jueves, abril 08, 2010

Urbanizar o des-urbanizar


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

La Operación Chamartín me resulta antipática. Para los no capitalinos diré que consiste en una gigantesca operación urbanística que reconfigurará la totalidad del extremo norte de Madrid, aprovechando básicamente el espacio resultante del soterramiento de una gran parte de las infraestructuras ferroviarias de la Estación de Chamartín. Prolongación de varios kilómetros de Castellana, nuevos nudos de comunicación de todo tipo, millones de metros cuadrados de urbanización, miles de viviendas, de oficinas, de equipamientos de toda índole, … Y miles de millones de euros de inversión, por supuesto. Cifras descomunales que es muy difícil incluso imaginar. Después de 15 años de disputas y trifulcas de todo tipo, parece que el plan por fin se pondrá en marcha durante el año 2.010.
La verdad es que no conozco los entresijos ni del proyecto ni de los durísimos conflictos que ha ido generando a lo largo de todos estos años. Supongo que un movimiento de intereses y dinero de estas dimensiones estará lleno de porquería hasta las orejas. Pero no es este el motivo ni del artículo, ni de mi extraña y ligeramente infundada sensación de rechazo hacia este macro-proyecto.
Encuentro tres explicaciones a mi negativa predisposición a aplaudir la aprobación del monstruo:
1. La primera es el hartazgo de quince años de peleas diversas, en absoluto motivadas por generar el mejor proyecto posible para la ciudad, sino simplemente por ver quien se llevaba los duros. Como técnico me sigue pareciendo totalmente irracional que el valor del suelo dependa de un acto administrativo. Si además la financiación de la propia administración depende de ese acto, el problema, además de absurdo, se convierte en circular. A esto hay que añadir a los llamados reversionistas: gente que entiende que, como las antiguas huertas de sus padres o abuelos fueron expropiadas para hacer vías de tren, y ahora se va a construir sobre ellas otra cosa mucho más lucrativa, ellos también tienen derecho a una parte de la tarta. No sé quien tiene razón. Ni me importa lo más mínimo. Pero como me dijo un amigo hace unos días: ¿hasta cuando se mantienen estos nuevos derechos inalienables del individuo y herederos? ¿eternamente?
2. La segunda explicación tiene que ver con el proyecto en si mismo (con lo poquito que se conoce en realidad). Me parece recordar que Ricardo Bofill (padre, claro) tuvo bastante que ver con que las líneas generales del mismo. Al menos en sus fases iniciales. El rotundo y barroco (me refiero en este caso al histórico, siglos XVII y XVIII más o menos) trazado de la elipse principal, responde a la perfección a los planeamientos versallescos tan del gusto de la capital de Francia. Parece ser que la operación de la Defense de Paris y su prolongación posterior han servido de modelo a seguir. En ese caso, objetivo conseguido. Flirteos aquí y allá para darle un toque de contemporaneidad a la marcial ordenación, y listo: Ya tenemos Madrid para los próximos 30 años. Estaba mal ya hace 15 años, con lo que imagínese ahora.
