viernes, mayo 07, 2010

EL DISCRETO ENCANTO DE LA REFINERIA


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en abril de 2009"

En contra de cualquier instinto de protección animal, el ser humano se siente atraído por el peligro. Es esa mezcla de fascinación, miedo y repulsión que nos da todo aquello que sabemos que nos perjudica y por lo que sin embargo, sentimos una profunda curiosidad.
Es exactamente la sensación que experimento al atravesar de noche la carretera que une la ciudad de Huelva con Mazagón, un enclave paradisiaco situado al comienzo del parque natural de Doñana.
Para aquellos que no lo conozcan hay que decir que entre ambos lugares se sitúa un polígono industrial dotado de refinerías petrolíferas, plantas de gas, parque químico y varias de las empresas más contaminantes del país. A la ribera del rio Tinto el olor es indescriptible, pero de noche cuando todas las luces se encienden hay que reconocer que el panorama es majestuoso: Ya no es Huelva, es la ciudad de Los Ángeles en la que según Ridley Scott a comienzos de este siglo, la Tyrell Corporation desarrolló un nuevo tipo de robot llamado nexus.
La belleza tóxica de ese pedazo de Blade Runner en Huelva, resulta aun más espectacular en contraste con sus vecinos, que son por un lado el océano Atlántico y por otro, la extensión boscosa de Doñana.
En muchas ocasiones me he preguntado qué es lo que me atrae de este lugar. ¿Acaso solo basta el contraste para despertar mi afinidad hacia algo tan grotesco? ¿O por el contrario, se debe a una cuestión cultural?
Sinceramente, creo que en mi caso se debe más a una afinidad visual establecida a raíz de mi interés por la imagen cinematográfica en general y por la maquina en particular, paradigma de la estética ochentera tan ligada a la cultura de mi juventud.
Y de nuevo se me plantea una cuestión esta vez relacionada con la cinta de Ridley Scott, cuya ambientación realizada hace más de 25 años, pretende retratar el mundo del año 2019. ¿Su vigencia es fruto de la suerte o de la mímesis?
En otras palabras, no me queda claro si Scott acertó por casualidad al pronosticar una estética de torres petrolíferas en llamas y luces de color en sintonía con la imagen de los núcleos urbanos o hemos sido nosotros quienes de manera inconsciente han tratado de imitar la estética de Blade Runner.
Dos ejemplos para la reflexión: El ya mencionado polígono industrial de Huelva y Times Square en Nueva York, que en la actualidad se asemeja más a la película de Scott que a si misma hace 20 años.
Aunque los parámetros de las arquitecturas reales y de las filmadas (es decir, aquellas construidas únicamente para servir de realidad a un argumento cinematográfico), manejan lenguajes diferentes, ambas son esclavas del paso del tiempo.
La capacidad de perdurar de una arquitectura real, aunque depende de muchos factores, pasa a menudo por la identificación de una imagen determinada capaz de sobrevivir a su contexto socio cultural.
Las arquitecturas cinematográficas por su parte, se esfuerzan en contra de toda lógica, por ligar su estética con el tiempo inmediato, potenciando valores como el dinamismo o la mutabilidad más propios de una arquitectura perecedera.
Esta característica de las arquitecturas filmadas, juega claramente en contra de las pretensiones de subsistencia de una película. Más concretamente cuando se abordan géneros como puede ser el de la ciencia ficción, donde cualquier traspié de su ambientación puede dejar en ridículo un argumento que en otros tiempos pudo resultar plausible al espectador.
Y sin embargo en el caso de Blade Runner, la apuesta por no diferir en exceso del mundo conocido en 1982 no solo constituyó un acierto sino que su de ambientación, ha permitido incluir esta cinta de ciencia ficción entre los clásicos del cine por méritos propios.
Posible y tangible son dos conceptos claves que los diseñadores de la industria cinematográfica, toman como punto de partida a la hora de acometer un nuevo trabajo. Los encuadres urbanos que aparecen en pantalla han de mostrar una visión general capaz de ubicar al espectador, mediante elementos lo suficientemente reconocibles como para dar las claves que conduzcan a su identificación, no sólo geográfica sino también temporal.
Tanto la ciudad como el cine dependen de ciertos iconos visuales que los identifiquen creando una imagen conocida, o recuerdo de otros tiempos que nos ponen en situación. Al contemplar la imagen nocturna de este Blade Runner patrio (el polígono de Huelva), experimento una sensación de viaje en el tiempo que me deja un sabor agridulce entre lo que parece y lo que realmente es.
Supongo que al margen de otros factores, el polo químico e industrial de Huelva constituye en sí mismo un clásico, un recuerdo de un tiempo pasado que esperamos superar en aras de un futuro más limpio y menos contaminante.
Una pena que en este caso la dependencia entre forma y función resulte tan irreconciliable.

jueves, mayo 06, 2010

Semana Santa en Andalucía: una auténtica fiesta.


