lunes, junio 21, 2010

Ultzama: Conversaciones de Arquitectura

"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en julio de 2009"

Como apunté hace algunos días, el fin de semana del 19 al 21 de junio, tuve ocasión de acudir al I Campus Ultzama de la Fundación Arquitectura y Sociedad, dirigido por Felix Arranz. La mecánica fue bastante sencilla: Durante los tres días de encierro 14 estudios de arquitectura emergentes (denominados “próximos” en el campus), provenientes de toda España, presentaron su trabajo y sus ideas, contrastándolas con las de arquitectos de trayectoria más consagrada y con las opiniones de agentes de otras áreas de la sociedad (entre las que estaba yo, como crítico de arquitectura de soitu.es); el último tramo de la tarde de la jornada, se dedicaba a un debate más desordenado y menos sistemático, que, como suele ocurrir, resultó ser la actividad más intensa e interesante del evento.
Resulta difícil articular un texto de interés general que recoja lo allí expuesto y comentado. La querencia natural hacia las tablas de la endogamia que sufrimos los arquitectos, unida a una inevitable especialización de la discusión, hacen que el tema se haga, quizás, un poco árido para el profano. Sin embargo creo que vale la pena el intento de relatar lo ocurrido en palabras llanas (todo lo posible), aunque solo sea para acercar un poco a los más alejados a las preocupaciones y procederes de los arquitectos (al menos las de algunos arquitectos).
Una consideración inicial para evitar equívocos. El grupo de arquitectos allí presente no representa al conjunto de la profesión. Como bien se señaló durante las discusiones, un porcentaje altísimo de la construcción que se realiza es absolutamente ajena a este debate. Desde este punto de vista, podemos afirmar que los titulados arquitectos se han escindido en, al menos, dos grupos (muy desiguales en tamaño y ocupación):
- Un pequeño grupo, mayoritariamente repartido entorno a las escuelas de arquitectura de toda la geografía española, que desde sus ópticas particulares, intentan encontrar respuesta a una pregunta corta pero extremadamente compleja: ¿qué arquitectura debemos hacer? Muchas de sus conclusiones y resultados irán muy lentamente filtrándose al conjunto de la actividad edificatoria.
- Una enorme mayoría de profesionales, que también en su mayoría, orbitan alrededor de los colegios profesionales, son ajenos completamente a este problema y se dedican a construir nuestras ciudades dentro de un marco normativo, técnico, ético y social que no cuestionan en absoluto. Asépticos ejecutores de aquello que la sociedad y/o el mercado les demanda, profesionalmente impecables, que están, como dicen, “para lo que les manden”.
A pesar de que el Campus de Ultzama debemos encuadrarlo básicamente dentro del primer grupo de los descritos, resulta inevitable en este tipo de reuniones la aparición de algunas intervenciones más propias del segundo. En general, rebajan sensiblemente el interés del debate debido a la búsqueda de conclusiones precipitadas: la excesiva y recurrente referencia a la actual crisis del sector de la construcción en España; la demonización del período de los llamados arquitectos estrella, que para más inri, muchos coinciden en señalar que inició su andadura con nuestro Guggenheim bilbaíno; o, un clásico, culpabilizar a la ineducada sociedad española incapaz de apreciar la diferencia entre la buena y la mala arquitectura. En fin, comprensibles momentos de debilidad, de los que nadie se libra.
La primera diferencia entre las posiciones de los 14 estudios próximos presentes en Ultzama radica en su particular selección de los contextos pertinentes para lo arquitectónico. Es decir, cada uno de ellos (o, más bien, por grupos bastante reconocibles), estima que algunos aspectos de la realidad (contextos) son relevantes (pertinentes) para la construcción de su respuesta arquitectónica.
Para unos pocos, el mundo interior del arquitecto, mágico, intransmisible en su totalidad y fuertemente metafórico, sigue siendo el contexto básico desde el que afrontan la arquitectura. Para muchos el entorno físico inmediato sigue siendo un dato de incuestionable importancia. Para otros el sistema constructivo es determinante a la hora de definir la configuración arquitectónica. Es también muy frecuente que se adopten como contextos pertinentes, las resoluciones previas que la historia de la arquitectura ha ido articulando para problemas similares. Pero también hay quienes piensan que el entorno de un edificio no se limita a su realidad física circundante, sino que está más determinado por las actividades que albergará y las interacciones que provocará, incluso en lugares muy alejados. Y hay quien opina que la arquitectura, a pesar de su pesada inercia natural, debe esforzarse en reflejar y resolverse de acuerdo a las preocupaciones y características de la sociedad más contemporánea. El valor icónico, representativo o incluso publicitario de los edificios, también es un punto de partida bastante común. Etc.
Muchos, quizás la mayoría, afirman honestamente estar atentos a todos o gran parte de estos y otros contextos. Pero un rápido vistazo a su producción muestra con claridad cuales de esos contextos pertinentes son los dominantes en sus razonamientos y resoluciones. Y de esa diferencia nace la diversidad de propuestas que, efectivamente, configura en la actualidad un paisaje general tan rico, tan variado. Y, al mismo tiempo, tan confuso.
Porque el aprecio de la diversidad no debe confundirse con el relativismo absoluto. No es, “todo vale”. O al menos, no es “todo vale lo mismo”. El auténtico aprecio por la diferencia, por lo diverso, está, en primer lugar, en detectarlo y definirlo con precisión. Y en segundo, en comprobar cual de los diferentes acercamientos se aproxima más al idóneo.
