viernes, febrero 19, 2010

ways


"Autor: Isidro Gallego; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Pensando en aquello de “…se hace camino al andar…” se me han empezado a hinchar los… vamos que he empezado a mosquearme un poco. Tras varios siglos por los que ha caminado la Arquitectura en la búsqueda de los espacios, los estados sensitivos y la expresión, cabe plantearse en la actualidad que quizá haya que ampliar el espectro dimensional de las percepciones, diversificar el objetivo perceptible a ofrecer, y me explico; En la medida que la vida virtual gana enteros en la globalidad de nuestro tiempo, no deberíamos desdeñar la posibilidad de desarrollar un nuevo sistema que nos conduzca a una efectiva transmisión virtual de sensaciones. Me estoy refiriendo a esa otra arquitectura destinada a no salir nunca del mundo cibernético.
Lo que hasta hace no mucho tiempo (mediante videojuegos, cortos cinematográficos, animaciones, etc) apenas era capaz de ofrecer argumentos creativos como para centrar nuestra atención, ha ganado en los últimos tiempos una capacidad expresiva y emocional tal que es difícil no rendirse a sus virtuales “encantos”. Aunque lo cierto es que no es oro todo lo que reluce, y es que estos “encantos” parecen serlo solo en potencia, ya que hasta el día de hoy el equivocado proceso creativo no ha dado más que resultados poco ambiciosos en búsqueda de la repetición de la realidad irrepetible que supone nuestra naturaleza y su futurible cósmico.
(Nunca la virtualidad podría competir ni igualar la sola idea de imaginar el día que podamos alterar los colores o la capacidad lumínica atmosférica, la dualidad espacio-tiempo o cualquier otra incursión en la ansiada y melancólica conquista del espacio).
Obviamente el objetivo está viciado, es estupidamente pretencioso; Estamos ante un mundo mucho más complejo que hace tambalearse al sistema tradicional, al menos en lo que concierne a lo que se ha venido llamando nuestra “segunda vida”.
Quisiera reflexionar sobre los convencionalismos trasladados desde el mundo real al virtual; Por ejemplo y para descojonarnos un poco, en los espacios vulgarmente llamados 3D, ¿alguien puede explicar para qué cojones se necesita el uso de puertas con manillas y bisagras para pasar de una estancia a otra ¿, ¿ Y la utilización de mobiliario o naturaleza? (sólo explicable desde un enfoque poético, quizá válido en determinados momentos pero no como ley de creación). ¿De qué vale una barandilla si al caer no te escoñas?, ¡¡Pero que clase de emoción tiene un mundo en el que lo más que te puede pasar es que se vaya la puta luz!!... no necesitas ir a mear…, no te mojas si llueve…, te tiras un pedo no lo huele nadie…. en definitiva, una mierda.
Por lo tanto, hay que dar un giro a todo esto y que mejor punto de partida que la propia Arquitectura. Históricamente ha sido ésta la que ha determinado las formas de vida, las relaciones entre personas, las sensaciones vitales, etc. En el momento que seamos capaces de liberar a esta nueva Arquitectura de tantos -pre- estaremos sentando una base más sólida, virtual, pero sólida.
El cómo ya es algo más difícil de predecir; Deberíamos revisar el legado de la evolución del arte moderno, es posible que esto nos ayude a evitar crear un nuevo corsé señaléctico que englobe a toda la creación virtual, de manera que se de paso a un intenso momento en que se genere nuevas formas de expresión arquitectónica capaces de despertar lo más sutil y basto de nuestros sentidos.
No cabe duda de que el primer obstáculo surge en la dicotomía entre generar espacios intuitivos que faciliten el “movimiento” y la comprensión de los mismos, u optar por el expresionismo llevado a consecuencias experimentales más arriesgadas, entendiendo además que nuestras nuevas creaciones serán recorridas con el escaso pudor de la soledad cibernética.
Campos de trabajo podrían ser los recientes soportes creados en la web (Secondlife, Libsecondlife, OpenSim…etc) que ya empiezan a experimentar aunque de una forma excesivamente torpe y lamentablemente inconsciente los procesos generadores de espacios. Para no entrar en jergas y conceptos inestables (que sólo darían pistas momentáneas) podemos simplificar diciendo que en la actualidad los “desarrolladores” andan buscando alternativas entre los diversos armadores de ingeniería y motores de gestión que les permitan con mayor capacidad y libertad estructurar sus “creaciones”. El problema radica en que todo este proceso se esta haciendo desde la más absoluta trivialización de la Arquitectura, obviando su enorme potencialidad en este mundo. Quiero suponer que en un futuro próximo pueda ser reconducida esta cuestión y que podamos aportar con facilidad “espacios virtuales de calidad arquitectónica” asociables a estos soportes. Estamos de acuerdo en que todo esto nos ha pillado por sorpresa, pero todo tiene un límite.
El anular toda una serie de factores naturales (ej. viento, lluvia, temperatura, olor, tacto, dolor…etc) obliga a la creación de otros parámetros que fortalezcan la intensidad sensorial, como la luminosidad, el contraste, el impacto visual, la sorpresa, la acústica, la velocidad, la apertura de diafragma, ¿ alguien dijo cine?, que les voy a contar…
La actual estética hortera de los diversos espacios asociados a la web, atacan al más básico pilar de nuestro entendimiento, hasta ahora no se puede haber hecho peor. ¿Se puede sentir una poesía comiendo galletas sentado frente al ordenador leyendo letras en color fucsia y de fondo una canción de Luis Miguel desgañitándose por echar un polvo?..........No, definitivamente hay que filtrar esto.
Por el contrario tenemos el medio, la experimentación basada en fundamentos arquitectónicos puede crear plataformas adecuadas a cada movimiento.
Personalmente, un espacio en el que no se pueda morir (como paradigma de los sentidos) siempre adolecerá del más crudo carácter vital. No obstante, se trata de una arquitectura para soñar y ofrecer campos de sensación a los que sueñan. Por lo demás, la realidad apunta a encerrarnos en este microcosmos cada vez con mayores dosis de obsesión, es nuestra opción que la arquitectura haga que la sensibilidad y la emoción acompañen y conviertan este caos en un proceso.

