jueves, julio 22, 2010

¡ME LA QUEDO!


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en septiembre de 2009"

Una calurosa mañana de vacaciones, ojeando la sección inmobiliaria del periódico mientras desayunaba, me tropecé con la siguiente oferta:
Situación: Los Ángeles, EE.UU.
Superficie: 557 m² construidos.
Estado: Rehabilitado
Precio: 10.619.250 euros
Para muchos se trataría de un anuncio cualquiera de venta de una mansión de lujo. Sin embargo, para mí era mucho más que esto; lo que estaba en venta era una parte no solo de la historia de la arquitectura, sino también de la del cine: La casa Ennis-Brown.
Esta casa diseñada por Frank Lloyd Wright entre los años 1923 a 1924, constituye el culmen de una serie de cuatro casas en las que el arquitecto diseñó una decoración que reinterpretaba los grabados de los monumentos mayas y las culturas amerindias. Estas decoraciones dieron origen a la experimentación de un sistema constructivo basado en la utilización del bloque de hormigón a modo de mampostería. Mediante este sistema de “bloque textil”, Wright convirtió un material industrial como el hormigón en una pieza decorativa capaz de generar todo un universo de luces y relieves.
Y esto no solo es valioso desde un punto de vista arquitectónico, sino también ambiental. De hecho, esta casa forma parte del registro de lugares históricos del Departamento de Interior de EE.UU, además de haber sido declarada Monumento Nacional por parte de la ciudad de los Ángeles por constituir un símbolo del estado de California.
Sin embargo en lo referente a la preservación del patrimonio nada es sencillo. Desde hace muchos años la casa es propiedad de una Fundación privada de la que un heredero de Wright es miembro. La Ennis House Foundation, es en teoría una fundación sin ánimo de lucro destinada en exclusiva al mantenimiento y conservación de la arquitectura de Wright y en concreto de la casa Ennis como parte de la herencia histórica del país.
Como sucediera con otras construcciones del arquitecto, a finales de 2005 la casa demandó una rehabilitación profunda seguida de una fase de restauración que continuaría hasta 2007, como consecuencia de los daños sufridos en los noventa tras el terremoto de Los Ángeles y una serie de inundaciones que debilitaron seriamente su estructura. El dinero necesario para abordar las obras fue cuantioso, quedando pendiente de ejecutar una segunda fase de arreglos cuyo montante asciende a más de 10 millones de dólares sobre lo ya invertido. A pesar de los beneficios obtenidos bajo la tutela del arquitecto Eric Lloyd Wright como miembro de la junta directiva, la Fundación se encuentra económicamente incapaz de conseguir los fondos necesarios para la correcta preservación de la obra, sobre todo desde que tuvo que renunciar a los beneficios derivados de su alquiler al verse obligada a cerrar la casa por problemas vecinales.
Durante el periodo en el que la casa estuvo en obras, los vecinos disfrutaron de una tregua en la que ni se organizaron fiestas, ni se cortaron calles como consecuencia de un rodaje, ni miles de curiosos invadieron la tranquilidad de una zona residencial ciertamente exclusiva.
Tras un largo periodo de deliberación por parte de la junta de la Fundación, se ha llegado a la conclusión de que la única salida que le queda a esta obra de Wright para salvarse es encontrar un donante, o bien un nuevo dueño capaz de hacerse cargo del montante de las obras necesarias para su correcta conservación.
Como en la película Mary Poppins en la que los niños entonaban una cancioncilla describiendo las características de una hipotética niñera ideal, yo también me atrevo a aventurar alguna de las condiciones que ha de cumplir el comprador.
Además de rico, el salvador de la casa Ennis debe ser un propietario que arda en deseos de aterrorizarse viviendo en el escenario de House on Haunted Hill (1959); de sufrir el coma de El hombre terminal (1974); de pasear por el apartamento de Deckard en Blade Runner (1982); de adentrarse en la casa del jefe de la yakuza de Black Rain (1989); de aprender del señor Miyagi en Karate Kid III (1989); de huir del alienígena cazador de seres humanos en Depredador 2 (1990); de compartir una velada con un histriónico productor de cine en Grand Canyon (1991); de volar como en Rocketeer (1991), o de viajar al pasado virtual de Nivel 13 (1999) entre otros. Soy consciente de que esta clase de Julie Andrews es más fácil de encontrar en la literatura infantil que entre los clientes de una inmobiliaria, pero soñar es gratis.
Porque como he dicho al principio, la casa Ennis es mucho más. No es solo una mansión situada en un exclusivo barrio de Los Ángeles, son cientos de realidades cinematográficas, publicitarias y televisivas que han entrado en nuestras vidas a través del televisor.
Pero ya no más. Se acabaron los anuncios y los rodajes. Con un poco de suerte la casa seguirá allí, pero ya no figurará en los títulos de crédito.
Es parecido a cuando se vende una casa que ha pertenecido durante años a una misma familia. Puedes ver la casa por fuera, pero no por dentro. Se acabó visitar al abuelo.

