Amateur“ismo” profesional (3 de 3)
Pudiera parecer que la intención de este escrito, dado su título, amateur”ismo” profesional, es tachar de aficionados con pretensiones a los publicitarios o publicistas (me consta que les molesta mucho esta confusión de términos. Lo siento. Es que nunca me acuerdo de cual es el correcto. Aunque tampoco entiendo muy bien el motivo del malestar). Decía, no es en absoluto esa mi intención. Todo lo contrario.
El tercer acontecimiento, que se “asosió” en mi cabeza (como diría Valdano), para generar esta ya demasiado larga disquisición fue la nueva iniciativa de FHE: la solicitud de esas becas, ayudas para “impulsar las prácticas culturales contemporáneas…”. Lo cierto es que la propuesta me sorprendió. Sorpresa, como la que de da un buen amigo crápula que un buen día te confiesa que se casa, o que es maricón, o… Sorpresa a secas, algo completamente imprevisto, algo que no esperas y por tanto no eres capaz de valorar. Y me sorprendió aun más que no fuera capaz de entender mi sorpresa ante una propuesta aparentemente tan cabal.
Le he dado vueltas desde entonces y he llegado a una conclusión: Soy un amateur profesional. Desde luego en FHE y es posible que también en otras muchas facetas de mi vida. Todas aquellas en que me lo puedo permitir. Las cosas que me gustan de verdad son aquellas que hago sin ningún tipo de obligación, ni compromiso, ni por supuesto, retribución. Exclusivamente por el placer de hacerlas. Como por ejemplo, FHE. Un, dos, tres responda otra vez.
Se me ocurren dos motivos, no excluyentes, para esta patología:
- Cobardía: probablemente. No. Definitivamente.
- Convicción profunda de que solo aquello que se hace desde estas premisas tan estrictas y, si se quiere, puretas, tienen auténtico valor estrictamente en sí mismo. Para cualquier otra situación, es necesario que tengamos en cuenta otros factores: por qué se hizo, para qué, con qué medios, … Con lo cual, puede seguir siendo muy interesante y valorable, pero es otra cosa. Más compleja.
Según este planteamiento se me presentan varias dudas con esta propuesta. No pretendo en ningún caso convencer a nadie de estas ideas, ni mucho menos entorpecer el desarrollo de la misma (me incorporaré a ella en la medida que pueda, o quiera, o me dejen, si llega el caso). Como se ha dicho ya en innumerables ocasiones, FHE, es una cosa diferente para cada uno de sus miembros. Pero también pienso que es bueno ser consciente de lo que se hace en cada momento.
- Obtener dinero, incluso el propio acto de solicitarlo (poner precio), convierte el resultado de ese intercambio en un producto (en los términos de Risto). FHE se vende o se compra. Entra en el mercado, vamos. Y lógicamente, el mercado, lo externo, tiene el derecho y el deber de valorar, de opinar o incluso de participar y modificar. Me inquieta. Se pierde invisibilidad y autonomía tanto como grupo como individualmente cada miembro. Se trabaja de otra forma.
- Dinero… ¿para qué?, ¿para publicar?, ¿para publicar qué? Desde mi punto de vista, lo que hice lo hice para mí y para algunos que ya lo vieron. Todo lo demás obedecerá a otro tipo de motivaciones. Y lo que es más: me haría dudar de los motivos de mis nuevas propuestas y de las de los demás miembros. ¿Para que las hacemos ahora? ¿por qué participa tal o cual ahora si antes no lo hacía, o si se había enfadado? Ya no es solamente un intercambio desinteresado entre afinidades extrañas.
- Desde un punto de vista más general, no creo en el mecenazgo de la cultura desde la administración pública. Ese mecenazgo al que se siente condenada la administración, para expiar sus culpas (he de decir que nunca he sabido bien cuales son; y caso de existir, por qué quedan redimidas por becar a un pintor mediocre). Otra cosa es el mecenas privado que obedece a motivaciones mucho más comprensibles, desde el simple me gusta mucho, hasta la desgravación fiscal. Se argumentará entonces que la cultura se convierte en ese caso en una actividad para unos pocos ricos que se lo pueden permitir. Pues a lo mejor sí. O para unos pobres que no les importa seguir siendo pobres. O simplemente para el que no puede o no quiere hacer otra cosa y no le importa morirse mientras tanto.
Pues lo dicho. No se me enfade nadie y mucho menos la Gerencia. Me consta que sus intenciones son absolutamente honestas y bienintencionadas. Estas dudas pueden ser innecesarias. Es más: estoy convencido de que caso de concederse la anhelada ayuda, los resultados de la misma serán excelentes. Pero sin embargo esta es mi personalísima e intransferible opinión: ¡Viva el amateur“ismo” profesional! Por cobardía y/o por convicción, me inquieta que me den o que me exijan. Hago y entrego exclusivamente lo que quiero. Para lo otro, ya tengo el resto de mi vida.