jueves, febrero 18, 2010

Insolación


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Entre las obsesiones de los arquitectos y urbanistas encargados de los grandes desarrollos de vivienda de las ciudades pioneras en la Revolución Industrial, estaba el generar un mayor intercambio entre las estancias interiores de las viviendas y el ambiente exterior.
No solo se trataba de evitar la inhalación nociva de los humos de cocinas y chimeneas, sino también impedir la propagación de epidemias en condiciones de máximo hacinamiento, como los que se daban en las ciudades. En aras de una mayor salubridad, el sol jugó un papel muy importante al identificar los médicos, soleamiento con salud.
No es que la arquitectura de épocas anteriores hubiera permanecido ajena a los aspectos volumétricos y espaciales de la luz natural, sino que desde ese momento, el sol en todas sus facetas, se convirtió en objeto central de la arquitectura muchas veces sin quererlo.
Cuantos análisis sobre arquitectura y luz ha dado la crítica de arquitectura desde el movimiento moderno. Tantos como estudios sobre la obra de arquitectos cuyas construcciones podían ser leídas a través de la luz penetrando por sus huecos, o que carácter le confería la iluminación ambiental que lo rodeaba. En definitiva, odas a la luz difusa nórdica y epopeyas de la intensa luz mediterránea.
En todos estos escritos, daba la impresión de que la arquitectura se adaptaba a unas cartas ya repartidas, las de las propiedades de su propio sol. El arquitecto proponía y el sol disponía. La luz eléctrica o luz del hombre poco tenía que decir al respecto... hasta el siglo XXI.
El motivo por el que comencé a reflexionar sobre el tema surgió al investigar por pura casualidad, diversas informaciones y propuestas todas ellas relacionadas con la luz del sol y la arquitectura.
Por un lado, preparando un conferencia sobre cine y arquitectura, decidí analizar las ambientaciones de la película del británico Danny Boyle Sunshine (2007), una cinta de ciencia ficción con grandes dosis de verosimilitud. En esta película un grupo de astronautas realizan una misión suicida para hacer estallar una carga nuclear en un sol moribundo, con el fin de salvar a la humanidad de un mundo glacial. Más allá de cualquier otra moralina pseudo-ecológica, la cinta ponía de manifiesto la dependencia psicológica y fisiológica de los rayos del sol para el ser humano.
Por otro, en un artículo del dominical de El país del pasado 29 de septiembre, los científicos vaticinaban como terminaría nuestro planeta dentro de miles de millones de años, con un sol gigantesco que engullirá a una tierra ya yerma por la ausencia del CO2, (sí, sorpresa, moriremos cuando se nos acabe el dióxido de carbono, cuyas concentraciones a pesar del efecto invernadero, son bajísimas si las comparamos con los periodos anteriores a la aparición del primer homínido).
Según todas las previsiones, el sol ha incrementado su energía en un 33% y la tendencia es que se haga cada vez más caliente.
Y si esto ya se sabe ¿Por qué se siguen realizando propuestas de futuro que anuncian la agonía de nuestro sol? La respuesta no puede ser otra que el miedo.
No es solo que nuestra existencia dependa de él, sino que no podemos concebir una vida en las que se nos racionen ciertas dosis mínimas de soleamiento.
Acerca de este tema, nos llegan desde Suiza dos reflexiones en forma de propuesta arquitectónica. La primera es el proyecto Diurnisme del arquitecto Philippe Rahm, presentado en 2007 en el Centro Pompidou de París. La segunda de la mano del equipo suizo Fabric, se titula Perpetual (Tropical) Sunshine, y se plantea como una instalación de arquitectura en espacio urbano.
El proyecto Diurnisme se plantea como la reproducción de las condiciones nocturnas en presencia de luz artificial perpetua. Resulta muy interesante la reflexión de partida que realiza el arquitecto para desarrollar su propuesta y que nos devuelve a la Revolución Industrial.
Rahm se basa en los estudios sociológicos que se realizaron cuando a lo largo del siglo XIX, se instaló la luz eléctrica en las ciudades.
El principio generador del alumbrado eléctrico pretendía “crear día durante la noche”. Pero un proyecto que a priori solo habría de traer ventajas, ocasionó nuevas patologías a sus habitantes como el insomnio, a la vez que motivó nuevos comportamientos que hoy perduran, como el noctambulismo.
En este sentido, Rahm se propone reinventar la noche como una extensión artificial de la mañana, reproduciendo físicamente las condiciones de la noche durante el día solar. Esto se consigue en una sala con luz artificial con longitud de onda superior a 600 nanómetros, que es percibida por los ritmos de la melatonina como niveles de noche real.
En contraposición a esto, el equipo Fabric, plantea en su proyecto Perpetual sunshine una arquitectura climática temporal que emite luz y calor. Mediante una pantalla compuesta de varios cientos de luces infrarrojas, son capaces de recrear las condiciones lumínicas y de temperatura de los rayos del sol situados en el paralelo 23 del hemisferio sur.
Este proyecto se define como una arquitectura desplazada en el espacio en términos de tiempo y clima, que permite a sus usuarios disfrutar de un viaje virtual por el Trópico de Capricornio. Mediante instalaciones como esta, se permite recuperar los espacios comunes de la ciudad y la ocupación de las terrazas de los cafés en situaciones de clima adverso.
El sol vuelve a estar presente como protagonista en estas propuestas. Sin embargo, ambos proyectos a pesar de ser arquitecturas que convierten el sol en sujeto de su planteamiento, ya no dependen de él. Se valen de sus propiedades para encontrar nuevas vías de experimentación ambiental, de nuevo se recupera el control.

