martes, diciembre 22, 2009

Siza, graffitis y Cirujeda


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en julio de 2008"


Nunca dejará de sorprenderme, la forma aparentemente mágica en que nuestras cabezas producen ciertas asociaciones, derivadas de coincidencias temporales rigurosamente azarosas. Me explico:
Hace unos días leía cansinamente una extensa y enésima entrevista al afamado arquitecto Alvaro Siza (el que está acabando de redactar en nuevo proyecto para el Paseo del Prado de Madrid, que tantos encadenamientos ha provocado en nuestra ecológica baronesa Thyssen). Nunca me he sentido demasiado cerca del discurso lento, íntimo y disciplinar del portugués. Reconociendo el indudable valor de algunas de sus obras, provoca en mí una incontrolable somnolencia, que, dado el grado general de veneración que se le presta, supongo debo atribuir a mis propias limitaciones.
El caso es que mi amodorrada lectura se vio repentinamente interrumpida por una llamada telefónica que me preguntaba por la actuación del artista Jack Babiloni sobre la fachada del edificio de la calle Campoamor de Madrid. Después de realizar la restauración ortodoxa y completa de un tradicional edificio madrileño de finales del siglo XIX, el pintor ha llenado todas sus fachadas con decenas de dibujos que, parece ser, representan escenas diversas de las Metamorfosis de Ovidio, utilizando técnicas muy próximas a las de los grafiteros urbanos. La obra, agresiva y voluntariamente provocadora, ha generado una polémica previsible y un debate bastante intenso sobre la naturaleza pública o privada de las fachadas de los edificios. No entraré en este tema, demasiado extenso y complejo para ser abordado en este formato reducido y generalista.
Después de este agradable impasse contemporáneo, volví a mi soporífera entrevista (debe existir una componente masoquista en todos nosotros). Curiosamente, en aquel momento Siza hablaba de su edificio de viviendas en el IBA de Berlín. Para los que no lo conozcan, se trata de un edificio de los años 80, ubicado dentro de un ambicioso plan global de construcción de barrios residenciales de bajo coste en Berlín Occidental, en el que participaron casi todas las figuras del firmamento arquitectónico del momento. La propuesta de Siza consiste un aséptico bloque de viviendas en esquina, suavemente curvilíneo en su trazado aunque bastante insípido, que, mira tú por dónde, saltó a la fama internacional por un graffiti que aparece en el remate superior de su esquina principal, en el que se puede leer: “Bonjour Tristesse”.
Lo que yo no sabía, y cuenta Siza en la entrevista, proporcionándome un solitario momento de intensidad, es que el enigmático mensaje fue realizado, efectivamente, de forma clandestina. Al parecer, con el edificio prácticamente terminado, un grupo de ultraderecha alemán, suponen que con algún apoyo interno dentro de la obra, había realizado la pintada como protesta contra la inmigración turca a la que estaban destinadas muchas de las edificaciones del IBA (en el cartel invierten el grafismo de la “j” y la “s”, intentando recalcar la incultura de los emigrantes). La irritación de Siza al ver su obra manchada con este insulto a su trabajo y a sus ideas fue mayúscula. Pensó en soluciones para arreglar el desaguisado, pero ante las limitaciones presupuestarias del proyecto, tuvo que decidir dejarlo tal y como había quedado.
El graffiti apareció publicado en la portada de todas las revistas de arquitectura y se convirtió rápida y sorpresivamente en un símbolo del IBA, de Berlín y del propio arquitecto. Ahora, la gente conoce el edificio por el nombre de la pintada y ha pasado a formar parte de la memoria y la historia de la ciudad y la arquitectura.
Por algún extraño motivo, mi cabeza se puso a cavilar sobre las Recetas Urbanas del arquitecto Santiago Cirujeda (puede que simplemente por la condición de a-legalidad en la que viven permanetemente los grafiteros). Aparentemente nada más alejado del sobrio y disciplinar maestro de Oporto. En los últimos años este joven sevillano ha inundado la escena arquitectónica nacional con propuestas de reutilización y reconfiguración de espacios urbanos y edificatorios infrautilizados o incluso, olvidados. Azoteas, fachadas, solares, aceras, árboles… en general, cualquier espacio de la ciudad no utilizado completamente es objeto del trabajo de Cirujeda. Se ubica siempre en el límite de la legalidad para plantear sus propuestas desde la acción social, la construcción sencilla, barata y comprometida con la sostenibilidad, y la funcionalidad.
Sorprendido yo mismo, intenté encontrar una explicación a mi extraña asociación automática. Siza y Cirujeda precisan ambos de un fortísimo contexto para desarrollar sus mejores propuestas. Cuanto más intensos son los condicionantes y las dificultades con las que se enfrentan sus proyectos, más interesantes resultan sus respuestas.
El portugués genera con sus obras esa difícil continuidad cualificada con los valores más positivos del entorno preexistente. Sus mejores proyectos se agarran firmemente a las cualidades singulares del contexto, entendiendo por tal, no solamente el entorno físico, sino el conjunto de información que la realidad transmite a su aguda sensibilidad. Cirujeda tiene también un ojo especial para detectar, en este caso, lo negativo de la situación preexistente, lo que le falta, la fisura legal y formal por la que puede colarse para construir su propuesta.
En estos ámbitos, que podríamos denominar, sobredeterminados, la solidez conceptual y la precisión constructiva de las obras de ambos es máxima. El uno porque sabe eliminar todo lo superfluo y concentrarse en lo esencial. Y el otro porque donde otros solo ven un callejón sin salida, es capaz de descubrir el mínimo agujero inexplorado que le permite continuar.
Por utilizar un burdo símil futbolístico, tan de actualidad en estos momentos, son arquitecturas de contraataque. De forma parecida a la canción-protesta o el arte-denuncia, son arquitecturas que necesitan que el otro equipo, la ciudad, la sociedad, juegue y lleve el peso del partido. Ellos la observan, la estudian, la escudriñan con ojos asesinos, para después, en el momento preciso, contraatacar a sus puntos flacos o utilizar el recurso de lo inesperado.
Sin embargo, el problema estriba en que estas arquitecturas parasitarias dependen completamente de su huésped. O bien por mimesis o por contraste su valor está directamente relacionado con la intensidad de aquello a lo que hacen referencia. Cuando ese contexto es más débil o desaparece, la fuerza de las propuestas-parásito muere también. Aparecen las dudas, las ingenuidades y las torpezas. Son incapaces de construir ex-novo para que vengan otros parásitos a vivir sobre ellas. Y eso, para los que somos del Madrid de toda la vida, y estamos obligados a llevar siempre el peso del partido, es una limitación demasiado importante.

