jueves, noviembre 26, 2009

LA NADA SOSTENIBLE


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en abril de 2008"

En una galería de arte contemporáneo de reconocido prestigio, un buen aficionado a la pintura contemplaba atónito el cuadro de un famoso pintor, fiel ejemplo de las últimas tendencias y de enorme fama internacional. El cuadro en cuestión se titulaba “Grupo de vacas pastando en el césped”, y no contenía absolutamente nada, ni un trazo, ni un color, ni una mínima imprimación. Era un lienzo absolutamente virgen. Sin salir de su asombro, el aficionado acudió al encargado de la galería, al que preguntó intrigado:
.- ¿Ha dado alguna explicación el autor sobre el título de este cuadro?
.- No, ninguna, pero ¿qué ocurre?... es muy sencillo de entender - contestó el encargado.
.- ¡Pero si no contiene nada¡ ¿Dónde está el césped?
.- Está claro, se lo han comido las vacas.
.- ¡Pero si tampoco hay vacas!
.- Pero hombre de Dios, ¿y qué van a hacer las vacas donde no hay nada que pastar? Cuando el césped se agotó las vacas se fueron, por eso no hay nada en el cuadro. ¿No le parece genial?
El estupefacto aficionado, ante este último razonamiento, y totalmente desarmado a pesar de su vasta cultura y su gusto refinado, se marchó silencioso, pensando que algo andaba mal en el mundo del arte contemporáneo.

Pues bien, este mal chiste resulta sin embargo dramáticamente esclarecedor para dar cuenta de algunas situaciones que se han instaurado en la compleja y variopinta cultura arquitectónica actual. Sin ir más lejos hace ya unos días, en una de las jornadas de la Semana Cultural de la Escuela de Arquitectura de Málaga, asistimos pasmados a la conferencia de un afamado arquitecto francés, finalista nada menos que del Premio Mies van der Rohe, que nos explicaba meticulosamente algunos de sus últimos edificios, cuyo contenido espacial y arquitectónico era precisamente éste: la nada más absoluta.
Parece increíble, pero les aseguro que es radicalmente cierto, que alguien pueda estar hablando de conceptos sofisticados y complejos sobre el espacio, la función, la tecnología, la economía y todo lo que ustedes quieran, manteniendo en pantalla durante veinte largos minutos una retícula de puntos negros, sin más. Una retícula espantosa (ni siquiera estaba finamente dibujada) que se supone correspondía a una compleja estructura de pilares que se repetía a lo largo de cuatro plantas casi idénticas, y que constituía la base filosófica y original, el “alma mater” arquitectónica de un proyecto de lo que posteriormente sería el edificio destinado a la Escuela de Arquitectura de Nantes. Miento; también había una rampa, que llevaba hasta la cubierta, un plano totalmente liso y vacío. Esto era todo el proyecto; cuatro plantas iguales llenas de pilares cuadrados y una rampa para vehículos que llegaba hasta la cubierta, colmatando totalmente un solar entre calles estrechas y actuando de fondo a un sofisticado discurso sobre la sostenibilidad en arquitectura. Pero todavía hubo más. La siguiente media hora fue dedicada por parte del conferenciante a mostrar las fotos del montaje de la estructura prefabricada, a la par que el discurso se hacía más agresivo y arremetía contra los lenguajes formales, la voluntad artística y lo pernicioso de mantener estas actitudes retrógradas. Todo esto mientras contemplábamos el montaje de una hermosa placa de hormigón.
