martes, mayo 18, 2010

¡Adiós, Señor Arquitecto! (2 de 2)

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en mayo de 2009"

Surgen un montón de preguntas: ¿Cómo se forma a un alumno para que sea capaz de generar hipótesis?; ¿vale cualquier alumno?; o incluso más importante, ¿vale cualquier profesor o cualquier programa de asignatura? Algunas consideraciones a este respecto:
- La actividad de arquitecto será minoritaria. La sociedad no necesita multitud de generadores de hipótesis. Sí necesita infinidad de comprobadores de las mismas, debido a la enorme cantidad de garantías y seguridades que exigimos ahora para cualquier actividad. Los arquitectos volverán a evolucionar hacia una escueta élite, no necesariamente muy bien pagada ni muy reconocida socialmente, pero con un trabajo muy específico que consistirá en producir ideas para que otros las comprueben y las lleven a cabo. Muy probablemente estos segundos ejecutores, además de más numerosos, serán mucho más relevantes para la sociedad, reservando a los arquitectos en estas fases posteriores de concreción física de las hipótesis, un discreto papel de asesoramiento general.
- La especialización conlleva necesariamente una selección del alumnado con más aptitudes para unas actividades y otras. Este también es el caso de un trabajo tan específico como es el de generar hipótesis nuevas. La tarta se tiene que repartir. Tendemos hacia una multiplicación exponencial de titulaciones y grados, que configurarán escuelas más pequeñas, más planas y más uniformes. En las escuelas de arquitectura actuales, es muy frecuente la presencia de alumnos magníficos, trabajadores y responsables, que sin embargo se encuentran frustrantemente desorientados en asignaturas como dibujo y proyectos, en las que la relación entre estudio y resultado no es absolutamente biyectiva. No acaban de comprender por qué toda su loable dedicación no alcanza los resultados óptimos que cabría esperar. Suelen descargar su frustración sobre la propia asignatura, con argumentos tales como la falta de objetividad de las valoraciones, la ausencia de rigor o contenido, la imprecisión en los objetivos, etc… Dejando a un lado la parte de razón que puedan tener (que en demasiados casos no es pequeña y es reflejo del propio desconcierto de profesores e instituciones), esta sensación que invade a algunos alumnos refleja con claridad sus dificultades con respecto este mecanismo de generación de hipótesis que intento establecer como la “especialidad” del arquitecto. Se encuentran más cómodo en otros territorios más seguros y firmes donde la dosis de riesgo que siempre acompaña una hipótesis, se minimiza. Por este motivo, esta multiplicación de titulaciones, proporcionará al alumno más oportunidades para localizar el itinerario más cercano a sus aptitudes innatas. Se eliminarán de esta manera muchos desencantos y frustraciones que en lugar de explicarse asumiendo la propia limitación, suelen generar infinidad de injustas y estériles críticas hacia el conjunto de la disciplina.
- No es la misión específica (ni mucho menos lo será en el futuro) del arquitecto resolver constructivamente su proyecto; pero sí lo es (o lo puede ser al menos), proyectar un edificio desde un sistema constructivo concreto, porque así se haya determinado. Lo mismo podría afirmarse de lo estructural. No es necesario ser un especialista en cálculo de estructuras. Pero si es imprescindible, poder concebir una respuesta arquitectónica fundamentada básicamente en consideraciones estructurales. Tampoco es necesario hacer mediciones y presupuestos. Pero es básico aprender a hacer una propuesta que minimice la repercusión económica de la obra si así fuera necesario. Lo específico del arquitecto es la generación de nuevas hipótesis basadas en las anomalías o accidentes que puedan presentar las más diversas situaciones provenientes del mayor número de campos posibles.
Es urgente ya, definir lo específico del arquitecto. No podemos continuar con un modelo generalista arcaico y menos aun lanzarnos en brazos de actividades parciales vinculadas a una práctica profesional concreta de casuística infinita. Ni podemos formar a miles de Leonardos da Vinci, ni podemos pretender ser expertos reconocidos en ascensores, sociología, mobiliario urbano y cálculo estructural. Hemos asumido, y razonablemente bien por cierto, esas funciones durante mucho tiempo, pero se acabó. Ahora hay que decidir que es lo que hacemos realmente bien y que nadie puede hacer aparte de nosotros.
El panorama asusta un poco, desde luego. Da miedo encontrarse con una respuesta (que siempre las habrá) del tipo: ¡es que no servís para nada! Sinceramente creo están todavía más equivocadas. Siempre harán falta ideas para seguir creciendo. Para seguir mejorando los asentamientos humanos de cualquier escala. Y esas hipótesis nuevas, que habrá que comprobar, nunca nacerán de la simple repetición de lo que ya sabemos, de la gestión de lo ya conocido o del ajuste técnico-científico de lo ya confirmado.
He oído razonamientos de todo tipo. “Quiero que mi hijo tenga las mismas competencias que yo”, o “el día que perdamos la firma, estamos acabados”. A los primeros solo puedo recordarles que el cambio existe y es necesario. La muerte es lo único que está quieto (en principio). Y a los segundos: la autoridad que deriva de una simple imposición administrativa, tarde o temprano, acaba también por morir. Generalmente de forma violenta.
Comentando todos estos temas con otros profesores, Ciro Márquez, me preguntó si la estructura profesional en la que estaba pensando para los futuros estudios de arquitectura era similar a la de las agencias de publicidad: dos departamentos claramente diferenciados, con dos tipos de especialistas también muy distintos entre si; lo que ellos llaman creo, ejecutivos y creativos. Es muy posible que sí. Me parece que muchos grandes estudios de arquitectura actuales ya funcionan realmente de esta manera. Es probable que el futuro nos reserve a los arquitectos exclusivamente el entorno de lo creativo, mientras que tanto las fases de análisis como las de ejecución definitiva, se afronten desde grandes equipos de especialistas en cada campo (entre los que accidentalmente, por supuesto también puede haber arquitectos reconvertidos).
Ya se verá. Pero en cualquier caso, sea éste el futuro o sea otro, lo que está claro es que ya podemos decir es ¡adiós! a la figura del señor arquitecto de antaño.

