martes, abril 22, 2008

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO ( Y II )


El conocimiento tiene la virtud y la servidumbre de basarse en una forma de pensamiento “a la contra”, es decir, supone una duda constante contra la eficacia informativa. El “informado” desprecia el conocimiento por lo que tiene de incertidumbre, de riesgo, de aventura personal, pero sobre todo por lo que tiene de individual, de intransferible, de inseguridad, de imprevisibilidad. El informado maneja respuestas; el que conoce no hace sino plantear interrogantes.
Con el paso del tiempo sin embargo el informado va perdiendo vigencia, lo contrario que le ocurre a la persona de conocimiento. Al envejecer las células cerebrales no son capaces de gestionar la información tan correctamente como en la juventud, produciendose retardamientos y errores en el manejo de esa información, que son detectados ràpidamente por los agentes de control social, que van “jubilando” paulatinamente a todo aquel que va perdiendo estas condiciones básicas de intercambio. Para que el sistema se desarrolle correctamente se deberá asegurar pues en todo momento su buen funcionamiento, la eficacia contrastada de una rápida gestión de la información y su divulgación inmediata. Muchos “jubilados” han sido conscientes de su utilización como entes meramente informativos durante toda una vida y han descubierto el placer de “conocer” a una edad muy tardía, pero todavía con tiempo suficiente como para disfrutar de sus propios niveles obsesivos “profundos” con intensidad, asistiendo a un fértil y póstumo proceso de “desinformación” en su vejez. (En términos de “Blade – Runner”, serían “replicantes” que consiguieron recuperar su historia).
El problema contrario estriba en un exceso de información sin vuelta atrás, que derivará con toda seguridad en una especie de locura, no exenta en muchos casos de una brutal agresividad. Cuanto mayor es el nivel de información que se posee, mayor el pánico a la desinformación, y el tiempo se va dedicando progresivamente a la estéril pero socialmente alabada ocupación de un continuo almacenamiento. La información va llenando la memoria superficial y se convierte así en una actividad exclusivista, tan sólo reconfortante en el momento en que se es capaz de dar la respuesta adecuada en el momento adecuado (con “la Red” como vehículo e instrumento más idóneo para esta actividad). Cualquier situación de incertidumbre se ve así como una debilidad de tal calibre que la personalidad se vuelve del todo vulnerable y llena de inestabilidad, casi como la de un niño malcriado al que se le niega algún capricho y responde con una pataleta. El no “poder dar respuesta” a lo que se esperaba socialmente de nosotros se convierte así en un sufrimiento patológico que podría desembocar en el suicidio, o en el peor de los casos, en la máxima agresividad hacia el prójimo mejor “informado”, al que hacemos culpable de nuestro personal fracaso. Muchas de las rebeliones contra padres o profesores de los jóvenes hiper-informados actuales tienen su explicación en este hecho.
También existen los que no pierden desde su infancia ni un minuto y luchan por desinformarse constantemente, pues saben de antemano de su esterilidad y sus peligros. Su gran intuición les ha hecho ubicarse desde el principio en el terreno del “conocimiento”, renunciando al prestigio social en aras de una vida más auténtica, más intensa. Toda su existencia podría denominarse como un proceso de “auto-disciplinar limpieza desinformativa”, que les ha permitido desarrollar al máximo sus cualidades más íntimas. Son aquellos a los que la sociedad, estupefacta, llama “genios”.

lunes, abril 21, 2008

INFORMACIÓN Y CONOCIMIENTO ( I )