De pronto, surgen en el discurso unas cuantas infografías totalmente anodinas, llenas de cientos de personajes ocupando un espacio delimitado por un suelo, un techo, unos cuantos pilares y unas ventanas (por cierto con un despiece espantoso). ¡Voilá, madames et messieurs! ¡La Escuela ha surgido sola! ¡La arquitectura es la vida, empieza a existir cuando se llena de gente! Antes de este hecho irrefutable el discurso seguía abundando en la idea de que la arquitectura, hasta nuestros días, no ha sido más que una entelequia en la mente de pequeños burgueses, impresentables representantes de la clase dominante, profesionales “arquitectos” que se han erigido siempre en impunes intérpretes de la vida misma, y que no han hecho otra cosa, hasta ésta nuestra época sostenible, que imponer la tiranía de la forma.
La siguiente infografía es aún más jugosa, si cabe. Para demostrar palmariamente la versatilidad del plano de cubierta, aparece una carpa de circo montada en todo su esplendor y sugiriendo un perfecto funcionamiento del espectáculo, a juzgar por la cantidad de estudiantes-usuarios que salían de su interior. Probablemente éstos vendrían de entregar algún ejercicio de urbanismo sostenible en la jaula de los leones, última estrategia moderna de enseñanza basada en acojonar al alumnado para quitarle, desde los primeros cursos de docencia, las ganas de ser artista - arquitecto.
En todo momento el incansable discurso del afamado profesional continuaba inexorable, conformándose totalmente como una especie de infinita apología de la renuncia. No al dibujo; no a las maquetas; no a la forma; no al diseño; no a lo preconcebido; no al proyecto prejuicioso; no al simbolismo; no a lo interdisciplinar; no al uso de materiales significativos. ¿Qué nos queda entonces? Es evidente: lo verdadero, lo esencial, lo importante de las cosas, la vida misma, la economía de medios, lo sostenible, lo foto-voltaico, el lienzo en blanco, la única posibilidad de honestidad en una realidad mancillada por todo lo que de lujo innecesario existe en la arquitectura, que es tanto como decir la arquitectura misma. Lo malo es que ante este circo de la nada, muchos jóvenes profesores resonaron como poseídos de una profética revelación. ¿Cómo no se habían dado cuenta antes? ¡Por fin el discurso de la no-forma!
Con un poco de imaginación al menos, el cuadro en blanco del pintor contemporáneo podía sugerirnos una aséptica metáfora, no exenta de mala leche, sobre algunas manifestaciones de la pintura suprematista. Pero esta arquitectura nos acerca tristemente al nada recomendable mensaje de una actitud extendida entre algunos arquitectos, actitud muy cercana, en fina lectura realizada en su momento por Juan Daniel Fullaondo, a la de los más comprometidos y progresistas peudo-intelectuales de los años sesenta: un doble rostro mitad de yogui iluminado, mitad de comisario político. El lema de estos personajes estaría cercano al “viva la muerte” legionario, siendo el caso al que me refiero una especie de legión a la francesa, y que denota militantemente la retórica más vieja, tautológica y peligrosa de todas: aquélla que mitifica lo obvio, encumbra lo simple y propaga descaradamente la nada más absoluta como única posibilidad moral.
La nada sostenible. El discurso más idóneo para manipular y confundir, por parte de aquéllos que odian la arquitectura, a unos jóvenes alumnos en plenitud de sus facultades creativas. Lo peor es que además se lo premian.

