lunes, marzo 22, 2010

Gomorra


"Autor: Angel Gil Bernaldo de Quirós; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"

La Historia de Roberto Saviano sobre la mafia napolitana parece haber conmocionado a medio mundo. La sordidez de los escenarios narrados y la radiografía de una sociedad encerrada por lo que llaman “El Sistema” ha hecho a muchos llevarse las manos a la cabeza al descubrir que cosas como ésta puedan estar sucediendo en pleno siglo XXI.
Matteo Garrone, el director de la película del mismo nombre dice con tristeza:
“Yo no vi esperanza. El Sistema es un engranaje infernal y condiciona la vida de mucha gente. Muchos actúan sin saber qué es lícito o ilícito, justo o equivocado. Hay pobreza, paro, ignorancia, y mucha humanidad también. Desde fuera hablamos de buenos y malos; dentro sólo se ve una gran zona gris. Se confunden víctimas con verdugos. Muchos lo sufren, otros lo protagonizan. Es una jungla, un mecanismo de relojería. Para cambiar algo allí hay que conocer muy bien las raíces.”
Como mantenía Luigi Pirandello, “La realidad puede permitirse el lujo de no ser verosímil. El arte, no.”
Todo lo que aparece en el libro resulta tan absolutamente decadente y mugriento, que su existencia se nos antoja inverosímil. Es tan imposible que esto ocurra, que de hecho no ocurría a los ojos del mundo.
En el resto de occidente hemos dado una vuelta de tuerca al primitivismo napolitano. Todo es tan verosímil que todo ocurre ante los ojos de todos. Quizá es que el arte de la delincuencia no puede permitirse no ser verosímil.
Tomemos nuestro mundo, el apasionante de la construcción y la Arquitectura, al fin y al cabo un arte en sí misma. Hemos sustituido el ocultamiento de residuos tóxicos, la extorsión y el asesinato por actividades mucho más civilizadas. Los concursos oficiales amañados con ofertas inexistentes o maquilladas ad hoc para favorcer a los amigos, las adjudicaciones a dedo, el pago y el cobro de comisiones, el nepotismo, la ingeniería fiscal a pequeña escala. La filosofía del “qué hay de lo mío” en torno a una buena mesa.
La multiplicidad de Administraciones genera el paisaje idóneo. Una red de subsecretariados, direcciones generales y subdirecciones correspondientes, consejerías y concejalías, una suerte de tela de araña que atrapa voluntades en pos de la porción del pastel que a cada cual otorga el sistema. Un engranaje perfecto de impresos y documentos que pasan de actores y gestores, a supervisores e interventores. Todo impecable.
Chapa y pintura sobre el modelo napolitano. Ahora que la crisis y la escasez de dinero público agrieta hasta las pinturas epoxi, muchos tratan de bajarse de ese barco que nos ha dado de comer, convirtiéndose en adalides de la pureza. Corremos el riesgo de que se deje traslucir la mugre de esa realidad que entre todos hemos conseguido hacer tan verosímil.
Como en Nápoles, aquí tampoco existen buenos y malos, todos cómplices en este inmenso mecanismo de relojería. Cuando uno conoce bien las raíces se pierde toda esperanza de cambiar nada.
Los arquitectos hemos participado, por acción u omisión, cuando no fomentado o inducido, muchas de estas actividades. No hablamos de marbellas ni mallorcas. Hablamos del día a día. Ese que precisa de robertos savianos que pongan sobre la palestra nuestras propias vergüenzas.

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