viernes, diciembre 18, 2009

... y, dos, a la oscuridad


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en julio de 2008"

Como arquitecto hay una segunda coincidencia que me preocupa mucho más: la homogénea reacción de la crítica ante el Pabellón Puente de Zaha Hadid, que oscila en el estrecho intervalo que queda entre el escepticismo condescendiente y el odio manifiesto. Los menos, ven en la obra una veleidad excesiva de la diva irakí, que, en fin, tenía que llegar y tenemos que tolerar en este mundo superficial expuesto a las modas y las marcas, también en arquitectura. Los más, manifiestan abiertamente su repulsa por un despilfarro económico y espacial, confuso y pretencioso, insostenible y caprichoso.
Mientras esto ocurre, la gente de la calle, los legos, afirman: “¡Que chulo!” o “¡Cómo mola!”. No quiero decir que debamos considerar siempre que la opinión de la mayoría, lógicamente no formada, sea más acertada que la de la crítica profesional. Creo firmemente en las élites en todos los campos del conocimiento. Élites por supuesto no estancas, sino abiertas y fundamentadas en la dedicación, el estudio y el talento, cuya opinión sobre su ámbito concreto de trabajo es, evidentemente, mucho más valiosa que la del resto de los mortales. Y por ese mismo motivo, deben ser mucho más responsables, evitar decir tonterías y hacer un sincero esfuerzo por desentrañar aquello que una obra tiene de significativo, para después comunicarlo con eficacia y, de esta forma, seguir avanzando y mejorando.
¿Qué hay en el Pabellón Puente que causa tanto pavor en la crítica especializada y que, sin embargo, no siente el usuario general? No puede ser la utilización de la metáfora como desencadenante del proyecto. Es cierto que es un recurso antiguo y generalmente bastante hermético, pero otros pabellones, han explicado sus proyectos de la misma manera, y no han sufrido las mismas críticas. Mientras los gladiolos sobre el Ebro de Zaha son un antojo injustificable, el hayedo de Patxi Mangado es magnífico, e incluso la gota de agua de de Teresa y la cesta de mimbre con frutas de Aragón de Olano y Mendo son hallazgos reseñables.
Tampoco podemos culpar a la calidad constructiva de la obra. Parece ser aceptado, hasta por sus más virulentos detractores, que el proceso de ejecución del puente ha sido, en si mismo impresionante y eficaz, produciendo un resultado prácticamente idéntico a las cautivadoras imágenes iniciales del proyecto. Eso sí, los fiscales de Zaha no dudan en atribuir los méritos del éxito del sistema constructivo a la ingeniería Ove Arup en lugar de a la arquitecta. Claro. Estoy seguro de que en el resto de los pabellones no ha participado ninguna ingeniería, y los propios arquitectos titulares han diseñado y calculado todos y cada uno de los detalles de los proyectos con sus propias manos. Sin ayudas, sin consultings, sin colaboradores ni nada de nada.
Creo que lo que asusta tanto a los especialistas es la desbordada voluntad expresiva del puente. Una voluntad expresiva que conforma íntegramente todos los elementos constitutivos del edificio. Estructura, instalaciones, acabados, cerramientos y por supuesto el espacio, se supeditan al impulso creativo inicial, obligando a realizar soluciones no convencionales para cada uno de los apartados. Mientras, de manera magistral, el hayedo del Pabellón de España, consigue traducir su metáfora inicial a elementos tradicionales y reconocibles de la arquitectura contemporánea, el proyecto de Zaha propone una nueva definición en todo su lenguaje arquitectónico.
