miércoles, noviembre 22, 2006

Amateur“ismo” profesional (3 de 3)


Pudiera parecer que la intención de este escrito, dado su título, amateur”ismo” profesional, es tachar de aficionados con pretensiones a los publicitarios o publicistas (me consta que les molesta mucho esta confusión de términos. Lo siento. Es que nunca me acuerdo de cual es el correcto. Aunque tampoco entiendo muy bien el motivo del malestar). Decía, no es en absoluto esa mi intención. Todo lo contrario.

El tercer acontecimiento, que se “asosió” en mi cabeza (como diría Valdano), para generar esta ya demasiado larga disquisición fue la nueva iniciativa de FHE: la solicitud de esas becas, ayudas para “impulsar las prácticas culturales contemporáneas…”. Lo cierto es que la propuesta me sorprendió. Sorpresa, como la que de da un buen amigo crápula que un buen día te confiesa que se casa, o que es maricón, o… Sorpresa a secas, algo completamente imprevisto, algo que no esperas y por tanto no eres capaz de valorar. Y me sorprendió aun más que no fuera capaz de entender mi sorpresa ante una propuesta aparentemente tan cabal.
Le he dado vueltas desde entonces y he llegado a una conclusión: Soy un amateur profesional. Desde luego en FHE y es posible que también en otras muchas facetas de mi vida. Todas aquellas en que me lo puedo permitir. Las cosas que me gustan de verdad son aquellas que hago sin ningún tipo de obligación, ni compromiso, ni por supuesto, retribución. Exclusivamente por el placer de hacerlas. Como por ejemplo, FHE. Un, dos, tres responda otra vez.

Se me ocurren dos motivos, no excluyentes, para esta patología:
- Cobardía: probablemente. No. Definitivamente.
- Convicción profunda de que solo aquello que se hace desde estas premisas tan estrictas y, si se quiere, puretas, tienen auténtico valor estrictamente en sí mismo. Para cualquier otra situación, es necesario que tengamos en cuenta otros factores: por qué se hizo, para qué, con qué medios, … Con lo cual, puede seguir siendo muy interesante y valorable, pero es otra cosa. Más compleja.

Según este planteamiento se me presentan varias dudas con esta propuesta. No pretendo en ningún caso convencer a nadie de estas ideas, ni mucho menos entorpecer el desarrollo de la misma (me incorporaré a ella en la medida que pueda, o quiera, o me dejen, si llega el caso). Como se ha dicho ya en innumerables ocasiones, FHE, es una cosa diferente para cada uno de sus miembros. Pero también pienso que es bueno ser consciente de lo que se hace en cada momento.

- Obtener dinero, incluso el propio acto de solicitarlo (poner precio), convierte el resultado de ese intercambio en un producto (en los términos de Risto). FHE se vende o se compra. Entra en el mercado, vamos. Y lógicamente, el mercado, lo externo, tiene el derecho y el deber de valorar, de opinar o incluso de participar y modificar. Me inquieta. Se pierde invisibilidad y autonomía tanto como grupo como individualmente cada miembro. Se trabaja de otra forma.
- Dinero… ¿para qué?, ¿para publicar?, ¿para publicar qué? Desde mi punto de vista, lo que hice lo hice para mí y para algunos que ya lo vieron. Todo lo demás obedecerá a otro tipo de motivaciones. Y lo que es más: me haría dudar de los motivos de mis nuevas propuestas y de las de los demás miembros. ¿Para que las hacemos ahora? ¿por qué participa tal o cual ahora si antes no lo hacía, o si se había enfadado? Ya no es solamente un intercambio desinteresado entre afinidades extrañas.
- Desde un punto de vista más general, no creo en el mecenazgo de la cultura desde la administración pública. Ese mecenazgo al que se siente condenada la administración, para expiar sus culpas (he de decir que nunca he sabido bien cuales son; y caso de existir, por qué quedan redimidas por becar a un pintor mediocre). Otra cosa es el mecenas privado que obedece a motivaciones mucho más comprensibles, desde el simple me gusta mucho, hasta la desgravación fiscal. Se argumentará entonces que la cultura se convierte en ese caso en una actividad para unos pocos ricos que se lo pueden permitir. Pues a lo mejor sí. O para unos pobres que no les importa seguir siendo pobres. O simplemente para el que no puede o no quiere hacer otra cosa y no le importa morirse mientras tanto.

Pues lo dicho. No se me enfade nadie y mucho menos la Gerencia. Me consta que sus intenciones son absolutamente honestas y bienintencionadas. Estas dudas pueden ser innecesarias. Es más: estoy convencido de que caso de concederse la anhelada ayuda, los resultados de la misma serán excelentes. Pero sin embargo esta es mi personalísima e intransferible opinión: ¡Viva el amateur“ismo” profesional! Por cobardía y/o por convicción, me inquieta que me den o que me exijan. Hago y entrego exclusivamente lo que quiero. Para lo otro, ya tengo el resto de mi vida.

martes, noviembre 21, 2006

Amateur“ismo” profesional (2 de 3)



Por otra parte está el tal Risto Melide, creo que se llama. Para los menos informados, es el jurado de la nueva emisión de OT, que ha saltado a la fama “televisiva” por sus voraces críticas a los triunfitos, a los que se refiere sistemáticamente como productos. Yo he de reconocer que tampoco le conocía, pero la semana pasada le entrevistó Buenafuente, una noche en la que toda mi familia me había abandonado y disfrutaba de una patética y solitaria velada televisiva hasta las cuatro de la madrugada. Por cierto, también tuve ocasión de ver el espectacular programa sexo-culinario de un italiano de pura cepa, Nino Dolce, en Localia Televisión. Impresionante. Pero es otra historia… A lo que íbamos.