miércoles, noviembre 25, 2009

Cazador de contextos

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en abril 2008"

El pasado domingo se anunció el ganador del prestigioso premio Pritzker este año 2008: el arquitecto francés Jean Nouvel. Dentro del mundillo arquitectónico muchas voces se elevan, discretamente eso sí, contra la concesión de este tipo de premios. Normalmente las de todos aquellos que no resultan ganadores, que, como es lógico, son legión. Recurren a los más variados argumentos: que si resulta inaceptable el olvido de fulanito mientras que se ha premiado a menganito; que si la arquitectura es una labor de equipo y no tiene sentido en estos tiempos señalar a un único individuo como responsable de la calidad de una obra colectiva; que si son premios creados por y para los medios de comunicación, dirigidos a seguir alimentando un star-system que en nada beneficia a la calidad de la arquitectura; etc. En todos ellos, un poco de verdad, bastante desconocimiento y mucha envidia. El propio Nouvel, en un alarde de sinceridad casi excesiva, cuando le fue comunicado su premio confesaba: “Es la vanidad lo que me hacía relativizar la importancia y la notoriedad del galardón que no me habían concedido, y que ahora, por supuesto, sí le doy.” Lo cierto es que, dejando de lado opiniones personales más o menos fundamentadas, y admitiendo la, comprensible y deseable, heterogeneidad cualitativa de la lista de los treinta premiados desde el año 1979, la gran mayoría de los arquitectos galardonados, son enormes personajes con una influencia decisiva en la evolución de la arquitectura de las últimas décadas.
El jurado ha destacado de Nouvel su capacidad de innovación en cada proyecto. A pesar de este lenguaje algo críptico frecuente entre arquitectos, creo que la valoración es bastante acertada. Me explico. Una actitud frecuente y desde luego lícita de cualquier arquitecto, es la profundización sucesiva en determinados conceptos o formas de hacer que le son propias, en los distintos proyectos que va realizando a lo largo de su trayectoria. Desde esa redundancia en los mismos conceptos, se convierten en virtuosos de esa porción de la disciplina, que sirven de modelo y referencia de esa forma de entender la arquitectura. Limitándonos a la lista de los premiados con el Pritzker, este puede ser el caso de Gerhy, Meier o Zaha, con su búsqueda, casi desesperada, dentro de su propia familia de formas en cada proyecto; o de Foster, Rogers y Piano (con matices diferentes cada uno) investigando en lo tecnológico y lo constructivo; o Murcutt, que inicia, todavía en una escala menor, el interés por lo sostenible y ecológico. Esta sistemática recurrencia a los propios demonios particulares de cada arquitecto, produce aquellas obras que algunos despectivamente denominan, arquitectura de marca; o, aun más peligroso, estilo de cada arquitecto. No es este el caso de Nouvel.
Desde hace algunos años, una de las primeras clases que impartimos cada año consiste en intentar definir con un mínimo de precisión qué es un arquitecto y qué es un proyecto. No es fácil. Además de otros símiles parciales más comunes como el director de orquesta o el director de cine, manejamos una imagen para acercar la figura del arquitecto que creo se ejemplifica muy claramente con Nouvel: El cazador de contextos (la expresión es de Javier Boned durante nuestra experiencia docente en Málaga). Un personaje siempre alerta, dispuesto a cazar, en cualquier momento y desde cualquier campo, un estímulo instantáneo que desencadene toda la fuerza de la obra.
Nouvel no es un especialista, no tiene convicciones profundas, no adquiere compromisos eternos. Flirtea con muchos contextos posibles para desencadenar sus instantáneas imágenes. Escudriña con la intensidad del depredador el entorno físico, las características del cliente, la filosofía y el arte, lo tecnológico y lo ecológico, lo local y lo global, a la búsqueda de aquel único elemento que le permita cazar a su presa. Es rápido. Una vez detectada la pieza, olvida las demás, y la construye de forma implacable. Esta es la causa de que sus proyectos sean tan diferentes entre sí. No existe un estilo Nouvel, como podríamos decir de Gerhy o Foster. En cada proyecto parte de un punto diferente. La rapidez en la decisión, rozando en algunos casos la falta de reflexión, también explica lo desigual del resultado en cuanto a calidad se refiere. Para un barcelonés la magnífica Torre Acbar justifica ampliamente la concesión del Pritzker, mientras que para un humilde madrileño que contempla la Ampliación del Reina Sofía, este reconocimiento a Nouvel previsiblemente sigue siendo un misterio. Y es que Gaudí es mucho Gaudí.
Un único denominador común encuentro en Nouvel: El fondo negro. Desde sus dibujos, hasta las fotografías de sus proyectos terminados, siente la necesidad de presentar sus obras siempre sobre un hermético fondo negro, quizás para recordar aquella primera oscura noche en que cazó la imagen en su cabeza.

lunes, noviembre 23, 2009

Un regalo envenenado


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en abril 2008"

