Sir Tuñon & Sir Mansilla
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en enero 2008"
En la tertulia posterior a una más de las gloriosas victorias que estamos disfrutando en el Bernabeu últimamente, me decía Luis Cuesta, la “C” de la agencia SCPF, que la arquitectura se acerca cada vez más a la publicidad: ya no se proyectan edificios sino que, según él, se venden conceptos. Hablábamos de la propuesta ganadora de Tuñón y Mansilla para el nuevo Centro de Congresos de Madrid.
Debo reconocer que “el sol que nunca se pone en Madrid”, provocó en mí sensaciones bastante contradictorias cuando se hizo público el fallo del concurso. Por una parte es indudable el carácter icónico del proyecto; quedará grabado, si no lo está ya, en la memoria visual de cualquier espectador de forma inmediata. Además, desde un punto de vista algo más técnico, supone ciertamente un alarde de manejo espacial, encajar el complejo programa prescrito para la edificación, en una forma tan rígida.
Pero otra parte de mí, se sentía insultada por la simpleza de la solución. Pudiera ser la clásica pataleta del concursante no premiado, no lo niego, es posible. Aunque también puede ser que hayan saltado las alarmas: ¿qué hacemos los arquitectos cuando se diluyen las fronteras que separan lo sencillo de lo simple, lo rotundo de lo ingenuo, la reflexión de la idea feliz, el proyecto de la venta? En definitiva, como decía Luis, ¿son iguales arquitectura y publicidad?
El proyecto de Tuñon y Mansilla para el CICCM, sigue un “crescendo nada moderato” directo y publicitario, que arranca con su edificio en forma de cruz horizontal, decidida a recordar que “Teruel sí existe” o sus Picos de Europa en miniatura para el Museo de Cantabria. El mensaje de proyecto se simplifica, se convierte en único y se presenta de forma brutal al espectador. Sin dobleces, sin alternativas ni incertidumbres; sin dudas.
Para hacer la arquitectura más accesible, más comunicable, el proyecto retorna a lo figurativo. Se limita a la formalización literal, cuanto más literal mejor, de algún eslogan o jingle, implantado con anterioridad en las memorias supuestamente identitarias de los receptores. De esta manera, es capaz de provocar hasta en un niño, una media sonrisa cómplice. El sabor de este tipo de propuestas es similar al de aquellas arquitecturas visionarias de Boullée, Ledoux y Lequeu de principios del siglo XIX. Arquitecturas denominadas utópicas hace dos siglos, se proponen ahora sin ninguna evolución significativa en su concepción.
Miento. Incorporan los dos invariantes que parece ser cualquier proyecto debe contemplar en estos tiempos, para considerarse moderno: tecnología y sostenibilidad. Ni siquiera estas evidentes metáforas pueden apartarse de estos compromisos ineludibles, a pesar de que su único propósito real es ser reconocidas y comprendidas con facilidad,
Como Foster, Sir Norman, que también explica su aberrante proyecto para Moscú (en éste no tengo dudas ni contradicciones de ningún tipo), desde el desarrollo sostenible y tecnológico. Con su nuevo skyline oriental para la ciudad. También iconográfico, reconocible y publicitario. Lo que en el siglo XIX era utópico y visionario, ahora en el siglo XXI, está más cerca del hiperrealismo y la banalidad.
En la tertulia posterior a una más de las gloriosas victorias que estamos disfrutando en el Bernabeu últimamente, me decía Luis Cuesta, la “C” de la agencia SCPF, que la arquitectura se acerca cada vez más a la publicidad: ya no se proyectan edificios sino que, según él, se venden conceptos. Hablábamos de la propuesta ganadora de Tuñón y Mansilla para el nuevo Centro de Congresos de Madrid.
Debo reconocer que “el sol que nunca se pone en Madrid”, provocó en mí sensaciones bastante contradictorias cuando se hizo público el fallo del concurso. Por una parte es indudable el carácter icónico del proyecto; quedará grabado, si no lo está ya, en la memoria visual de cualquier espectador de forma inmediata. Además, desde un punto de vista algo más técnico, supone ciertamente un alarde de manejo espacial, encajar el complejo programa prescrito para la edificación, en una forma tan rígida.
Pero otra parte de mí, se sentía insultada por la simpleza de la solución. Pudiera ser la clásica pataleta del concursante no premiado, no lo niego, es posible. Aunque también puede ser que hayan saltado las alarmas: ¿qué hacemos los arquitectos cuando se diluyen las fronteras que separan lo sencillo de lo simple, lo rotundo de lo ingenuo, la reflexión de la idea feliz, el proyecto de la venta? En definitiva, como decía Luis, ¿son iguales arquitectura y publicidad?
El proyecto de Tuñon y Mansilla para el CICCM, sigue un “crescendo nada moderato” directo y publicitario, que arranca con su edificio en forma de cruz horizontal, decidida a recordar que “Teruel sí existe” o sus Picos de Europa en miniatura para el Museo de Cantabria. El mensaje de proyecto se simplifica, se convierte en único y se presenta de forma brutal al espectador. Sin dobleces, sin alternativas ni incertidumbres; sin dudas.
Para hacer la arquitectura más accesible, más comunicable, el proyecto retorna a lo figurativo. Se limita a la formalización literal, cuanto más literal mejor, de algún eslogan o jingle, implantado con anterioridad en las memorias supuestamente identitarias de los receptores. De esta manera, es capaz de provocar hasta en un niño, una media sonrisa cómplice. El sabor de este tipo de propuestas es similar al de aquellas arquitecturas visionarias de Boullée, Ledoux y Lequeu de principios del siglo XIX. Arquitecturas denominadas utópicas hace dos siglos, se proponen ahora sin ninguna evolución significativa en su concepción.
Miento. Incorporan los dos invariantes que parece ser cualquier proyecto debe contemplar en estos tiempos, para considerarse moderno: tecnología y sostenibilidad. Ni siquiera estas evidentes metáforas pueden apartarse de estos compromisos ineludibles, a pesar de que su único propósito real es ser reconocidas y comprendidas con facilidad,
Como Foster, Sir Norman, que también explica su aberrante proyecto para Moscú (en éste no tengo dudas ni contradicciones de ningún tipo), desde el desarrollo sostenible y tecnológico. Con su nuevo skyline oriental para la ciudad. También iconográfico, reconocible y publicitario. Lo que en el siglo XIX era utópico y visionario, ahora en el siglo XXI, está más cerca del hiperrealismo y la banalidad.
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