martes, julio 20, 2010

La Cañada: Trashumancia atascada


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en agosto de 2009"

La ocupación, de la Cañada Real Galiana en el entorno próximo a Madrid, comenzó entorno a los años cincuenta, cuando vecinos de Vicálvaro y Vallecas deslindaron parcelas en su interior con la intención de cultivarlas. Vecinos que no disponían de tierra utilizaban tierras que no tenían uso. Además de huertas, comenzaron a aparecer pequeñas construcciones de labor, que fueron transformándose en alojamientos provisionales. La enorme precariedad (sin saneamiento, agua ni electricidad) se fue convirtiendo en una situación estable. Viviendas auto construidas con materiales reciclados (entonces de desecho) alejadas de una ciudad en crecimiento, pero sobre suelo disponible. Era imposible obtener energía eléctrica o agua, a no ser que algún hábil pinchara en los tendidos de las vías de entrada y las canalizaciones dirigidas a la ciudad. Desde entonces y hasta que la suministradora se percatara y fuese a reparar la “avería”, los ocupantes disponían de luz y agua. No estaba permitido, pero tampoco excesivamente perseguido. Por supuesto no había papeles. Algunos vecinos, a saber cómo, consiguieron pagar contribución por su “propiedad”, o IBI, obtuvieron alguna documentación, son los menos.
La visión del Jefe del Estado como dueño del dominio público produjo que en una actitud proteccionista no solo se permitiera la ocupación sino que incluso se realizaran concesiones (que no venta, por lo inalienable del dominio público) para la construcción de viviendas destinadas a familias sin mejores recursos. Parece que perdura la visión de la Administración como propietaria del dominio público.
Como decíamos, con el paso del tiempo la Cañada Real se consolida en su provisionalidad, sin ley de propiedad y cada día con más pobladores. Mientras la sociedad transitó hacia la democracia, en esta franja de terreno los administradores no se decidieron a actuar para hacer cumplir la Ley. Probablemente porque la sola ocupación ya era un incumplimiento y no vieron ningún sentido a perder el tiempo en tratar de imponer “normas menores”. Hubo chabolas reconvertidas en ostentosos viviendas, enormes piscinas, junto a zonas extraordinariamente pobres, propietarios de varias viviendas, triunfaron empresarios de una hostelería más que sospechosa (maravillas de la iniciativa privada). Los pequeños delitos dieron paso a otros mayores, apareció la droga, y el hacinamiento dio paso a graves problemas de salubridad. Hace mucho tiempo que obviamos el expolio cometido contra el dominio público del suelo. Ahora el problema es otro. Y a nadie parece importar. Resulta espeluznante el relato dirigido en carta abierta al alcalde de Madrid por un voluntario de la parroquia de Santo Domingo de la Calzada. Escrita desde la desesperación es una llamada de auxilio. Esta situación lleva mucho tiempo pudriéndose ante la desidia de los administradores de las Administraciones implicadas, y ni siquiera la apuesta de la ciudad como sede olímpica hizo que estos administradores actuaran, aunque sólo fuese para lavar la imagen.
Recientemente la policía ha dado la voz de alarma tras investigar entre los pobladores de la Cañada, un foco de integristas musulmanes del que sospechan podría surgir una célula terrorista. Las Administraciones que durante años no pudieron hacer nada, han llegado rápidamente a un acuerdo para desalojar la Cañada. Si consiguieran hacerlo solucionando además los problemas sociales que puedan tener cada una de sus moradores, habría que hablar de un milagro.
Tomada la decisión por las Administraciones afectadas de poner fin a la situación de la Cañada Real Galiana, tenemos el problema ahora de cómo hacerlo. Si deciden desalojar a esta familias, será necesario encontrar dónde alojarlas. Según las declaraciones del alcalde de Madrid, los ocupantes de la Cañada Real no tienen ningún derecho sobre el suelo porque es de “dominio público” y añade que tendrán derecho a vivienda gracias a la solidaridad de los madrileños. Jurídicamente supongo que esta rotundidad debe estar muy bien respaldada. Pero ¿tienen derecho a la propiedad privada de una vivienda? O a un alquiler en una vivienda municipal. ¿Para sancionar su ocupación debemos pagarles una vivienda?