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en abril de 2009"

Las ciudades andaluzas esperan impacientemente a lo largo de todo un año estos días de Primavera donde se celebra la Semana Santa. En ciudades como Sevilla y Málaga la vistosidad y grandiosidad de las imágenes y el tamaño descomunal de los “pasos” o “tronos” que deambulan por sus calles les hace especialmente espectaculares. ¿De donde viene esta genuina y ancestral tradición? ¿Es posible entender religiosamente una actividad que llega a convertirse sin duda en la festividad más importante del año? En Málaga en concreto la ciudad se engalana hasta sus últimos rincones, las fachadas se adornan, las calles principales se convierten en enormes graderíos y los malagueños se disponen a afrontar unas agotadoras jornadas de deriva urbana. Los “tronos”, absolutamente pulcros y engalanados se preparan para depositar sus toneladas de madera y pan de oro sobre cientos de mozos que a duras penas podrán terminar el recorrido sin sufrir enormes magulladuras, y terminar absolutamente derrengados. Desde luego, no deja de ser un peculiar sentido de lo religioso lo que mueve esta fiesta, un extraño poder impregnado de magia, de sensaciones y de olores penetrantes.
La ciudad se transforma, huele a incienso a todas horas, se escucha el silencio entre la muchedumbre, roto intermitentemente por esa insistente y repetitiva música de clarines y trompetas, y el obsesivo ritmo de los tambores. Los cirios de los cientos de nazarenos con sus fantasmagóricos capirotes dejarán una huella en el asfalto que durará semanas, kilos de cera quemada que supondrán un peligro permanente para los motoristas despistados, al menos durante un mes.
Esta actividad autofinanciada por las diferentes cofradías o hermandades, supone un alto nivel de participación ciudadana, que soporta sus propios gastos durante todo el año, implicándose sin reservas en el mantenimiento y puesta al día de sus imágenes religiosas y la parafernalia que las rodea. Nadie podrá hablar de subvenciones en la Semana Santa. Y si llueve, todo se irá al garete y a esperar el año siguiente, pues el riesgo de estropear la imagen del Cristo o de la Virgen estará muy por encima de cualquier otra consideración. La Semana Santa es una fiesta inigualable. Es un carnaval de sombreros picudos y olor a incienso, que ha cambiado la salsa por la música de banda pero que tiene una idéntica capacidad embriagadora. Los bares de la ciudad echan humo y el Jueves Santo es el día más rentable del año.
La Semana Santa andaluza es un fenómeno alucinante, toitalmente diferente a cualquier otro, absolutamente peculiar. Es difícil describir la magia de las imágenes religiosas “flotando” a ritmo de tambor por entre calles de anchura imposible, o entrando y saliendo inquietantemente por el ancho justo de la puerta de su Hermandad o Cofradía. Se puede llegar a pensar que durante todo el año la ciudad es un mudo escenario que se está preparando tan sólo para poder vibrar con inntensidad en cada esquina, en cada recodo, en cada barrio, cuando llega su Semana Santa.
Para alguien de Madrid como yo, donde las imágenes religiosas son totalmente austeras y van por las calles sobre vehículos rodados camuflados, esta cultura no dejará nunca de intrigarme y supondrá siempre una actividad tremendamente interesante.

domingo, mayo 02, 2010

LA ESCALA DE LA CRISIS


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en abril de 2009"