domingo, mayo 16, 2010

¡Adiós, Señor Arquitecto! (1 de 2)

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en mayo de 2009"

Este último trimestre del curso académico, es un buen momento para hacer balance. Hace casi un año publiqué un par de artículos relativos a la formación y la necesidad del arquitecto en la estructura social y profesional que se está dibujando en estos años ligeramente confusos. Intentaré continuar aquellos razonamientos después de varios meses de aproximación lenta pero inexorable hacia Bolonia.
Más allá de manifestaciones callejeras que no acabo de entender, desde el punto de vista general, tengo que volver a recomendar el artículo “El conocimiento líquido” del filósofo José Luis Pardo. No creo que sea estrictamente culpa de llamado proceso de Bolonia, pero es preocupante la mercantilización del conocimiento hacia la que caminamos. Me sorprende cada día más la ingenuidad y estupidez con la que hemos asumido el cambio radical que supone pasar de una universidad encargada de cualificar el mercado, al modelo actual, con el propio mercado erigido en responsable único de cuantificar la universidad que, parece ser, necesita para sobrevivir.
Sin embargo, este cambio de modelo que desde mi punto de vista es el aspecto central y clave del debate, ya no está en discusión. El mercado manda. Toca, por lo tanto, dentro de este marco general, hacerlo lo mejor posible. En este repliegue del conocimiento ordenado desde el soberano mercado, en este proceso de ablandamiento y licuación, debemos intentar evitar la gasificación o la desaparición total (la aterradora utopía descualificada agudamente señalada por Pardo).
Vayamos entonces hacia la arquitectura y su mercado. El escenario profesional de los arquitectos en España se va a modificar radicalmente en los próximos años, aproximándolo a aquel que, en mayor o menor medida, es el más habitual en el mundo desarrollado. La enorme complejidad tecnológica que rodea todos los ámbitos de conocimiento que afectan a lo urbanístico y a lo edificatorio, han desbordado los límites de lo que un único profesional puede asumir, por mucha dedicación que destine a su propia formación. A pesar de la postura corporativista de los colegios de arquitectos, es una realidad manifiesta de la actividad profesional, la creciente participación de técnicos especialistas de las más diversas áreas en los proyectos de arquitectura a partir de escalas cada vez más reducidas.
Esta es la situación real, guste o no guste. Ante ella es posible adoptar dos actitudes. La primera, la del avestruz: esconder la cabeza, ignorarla y hacer como si no pasara nada. Más o menos, la postura oficial del COAM por ejemplo: Defender heroicamente el estado actual de la cuestión, en la ingenua presunción de que con ello se podrá detener la evolución del mercado laboral del arquitecto. Y la segunda: Intentar comprender el complejo panorama en el que nos internamos para poder establecer cual será el papel o papeles reales que el arquitecto desempeñará en el futuro. Incluso aunque la respuesta no nos agrade o se aleje de nuestra actual actividad.
Puedo comprender, aunque no comparta, la postura táctica de los colegios: mantengamos una situación ya obsoleta, a pesar de que las señales de cambio la hacen ya insostenible, de cara a defender unos supuestos intereses económicos de los profesionales en ejercicio, que desean a toda costa, mantener su posición privilegiada. Esto, que puede tener un cierto sentido en el marco de la profesión (aunque, insisto, creo que está equivocado), no tiene ni pies ni cabeza en el ámbito docente y formativo. No tenemos ningún derecho a obligar a nuestros alumnos a pelear las mismas guerras en las que nosotros nos hemos metido (y que, triste e irremediablemente, vamos a perder).