Según explica en su página web el Ayuntamiento de Madrid “Para poner fin a esta problemática, el acuerdo alcanzado se sustenta sobre el siguiente modelo: desafectación de los terrenos, acuerdo social y ordenación urbanística, con carácter previo a la enajenación, cesión, permuta o cualquier otro negocio jurídico.”
Evidentemente será necesario un acuerdo social, o al menos una persecución del delito. Probablemente también sea necesaria la ordenación urbanística del suelo. Pero la desafectación de unos terrenos de dominio público no es precisa más que para que dejen de ser inalienables, imprescriptibles e inembargables y comiencen a ser interesantes. Pasarán a ser un patrimonio, pero no de la Comunidad de Madrid sino de su Administración, que podrá calificarlo, venderlo y obtener dineros que gastar. Lo que intentaría (si no lo detienen) cualquier insensato con una propiedad que acaba de heredar. Y no pasa nada, porque nuestros administradores parecen pensar que los bienes de todos, no son de nadie.
Pero además de la desafectación, el desalojo y el desarrollo urbano de la Cañada como si de una propiedad privada se tratara, existen al menos otras tres posibilidades que no deberíamos descartar:
1.- La Titularización:
Es la posibilidad buscada y defendida por los pobladores de la Cañada. Advierten que no quieren vivir allí por la cara, pretenden comprar el suelo sobre el que se asientan sus viviendas. Esta posibilidad era hasta ahora inviable por tratarse, tal como advertía el alcalde, de un dominio público. Pero cuando sea enajenable, podría venderse a los particulares, tanto para construir nuevas edificaciones como para mantener las existentes.
Contra esta posibilidad se esgrime por un lado el efecto llamada que esta solución supondrá sobre más población sin recursos y por otro el desequilibrio que supondría en el mercado de suelo privado la aparición de estas nuevas superficies. Además del mal ejemplo social que supone premiar con un título de propiedad una acción delictiva como se define la ocupación.
Sin embargo hay también argumentos a su favor. Es la solución propuesta por Hernando de Soto para facilitar el acceso al mercado (en el que supone libertad, seguridad e iniciativa privada) de la población marginada. El presidente Lula da Silva ha utilizado este sistema facilitando títulos de propiedad a los habitantes de las favelas de Rio de Janeiro. Según defiende Hernando de Soto los pobres son propietarios de hecho de un enorme patrimonio del que no pueden beneficiarse por no tener títulos de propiedad. Se trata de una posibilidad aún no contrastada pero no por ello descartable. Planea la incógnita de si utilizando este sistema en los terrenos del Amazonas, una multinacional se haría con ellos en ¿años o meses?
2.- La rehabilitación natural:
Es una posibilidad defendida entre otros por grupos ecologistas. Mediante la aplicación del Código Penal y de la ley de Vías Pecuarias, la sociedad podría utilizar mano dura con las personas con recursos económicos que ocupan el dominio público y aplicar medidas de acompañamiento e integración social y ayudas para el realojo de los ocupantes necesitados. De esta forma se consigue el desalojo de los ocupantes de la Cañada para bien reforestarlo o bien mantenerlo como pasillo ecológico de comunicación natural y de migración de especies.
Evidentemente una reforestación de una vía pecuaria no es una rehabilitación sino una modificación del medio tan importante como lo es la edificación. Por otro lado, un pasillo ecológico que esté habitualmente utilizado por los habitantes de las ciudades y se encuentre cortado por carreteras, pantanos o calles, no facilita en absoluto la migración de ninguna especie. Sin embargo, mantiene un recuerdo histórico y una presencia de la naturaleza (si no compite con las zonas verdes) en la ciudad que podría ser interesante.
3.- El margen:
Por último cabría la posibilidad de mantener la Cañada Real como dominio público, considerándolo un lugar de asistencia social. Tratar esta franja de tierra como lo que es hasta ahora, un lugar precario que no debería ser. Un lugar de apoyo provisional a supervivientes. Aplicar esfuerzos en hacer cumplir la Ley y perseguir los delitos creando también una red de ayuda social para que sus ocupantes quieran y puedan salir de la Cañada e integrarse en la vida de la ciudad.
Tiene cierto sentido (o humor negro), que la población marginada o la inmigrante que aún no se ha conseguido incorporar, aguarde y no se esconda precisamente en una vía de migración, en un margen sin propietario.