martes, febrero 16, 2010

El espíritu del fin de semana


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

La crisis me ha devuelto una agradable sensación olvidada hace mucho tiempo: la felicidad del fin de semana. Supongo que al igual que muchos profesionales liberales, la posibilidad de organizar nuestro propio tiempo con pocas limitaciones, deriva con frecuencia en minimizar las diferencias reales entre la actividad de la semana laboral y los teóricos dos días de descanso. Es el lado oscuro que se esconde detrás de la ambigua expresión “¡es que a ti te gusta tu trabajo!”, que nunca sé como tomarme. Según el emisor y el tono, puede ir desde el piropo hasta el insulto.
La semana pasada fue sencillamente insoportable. En casa, en el trabajo, en la calle, el bombardeo constante y creciente de noticias y opiniones sobre de la crisis, ha sido, no ya denominador común, sino contenido único de cada segundo de nuestras vidas. Nunca un fantasma tuvo un ascenso tan vertiginoso y generalizado. Me río yo ahora de la religión, del fútbol o del crispado debate político.
Pero milagrosamente, como en el cuento de Dickens se presentaba el espíritu de la Navidad para salvar a Mister Scrooge, el viernes apareció para nosotros el espíritu del fin de semana. En este caso no tuvo que mostrarnos el pasado, el presente y el futuro para sacarnos de nuestro autodestructivo estado. Bastó con que redujera el caudal del aluvión informativo, para que cada uno recordara quién era antes de la homogeneizadora crisis económica.
Yo he hecho tres cosas de aquellas que antes me gustaban y que me han producido una satisfacción insospechada, imagino que como justo contrapunto a la agotadora semanita. Leer una novela, ver una película y visitar un edificio. La novela, After Dark de Haruki Murakami. La película, “Quemar después de leer” de los hermanos Coen. Y el edificio los “Teatros Canal”, de Juan Navarro Baldeweg. Recomiendo fuertemente esta terapia de darle gusto al cuerpo, como cada uno considere conveniente, como solución temporal, y puede que definitiva, a la crisis dichosa. Algunos considerarán esta actitud como ingenua. Es posible. Pero es fruto de la desesperación: cinco días han terminado con mi capacidad para vivir exclusivamente según los dictados de una sombra amenazadora, invisible e impredecible.
Es posible que en otra coyuntura, no hubiera hablado tan extensamente de este último edificio de Juan Navarro en Madrid. Pero las coincidencias también tienen derecho a existir, y su valor curativo con mi estado de ánimo me obliga sin duda a un comentario. En primer lugar aplaudo la posibilidad que han abierto los responsables del Canal de Isabel II de visitar el edificio coincidiendo con la Semana de la Arquitectura, antes de su puesta en funcionamiento definitiva (sé que ha realizado una inauguración oficial con una obra de Nacho Cano, pero, lamentablemente, eso está al alcance de pocos). Algo parecido ya se hizo con la ampliación del Prado de Moneo, y, más allá de otras consideraciones, es muy positivo intentar acercar una disciplina tan hermética como la nuestra al público en general.
El proyecto tiene una larguísima historia. Su último episodio (confiando en que Boadella no la arme a última hora) fue el intento de linchamiento público del arquitecto acusándole de desviaciones de plazo y presupuesto. Gracias a Dios, Navarro salió airoso de ese último trance y pudo terminar su obra tal y como la proyectó. El expediente, como gusta llamar la administración a cualquier actividad, consista ésta en segar el césped o en componer una sinfonía, parte de un concurso en el año 2000. Juan Navarro gana con una propuesta que divide el ambicioso programa de necesidades previsto en tres grandes bloques, de manera muy clara y manifiesta al exterior: el teatro principal, el teatro configurable y el centro de danza. He de decir que en su momento, me interesaron más algunas propuestas con una imagen más unitaria y singular. Como aquella gruesa línea de cornisa quebrada de González y Gallegos, que se adaptaba al programa al que daba respuesta en cada punto. Me equivocaba. Uno de los mayores aciertos de los Teatros Canal ahora finalizados, es la delicada pero rotunda fragmentación concebida por Navarro.
