jueves, abril 19, 2012

Una respuesta vehemente



El artículo de Montaner ha provocado una inmediata respuesta de Fredy Massad en su blog, http://www.btbwarchitecture.com/ publicada el 18 de abril de 2012: La melancolía mató al crítico. No se anda con chiquitas Massad y contesta a Montaner con una vehemencia extrema, que hace pensar que, efectivamente, se debió sentir directamente aludido por el planteamiento del catedrático. Esta es la respuesta:

LA MELANCOLIA MATO AL CRÍTICO

And now we meet in an abandoned studio.
We hear the playback and it seems so long ago.
And you remember the jingles used to go.
The Buggles, ‘Video killed the radio star’


Se ha tornado una letanía recurrente entre cierta intelectualidad el intentar acotar el campo de acción minusvalorando, cuando no directamente negando, los efectos de los cambios culturales. Una actitud que surge del temor, del desconcierto, de un miedo a perder la hegemonía, de la sensación de tambalearse sobre esa tarima desde la que profesan irrefutables verdades y que les separa de lo sucio, lo común y lo mundano. Seguramente es un temor infundado si se piensa con sensatez; empero, ese temor sí es realmente fundado cuando lo que se está intentando a toda costa es salvaguardar un estatus quo y generar la sensación de que tras ellos, se abre el abismo.
Valga esta introducción para abrir una reflexión a propósito del artículo “La extraña muerte de la crítica de arquitectura” de Josep Maria Montaner publicado en la edición de Cataluña de El País del pasado 15 de abril. En él, como su título anticipa, éste afirma que la crítica ha muerto irremediablemente.
Una primera lectura de este artículo podría sugerir que se trata de una verdad a medias, que en sí misma solamente representaría una opinión particular. No obstante, es una postura que empieza a distinguir muy marcadamente un discurso muy intencionado sobre la cultura y la arquitectura en particular que un sector, de una manera en absoluto inocente, está intentando generalizar e imbuir de hegemonía. (Véase también el reciente discurso de Mario Vargas Llosa al respecto) Un discurso que, a fuerza de ser repetido, como se si tratara de lograr que la idea acabe solidificando en el inconsciente colectivo, está convirtiéndose en una peligrosa y torticera falsedad.
Lo que, con toda seguridad, ha muerto es el concepto de la crítica según la plantea Montaner en su artículo. Un conocimiento académico y academicista en manos de unos pocos escogidos, que contaba con una gran dificultad para el derecho a réplica y ha hecho que estos, sin que nadie se lo pida, se hayan autoexcluido del juego. En su artículo, Montaner proclama la defunción de una crítica capaz de intervenir en la construcción social y cultural mediante una sacralización de la crítica del pasado y el desprecio de las posibilidades de la sociedad presente para generar una crítica acorde a su tiempo, sin querer entender que el modelo ha cambiado y la sociedad se ha tornado más dispersa y plural.
Por supuesto, nadie cuestiona ni infravalora en absoluto las aportaciones de la crítica de los años 70 y 80, sino que se afirma absolutamente el hecho de que es indispensable un conocimiento bien articulado del pensamiento de sus principales figuras. No obstante, es precisa la objetividad que permita reconocer que su relectura, a la luz actual, nos deja – lógicamente- muchos puntos abiertos y cuestionables. Una imperfección, exactamente la misma que puede tener la crítica presente, que no hace sino confirmar la necesidad de que el pensamiento se mantenga activo, fluido y en constante revisión y evolución para poder dotarse de pleno sentido.