3. Y hablando de ahora… ¿tiene algún sentido planear un crecimiento de la ciudad de esta magnitud? El ritmo de crecimiento de población de las grandes ciudades occidentales hace muchos años que decrece con intensidad. Muchas urbes están incluso perdiendo población. Creo que es muy posible que la crisis actual acentúe este proceso. Es muy posible que se produzca un fuerte movimiento migratorio de salida de las ciudades durante las próximas décadas. La tecnología, las nuevas estructuras del trabajo, los inconvenientes evidentes de las enormes aglomeraciones urbanas y un sinfín de factores más, hacen que la gran ciudad ya no sea tan atractiva como lo era en la mitad del siglo XX. Ni tan necesaria. Ni tan segura. Más bien todo lo contrario. Es solo una idea, pero es posible que en lo que convenga empezar a cavilar es en des-urbanizar, en lugar de urbanizar.
La población total del planeta seguirá creciendo. La medicina se encargará de eso (a no ser que se produzca algún cataclismo o algún giro drástico de nuestros principios morales más profundos, en lo que es preferible no pensar). Lo que se va a modificar significativamente es su forma de implantarse en el territorio para garantizar su supervivencia y su máximo bienestar. No creo que la rígida dicotomía entre población urbana y población rural sea la respuesta. La tecnología digital posibilita la aparición de situaciones híbridas que a un tiempo mantienen los beneficios fundamentales de la vida en la ciudad a la vez que recupera muchos de los valores precipitadamente abandonados de la vida en el campo (se produzca esto por razones de ocio y divertimento o, quien sabe, puede que muchos, por pura necesidad tengamos que volver a cultivar la tierra).
Desde mi punto de vista más que insistir en voluntariosos crecimientos megalómanos de nuestras ciudades, podríamos empezar a planificar dos cosas:
a) Nuevas formas de asentamiento, más ligeras y rápidas de ejecución; de escala moderada; más parecidas a campamentos nómadas o temporales que a auténticas ciudades; dotadas de todos servicios básicos y, sobretodo, de la máxima tecnología digital; y en contacto directo de nuevo, con las actividades denominadas primarias.
b) Des-urbanizar progresivamente nuestras ciudades para adaptarlas a sus nuevas densidades de población, a las nuevas necesidades y a las nuevas formas de vida. Quien sabe si convendría simplemente empezar a demoler aquello que manifiestamente este infrautilizado para generar urbes con más vacíos y agujeros que pudieran ser aprovechados para otras actividades. Es posible que la salvación del cadáver en que se están convirtiendo nuestras ciudades sea hacerla permeable para que el campo, la naturaleza, se cuele por todos sus poros hasta que alcance una nueva situación de equilibrio (también temporal por supuesto).