Urbanísticamente, soluciona con gran habilidad la implantación de una enorme dotación como ésta, en una esquina entre las calles de Bravo Murillo y Cea Bermúdez. Amplía progresivamente el espacio urbano a medida que nos acercamos al vértice, sin recurrir a falsas y forzadas axialidades ni a entradas monumentales. Los volúmenes extremos de color rojo y negro respectivamente, centro de danza y teatro configurable, establecen la continuidad con las fachadas urbanas de las dos importantes calles madrileñas para, a continuación, plegarse y esculpirse hacia el interior del solar, generando las grietas por las que nos colamos en todo el complejo. Como resultado aparecen dos pequeñas plazas en los espacios intermedios situados entre los tres cuerpos principales, formando los accesos, sin necesidad de interferir ni modificar los otros ritmos y actividades de este singular punto de la ciudad.
Con este esquema director tan claro, se adivina un funcionamiento futuro del edificio extremadamente sencillo y versátil. El conjunto puede funcionar como un todo o como tres unidades totalmente independientes. Representaciones y ensayos pueden producirse incluso de forma simultánea, sin interferencias entre unos espacios y otros. Toda la fachada a la calle Cea Bermúdez se ha convertido en un amplio, alargado y serpenteante vestíbulo acristalado de varias plantas de altura, al que el público puede acceder por diversos puntos. Con su deambular por esta cuidada y sutil transición entre el exterior y las salas interiores, los espectadores se convertirán sin saberlo en los actores del auténtico espectáculo urbano observado el ciudadano que camina por la calle.
Y finalmente están las salas de representación propiamente dichas: el teatro principal y la sala configurable. Se reconoce claramente la enorme destreza plástica del arquitecto/pintor/escultor en estos dos interiores. En particular su dominio de un recurso injustamente denostado con frecuencia: el color. Rojo para la principal y verde para la configurable. Clásica y contenida la primera e intensamente contemporánea la segunda. Los petos de entreplanta y palcos convertidos en una gran luminaria programable son la única licencia que se permite Navarro en la sala principal. En la segunda, sin embargo, todo es móvil, todo es adaptable. Toda la sala respira un aire industrial, de maquinaria esperando a ser puesta a punto para cada representación: la escena se puede desplazar en casi cualquier dirección del espacio; los asientos que se esconden bajo el suelo; los petos de la galería superior se realizan con una fina malla grapada que parece desaparecer al bajar la intensidad de la luz. Lo cierto que en esa sala tuve la sensación viva de estar simultáneamente en el Shakespeare Globe de Londres y en la Cúpula del Trueno de Mad Max III.
En definitiva, un muy buen edificio, concebido y realizado para la ciudad, para esa esquina y ese programa. Sin gestos grandilocuentes y egocéntricos que con demasiada frecuencia enmascaran vacíos de contenido realmente dramáticos (trágicos más bien). Pero al mismo tiempo rotundo y decidido, sin esconder bajo el manto cobarde del respeto a la tradición y lo existente, la ausencia total de ideas. Que, si se me apura, es aun más habitual.