domingo, diciembre 20, 2009

SKYLINE, línea del horizonte


"Autor: Ignacio Rodríguez Urgel; publicado en soitu.es en julio de 2008"

Traducido literalmente línea del cielo.

Se dice de un buen skyline cuando la silueta que dibuja sirve para reflejar e identificar una ciudad. Uno de los skyline más conocido es el de Manhattan. Su imagen se ha utilizado en multitud de ocasiones como reclamo de la ciudad.

Un skyline no sólo sirve únicamente para hacer un fondo de pantalla o una camiseta, también nos permite descifrar su historia, pues refleja el poder religioso, militar, político o económico que ha tenido o tiene una ciudad.

Podríamos decir que el skyline de una ciudad es la vectorización de su historia, pues representa en coordenadas XY la arquitectura a lo largo del tiempo.

Es el tiempo el que va incorporando nuevas líneas a la silueta de la ciudad. Existen ciudades donde el tiempo se paró y su skyline también. Segovia y Toledo son dos buenos ejemplos de ello.

En Madrid la línea del cielo ha ido cambiando a lo largo de la historia, eso sí, muy lentamente. Anton Van der Wyngaerde retrató en 1562 desde el cerro Garabitas una de las primeras vistas de Madrid, con el Alcázar como protagonista. Sin embargo, fue Goya el primero en marcar el perfil de la villa en 1788. En el lienzo La pradera de San Isidro podemos distinguir la cúpula de San Francisco El Grande, la Iglesia de San Andrés y el Palacio Real.