Es indiscutiblemente cierto que esta especie de democratización e instantaneidad de los canales de comunicación e información que distingue al mundo contemporáneo ha dado lugar a mucho ruido banal, ha dado pie a la difusión de discursos basura, a opinar aun cuando no haya opinión consistente a sostener. Ha dado pie a la conversión de la arquitectura en variantes del cotilleo, a la conversión del discurso de la arquitectura en mera complacencia hedonística, al culto de la imagen y a la proliferación de la versión digital del charlatán (que siempre existió) para el cual la red ha amplificado su territorio de protagonismo. Pero también, la era de la información ha creado un campo propicio para la discusión abierta, interactiva y colaborativa y, sobre todo, la conformación de un nuevo estado y actitudes de pensamiento que en su vertiente positiva genera ese estado donde entra en crisis ese modelo único y anclado en el conocimiento académico y desde donde se proponen los fundamentos para una reflexión contemporánea.
Es indiscutible que hemos vivido y seguimos dentro una sociedad volcada al neoliberalismo y que, en medio de esto, el papel de alguna parte de críticos u opinadores ha devenido en el de agentes de marketing de arquitectos. Pero qué papel jugaron esos críticos dentro de ese contexto más allá del silencio o de rasgarse pasivamente las vestiduras: ¿No tiene parte de responsabilidad en este devenir la falta de acción de los críticos de esa supuesta generación gloriosa sobre ese contexto? ¿Cómo no alertó antes la crítica sobre esa dispersión de la crítica? ¿Cómo no se propusieron alternativas creíbles a aquel creciente culto a la persona y el objeto? ¿Por qué no alertó con claridad sobre los riesgos de la deriva neoliberal y la globalización que se produjo en el último cuarto de siglo proponiendo otros modelos? ¿No habrá sido, o es, esa excesiva complacencia en su mitificación y autoridad la que le ha impedido y le está impidiendo ver su propia deriva? Preguntas cuya respuesta implicaría la necesidad de una auto-crítica.
Por supuesto debe haber y debe alentarse una crítica intelectual consistente que ahonde en la diversidad de aspectos teóricos relativos a la arquitectura que contribuyan a la construcción de discursos y reflexiones profundas que reviertan en la calidad de una práctica arquitectónica que debe estar al servicio del individuo y la sociedad y constituir asimismo una expresión de su tiempo, en el presente y hacia el futuro. Pero es también preciso comprender que la crítica, hoy en día, debe posicionarse desde actitudes que se sitúen justo en conexión directa con la realidad y sus circunstancias; una crítica de acción, seguramente más próxima a una actitud política. Dicho de otra forma, quizás es una crítica o actitudes de reivindicación que se ensucien en el terreno, que comprendan el ejercicio de la intelectualidad desde otras vertientes. Y es negar la realidad constatar que éstas están germinando. Las herramientas están ahí: la tecnología contemporánea abre el panorama antes que hacerlo agonizar.
Cabe suponer que cuando Montaner y con él tantos otros hablan del papel representativo de los intelectuales progresistas y los pocos canales de expresión con los que cuentan, no se percatan de que lo que él percibe como ‘progresismo’ ha derivado en muchos casos en una postura netamente conservadora que parece obstinarse en mantener protagonismo y autoridad en el tiempo, seguir creyendo que les pertenece, cuando están tropezando con la imposibilidad de adaptarse a un tiempo presente que no les permite controlar y pontificar. Un tiempo mucho más elástico, complejo y ambiguo, en el que su papel protagónico e indispensable como canon se diluye.
Invadidos por la nostalgia de un tiempo idealizado que ellos mismos se empeñan en magnificar en su imaginación al hablar de rigor, honestidad y espíritu crítico –conceptos que no son emblema de ningún período sino que pertenecen a los individuos.
La crítica no está muriendo ni desapareciendo, se está reconfigurando en dirección hacia otros necesarios paradigmas. Sí están agonizando las figuras que se creyeron dueñas de la verdad –y con ello de la autoridad- incontestable y con ese tipo de afirmaciones hoy purgan su deriva melancólica intentando negar, frente a quienes sí están dispuestos hacia una comprensión y análisis de lo que está ocurriendo desde el intento de entender el tiempo en qué vivimos, lo que se están negando a sí mismos.

