, impuesto a raíz de la revolución industrial y que encontraba su máxima expresión en el rascacielos, anunciaban un nuevo cambio de paisaje para las ciudades y la arquitectura que estaría presidido por el plano inclinado.
Lo cierto es que sus teorías entonces fueron recibidas con cierto recelo, y sus realizaciones no fueron ni muy numerosas ni muy significativas. Pero ya desde hace muchos años, podríamos decir que desde la última década del siglo pasado, los avances más importantes propuestos por los arquitectos de todo el mundo, rondan con frecuencia esta manipulación del plano del suelo. Inclinándolo con distintas pendientes, abandonando la estricta horizontalidad y multiplicando sus posibilidades y usos. Esta tendecia es mucho más acusada en los grandes edificios que tienen, además de su misión específica, la de construir la ciudad. La terminal de Yokohama de Zaera o esta Opera de Oslo pueden ser dos ejemplo paradigmáticos de este nuevo orden oblicuo anunciado en los sesenta.
Parent y Virilio invadían con su propuesta espacial también al interior de los edificios. Por lo poco que conozco, parece que Snohetta en el interior de su ópera, ha recurrido a planteamientos más tradicionales. Resolver la enorme complejidad que ya de por sí reúne una instalación de este tipo parece que les ha sido suficiente. No me extraña. El omnipresente y cuidadísimo trabajo de la madera tradicional en Noruega preside decorativamente las soluciones interiores, que, sin embargo, espacialmente parecen haber perdido mucha de la tensión exterior.
Pero para valorar esto último habrá que ir a verlo. Llevo todo este año intentando convencer a mi mujer para hacer un viaje relámpago pero, hasta ahora, el fracaso es total. Como no es del gremio, entre el frío, el precio y la inexistencia (según ella) de vuelos directo, las excusas se le amontonaban. Creo que simplemente pensaba que yo era idiota. Puede que ahora con el premio, me dé una agradable sorpresa. Ojalá.