El expresionismo es incómodo para la crítica. Lo ha sido siempre. En cualquier época y en cualquier disciplina artística. ¡Cómo no iba a serlo en este momento de orgía racionalista o hiper-racionalista como gustan denominarla algunos! Obliga al crítico a recorrer un camino mal iluminado, carente de asideros y referencias, de la mano exclusivamente de aquello que el artista le haya mostrado (y que él haya sido capaz de percibir). Hace falta mucho conocimiento pero también valor para entrar en ese mundo oscuro, donde los límites son más difusos.
Todos comprendemos una caja. Es más, podemos discutir largamente con que piel debemos delimitarla y acondicionarla; o si debemos o no compartimentar su interior para generar espacios sugerentes; o cómo debemos orientarla para que sirva mejor a la función que le hemos asignado a la vez que la hacemos más sostenible; puede que incluso podamos deformarla puntualmente para introducir una sorpresa tolerable en su configuración; …
La caja construye una porción de universo que somos capaces de comprender en su totalidad. Un artificio en el que estamos cómodos y seguros, viviendo una ilusión de poder absoluto que elimina las incógnitas y los miedos. Un espacio en el que voluntariamente hemos borrado toda sombra de incertidumbre o de duda.
Pero, tristemente para algunos, ni la vida, ni el universo, ni la arquitectura, son cajas. O por lo menos, no son solamente cajas. Son mucho más complejas, mucho más amplias, mucho más ricas. Es lícita la actitud del arquitecto que construye con esa ilusión paralelepípeda para permitir a sus semejantes desarrollar parte de sus vidas en un entorno seguro y fácil. Pero también es lícito, y desde mi punto de vista mucho más útil y racional, el grito de otros arquitectos que no quieren aceptar una mentira ya reconocida y prefieren arriesgarse en la búsqueda de nuevos territorios.
Lo que no me parece de recibo es la actitud de una gran parte de la crítica, supuestamente entendida, que intenta tapar sus propios miedos, descalificando estos genuinos intentos de encontrar nuevos caminos, desde argumentaciones simplonas y tabernarias, más propias de una acalorada discusión futbolística que de cualquier otra cosa. Su profunda mediocridad, suavemente informada, les hace despreciar todo aquello que no entienden. No quieren entender todavía que la simetría no es mala en si misma (esto lo han aprendido hace poco), sino que simplemente es una excepción extrañísima dentro de un infinito abanico de posibilidades no simétricas; no pueden entender que la recta también es una excepción (la más corta para llegar de un punto a otro) dentro de la multitud de líneas del espacio; no saben que el volumen de la caja, es simplemente uno, muy peculiar de tantos posibles (muy simplón y pobre por cierto). Gracias a Dios ahora tenemos la tecnología y los medios para poder explorar todo un conjunto de posibilidades que hasta este tiempo nos estaban vedadas. Pero, ellos, como no las entienden, porque tienen mucho miedo, prefieren descalificarlas expresamente, o bien, en una forma más refinada de odio, ignorarlas.
Si por ellos fuera, seguiríamos en nuestras cuevas del paleolítico, no sé si con o sin fuego. Imagino que dependería de la sostenibilidad (por lo de la madera y el CO2, digo).