lunes, julio 19, 2010

La Cañada: Suelo público y remordimientos


"Autor: Luis de la Cuadra; publicado en soitu.es en agosto de 2009"

Dicen las malas lenguas que el Arquitecto es Dios, y le gusta jugar a serlo. Supongo que eso es lo que piensan algunos pardillos, sean o no arquitectos y es una crítica habitual hacia la intromisión de arquitectos en aquellos campos que les resultan interesantes. Pero en ocasiones se utiliza al “Arquitecto-dios”, a sus ideas y proyectos para enmascarar unas intenciones o disimular unas responsabilidades que sin ese aporte de ensoñación y utopía, resultarían escandalosas. Esto es lo que está ocurriendo con la gestión de la Cañada Real Galiana y los problemas sociales, de seguridad ciudadana y de salubridad que padecen sus ocupantes en el tramo que transcurre junto a la capital.
Tras publicarse un acuerdo entre Administraciones (municipales, autonómica y estatal), la Comunidad de Madrid ha pedido a los cinco Ayuntamientos afectados, que desarrollen el planeamiento para la ordenación urbanística (competencia municipal) del suelo de la Cañada. Esta ordenación debe concluirse en dos años para que no se “enquiste” el problema. La información se presenta enmarañada, de forma siempre parcial y con una terminología muy compleja. Los políticos se enfrascan en discusiones sobre competencias, derechos y deberes en una polémica sobre una desidia que viene de largo.
Tras dar por sentada la desafectación de los terrenos y el desarrollo urbano de la Cañada, el diario El País en su espacio La Tribuna consulta a cinco arquitectos cuál es su impresión sobre las posibilidades para hacer urbanismo en la Cañada. Se pretende abrir un espacio para la opinión donde “se aceptan sugerencias”. El artículo desde el que se cuelgan las cinco respuestas se denomina “La utopía de transformar la Cañada” y aparece ilustrado con una sugerente imagen de futuro realizada por Andrés Jaque, uno de los arquitectos consultados. Se presenta el tema como un problema generado por un urbanismo a la deriva, donde la Cañada Real es un lugar en el que cada mañana personas de multitud de razas se saludan por unas calles que carecen de alcantarillado.
Las interesantes reflexiones sobre la consulta planteada, coinciden entre sí en resaltar la complejidad del problema, las distintas tipologías y problemas que tienen asociados los pobladores de la Cañada, la importancia de desenmarañar el microcosmos socioeconómico existente, la necesidad de crear apoyos sociales integradores,…, y en que todo esto debe hacerse desde un proyecto coordinado, desde un planeamiento urbano. Lo debe hacer, ¿cómo no?, el “Arquitecto-dios”. Pero matizando sus decisiones con la ayuda de los vecinos, con una participación social, vecinal o comunal que en el futuro se convertirá en el “contexto pertinente” (D. Fullaondo) que argumentará la solución arquitectónica propuesta. Soluciones que algunos vislumbran ya como zonas urbano-rurales, arquitecturas de autoconstrucción, gestiones comunales que resuelven problemas sociales como edificios híbridos vivienda-guardería, o naturalmente un desarrollo lineal de corredor peatonal.
Se asume que la culpa es del planeamiento, la responsabilidad del urbanista, de ese “Arquitecto-dios” que debía haberlo previsto y no lo hizo. Hay incluso quien tras descubrir el pecado, extiende la culpa a la ciudad de Madrid presentándola como una mezcla de la Metrópolis de Lang con la ciudad del Blade Runner. Se trata de una perfecta maquinaria que guarda a sus esclavos hacinados en el submundo. Para los que no creemos en culpabilidades colectivas, estos planteamientos no son aceptables y menos como punto de partida del análisis.
En este contexto de endiosamiento del arquitecto a través de la apropiación de la culpa, destacan los comentarios que difieren del coro:
Es importante retener la pregunta que se hace Diego Barajas sobre qué potencial tiene el hecho de que la propiedad del suelo no sea privada. Y subrayar la observación de Carlos Sánchez Casas sobre la necesidad de eliminar la ambigüedad en la actuación de la Administración; y la afirmación de que la Cañada es el escondite de la marginación, pero no su causa.