Tenemos que esperar hasta bien entrado el siglo XX, para que el perfil de Madrid se modifique.
La Gran Vía aportó a la línea del horizonte madrileño el Edificio de Telefónica (Cárdenas Pastor, 1926), el Edificio España (Julián y José Otamendi, 1953) y la Torre de Madrid (Julián y José Otamendi, 1957).
El Paseo de la Castellana, al situarse en una cota elevada de la ciudad, aportó numerosas líneas al skyline, principalmente los edificios ubicados en el complejo AZCA (1946), la Torre del Banco de Bilbao (Sáenz de Oíza,1971), la Torre Winsor (Alas Casariego, 1973), la Torre Picasso (Minoru Yamasaki, 1982), la Torre Europa (Oriol, 1985), y por último las Torres Kio (Philip Johnson y John Burgee,1996).
Otros edificios se construyeron, aunque tuvieron menor incidencia en el skyline madrileño a causa de la orografía de la ciudad, Torres Blancas (Sáinz de Oíza 1964), Torre de Valencia (Javier Carvajal 1968), Torres de Colón (Antonio Lamela, 1976). El ejemplo más claro lo tenemos en Torrespaña (Martínez de Velasco 1982), conocida por “el pirulí”, a pesar de su altura 232 metros, prácticamente no incide en el skyline madrileño.




Al final del siglo XX apenas un puñado de edificios sobresalían sobre el skyline de Madrid. Mientras los espacios se colmataban, y las entonces ciudades dormitorio se expandían hasta formar un todo edificado, la ciudad entró en un mundo plano, neutro y tremendamente aburrido.

El porqué de esta situación hay que buscarlo no solo en la normativa urbanística, sino en la falta de visión de futuro por parte de quienes dirigen los poderes económicos y políticos de la ciudad.

Pero hay motivos para ser optimistas, el siglo XXI ha comenzado bien. Nada menos que con Cuatro Torres:
Torre Caja Madrid (Norman Foster)
Torre Sacyr-Vallermoso (Rubio Carvajal y Álvarez-Sala Walter)
Torre de Cristal (Cesar Pelli)
Torre Espacio (Ming Pei)

Con la construcción de las Cuatro Torres Business Area, la capital por fin ha dejado de ser una aldea.

Para los que siguen prefiriendo el Madrid de Goya, paso a razonar esta afirmación.

Una de las principales consecuencias que ha tenido la aparición de las Cuatro Torres es su capacidad de señalar y ubicar la ciudad dentro de un territorio mayor. Las Cuatro Torres han roto la escala de la ciudad ampliando sus límites hasta coincidir con los de la Comunidad que da su nombre.
Efectivamente, se ha modificado la escala de referencia y de relación entre la ciudad y los pueblos que la rodean. Los habitantes de Pozuelo, Tres Cantos, Colmenar Viejo, Alcobendas, etc. se sienten más cerca de Madrid.
Efectos de proximidad que se aprecian cuando circulas por la M40,M12, M13, cuando llegas en coche por la autopista de La Coruña (AP6), cuando cruzas el tunel de la Sierra del Guadarrama o cuando aterrizas en Barajas.

Pero las consecuencias van más allá de lo visual.
El crecimiento en altura crea una referencia de proximidad y de localización al centro, aportando al ciudadano seguridad y convencimiento de que es partícipe de un proyecto común. Las personas que se desplazan a la ciudad, por fin, tienen una referencia, un hito, pero tambien, una identidad. Guste o no, por fin tenemos una imagen a la que identificar nuestros fracasos o victorias.

Introducir el rascacielos como nueva tipología edificatoria contribuye a la diversidad de espacios en la ciudad y, por tanto, al aumento de estilos de vida y de posibilidades colectivas de comunicación.

Hemos empezado a movernos, pese a que algunos siguen viendo Madrid desde Garabitas.