jueves, diciembre 17, 2009

Dos miedos en la crítica arquitectónica: Uno, a la risa


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu en julio de 2008"

Con ocasión de la inauguración de la Expo de Zaragoza he tenido la oportunidad de leer, en casi todos los periódicos nacionales, la crítica del evento que han realizado diversos arquitectos. Yo mismo, expuse mi punto de vista gracias a una visita a las obras que tuve la oportunidad de realizar hace un par de meses. Observando el conjunto de lo escrito, hay dos curiosas coincidencias, casi generalizadas, que me gustaría destacar. La primera, me produce lástima y la segunda, una honda preocupación.
¿Qué tiene de malo lo lúdico? ¿Qué es lo que tiene aquello que pretende fundamentalmente divertir, que provoca esta tremenda hostilidad en los sesudos críticos?
Hace un par de años un amigo arquitecto entregó a los vecinos de Parla una mínima obra de urbanización que había proyectado. En un zona dura, de aquellas que suelen denominarse como deprimidas y degradadas, había colocado unos grandes cubos clavados en el pavimento, desordenados, en distintas posiciones, con ángulos de inclinación diferentes, y por supuesto, pintados en colores llamativos (recurso clásico y barato de cualquier actuación de carácter social). Durante el acto protocolario de inauguración, un perverso periodista preguntó al concejal el porqué de aquellos bloques de hormigón mal ejecutados que entorpecían la circulación y no servían para nada. Viendo que se hundía su gran momento de captación de votos, el aterrorizado el concejal, trasladó la pregunta al arquitecto. Mi amigo, tras un momento de duda, pidió a su hostil auditorio que girara sus cabezas para contemplar la obra. Decenas de niños de los grises edificios que delimitaban el interbloque urbanizado, habían bajado de sus casas, para saltar, deslizar, y en definitiva, jugar alrededor de los inútiles cubos de colores. Entonces, contestó a la pregunta: “Solo para intentar hacer un poco más feliz a la gente”.
Algo se me debe escapar a mí, cuando la mayor parte de los críticos a los que he leído consideran poco menos que un delito este carácter lúdico de la Expo. Que si Disneylandia, que si parque de atracciones, … No lo entiendo. Me produce lástima como decía. ¿Es obligatorio ser serio y aburrido para tener algún valor? Creo que:
1. Estas críticas exceden con mucho el ámbito de lo arquitectónico. Deben provenir de cierto tipo de ideología integrista o trauma infantil que me reconozco incapaz de diagnosticar.
2. En el caso de la Expo de Zaragoza en particular (frente a otras exposiciones, me refiero) se ha hecho un especial hincapié en acotar el área lúdico-delictiva pura, reservando la mayor parte de las edificaciones planteadas, para su reutilización posterior, seria y productiva. De tal forma que, suponiendo que todas las expo fueran culpables, ésta lo seria, por decirlo así, mucho menos.
3. Finalmente, teniendo como tiene, un fin loable, el agua y la sostenibilidad, parece ya bastante universalmente aceptado en pedagogía, educación y comunicación, que el juego, lo lúdico, resulta ser uno de los mecanismos más efectivos, para hacer tomar conciencia a la gente de una situación determinada. Niños y mayores. Por supuesto, se podría haber publicado un libro gordo y obligar a la gente a estudiárselo. Es más barato y puede que hasta más sostenible, si se hace con papel reciclado. Pero, seguro que es menos efectivo.
Recuerdo la magnífica novela de Umberto Ecco, El Nombre de la Rosa (y la excelente película de Annaud con Sean Connery)). Las discusiones sobre la naturaleza de la risa entre el franciscano Guillermo de Baskerville y el bibliotecario ciego, Jorge de Burgos, que finalmente constituyen el clave de los crímenes de la abadía pueden ilustrar muy bien esta polémica. “La risa libera al aldeano del miedo”, y sin el miedo, no hay poder, argumentaba el aterrador Jorge. Afortunadamente, con el paso de los siglos, en la Iglesia Católica se han impuesto mayoritariamente, las tesis de Connery. Por lo que se ve, no ocurre lo mismo con gran parte de la crítica arquitectónica, que parece seguir considerando todo aquello que se fundamente en lo lúdico, como una “corrupción del cuerpo”. De la arquitectura, supongo. Lo que no tengo claro, es el poder que desea mantener.

martes, diciembre 15, 2009

Moneo y Carla Bruni, juntos en el Balneario de Panticosa.


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu en julio de 2008"

Disfrutar una cena asesorado por Pedro Subijana en el Gran Hotel del Balneario de Panticosa, es tentador; hacerlo recordando la influencia de Moneo en el Balneario y la sorpresa de las Termas mientras canta Carla Bruni, es incluso atractivo.

En el último número de la revista del colegio de arquitectos de Madrid publicaron unas fotos en un artículo titulado “Balneario de Panticosa de Moneo-Brock”, algo sorprendente. Un vistazo mal echado a la revista, me hizo pensar que Moneo había cambiado, se desnudaba, salía su lado oscuro, que estábamos ante una nueva época. Quizá le había transformado su colaborador, menuda fuerza. Estuve de paseo familiar por el balneario, fui a cenar, a mirar y a disfrutar.

El balneario está situado en el valle del Tena del Pirineo aragonés. Es una zona de descanso con una docena de edificaciones de finales del XIX (hoteles, casino, instalaciones), aunque según dicen, sus aguas medicinales se usan desde la época romana. Hasta hace diez años su aspecto decadente y destartalado se defendía como un paraje pintoresco, uniforme y con encanto. Ejemplo de valores de la arquitectura pirenaica: cubiertas a dos aguas, de pizarra, enfoscados y madera pintada en las fachadas, chimeneas de piedra y visillos tras la madera de carpinterías y contraventanas. Aunque en algunas ventanas había luz eléctrica, el conjunto mostraba abandono. Humedades, cubiertas con vegetación, canalones vistosamente descolgados, cristales rotos, algunas puertas y ventanas cerradas a cal y canto... Era un cementerio ideal para imaginar lo que fue un lugar exclusivo, para la tranquila relajación de las clases económicamente privilegiadas. Además se utilizaba como campo base de montañeros y aparcamiento para hordas de excursionistas, de esos que acceden en sus coches hasta donde pueden.

