viernes, noviembre 16, 2007

Son de goma



Cada cultura, cada momento histórico, ha descubierto en una o varias especies del vasto reino animal, los valores que sienten como más positivos del propio ser humano. Así, la nobleza del toro, la majestuosidad del águila, la fuerza del oso, la fiereza del tigre o la longevidad del elefante; incluso también la tenacidad del burro o la lealtad del caballo. En diversos espacios y momentos de la historia hemos elevado a estos animales a la categoría de símbolos y representaciones casi divinas de los valores más elevados que pueden configurar al hombre (y a la mujer, claro).

Pero los tiempos cambian y necesitamos nuevas referencias para nuevos valores. En occidente nobleza y majestuosidad son ahora idiotez y elitismo travestido; el exceso de fuerza es una amenaza y la fiereza es abuso y/o maltrato; tenacidad y lealtad son reaccionarias e inmovilistas. Vivimos tiempos inciertos donde la versatilidad y la adaptabilidad presiden cada movimiento. Tiempos de transformación y cambio constante. Tiempos de traiciones que ya no merecen tan nombre. Tiempos sin convicción ni intensidad que puedan frenar nuestra altísima velocidad de crucero.

Pero la naturaleza es sabia (espero que esta manida frase no sea censurada por antigua). Es sabia, decía, y tiene en su interior, escondido, camuflado, esperando su momento, al animal que ha de servirnos de referencia en el futuro inmediato: El pulpo. Milenario octopus, que ha regateado a los caprichos de la evolución darviniana, anclado firmemente a su roca fronteriza. Espiando y aguardando pacientemente a que el pobre ser humano recorriera todo el torpe camino circular que habría de llevarle hasta la orilla de nuevo.

El último intento vertebrado de Oteiza por descubrir en la matratada avestruz una salida para nuestros miedos existenciales, ha quedado definitivamente enterrado como la cabeza de la torpe ave. El esqueleto, la estructura se ha vuelto definitivamente un lastre que no podemos seguir arrastrando en el devenir evolutivo. Debemos liberarnos de una vez por todas de este armazón interno que aprisiona nuestra libertad y limita nuestras posibilidades.

Nuestras cuarto arcaicas extremidades deben renunciar a su especificidad, duplicarse y evolucionar hacia los deseables tentáculos multitarea. Suprema expresión de lo táctil y lo textural en toda su extensión: combinando a partes iguales potencia y precisión; capaces del ejercicio individual o en equipo con sus otros siete compañeros; envidiable y camuflado aparato sexual de dimensiones más que satisfactorias para el/la más exigente mortal.

La forma ha muerto. La elegancia de la carrera del felino y la suavidad del vuelo del águila exigen demasiado. Todo el desarrollo del cuerpo no puede estar supeditado a una única función. Ni a dos. Ni a tres. La respuesta es la ausencia de forma. Cada actividad, cada movimiento tiene su propia configuración. No hay especificidad. No hay casi identidad. Lo genéríco, lo adecuable, lo variable es la única opción válida. La configuración fractal de nuestro propio cuerpo permitirá incluso la regeneración inmediata de cualquier mutilación accidental o amputación quirúrgica. La gravedad pierde gran parte de su arcaica importancia al aligerar sorprendentemente nuestro cuerpo e implantarnos decididamente en un mundo de fluidos más densos.

Animal de sensibilidad oriental, cruel y topológico. Solitario, sordo, silencioso y sabio. Conocedor de sus recursos y de sus (pocas) limitaciones. Paciente y camuflado con su entorno aguarda su momento palpando suavemente sus dominios. Sin convicciones ni compromisos. Caníbal y carroñero si hace falta. Rápido en la huida si la situación se complica. Con su sistema de propulsión a reacción acompañado de la emisión de una cortina de humo para disipar la atención de su atónito enemigo.

El pulpo es efectivamente el espejo en el que debemos mirarnos. Muchos han iniciado ya, incluso llevan muy avanzada, la mutación hacia nuestro octopédico amigo. Yo empiezo a notar sus efectos a todas luces beneficiosos. Aunque de vez en cuando, siento un antiguo regusto cuando veo a un viejo toro embistiendo a la propia muerte. Pero ya se me pasará. Supongo.