Atmósferas individuales


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

Está comúnmente aceptado que en tiempos de crisis surgen las mejores ideas. De ser así, ¿es el momento idóneo para llevarlas a cabo? No hay más que echar la vista atrás para descubrir por qué algunas propuestas de Archigram continúan estando vigentes, máxime cuando en su momento fueron tachadas de utopías.
Los proyectos de Archigram fundamentados en una confianza plena en la tecnología, proponía soluciones basadas en la búsqueda de la “inmaterialidad” de la arquitectura hasta que la crisis energética de 1966 mostró una necesaria toma de conciencia sobre el límite de recursos no renovables de nuestro planeta, obligando a recapitular sobre cualquier intención extremista sin beneficio social no demostrable.
Proyectos como The cushicle de Michael Webb, se centraron en investigar nuevas formas de vivir y hacer arquitectura a través de un programa de habitación mutable y adaptable a las necesidades de cada persona.
The cushicle se planteó como una invención que permitía a un individuo llevar un completo ambiente doméstico en su espalda. A modo de mochila, esta unidad inflable permitía a su usuario tener un alto estándar de confort con un mínimo esfuerzo. Equipada con comida, agua, radio, una televisión miniatura y un aparato de calefacción, Chusicle podría convertirse en una unidad nómada con todos los servicios.
Un proyecto tan individualista como este no comulgó con los valores sociales de esa época.
No solo parecía poco viable para fabricarse en masa sino que además bajo el esquema social de la época, resultaba poco conveniente incluso carente de utilidad.
Una década más tarde en 1976, John Travolta protagonizó una película titulada El chico de la burbuja de plástico (The Boy in the Plastic Bubble), basada en la historia real de David Vetter, un niño con inmunodeficiencia severa congénita.
Como en el Cushicle de Webb, la película nos enseñaba la vida diaria de un niño que crecía en una jaula de plástico transparente totalmente estéril. En ese ambiente el único contacto que tenía el niño con sus padres era a través de un guante de plástico negro que sobresalía de la burbuja, lo que contribuía a alterar la relación normal del sujeto con el mundo que lo rodeaba.
La primera vez que David Vetter abandonó su burbuja fue gracias a un traje espacial hecho a medida que aportó la NASA, pero fue todo un fracaso ya que David había crecido con un miedo irracional a los gérmenes, por lo que dejar la burbuja se convertía en una tortura.
En lo que resta del siglo XX bajo el estigma del niño burbuja, estas atmósferas individuales parecían estar reservadas a casos excepcionales como el de Vetter. En el siglo XXI la cosa parece cambiar al ritmo de las nuevas transformaciones sociales. Tras años de debate acerca del impacto del tabaco en los entornos respirables, se ha pasado de una sociedad en la que fumar constituía un signo de distinción propio de galanes cinematográficos, a una persecución en la que los fumadores adoptan el rol de villanos.
Rescatando el espíritu de las arquitecturas de Archigram, los arquitectos americanos Elisabeth Diller y Ricardo Scofidio plantean una propuesta de atmósfera individual en su instalación titulada No [No Smoking] presentada en Amsterdam en 2008.
En la batalla entre las libertades individuales y la responsabilidad colectiva, el fumador se ha convertido en un icono conflictivo. La solución propuesta hasta el momento por la sociedad consiste en apartar el problema arrojando a los fumadores fuera de los lugares donde no se puede fumar convirtiéndolos en figuras solitarias en la acera. Nace así un nuevo tipo de fuera de la ley urbano: el fumador.
En un deseo de utilizar la arquitectura al servicio de este sector social, Diller y Scofidio plantean una red de espacios privilegiados en la ciudad en los que los individuos pueden fumar sin culpabilidad de manera individual, a la vez que se conectan con una ciudad virtual de fumadores situados a su alrededor.
A modo de chimeneas, estas coberturas de espacio colgantes están dotadas de un sensor que oscurece la cara de su usuario preservando su anonimato a la vez que activa una pantalla táctil que conecta con una red privada en cuanto detecta la primera calada.
Esta instalación va un paso más allá de la separación de ambientes que se da en algunos puntos para fumadores instalados en espacios públicos. No [No Smoking] propone una atmósfera individualizada que media en un conflicto generado por un cambio de actitud en la sociedad. Igual que este, pueden producirse otros cambios de parecer sobre el uso del móvil o la contaminación de las ciudades que haga necesaria la proliferación de cualquier otro tipo de atmósferas personalizadas.
Eso implica que nuestro futuro como niños burbuja es aún incierto, pero nunca se sabe.