Pero despertó. Un grupo empresarial adquirió la empresa de aguas de Panticosa, y con los acuerdos con el Ayuntamiento de Zaragoza y la Federación Aragonesa de montaña, se convirtió en su propietario. Impulsó la revitalización del balneario, con un proyecto empresarial de proporciones desconocidas hasta entonces en la zona. Se buscaba, según decían, lo mejor de lo mejor; el encargado del proyecto arquitectónico fue Rafael Moneo, el asesoramiento culinario está protagonizado por Pedro Subijana y se decía que las instalaciones serían la envidia del mundo entero.

Algunos de los hoteles y de las instalaciones han abierto ya sus puertas, sin embargo las construcciones de otros edificios aún no han concluido y por ello, el conjunto presenta todavía un aspecto precario. En estos tiempos de incertidumbre, el tradicional retraso de la construcción convierte cada situación transitoria en un sospechoso estado definitivo. Se dice que no se terminarán las obras, que se hará una cesión y no se responsabilizarán de la gestión y de lo comprometido, que venden, que suspenden pagos. En fin, las subcontratas cantan, los trabajadores se levantan y mientras estamos con el que llueva que llueva, los ecologistas, hablan de desastres medioambientales.

Para la tranquilidad de todos, se ha buscado un responsable, el consejero delegado del grupo (Medalla al Mérito Turístico en reconocimiento a su innovadora apuesta por el desarrollo turístico de calidad en el Pirineo aragonés), que fue dios del desarrollo de Aragón se convierte en un abyecto individuo. Acusado él y su familia de las cuestiones más peregrinas, son sospechosos de construir instalaciones de superélite para quien pueda pagarlas; de haber destrozado una parte importante del patrimonio aragonés; hacer que este precioso rincón del Pirineo aragonés pierda su encanto, su arquitectura y su identidad; impedir el acceso a vehículos ajenos a los hoteles y otras muchas “atrocidades” que pueden descubrirse con facilidad en internet. (http:chusanch.blogspot.com; expo-no.es y otras).

No me creo capaz de analizar la calidad o la viabilidad económica del balneario como proyecto empresarial llamado “Panticosa Resort”, y me parece que las acusaciones a sus responsables se descalifican por sí mismas. Sólo les deseo un próspero futuro para tranquilidad de propietarios y trabajadores y de paso, para ralentizar la actual crisis.

En cuanto al balneario, su carretera es de montaña retorcida, de las que de día te permite apreciar unas vistas espectaculares y de noche (especialmente la vuelta después de cenar ayudado por algún digestivo) resulta aterradora. Al aparecer las primeras luces, se puede comprobar que efectivamente el acceso de vehículos está restringido. Es lo que tiene la propiedad privada, que prohíbe el paso. Pero es sencillo atravesar la barrera vigilada por un guarda con porra, sólo hay que reservar mesa.

Junto a la barrera de seguridad de sitúa un edificio impactante, dos plataformas horizontales de hormigón, sin cerramientos y con aspecto de nave posada. Contrasta la horizontalidad de las plataformas con el vértigo de la montaña a la que parece pertenecer. El espacio diáfano de las plantas invita a su visita. La rotundidad geométrica de su trazado puede herir la sensibilidad de los defensores del entorno natural (que deberían agradecer que les impidan el paso). La pintura e inscripciones de los pilares no dejan dudas, se trata del aparcamiento. Magnífico y grande, cabe suponer que en el futuro se peatonalizará todo el balneario. Enhorabuena a su autor.