Fredy Massad, Abril 2012

Decíamos ayer ...




Una vez atravesado un cierto periodo de retiro espiritual, vamos a ver si volvemos a hablar de arquitectura y todas esas cosas...
La última entrada publicada en este blog hace ya algún tiempo hablaba de la crítica de arquitectura en la red. Casualidades de la vida, hace unos días, el 11 de abril de 2012, me encontré en la edición catalana del diario El País, con un artículo del catedrático Josep María Montaner: "La extraña muerte de la crítica de arquitectura". Dada su evidente relación con mi viejo artículo de octubre de 2009 en el añorado soitu.es, no se me ocurre una mejor manera de atravesar velozmente el vacío de estos más de tres años de silencio digital.

Reproduzco a continuación el artículo de Montaner; en la siguiente entrada publicaré la respuesta que ha elaborado Fredy Massad en su blog http://www.btbwarchitecture.com/ el 18 de abril; y en una tercera, para retomar mi vieja actividad, intentaré explicitar mi propio punto de vista.

En fin. Bienvenido de nuevo, me digo a mi mismo y a todo el que se quiera dar por aludido, y aquí dejo la opinión de Montaner:

LA EXTRAÑA MUERTE DE LA CRÍTICA DE ARQUITECTURA
Este es el título del libro póstumo de Martin Pawley, uno de los críticos británicos de la segunda mitad del siglo XX, junto con Reyner Banham y J. M. Richards, y expresa un hecho inquietante: la crítica de arquitectura, tan influyente hace pocas décadas, hoy tiene un papel irrelevante.
En el caso de la crítica de arquitectura se suman dos crisis, la cultural y la propia. Se enmarca en el fenómeno más general de la pérdida de papel representativo de los intelectuales progresistas, que, aunque existan, tienen menos posibilidades de expresarse en los medios que hace unos años. Y en el terreno de la arquitectura, la mala salud se percibe hoy mucho más al compararla con su periodo dorado, entre los años sesenta y ochenta, con figuras como Manfredo Tafuri, Aldo Rossi, Colin Rowe o Kenneth Frampton, yendo desde el espectro más radical y marxista hasta el más formalista, nostálgico y defensor de la autonomía de la arquitectura.
También se suma que el mismo saber de la arquitectura ha perdido papel decisorio y de liderazgo con relación al que tuvo en el periodo de entreguerras y en la posguerra, en que las políticas de vivienda, inspiradas por arquitectos, sentaron las bases del Estado de bienestar. Hoy la arquitectura y el urbanismo son serviles a los objetivos financieros e inmobiliarios, y tienen escasa iniciativa para plantear alternativas a lo que imponen los intereses dominantes. A este descrédito han colaborado la complicidad con la especulación, la corrupción y el alarde de poder.
Hay más factores que explicarían esta muerte tan hegeliana decretada por Pawley: lo que queda de la crítica está dominado por la cultura angloamericana, que sigue definiendo posiciones, como la poscrítica, los tecnoadministradores o los neopragmáticos. Y en este punto de inflexión, Peter Eisenman, con su negatividad, y Rem Koolhaas, con su pragmatismo, han potenciado la dispersión. En Europa quedan pocos focos de la crítica, más allá del grupo editorial de la revista Lotus en Milán y de facultades de arquitectura como la de la Delft University of Technology.
Otro factor que influye en la consistencia de la cultura crítica es que el mundo de Internet ha potenciado un panorama con innumerables protagonista, sin los referentes míticos de otras épocas, como Karl Kraus, Jean Paul Sartre y otros. Hoy proliferan los intelectuales, por suerte, con más mujeres y con procedencias no eurocéntricas; se consolidan nuevas corrientes ecologistas, feministas y queer, pero su influencia y alcance quedan reducidos a ciertos ámbitos.
En el caso de Cataluña, el desinterés por la teoría es manifiesto y recurrente. La crítica y la historia la han escrito los mismos protagonistas, que se incluyen a sí mismos en sus escritos, como Oriol Bohigas o Helio Piñón; algo que sería inadmisible en otros campos artísticos. El gran teórico que tuvimos, Ignasi de Solà-Morales, es reconocido aquí por su gran personalidad y por ser el arquitecto del Liceo, pero no por el peso de su propuesta crítica, de alcance internacional. Somos un país que alardea de su pragmatismo y que no valora la actividad de la crítica. Por eso, los arquitectos profesionalistas y ambiciosos han creado sus propias agencias, lobbies y blogs, intentando medrar repartiendo placebo de crítica. Sin embargo, no habrá manera de conceptualizar, proponer alternativas y replantear la arquitectura si no se piensa desde la historia y la crítica.
Las nuevas teorías han de partir de otras coordenadas: rechazo a la pretendida autonomía de la arquitectura, sintonía con los medios de comunicación y con las posibilidades de las industrias locales, incorporación de los nuevos modos de trabajo colectivo y de cooperación. Se ha de avanzar en procesos en los que la abstracción recurre a mecanismos versátiles, como los diagramas; la arquitectura se centra en la vida y en la experiencia, y se reencuentra la vertiente activista y experimental que tuvo en otros momentos de transformación.
Cierta crítica está muriendo al mismo tiempo que ciertas premisas de rigor, honestidad y espíritu crítico no se valoran, pero van a surgir otras, imprescindibles para superar este panorama de imposturas, trivializaciones, autoelogios y fórmulas caducas.




Josep María Montaner, Abril 2012