Y es que aunque a los arquitectos nos pueda sorprender, hay campos de los que no sabemos mucho y existen otros profesionales especializados, no supeditados ni coordinables desde nuestro innegable buen hacer. Hay problemas que no podemos solucionar desde un proyecto arquitectónico (aunque sea de ordenación urbana) y hay decisiones que no estamos autorizados a tomar. Podemos estudiar, investigar, publicar, discutir, asesorar y tratar de convencer. Pero las decisiones políticas corresponden a los políticos. Sólo podemos exigir que decidan (y esperar que no se equivoquen).
Ahora que tenemos tiempo, podemos tratar de resumir de forma sintética qué fue, qué es y que puede ser este espacio de dominio público al que llamamos Cañada Real Galiana. No se trata de tanto de apuntar hacia una propuesta ni de exhibir un pormenorizado estudio sino de realizar una breve y parcial exposición y una llamada de auxilio a quienes por sus áreas de conocimiento (jurídica, social, sanitaria, ecológica, de policía,…) o por sus atribuciones (legisladores, opinión pública, políticos,…), pueden contribuir a solucionar este problema.
Las cañadas reales son vías pecuarias que se definen como las rutas o itinerarios por donde discurre o ha venido transcurriendo tradicionalmente el tránsito ganadero, para aprovechar los pastos en las dehesas de verano o de invierno.
Jurídicamente son bienes de dominio público, y en consecuencia son inalienables, imprescriptibles e inembargables.
Históricamente, aunque existe constancia del pastoreo nómada prerromano, fue en el s. XIII, durante el reinado de Alfonso X el Sabio cuando se constituyó el Honrado Consejo de la Mesta. Con un enorme poder dada la importancia económica que la ganadería ovina suponía para la Corona, la Mesta gestionó el uso y el mantenimiento de estas vías hasta el s. XIX. Entonces pasó a llamarse Asociación General de Ganaderos, manteniendo el tradicional enfrentamiento con los agricultores, la Asociación trató de regular los anchos de las vías y sus clasificaciones. Permitiendo la presencia de pastores armados utilizando las vías pecuarias, la Asociación General de Ganaderos mantuvo su actividad hasta la guerra civil. El comercio de oveja merina había perdido ya su importancia y el ferrocarril había modificado la costumbre trashumante. Desde entonces la responsabilidad del mantenimiento y cuidado de las cañadas ha ido pasando de mamo en mano. Del Servicio de Gestión de Vías Pecuarias, al ICONA y finalmente al binomio formado entre cada Comunidad autónoma -para la conservación, protección, administración, tutela y defensa de estos ámbitos- con la Delegación de Gobierno de la Administración General de Estado -para resolver los problemas de orden público y seguridad ciudadana-. El mantenimiento de unas vías de trashumancia por las que ya no pasa el ganado supone un esfuerzo, tanto de coordinación como de coste financiero, que sin una rentabilidad clara, lógicamente deja mucho que desear.
Actualmente, las cañadas están cortadas por vías de circulación, pantanos, calles, edificios de uso público o no, vertederos legales e ilegales,… Con suerte se mantiene su antiguo trazado sin ocupar por los propietarios colindantes, aunque en ocasiones su anchura original ha menguado considerablemente. En el caso que nos ocupa, el trazado se mantiene razonablemente en su anchura original porque desde mediados del siglo pasado tiene habitantes.
La Cañada Real Galiana es una de las nueve cañadas reales que cruzan la península de Norte a Sur. Un trazado de 400 Km que une La Rioja con Ciudad Real, cruzando las provincias de Soria, Guadalajara, Madrid y Toledo. La anchura de las cañadas tiene un límite máximo de 75m y según la información de la Comunidad de Madrid la red cañariega española es quince veces más extensa que la ferroviaria. Hablamos de mucho suelo de dominio público.