PD: Como oferta en estos tiempos de crisis otra recomendación de María Fullaondo. En este caso, me temo que para un público más especializado: El artículo de Fredy Massad en el suplemento cultural del ABC del domingo, “Todos quieren ser campeones”. No estoy siempre de acuerdo con el autor, pero su crónica y crítica de la última reunión de arquitectos en Barcelona supuestamente debatiendo sobre el estado de la praxis arquitectónica, es mucho más que recomendable.

lunes, febrero 15, 2010

La maldición de Damien (Hirst)


"Autora: María López; publicado en soitu.es en octubre de 2008"

Durero, Velázquez, Vermeer, Goya, Picasso… la tradición de la pintura ha profundizado sobre la relación del artista con la sociedad y ha planteado diversas reflexiones acerca de la naturaleza del Arte.
Durante el pasado siglo, el mercado del arte se ha encargado de regular gran parte de estas relaciones mediante la acción de galerías y museos o centros artísticos, en mayor o menor medida. Sin embargo, el cambio de siglo ha puesto sobre el tapete las rápidas transformaciones que estamos experimentando y que exigen, en el tema que nos ocupa, la revisión de los términos en los que el arte juega su papel en nuestros días.
En este sentido, Damien Hirst (Bristol, 1965) es el artista que más se ha esforzado por poner en jaque las reglas establecidas en el mercado del arte, haciendo saltar por los aires el statu quo vigente hasta ahora. Hace un par de semanas se subastaron en Sotheby’s varias piezas suyas que alcanzaron en la puja cerca de 140 millones de euros. La novedad no consistía en la altísima cotización conseguida sino que, por primera vez, un artista salía directamente a subasta sin pasar por la casilla de salida, o sea, prescindiendo de las galerías. Naturalmente, esto no ha resultado ser exactamente así. De hecho, el grupo o consorcio comprador está formado por sus galeristas, Gagosian y White Cube, y por el propio Hirst, entre otros.
La transgresión radica en la operación mediática tan desmesuradamente lucrativa. Hirst dispone de seis estudios repartidos por el Reino Unido, en los que trabajan unas 120 personas y cuenta con la asesoría de un genio de las finanzas. El resultado es que gran parte de la opinión pública se acabe escandalizando por ese afán de forrarse sin miramientos. Parece que la pureza del arte no puede contaminarse del factor dinero. Al menos, no de forma tan descarada, aunque la historia del arte esté plagada de muchísimos ejemplos que hablan de lo contrario. Si no que se lo pregunten a Dalí o a Warhol.
Pero ¿dónde queda su obra, animales en formol, vitrinas de pastillas, instalaciones con cigarrillos o sus composiciones caleidoscópicas conseguidas con alas de mariposa?. La gran contribución de Hirst es que incorpora y asume códigos del lenguaje específico del incipiente siglo XXI, tales como la publicidad, la provocación y la ironía, llevándolos hasta sus últimas consecuencias.
Aun cayendo en la banalidad, recupera los temas más clásicos. Nos recuerda la fugacidad de la vida, la existencia en suspensión dentro de una pecera. Retoma las viejas vanitas de la tradición pictórica, vanidad de vanidades ante la amenaza inexorable e incomprensible de la muerte. Recurriendo nuevamente a la cita bíblica, nos advierte, en definitiva, que seguimos adorando al Becerro de Oro (13’3 millones de euros en Sotheby’s).