FERNANDO HIGUERAS, LA CREACIÓN Y “PERDONEN LAS MOLESTIAS”
"Autor: Javier Boned; publicados en soitu.es en febrero 2008"
Ha fallecido Fernando Higueras, a la edad de setenta y siete años, tras un largo y brillantísimo recorrido por los caminos del arte y de la arquitectura. No es fácil vislumbrar, en estos momentos de confusión cultural, la importancia de su figura, y pasará mucho tiempo hasta que se pueda comprender y asimilar la fantástica lección que supone su obra. Y es que intentar en los tiempos que corren explicar la arquitectura como la síntesis y expresión que supone la esencia del arte resulta una difícil tarea, y desde luego, rondaría los senderos de lo políticamente incorrecto.
Se podría contextualizar la obra de este arquitecto madrileño con total precisión histórica, su adscripción a las vertientes más organicistas y expresionistas de la arquitectura, su compromiso con los materiales, con las texturas, su maestría en el manejo del hormigón armado, la potencia y plasticidad de sus edificios. Podríamos también enumerar los numerosos premios recibidos a lo largo de su carrera: Premio Nacional de Arquitectura en 1961, medalla de arquitectura en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1966, seleccionado para el premio Pritzker en 1983 y otros muchos galardones tanto en concursos como por su obra construida. Y podríamos hablar también de su amor a la música, su dominio del dibujo y de la pintura, su maestría como fotógrafo, su capacidad para todo lo que supusiera creatividad y buen hacer en el universo de las Bellas Artes….
Pero nada sería tan importante como subrayar la importancia de su actitud ante la arquitectura entendida como compromiso existencial y profundo, la búsqueda de la complejidad de sus formas, la construcción y el oficio como base sustancial de una trayectoria alejada sabiamente de los universos mediáticos y esclavos de las modas pasajeras.
Fernando Higueras representa la brillantez heroica y sincera, la supervivencia de un universo creativo y “artístico” en sentido intensivo, en el paisaje hostil de una sociedad mercantilizada, caldo de cultivo de lo mediocre disfrazado de profesionalidad. Esto supone el riesgo vital de navegar ante el viento de lo abierto, estar por encima, incluso al margen, de las coyunturales definiciones de belleza. Esto implica anteponer la creación a cualquier otra consideración teórica que no emane directamente de las profundidades del ser. Esto conlleva el peligro de la calificación de “maldito” por parte de la ortodoxia superviviente y mediocre, y termina casi siempre con la excomulgación definitiva, la expulsión del club por haber sido un “niño malo”.
Una losa de precioso hormigón sobrevuela las conciencias de la clase arquitectónica. Es la pesada losa de homenaje a un creador, a un intenso vividor del arte y de la arquitectura, donde se esculpen, en tres barrocas pinceladas, estas definitivas palabras: “Fernando Higueras. Arquitecto. Perdonen las molestias”.
Ha fallecido Fernando Higueras, a la edad de setenta y siete años, tras un largo y brillantísimo recorrido por los caminos del arte y de la arquitectura. No es fácil vislumbrar, en estos momentos de confusión cultural, la importancia de su figura, y pasará mucho tiempo hasta que se pueda comprender y asimilar la fantástica lección que supone su obra. Y es que intentar en los tiempos que corren explicar la arquitectura como la síntesis y expresión que supone la esencia del arte resulta una difícil tarea, y desde luego, rondaría los senderos de lo políticamente incorrecto.
Se podría contextualizar la obra de este arquitecto madrileño con total precisión histórica, su adscripción a las vertientes más organicistas y expresionistas de la arquitectura, su compromiso con los materiales, con las texturas, su maestría en el manejo del hormigón armado, la potencia y plasticidad de sus edificios. Podríamos también enumerar los numerosos premios recibidos a lo largo de su carrera: Premio Nacional de Arquitectura en 1961, medalla de arquitectura en la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1966, seleccionado para el premio Pritzker en 1983 y otros muchos galardones tanto en concursos como por su obra construida. Y podríamos hablar también de su amor a la música, su dominio del dibujo y de la pintura, su maestría como fotógrafo, su capacidad para todo lo que supusiera creatividad y buen hacer en el universo de las Bellas Artes….
Pero nada sería tan importante como subrayar la importancia de su actitud ante la arquitectura entendida como compromiso existencial y profundo, la búsqueda de la complejidad de sus formas, la construcción y el oficio como base sustancial de una trayectoria alejada sabiamente de los universos mediáticos y esclavos de las modas pasajeras.
Fernando Higueras representa la brillantez heroica y sincera, la supervivencia de un universo creativo y “artístico” en sentido intensivo, en el paisaje hostil de una sociedad mercantilizada, caldo de cultivo de lo mediocre disfrazado de profesionalidad. Esto supone el riesgo vital de navegar ante el viento de lo abierto, estar por encima, incluso al margen, de las coyunturales definiciones de belleza. Esto implica anteponer la creación a cualquier otra consideración teórica que no emane directamente de las profundidades del ser. Esto conlleva el peligro de la calificación de “maldito” por parte de la ortodoxia superviviente y mediocre, y termina casi siempre con la excomulgación definitiva, la expulsión del club por haber sido un “niño malo”.
Una losa de precioso hormigón sobrevuela las conciencias de la clase arquitectónica. Es la pesada losa de homenaje a un creador, a un intenso vividor del arte y de la arquitectura, donde se esculpen, en tres barrocas pinceladas, estas definitivas palabras: “Fernando Higueras. Arquitecto. Perdonen las molestias”.
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