ESTO YA NO ES “BOND, JAMES BOND”
"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"
La entrega nº22 de la serie de James Bond 007, “Quantum of Solace”, presenta algunos aspectos que nos permiten situarla en un lugar bastante lejano al estilo “pop” y al carácter de serie que caracterizaron siempre las aventuras de este agente al “Servicio de su Majestad”. No me refiero a su más que aceptable nivel de acción, a sus maravillosos títulos de crédito ni a la persecución inicial del que un potente Aston Martin es objeto por parte de unos elegantes Alfa Romeo en las sinuosas carreteras italianas; este principio sí nos introduce repentinamente en lo que parece va a convertirse en suculento episodio del “género Bond”. El problema aparece cuando se va desarrollando la película, y de la mano de su director, Marc Foster, el forzudo agente británico se va “cargando malos” a diestro y siniestro, en concepto de obsesiva venganza por la muerte de su amada en el episodio anterior, y el carácter “pop” desaparece por completo en aras del desarrollo de este drama personal lleno de crudo realismo. Esto ya no es Bond, James Bond.
Para empezar, este peculiar héroe de flema británica, con aire de “dandy en apuros” (como ya ha sido calificado por algún “fan” incondicional) se definió por un manejo extemporáneo del “gag” visual y hablado como estructura independiente, recurso irracional y de índole surrealista con respecto a la acción principal y que tiene por objetivo enfatizar más si cabe el carácter de personaje de “comic” de este agente secreto, el distanciamiento cínico y super-británico del que deberá siempre hacer gala para recordarnos irónicamente la grandeza y peligrosidad de sus acciones como espía, junto con el absurdo existencial que supone su trabajo. Esta estructura paralela tan significativa fue utilizada magistralmente por los anteriores Connery, Moore y Brosnan, y se echa de menos totalmente en la actuación de Craig. Esto ya no es demasiado Bond, James Bond.
Por otra parte el productor, Michael G.Wilson, justifica la ausencia de Moneypenny y de el experto en armamento “Q” (o su cualificado sustituto tras la jubilación) argumentando que habría que forzar demasiadas situaciones del guión para que éstos personajes apareciesen adecuadamente. Pues bien: algo del mito sobre-humano de Bond se nos escapa sin el abrazo obligado a la eternamente enamorada secretaria, y desde luego, la acción pierde mucho de su interés cuando nos consta de la inexistencia del “Gadget”, el reloj bomba que además da la hora, el bolígrafo lanza- dardos o el anillo vibrador rompe-cristales. Esto tampoco es propio de Bond, James Bond.
Tenemos además la cuestión de la arquitectura. Protagonista espectacular y utópica siempre del tramo final de los episodios, fueron siempre residencias monumentales y espacialmente experimentales, monumentos singulares y proporcionales en tamaño y suntuosidad a la maldad de sus exóticos dueños. El edificio se limita esta vez al hotel semi-enterrado de la Perla de las Dunas, en el desierto de Atacama, escenario demasiado realista y poco visible, que tampoco está a la altura de la serie.
Como tampoco lo están un “malo” con pinta de turista cuya fundamental maldad consiste en quererse quedar con el agua de una parte de Bolivia, o un dictadorzuelo bananero y sádico experto en violencia de género. Actitudes que parecen “travesuras” comparadas con las intenciones de exterminio planetario de cualquier empleado de “Spectra”. Esto tampoco es muy de Bond, James Bond.
Y desde luego, nuestro musculoso agente “con licencia para matar” no merecería tal atributo si no terminara en todos los episodios yaciendo junto a la guapa protagonista, en cualquier lugar recóndito y perdido del planeta, como justo premio al peligro corrido y siendo la envidia de todo el servicio secreto británico. Un verdadero canto a la hipocresía occidental y protestante que se ruborizará siempre ante la capacidad erótica de sus héroes. Aquí también nos desapareció nuestro Bond, James Bond.
En resumen, no se puede sustituir el pop por el drama sin alejarse irremediablemente del género “007”. Que tomen nota para la siguiente, o que le llamen a la cosa de otra manera, pero los géneros de culto, que históricamente consolidaron su prestigio cinematográfico, merecen un respeto.