Parece ser que en un par de meses de iniciarán las obras del “Obelisco Móvil” que la Fundación Cajamadrid y Santiago Calatrava han tenido a bien “regalar” a la ciudad de Madrid, que sufría la inaceptable lacra de no contar con una de las obras del valenciano universal. Es un detallito nada más: Un pequeño pisapapeles, casi cilíndrico, de cerca de cien metros de altura y un diámetro que oscila entre cinco y siete metros, que se instalará en la pobre Plaza Castilla. Se me olvidaba: también se mueve; con unos motores, supongo que también insignificantes.
Cuatro consideraciones iniciales entorno al “regalo” que nos hace D. Santiago a los madrileños:
1. No está bien eso de regalar como original, aquello que no es más que una versión megalómana de la magnífica Columna sin Fin de Brancusi.
2. También es muy feo regalar algo que ya habías regalado antes a la ciudad de Chicago.
3. Cualquier padre de familia sabe lo molestos que resultan esos regalos enormes, envueltos en cajas aun mayores, que algunos amigos con mucho afán de protagonismo y muy poca consideración, se empeñan en hacer a nuestros hijos. Después de la lógica fascinación inicial de los infantes, se convierten en un trasto, que impide incluso el tránsito por el interior de nuestra modesta morada.
4. Y por último: La pilas. Los regalos que necesitan pilas también son un engorro. Hay que cambiarlas, se estropean, suelen meter ruido… Los niños exigen todas esas labores de mantenimiento a sus consternados padres, que se proveen de una enorme reserva de pilas para hacer frente a cualquier eventualidad.
Pero lo cierto, es que a los niños les encantan estos regalos desproporcionados en tamaño. Pintados en colores llamativos ejercen sobre ellos, el primitivo y elemental magnetismo que produce el contraste de escala con sus otros juguetes. Solo en determinados casos, acompañados por un aumento del grado de madurez y criterio de los miembros más avispados de la prole, se contrasta la aparente grandiosidad del regalo con otras de sus características fundamentales: cuánto pesa, qué hace de verdad, para qué sirve, etc… Las decepcionantes respuestas a estas otras preguntas, hacen que el otrora magnífico regalo, se convierta en blanco de los más variados actos vandálicos: diana para lanzamiento objetos contundentes y/o punzantes, soporte de expresiones artísticas underground o, por su gran volumen y escaso peso, balón en partidos de fútbol alternativo.
La Plaza Castilla es un lugar verdaderamente curioso de Madrid. Objeto de infinidad de concursos de arquitectura e intervenciones a lo largo de su historia, parecía que con la construcción de las Torres Kío había encontrado por fin una configuración más o menos estable. Las cuestionadas torres (a mi me parecen mucho más que aceptables) están permitiendo abrir nuevas vías, recolocar monumentos, hacer intercambiadores y demás obras, sin desestructurar la plaza completamente como antaño. ¡Hasta el depósito del Canal de Isabel II parece haber encontrado su emplazamiento en nuestra memoria urbana! O mucho me equivoco, o el obelisco móvil de Calatrava pretende dotar a la plaza de una centralidad que no tiene; destrozará la escala de la ciudad que también ahora había encontrado excelente respuesta lejana en las cuatro torres de la Ciudad Deportiva; y partirá nuestra personalísima e inclinada puerta a Europa en dos mitades idénticas y simétricas, tan del gusto del ingeniero.
No sé que tal es Calatrava como ingeniero de caminos. Me faltan conocimientos técnicos para valorar sus puentes y estructuras. Se habla de cables que no trabajan en el Alamillo, pero, como no sé, prefiero no decir. Como arquitecto, reconozco la espectacularidad y la singularidad de sus óseas estructuras. Siendo más preciso, de la primera de ellas, que no se cual fue, porque a partir de ahí son todas iguales. En demasiadas ocasiones sus edificios son exclusivamente naves industriales elaboradas: Repetición hasta el infinito, o hasta que se acaba el solar que lo mismo da, de una única sección constructiva; o estructural mejor dicho. Como variante a veces nos presenta cavidades torácicas, simétricas por supuesto, delimitadas de nuevo por un único elemento-costilla modificado proporcionalmente a su distancia del centro, que se también se repite eternamente. Fotogénica pero falsa complejidad que, en el mejor de los casos, solo da respuesta, bastante elemental en su concepto, al problema estructural de la arquitectura. En los términos muy clásicos en que se manejan sus edificios, firmitas; solo fírmitas. De utilitas y venustas, nada de nada. Y no digamos nada de las cuestiones en las que se debate hoy en día la arquitectura.
Hasta ahora nadie le ha encargado ningún edificio en Madrid y nuestro río en miniatura bloquea la posibilidad de hacer un puente como Dios manda. Así que Calatrava ha recurrido a su tercer registro: artista. Para muchos una necesidad vital; para otros un estigma o una maldición eterna con la que conviven con dificultad; otros lo sienten como una misión divina. Para nuestro héroe, un hobby. Eso sí: grande, muy grande.
Presencié en mi época de estudiante en la Escuela de Arquitectura de Madrid la conversación entre un ilustre catedrático de proyectos y un voluntarioso ingeniero de caminos, que exponía sus croquis iniciales para el proyecto fin de carrera. Las propuestas, completamente erráticas, oscilaban, sin estadíos intermedios, entre el racionalismo más severo y purista, y la extrema complicación aparente, plagada de trazados curvos y retorcidos (siempre repetidos y seriados, eso sí). El fecundo ingeniero exponía con idéntico tono y argumentos todas sus soluciones. El desconcierto del profesor era total, pues cada uno de sus comentarios era contestado con la fórmula: “Sí, claro, ya lo había pensado yo. Mire aquí por ejemplo …” Al cabo de media hora de inapelables pero infusionables peroratas del ingeniero, el catedrático, agotado, solamente acertó a decir: “Respóndame a una sola pregunta más: ¿por qué usted, siendo General de División, quiere ser un simple Coronel?”