La formación tiene la obligación de preparar a sus alumnos poniendo el punto de mira en la previsible situación futura que se encontrarán los estudiantes cuando alcancen su graduación. Es cierto es que en un panorama tan confuso es difícil y arriesgado hacer predicciones. Pero lo que es aun más indiscutible, es que en un escenario de cambio veloz como en el que estamos, el único punto en el que no nos encontraremos mañana, es en el que estamos hoy.
La respuesta que están articulando el mayor número de carreras universitarias en sus nuevos planes de estudios, parece rondar el tema de la “especialización”. No creo que sea la panacea universal; pero sí parece ajustado a la realidad que la sociedad demanda cada vez con mayor determinación que su fuerza de trabajo esté intensamente especializada en una actividad concreta. Ya no se valoran los conocimientos generales o universales, que en otro tiempo eran el pasaporte idóneo para transitar de un problema a otro y proporcionaban una sólida visión general. En la búsqueda de la máxima eficacia, hemos evolucionado hacia lo pequeño, lo táctico, lo particular, el caso; hemos aplazado o eliminado el estudio de lo generalista y universal (entiendo que por inabordable, no operativo e ineficaz). De nuevo, se puede estar de acuerdo o no con este planteamiento, pero parece constatado que los tiempos caminan en esta dirección.
Entonces, la pregunta para nosotros es: ¿Qué es lo específico (caso de existir) del arquitecto? Tampoco es fácil la respuesta. Un par de errores frecuentes y una propuesta:
- La respuesta actual, la de los colegios profesionales, es decir, todo, es simplemente inviable. No es posible formar un especialista en todo lo que rodea la actividad arquitectónica. Como decía, simplemente contemplando el vertiginoso desarrollo tecnológico queda descartada esta opción por una simple cuestión de tiempo material.
- Las respuestas parciales del tipo: lo constructivo, lo estructural, lo estético, lo urbano,.. o, desde enfoques de rabiosa actualidad, lo económico o lo medioambiental, presentan al menos dos problemas graves: el primero su propia parcialidad, dejando fuera del ámbito de la carrera universitaria enormes campos de estudio que, resulta evidente, tienen enorme influencia en lo arquitectónico; y el segundo, y más grave, ya existen técnicos especializados en cada una de esas áreas; en la mayor parte de los casos, con una grado de formación mucho más especializada y evolucionada en cada campo concreto que la que nosotros podríamos desarrollar, ya que no tienen que lidiar con nuestro complejo histórico de hombres totales del renacimiento. Me refiero por supuesto a ingenieros de todo tipo, historiadores del arte, economistas, sociólogos, etc… Y, también, por qué no, los futuros ingenieros de la edificación o urbanistas.
- Lo específicamente arquitectónico es el proyecto: la capacidad de idear hipótesis espaciales nuevas que expliquen y solucionen problemas y necesidades de los seres humanos. Hipótesis concebidas sobre la base de los más diversos campos, constructivos, estructurales, sociológicos, económicos, culturales, medioambientales, etc… todos aquellos mencionados con anterioridad. Pero lo específico de la arquitectura, no es el campo particular que se utiliza de soporte, sino el propio mecanismo de elaboración de la hipótesis.
Por lo tanto, aceptando que, tal y como están las cosas, la “especialización” es la única salida posible, la del arquitecto debe dirigirse hacia esta capacidad de generar hipótesis formales nuevas para el espacio del ser humano (real o virtual, por supuesto). Su comprobación y cálculo será el objeto de trabajo de otras disciplinas especializadas a su vez en cada uno de los campos concretos sobre los que se haya concebido la hipótesis. Pero el propio mecanismo de generación de la hipótesis plausible, no es (de momento) tratado en ninguna otra disciplina. Este será, creo yo, el único valor diferencial de los arquitectos en el futuro.