La entrega nº22 de la serie de James Bond 007, “Quantum of Solace”, presenta algunos aspectos que nos permiten situarla en un lugar bastante lejano al estilo “pop” y al carácter de serie que caracterizaron siempre las aventuras de este agente al “Servicio de su Majestad”. No me refiero a su más que aceptable nivel de acción, a sus maravillosos títulos de crédito ni a la persecución inicial del que un potente Aston Martin es objeto por parte de unos elegantes Alfa Romeo en las sinuosas carreteras italianas; este principio sí nos introduce repentinamente en lo que parece va a convertirse en suculento episodio del “género Bond”. El problema aparece cuando se va desarrollando la película, y de la mano de su director, Marc Foster, el forzudo agente británico se va “cargando malos” a diestro y siniestro, en concepto de obsesiva venganza por la muerte de su amada en el episodio anterior, y el carácter “pop” desaparece por completo en aras del desarrollo de este drama personal lleno de crudo realismo. Esto ya no es Bond, James Bond.
Para empezar, este peculiar héroe de flema británica, con aire de “dandy en apuros” (como ya ha sido calificado por algún “fan” incondicional) se definió por un manejo extemporáneo del “gag” visual y hablado como estructura independiente, recurso irracional y de índole surrealista con respecto a la acción principal y que tiene por objetivo enfatizar más si cabe el carácter de personaje de “comic” de este agente secreto, el distanciamiento cínico y super-británico del que deberá siempre hacer gala para recordarnos irónicamente la grandeza y peligrosidad de sus acciones como espía, junto con el absurdo existencial que supone su trabajo. Esta estructura paralela tan significativa fue utilizada magistralmente por los anteriores Connery, Moore y Brosnan, y se echa de menos totalmente en la actuación de Craig. Esto ya no es demasiado Bond, James Bond.
Por otra parte el productor, Michael G.Wilson, justifica la ausencia de Moneypenny y de el experto en armamento “Q” (o su cualificado sustituto tras la jubilación) argumentando que habría que forzar demasiadas situaciones del guión para que éstos personajes apareciesen adecuadamente. Pues bien: algo del mito sobre-humano de Bond se nos escapa sin el abrazo obligado a la eternamente enamorada secretaria, y desde luego, la acción pierde mucho de su interés cuando nos consta de la inexistencia del “Gadget”, el reloj bomba que además da la hora, el bolígrafo lanza- dardos o el anillo vibrador rompe-cristales. Esto tampoco es propio de Bond, James Bond.
Tenemos además la cuestión de la arquitectura. Protagonista espectacular y utópica siempre del tramo final de los episodios, fueron siempre residencias monumentales y espacialmente experimentales, monumentos singulares y proporcionales en tamaño y suntuosidad a la maldad de sus exóticos dueños. El edificio se limita esta vez al hotel semi-enterrado de la Perla de las Dunas, en el desierto de Atacama, escenario demasiado realista y poco visible, que tampoco está a la altura de la serie.
Como tampoco lo están un “malo” con pinta de turista cuya fundamental maldad consiste en quererse quedar con el agua de una parte de Bolivia, o un dictadorzuelo bananero y sádico experto en violencia de género. Actitudes que parecen “travesuras” comparadas con las intenciones de exterminio planetario de cualquier empleado de “Spectra”. Esto tampoco es muy de Bond, James Bond.
Y desde luego, nuestro musculoso agente “con licencia para matar” no merecería tal atributo si no terminara en todos los episodios yaciendo junto a la guapa protagonista, en cualquier lugar recóndito y perdido del planeta, como justo premio al peligro corrido y siendo la envidia de todo el servicio secreto británico. Un verdadero canto a la hipocresía occidental y protestante que se ruborizará siempre ante la capacidad erótica de sus héroes. Aquí también nos desapareció nuestro Bond, James Bond.
En resumen, no se puede sustituir el pop por el drama sin alejarse irremediablemente del género “007”. Que tomen nota para la siguiente, o que le llamen a la cosa de otra manera, pero los géneros de culto, que históricamente consolidaron su prestigio cinematográfico, merecen un respeto.
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