El tercer acontecimiento, que se “asosió” en mi cabeza (como diría Valdano), para generar esta ya demasiado larga disquisición fue la nueva iniciativa de FHE: la solicitud de esas becas, ayudas para “impulsar las prácticas culturales contemporáneas…”. Lo cierto es que la propuesta me sorprendió. Sorpresa, como la que de da un buen amigo crápula que un buen día te confiesa que se casa, o que es maricón, o… Sorpresa a secas, algo completamente imprevisto, algo que no esperas y por tanto no eres capaz de valorar. Y me sorprendió aun más que no fuera capaz de entender mi sorpresa ante una propuesta aparentemente tan cabal.
Le he dado vueltas desde entonces y he llegado a una conclusión: Soy un amateur profesional. Desde luego en FHE y es posible que también en otras muchas facetas de mi vida. Todas aquellas en que me lo puedo permitir. Las cosas que me gustan de verdad son aquellas que hago sin ningún tipo de obligación, ni compromiso, ni por supuesto, retribución. Exclusivamente por el placer de hacerlas. Como por ejemplo, FHE. Un, dos, tres responda otra vez.
Se me ocurren dos motivos, no excluyentes, para esta patología:
- Cobardía: probablemente. No. Definitivamente.
- Convicción profunda de que solo aquello que se hace desde estas premisas tan estrictas y, si se quiere, puretas, tienen auténtico valor estrictamente en sí mismo. Para cualquier otra situación, es necesario que tengamos en cuenta otros factores: por qué se hizo, para qué, con qué medios, … Con lo cual, puede seguir siendo muy interesante y valorable, pero es otra cosa. Más compleja.
Según este planteamiento se me presentan varias dudas con esta propuesta. No pretendo en ningún caso convencer a nadie de estas ideas, ni mucho menos entorpecer el desarrollo de la misma (me incorporaré a ella en la medida que pueda, o quiera, o me dejen, si llega el caso). Como se ha dicho ya en innumerables ocasiones, FHE, es una cosa diferente para cada uno de sus miembros. Pero también pienso que es bueno ser consciente de lo que se hace en cada momento.
- Obtener dinero, incluso el propio acto de solicitarlo (poner precio), convierte el resultado de ese intercambio en un producto (en los términos de Risto). FHE se vende o se compra. Entra en el mercado, vamos. Y lógicamente, el mercado, lo externo, tiene el derecho y el deber de valorar, de opinar o incluso de participar y modificar. Me inquieta. Se pierde invisibilidad y autonomía tanto como grupo como individualmente cada miembro. Se trabaja de otra forma.
- Dinero… ¿para qué?, ¿para publicar?, ¿para publicar qué? Desde mi punto de vista, lo que hice lo hice para mí y para algunos que ya lo vieron. Todo lo demás obedecerá a otro tipo de motivaciones. Y lo que es más: me haría dudar de los motivos de mis nuevas propuestas y de las de los demás miembros. ¿Para que las hacemos ahora? ¿por qué participa tal o cual ahora si antes no lo hacía, o si se había enfadado? Ya no es solamente un intercambio desinteresado entre afinidades extrañas.
- Desde un punto de vista más general, no creo en el mecenazgo de la cultura desde la administración pública. Ese mecenazgo al que se siente condenada la administración, para expiar sus culpas (he de decir que nunca he sabido bien cuales son; y caso de existir, por qué quedan redimidas por becar a un pintor mediocre). Otra cosa es el mecenas privado que obedece a motivaciones mucho más comprensibles, desde el simple me gusta mucho, hasta la desgravación fiscal. Se argumentará entonces que la cultura se convierte en ese caso en una actividad para unos pocos ricos que se lo pueden permitir. Pues a lo mejor sí. O para unos pobres que no les importa seguir siendo pobres. O simplemente para el que no puede o no quiere hacer otra cosa y no le importa morirse mientras tanto.
Pues lo dicho. No se me enfade nadie y mucho menos la Gerencia. Me consta que sus intenciones son absolutamente honestas y bienintencionadas. Estas dudas pueden ser innecesarias. Es más: estoy convencido de que caso de concederse la anhelada ayuda, los resultados de la misma serán excelentes. Pero sin embargo esta es mi personalísima e intransferible opinión: ¡Viva el amateur“ismo” profesional! Por cobardía y/o por convicción, me inquieta que me den o que me exijan. Hago y entrego exclusivamente lo que quiero. Para lo otro, ya tengo el resto de mi vida.
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