Al contrario de otras disciplinas, para la arquitectura el tema de la escala es esencial. Eso no significa que para otras actividades no sea importante, es más bien que para los arquitectos el concepto de escala encierra muchos más matices.
Cuando hablamos de escala no solo nos referimos al tamaño de las cosas, sino que hacemos extensivo este concepto a temas de percepción, representación e imagen comparada.
Un economista podría decir que no le cuento nada nuevo pero este asunto de la escala se asemeja bastante a lo que ocurre con esta crisis. No pretendo frivolizar con una realidad que angustia a millones de personas pero podemos decir que hay dos percepciones distintas con las que mirar este fenómeno: la macro y la micro escala.
Al microscopio la crisis resulta más terrible al percibir el drama de miles de familias cuya situación es desesperada. Sin embargo a una escala mayor, existe la sensación de que se nos está brindando una oportunidad para iniciar una operación de depuración general.
Hay una frase que se repite como un mantra en estos tiempos que corren: “de las crisis se sale reforzado”, cosa que es verdad porque cuando se ha tocado fondo es inevitable pasar a algo mejor, pero además existe la constatación de que el camino elegido no ha sido el adecuado, lo que implica un proceso de regeneración interna. Regeneración de los estamentos económicos, políticos y sociales, pero sobre todo, una regeneración de la propia imagen.
Esta renovación moral es extensiva a la idea de ciudad y a la arquitectura, a sabiendas de que cualquier operación de regeneración ha de pasar por alto la micro-escala. ¡Que hubiera sido del París de Haussmann sin obviarla!
Centrémonos en el panorama nacional y en la corta historia de nuestra prosperidad. Haciendo examen de conciencia, ese supuesto boom económico que vivía España basado en el ladrillo, no solo ha acabado con nuestras costas y con los entornos naturales, sino que además ha atentado directamente contra el concepto de arquitectura española.
La verdad es que en este aspecto no hemos sido conscientes del drama que esto supone. Desde que comenzó la especulación inmobiliaria en este país, ha sido escasa la arquitectura a rescatar de entre un universo de construcciones, teniendo en cuenta el volumen edificado.
Cuando a mediados de los ochenta el precio del suelo comenzó una escalada vertiginosa, la construcción se convirtió en uno de los negocios más rentables. En esos momentos, era muy triste observar, especialmente desde las escuelas de arquitectura, como la mayor parte de los proyectos reseñables se construían fuera de nuestras fronteras o eran obras del pasado. Unida a esta fiebre surgió un furor conservacionista que motivó la rehabilitación masiva de edificios de dudoso interés, lo que dejó algunas ciudades como Madrid huérfana de los emblemas arquitectónicos de una época.
La arquitectura comenzaba a ser presa de la construcción, cuyos valores aunque no lo parezca, difieren diametralmente en lo esencial.
Pudo parecer que esta etapa llegó a su fin coincidiendo con las Olimpiadas y la Expo del 92, produciéndose de nuevo una crisis en el sector. Pero esa crisis no fue lo suficientemente profunda como para reconducir las cosas, aunque desde sectores más cercanos a la arquitectura comenzaron a producirse algunos cambios.
Acostumbrados a este clima de ladrillazo, a finales de los noventa y a comienzos de este siglo, comenzaron a realizarse algunas arquitecturas interesantes gracias al excedente económico del que gozaban los gobiernos municipales y autonómicos, pero sobre todo a que las inversiones en educación de las primeras décadas de la democracia estaban dando sus frutos.
Por fin un rayo de luz al final del túnel; una luz que culminó en la exposición sobre arquitectura española que en 2006 organizó el MoMA.
Pero las señales volvieron a ser mal interpretadas. De nuevo las miradas se volvieron hacia el sector de la construcción en lugar de hacia la arquitectura.
Muy pocos reflexionaron acerca de esta cuestión, despreciando de nuevo el principal potencial de este país: el factor humano. Esto nos hace añorar políticas como las que se llevan a cabo en Suiza u Holanda, países que con una población 5 y 3 veces inferior a la nuestra, exportan Arquitectura de alto nivel a todo el mundo.
¿Cómo es posible que esto suceda con la cantidad de arquitectos que hay en España, el volumen de obra construida y el nivel de preparación de estos profesionales? Desgraciadamente aun no hay una respuesta única.
Ha llegado el momento de dar un paso atrás para echar un vistazo global al asunto. Está claro que el sector de la construcción necesita una reconversión, pero también la visión que la sociedad tiene con respecto a la arquitectura, con la que rara vez se siente identificada.
Como en el caso de la crisis, tal vez se trate de un problema de escala.