La argumentación del pajarito, que según me he enterado después, también trabaja en publicidad como mi heroína anterior, es demoledora:
1. El objetivo único de cada uno de los participantes en el citado programa es, tal y como reza su título, el triunfo.
2. Triunfo en este mundo en general y en la música en particular significa vender (discos, conciertos, …)
3. Para vender lo que hay que hacer es convertirse en un producto fácilmente reconocible y atractivo para el mayor número de gente posible.
4. Cualquier otra cuestión, calidad, personalidad, innovación, y no digamos dudas o indeterminaciones, deben desaparecer o al menos ser relegadas a un segundo o tercer plano para no entorpecer la claridad con que debe definirse completamente el producto antes de ser puesto en el mercado.
5. Él es el encargado de bajar a los alumnos de su nube para que después no se lleven un tremendo varapalo cuando se encuentren con la cruda realidad.

Escalofriante. Con muchas dudas (desde luego muchas más de las que se permite el querido Risto), yo diría:
1. El triunfo NO es el objetivo único, ni siquiera el principal, de gran parte de nuestra actividad, profesional y personal. Hay otros. Por ejemplo, aprender.
2. Vender, NO es el síntoma definitivo de haber alcanzado el objetivo. Hay otros. Por ejemplo, convencer.
3. A pesar de lo que pueda parecer, el mercado NO es tan idiota, que exiga una simplificación tan brutal de los productos a la venta. Lo abierto, lo complejo, lo difuso, también tiene cabida. O la tendrá.
4. Si eliminamos todo lo que pueda entorpecer la percepción inmediata y directa de un producto, eliminamos cualquier posibilidad de evolución, o bien la dejamos en manos de unos cuantos gurús que nos dictarán el sentido de la misma (no sé que me parece peor).
5. En un proceso de aprendizaje, cualquier crítica bien fundamentada es válida y útil para un alumno, salvo aquellas derivadas de la experiencia profesional futura. Sencillamente porque el alumno no tiene ninguna posibilidad de entender, ya que en el mejor de los casos, la argumentación pertenece a su futuro. Este tipo de razonamientos suele provenir de las frustraciones y complejos del emisor de la crítica, y normalmente enmascaran en una actitud patéticamente paternalista, la más profunda e insana envidia.
El mundo de la publicidad y el marketing, tan interesante y fresco en muchos aspectos, corre el serio peligro de convertirse, o más bien creerse, el salvador y dictador de nuestra sociedad. Corre el riesgo de creerse su propia mentira. Es un instrumento del sistema no el sistema mismo. Detecta mercados y de forma más o menos brillante los atrae hacia un producto determinado. Pero no crea ni el producto ni el mercado. Esos dos insignificantes factores, según ellos, aparecen por situaciones mucho más complejas aunque en algunos casos, por coincidencias temporales o por habilidad del “detectador” de mercados, se pueda crear la ilusión de una inversión de los factores.
La comunicación es importante. Pero siempre es menos importante que lo que comunicado. No porque se afirme que es más simple comunicar otra cosa, se debe modificar aquello que se quiere comunicar. El esfuerzo de la publicidad, el marketing y la propaganda debe centrarse en comunicar ideas más complejas, en lugar de en simplificar ideas para hacerlas comunicables.

Amateur“ismo” profesional (1 de 3)


Amateur“ismo” profesional

Resulta curioso como los acontecimientos que nos rodean, de procedencias absolutamente dispares, se juntan en nuestras cabezas por motivos de lo más impredecibles. Esto ha sido lo que me ha ocurrido a mí para desencadenar este ladrillito.

Hace algunas semanas, en algún oscuro local madrileño, estaba yo intentando por enésima vez esconderme de mi inequívoca condición de padre aburrido y responsable, mientras charlaba con una chica insultantemente joven y, a mi parecer, hermosa (aunque según otras informaciones recabadas a posteri, parece ser que no era para tanto; puede que incluso fea). La chica era, según dijo, directora creativa de alguna agencia de publicidad, lo cual iba a convertirse, pensé yo ingenuamente, en una fuente inagotable de conversación fluida entre nosotros, dada mi condición de arquitecto suavemente vinculado también a ese maná para el alma, en que se ha convertido la creatividad en estos tiempos. De todos es sabido que a las chicas les gusta sobretodo hablar de si mismas, con lo que fui deslizando lentamente elogiosos comentarios hacia su actividad, permitiéndole que se explayara ampliamente en los pormenores de tan elevada vocación, mientras yo, ligeramente cocido lo reconozco, permanecía hipnotizado con el movimiento de sus labios. En un momento dado, balbuceé un topicazo parecido a: “ … debe ser difícil ser alguien de quien siempre se espera que sea brillante y creativo, ¿no?...”. Después del esfuerzo que me supuso la construcción de una frase tan larga, me dispuse, satisfecho, a continuar un buen rato con la contemplación de otros puntos de su anatomía que me interesaban mucho más que la posible respuesta. Pero mira tú por donde, su voz que estaba perdida en el fondo del local, llego por primera vez nítida a mis oídos: “Yo soy creativa cuando tengo que serlo, y no lo soy cuando no tengo que serlo.” Solo acerté a emitir un dubitativo “ajá” y, totalmente sonado, me fui con mi balbuceo a otra parte.