martes, abril 06, 2010

Esto se acaba


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

Lo reconozco: estoy paralizado y desorientado. Tengo la sensación insoportable de que todo lo que me rodea es banal. Todo aquello relacionado con el mundo de la arquitectura que solo hace unos meses resultaba estimulante, divertido e importante, me parece ahora superficial y gratuito. Siento incluso una injusta (puede que no tanto) ira hacia aquellos que siguen encontrando fuerzas para opinar, debatir y criticar. Este súbito cambio puede obedecer a algún desajuste personal, que no tengo localizado. En ese caso, pido disculpas por adelantado. Pero también es posible que debamos detenernos a pensar.
Hace unos días en un intercambio de correos electrónicos con Javier Boned en el que le señalaba esta extraña sensación, me decía: El "cómo" pasó a mejor vida, hasta el más tonto sabe resolver el "cómo". El verdadero reto, lo importante, ahora es el "qué". Efectivamente, creo que vivimos los estertores del periodo barroco. Urge abandonar posturas autocomplacientes y circulares en las que estamos anclados casi todos. Algunos por un comprensible pero ya demasiado dilatado desconcierto; otros por su cuidada estupidez; y unos pocos elegidos, con peores y más sibilinas intenciones: despistando el debate a conciencia, empujándolo hacia campos manifiestamente irrelevantes y poco fructíferos, con el propósito exclusivo de mantener su propia posición dominante.
No se trata tan solo del auge desproporcionado, caprichoso y orgullosamente superficial que nos asfixia desde el diseño, el interiorismo y sus infinitas actividades colaterales. Muchos discursos y arquitectos magníficos muestran claros síntomas de agotamiento en su producción. Tan tardo-barroco es el virtuosismo constructivo-tecnológico de Foster como el falso minimalismo supuestamente denso de Chipperfield. Tan efectistas e inmediatas son las osamentas de Calatrava o los artificios luminotécnicos de Nouvel como los forzados silencios enjaulados de Kazuyo Sejima. Tan rabiosamente recargado e insípido se ha vuelto el rico lenguaje expresivo anunciado por Zaha o Gehry como las sobrevaloradas cajitas poéticas que inundan la arquitectura pública española. Tan cínicas, vacías y publicitarias son las propuestas del OMA para el Medio y Lejano oriente como… Bueno no. Tan cínico como Koolhaas no hay nadie. O deja de construir, o el holandés va a dilapidar su indiscutible aportación a la historia de la arquitectura. Su última propuesta ganadora para Taipei no es más que una mala repetición infantiloide de algunas de sus brillantes aportaciones de hace años. ¿Dónde quedaron sus sólidos planteamientos para bibliotecas en Francia, o para el teatro vertical de Dallas? [Os dejo algunas imágenes de un viejo concurso que hicimos nosotros hace muchos años para un Palacio de Congresos en Ávila y que finalmente ganó Patxi Mangado. No porque me parezca excelente, sino porque respira la misma ingenuidad e infantilismo que lo de Taipei. Pero claro: lo que en nosotros puede considerarse un pecadillo venial de juventud, realizado con las mejores intenciones, para el OMA y a estas alturas de la película, me parece casi una burla]
Son momentos muy delicados. La tentación del fundamentalismo aparece siempre en los momentos de crisis. No es casualidad que la nueva revista oficial del Colegio de Arquitectos de Madrid haya recurrido a ese turbador sustantivo para titular para su nueva etapa: Fundamentos. Sus responsables han manifestado abierta y claramente su rotunda línea editorial: Recuperar los valores atemporales de la arquitectura. Siempre que tenemos miedo, miramos hacia atrás, presuponiendo que algún error cometimos en el camino, y que la solución pasa inevitablemente por desandar el camino, y volver a ese cruce en el que nos equivocamos. Pero, ¿cuáles son esos valores atemporales de la arquitectura?; es más, ¿existen realmente?; personalmente creo que no; ni creo que equivocáramos el camino en ningún punto; ni que tengamos que volver atrás; las respuestas siempre están delante.
Por algún motivo pienso en Obama. Imagino que ahora todos pensamos en Obama. Es indudable el efecto positivo y esperanzador que el fenómeno ha provocado en el mundo entero. Pero por otra parte, reconozco que me asusta un poco su carácter mesiánico. La escenografía de la investidura la habría firmado el propio Speer. Inquietante.
No conozco las respuestas. ¡Qué más querría yo! Pero creo que es ineludible que nos pongamos a pensar con seriedad y dejemos de correr como pollos sin cabeza, haciendo piruetas, lógicamente cada vez más descabelladas. Por mi parte, solo una mínima intuición: Los dos elementos diferenciales que vislumbro en el futuro como determinantes para la arquitectura (y probablemente para casi todo) son la escasez de recursos físicos y el desarrollo de la tecnología digital.
Con lo primero, no me refiero a la manoseada sostenibilidad. Democracia y medicina han hecho que en el planeta seamos muchos. Muchos y muy exigentes. Si queremos para todos, tocamos a menos y tendremos que rentabilizar al máximo los esfuerzos. De materia, de energía, de espacio,… de todo. Eficacia máxima y eliminación de todo lo prescindible.
Y en segundo lugar: El mundo digital asumirá un mayor protagonismo. No se desarrollará en una especie de universo paralelo como hasta ahora, sino que decididamente sustituirá un número creciente de nuestras necesidades físicas que no dispondrán de recursos suficientes para llevarse a cabo. Quien sabe si hasta el extremo final de la suplantación completa del mundo físico tal y como lo conocemos. El simulacro total.