A veces confundimos conocimiento con información, siendo conceptos que no tienen nada que ver, y presentándose muchas veces incluso como antagónicos. Conviene establecer una serie de diferencias sustanciales entre estas dos palabras, pues si bien es cierto que vivimos inmersos en una cultura y sociedad de la “información”, nada más lejos de la realidad pensar, por análogía, que lo estamos en la del “conocimiento”.
Para empezar, existe una diferencia sustancial en cuanto a la esencia de cada uno de estos conceptos. La “información” se produce en la capa más superficial de nuestra forma de entendimiento, no requiriendo un esfuerzo especial de elaboración por nuestra parte para asentarse cómodamente en un compartimento del cerebro fácilmente accesible por la memoria destinada al uso cotidiano, una especie de memoria “ram” que se encarga de gestionar constantemente nuestro volumen de información. Dependerá del tamaño de esa memoria que nuestra capacidad para almacenar y recordar datos resulte más o menos especial. El que posea esta memoria muy desarrollada podrá manejar ingentes cantidades de información a una determinada velocidad. Pongamos un ejemplo. Ante la palabra “Beethoven”, el “informado” reaccionará instantáneamente citando de memoria una serie de obras del músico con total solvencia, recordará infinitud de datos sobre su figura, y si además es melómano recordará melodías que canturreará sin ningún problema, dando a entender que el músico alemán no tiene misterios para él. Sus comentarios resultarán, pues, asépticos, casi robóticos, exentos de pasión alguna que implique debilidad o puesta en juego de facetas íntimas de su persona, que nadie tiene por qué conocer gratuitamente. El “informado” no hace juicios de valor cuando se expresa, pues no es misión de la información valorar, sino almacenarse para ser utilizada socialmente cuando sea necesario, sin un nivel concreto de jerarquía. El “informado” reaccionará de igual manera pues ante el término “Beethoven” como ante el término “gobierno” o “economía”. Todos ellos formarán parte del mismo almacén, y la memoria seleccionará los datos almacenados y recurrirá a ellos cuando se la requiera, como una mera necesidad de integración. Según esto “la desinformación” supondría una forma de marginación instantánea con respecto a la sociedad en la que se participa, un peligro de aislamiento que se haría insoportable. El “informado” pues, sufre ante la posibilidad de que existan temas o conceptos de los cuales no “tenga noticia”, pues automáticamente lo colocarían en una situación de desventaja social. Información, pues, en primera instancia, como necesidad de supervivencia social, auto – reconocimiento como individuo, medición primaria y básica del nivel fundamental de auto – estima.
La cultura actual de la información alimenta sin cesar esta necesidad manteniendo la cohesión social de sus participantes, lanzando diariamente millones de mensajes que contribuyen al intercambio de ideas, pensamientos y conceptos que se mueven todos en este mismo nivel superficial. Esta universal base de datos compartida pretende, en principio, asegurar una determinada convivencia propiciando el correspondiente nivel de intercambio y consumo cotidiano de estos datos. El progreso iría pues relacionado, también en un principio, con la cantidad de datos que circulan en una sociedad determinada y en un momento histórico concreto.
Ante este hecho, es evidente que el conocimiento lo tiene difícil, pues se sitúa en un nivel profundo de nuestros niveles de entendimiento, y entran en juego, para su puesta en escena, factores mucho más complicados.
El conocimiento maneja, básicamente, cuestiones de experiencia sensible. Trasciende entonces el nivel de la información para asentarse en los parajes profundos de nuestra psique, mezclándose en nuestro interior los datos adquiridos con vivencias y sensaciones que han sido re-elaboradas, pasadas por el filtro de la racionalidad y jerarquizadas según el carácter individual. El conocimento no necesita ser contrastado imperiosamente frente a un estímulo externo, no es función de punto, sino de línea, representa inconscientemente todo nuestro ser, supone la manifestación de lo universal en lo particular, y está en continua evolución. Ante la palabra “Beethoven”, el que “conoce” puede temblar, apasionarse, disfrutar o no con los comentarios, pero ante todo “sentirá” siempre la importancia del término, y no podrá permanecer impasible. El conocimiento no permite permanecer indiferente, aunque a veces se plasme en un silencio elocuente, un silencio que no busca recompensa, que no es fruto de ninguna estrategia. El conocimiento es un sistema de resonancias, de simpatías, que anida en cada uno de nosotros y se desarrolla en nuestro interior particularmente, en relación a la manera en que cada uno, día tras día, crecemos y nos configuramos espiritualmente. La información se almacena. El conocimiento nos esculpe, nos labra.
(Continuará).