Como el número de edificaciones del balneario es reducido, al final encontramos lo publicado. Son las Termas de Tiberio, junto a la iglesia, detrás de la nueva pasarela de los hoteles. No es todo el Balneario de Panticosa, sino un edificio banqueado y excavado en la montaña. El edificio invita a ser recorrido, a dar la vuelta a la esquina, a ver qué hay al otro lado. Tres o cuatro plantas tratadas como bandejas o curvas de nivel, sin aristas verticales. Sus cubiertas son planas o ligeramente inclinadas, ajardinadas y con acceso desde la montaña. Un modelo de implantación en el entorno natural, realizado con cuidado pero sin tratar de camuflar su presencia. El cerramiento exterior se resuelve únicamente con piezas de pavés de sección trapezoidal que acentúan la horizontalidad del proyecto. Resulta un tratamiento y matiz interesante de la luz natural en el interior a la vez que se convierte en una asombrosa luminaria en su entorno. De noche impresionan las tonalidades verdes y anaranjadas y la vida y movimiento que el edificio desprende. Puede ser más discutible el tratamiento curvo de los espacios interiores manteniendo una disposición ortogonal de las líneas estructurales, o la elección del chapado (alabastro, creo) que aunque se asocia con la Terma romana y resultará útil comercialmente, es incoherente con el proyecto. El edificio, parece venido de otro vecindario y mejora sustancialmente el nivel arquitectónico del balneario. Tienen razón quienes lo atacan por “no pegar con el entorno”, sin duda destaca de forma más que notable. Su autor no es Moneo sino su hija, según aclaran en la entrada. Analizada la información de la que disponía felicito sinceramente a Belén Moneo, Jeff Brock e Iñigo Cobeta, autores del proyecto y a sus colaboradores.

Buscando el lugar de la cena, meditando sobre influencias genéticas, intelectuales y ya con hambre, puedo comprobar que Moneo continua haciendo las cosas como marcan las reglas. En su mayoría su actuación se ha centrado en la rehabilitación de las edificaciones existentes, manteniendo sus fachadas y redefiniendo interiores con maderas y tonos marrones y naranjas. Los nuevos edificios proyectados parecen responder a este espíritu de la rehabilitación, pasar desapercibido. La ampliación del Gran Hotel y Casino tiene un claro carácter mimético El proyecto del nuevo hotel con las proporciones precisas; las cubiertas a dos aguas, utilizando el material de su entorno, madera, pizarra, incluso con chapado de madera y aluminio blanco, podría haber estado allí desde hace tiempo. La pasarela, cuyo trazado corta la plaza y oculta las Termas, con unos apoyos de hórreo asturiano, seguro que tendrá una razón de ser que se me escapa. En mi opinión los defensores del tradicional balneario del XIX pueden estar tranquilos, ahora el paseo es más tranquilo, sin baches, y los edificios han sido tratados, incluso con más respeto del que su calidad obliga.

En cuanto a la cena de Subijana, superó todas mis expectativas. Elegimos el menú degustación, porque tal como recomienda su autor, los menús han sido seleccionados de acuerdo a parámetros experimentados e inaccesibles al común de los mortales. Todo un acierto, un aperitivo con helado de aceituna delicioso; unas setas del bosque de presentación hiperrealista (sólo faltaba Gárgamel), con texturas muy extrañas…; y una cantidad de comida más que suficiente. Como postre el famoso gin tónic en plato: gelatina y helado; no lo conocía y es un auténtico gin tónic, es delicioso y sólo tiene un inconveniente, que para los adictos a esta bebida cohíbe pedir después de cenar, un gin tónic.

El restaurante se encuentra en la planta baja del hotel restaurado, y la cena fue acompañada por un envolvente balbuceo francés que provenía según me confirmaron de un disco de Carla Bruni. Si la imaginas medio desnuda, con una guitarra, ronroneando en el asiento de atrás de tu coche puede resultar estimulante. Al cabo de un buen rato, el disco volvió a comenzar de forma automática. Aburridos del runrún, y dado que éramos los únicos clientes, decidimos pedir que lo cambiasen. Gran sorpresa del personal ante la falta de glamour. ¿No les gusta?, Pues para un rato sí. Pero cuando para continuar disfrutando la obra de un artista necesitas recordar o imaginar las razones que tenías para hacerlo, quizá no merece la pena. Hay discos que no tienen una cara B interesante y obras que no necesitas recorrer para haberlas visto ya mil veces.

lunes, diciembre 14, 2009

Ironía y construcción: Ocaña de España




No son frecuentes los ejemplos de ironía en la arquitectura construida. Así debe ser. La ironía es siempre difícil y peligrosa por su posibilidad de deslizamiento innata, por exceso de crueldad o repetición, hacia el en ocasiones divertido pero siempre estéril, sarcasmo.
La componente social, la lentitud y la sobredeterminación de lo construido lo convierten en un territorio casi vedado para el atractivo veloz, humorístico y distante de la ironía. Es muy complicado que puedan darse dos de los componentes fundamentales de este recurso estilístico: ser comprendida como tal por el receptor; y no crear en el emisor la falsa ilusión de una perspicacia sublime, cuando en realidad solo enmascara bajo el humor, su profunda incapacidad de proponer.
“Queremos una casa moderna por dentro, pero tradicional por fuera” ¡Con qué naturalidad nos hemos acostumbrado los arquitectos a recibir esta contradictoria demanda de muchos clientes! Ikea ganó en el interior de las viviendas una batalla que las fachadas ni siquiera habían comenzado a pelear. Sorprendente esquizofrenia que a los arquitectos nos sume en atormentadas disquisiciones mientras que a los usuarios les permite vivir con alegría y con sus conciencias la mar de tranquilas.
Ante esta petición por parte del todopoderoso cliente, los arquitectos habitualmente producimos tres tipos de respuestas (todas ellas muy loables y comprensibles):
- “Lo que usted diga.” Este problema ha dejado de interesarme hace tiempo. Yo soy un profesional como la copa de un pino que estoy aquí para darle gusto y ganarme la vida honestamente.
- “Bueno… ya veremos.” Y comenzar una ardua batalla en la cual el arquitecto intentará colar al cliente su propia idea de la vivienda, coherente en su concepción y resolución con los tiempos que corren (desde su punto de vista, claro). En general este tipo de respuesta, además de conllevar un desproporcionado consumo de energía y trabajo, suele dejar insatisfechas a ambas partes, que se acusarán mutuamente de los defectos y despropósitos que encuentran en el resultado final.
- “Yo no hago ese tipo de porquerías.” Altiva respuesta del arquitecto que no está dispuesto a ensuciar su alma con el estiércol de la incultura.
Un callejón sin salida para el que Manuel Ocaña ha encontrado una arriesgada e inteligente vía de escape: construir una ironía que presenta con toda su intensidad la obvia contradicción de la premisa. Negarla es estúpido. Ocultarla es inútil. Y asumirla sin más es insuficiente. Construye una respuesta única, sin vocación de ser ejemplo de nada, pero con intención de ser denuncia de todo.
El resultado se acerca ciertamente al esperpento. Pero creo que es un esperpento saludable y necesario. Por varios motivos:
- Esta ironía, este brutal simulacro, destapa otras muchas actitudes, estas sí muy generalizadas, igualmente simuladas pero mucho peligrosas y sibilinas que se presentan bajo una pátina moralizante y retrógrada: Muchas rehabilitaciones por supuesto; pero también muchas cajitas modernitas con espacios diáfanos y limpios en su interior y exterior, que pretenden erigirse en la única respuesta posible desde la contemporaneidad; o muchos esfuerzos analíticos inacabables de la actividad humana, incapaces absolutamente de generar la mínima síntesis concreta.
- La operación se ha realizado dentro del ámbito de lo privado. La noticia me parece magnífica: desmonta cualquiera de esas frecuentes y demagógicas descalificaciones sobre el mal uso de lo público; refleja la habilidad e inteligencia de unos y otros para convencerse mutuamente; y parece ser que ha sido un éxito comercial, con lo que, hasta desde esa óptica, la cosa ha ido bien. Una ironía rentable sí que es una agradable paradoja.
- La construcción: sorprendente. El cartón piedra me parece un interesante lugar intermedio entre la sólida realidad y la gaseosa virtualidad. Aceptamos ambos extremos con mucha más naturalidad que este extraño punto intermedio. Con frecuencia se utiliza para emular uno u otro extremo y quizás deberíamos estudiar sus posibilidades intrínsecas.
- Y con respecto a su indudable vertiente publicitaria, ¡que decir!: una lección. Sería como poco hipócrita rasgarse las vestiduras a estas alturas por esta dimensión de la arquitectura. El que quiera seguir ignorándola o, peor aun, elevando un enloquecido mensaje ético contra ella, que se lo haga mirar.
El irónico prototipo de Ocaña y Martí es igual de irrepetible que de necesario. Por eso mismo levantará ampollas a lo largo de todo el arco parlamentario. Incluso en mí mismo. Mensaje recibido.
Con el promotor, los usuarios y el arquitecto contentos todos con su singular operación, solo queda una cosa por decir: Entendido y enhorabuena. Pero no hace falta que lo volváis a hacer. Y mucho menos que os salgan imitadores.