La selección de los contextos pertinentes no es, ni más ni menos, que el paso analítico, previo y necesario, que sirve para ajustar el salto al vacío que siempre va violentamente asociado a cualquier acto creativo. Es cierto que el deslizamiento que ha sufrido y sigue sufriendo la arquitectura hacia las disciplinas y los métodos de trabajo científicos, ha pretendido minimizar el riesgo de error asociado a este, por otra parte, inevitable salto. La más estricta racionalidad sigue acotando implacablemente la, cada día más, intolerable posibilidad de error. Pero, como en la paradoja de Zenón, esa posibilidad siempre existirá. Y lo que es más importante, para avanzar en el conocimiento, habrá que asumirla y siempre será necesario dar un salto, grande o pequeño, al vacío, que solo con posterioridad podrá ser analizado hasta sus últimas consecuencias.
Por este motivo resulta igual de insatisfactorio para el arquitecto negar la racionalidad y apelar a una íntima intuición personal para la explicación de su forma de hacer, como abrazar el materialismo cientista, pretendiendo que todos los extremos de su propuesta no responden más que a una concatenación de razonamientos deductivos realizados a partir de unas premisas irrefutables.
Este binomio que forman la selección de los contextos pertinentes y la relación que se establece con la discontinuidad irresoluble que acompaña al acto creativo, es el caracteriza el trabajo de cada estudio de arquitectura. Y el que nos proporciona las claves para acometer su análisis, para valorar su idoneidad y para cuantificar su relevancia.
Intentaré explicarme con algunas actitudes concretas:
- Dejaré a un lado, como he dicho antes, a los arquitectos, afortunadamente bastante infrecuentes en la actualidad, que aluden para explicar su trabajo al peculiar ojo del arquitecto, a la sensibilidad especial del artista, o a la conjunción mágica de los astros, por su perfecta y buscada impermeabilidad al análisis. El salto al vacío que explícitamente demandan es simplemente inaceptable.
- La inclusión como contexto pertinente dominante en un proyecto, de un diccionario arquitectónico ya consolidado, como por ejemplo el ideario racionalista, o de modelos previos de la historia de la arquitectura, como por ejemplo, el concepto de tipología, tiene por objeto fundamental, reducir el riesgo, minimizar la posibilidad de error. Esto no implica necesariamente que el resultado sea mejor o peor. Pero sí supone que la posibilidad de avance de la disciplina derivada de ese proyecto, también se minimiza.
- El actual énfasis en los aspectos técnicos de nuestra profesión, construcción, estructuras, instalaciones, etc… tiene por objeto también la reducción del riesgo. Su intrínseca condición científica, parametrizable, cuantificable, proporciona una agradable sensación de certidumbre, de estar haciendo lo correcto. Pero, de nuevo, también es necesario señalar que si se afrontan estos aspectos de la disciplina, desde la seguridad de lo ya conocido y experimentado, el resultado, a pesar de su aparente contemporaneidad, no habrá supuesto un desarrollo significativo de la arquitectura.
- De los dos puntos anteriores se puede entender que existe una relación inversamente proporcional entre el grado de sujeción de un razonamiento al territorio tradicional de la disciplina y la posibilidad de avance efectivo de la misma.
- Por otra parte, no son infrecuentes ya, vigorosos análisis o construcciones contextuales que parten desde otras disciplinas o desde aspectos de la sociedad aparentemente muy alejados de lo arquitectónico (lo ético, lo sociológico, lo político, lo tecnológico, lo biológico, etc…). La necesidad de su planteamiento parte del histórico retraso de la arquitectura. Somos lentos. Lentos y pesados. Estos nuevos contextos son, por lo general, enormemente sugerentes, y parecen apuntar nuevos caminos, evidentemente asociados a una dosis de riesgo mucho más alta que la señalada para las actitudes anteriores.
- Ocurre sin embargo con frecuencia que estos poderosos planteamientos, no producen unos resultados que reflejen la potencia que los desencadenó. Puede ser cuestión de tiempo y oportunidad. Pero también puede ser que una vez realizado el esfuerzo de construcción de unos nuevos contextos pertinentes se eluda, consciente o inconscientemente, el problema de la materialización de la arquitectura. De esta forma magníficos mapas de complejidad, sugerentes acciones arquitectónicas o agitaciones sociales más que deseables, pretenden llenar el hueco dejado por la falta de definición del objeto arquitectónico. O bien, lo que es peor, cuando los proyectos pasan a esta fase de materialización, irreflexivamente asumen todos aquellos principios y modos de hacer que pretendían combatir o superar.
- El arquitecto debe estar atento a su alrededor, a la sociedad en la que trabaja, para detectar los accidentes, los contextos pertinentes y relevantes sobre los que deberá construir la hipótesis formal que intente resolver el problema. Entiendo que la complejidad creciente de nuestra sociedad hace que las señales de los accidentes, se encuentren en terrenos cada vez más alejados de la disciplina propiamente dicha y allí hay que dirigir la mirada. Para después, ahora sí desde la disciplina, desde la manipulación del espacio (real o virtual), desde la creación del artificio, presentar a la sociedad, con evidencia y autoridad, una solución posible al problema detectado.
Estas son las impresiones que saqué de las propuestas y explicaciones presentadas en el estupendo Campus de Ultzama. Todas ellas realizadas sobre la base de la autoría y responsabilidad individual del arquitecto y su obra. El fenómeno de la producción colectiva que está apareciendo en la actualidad gracias a la poderosa herramienta de la red, escapa completamente a estos apuntes. Para mí es definitivamente la mayor incógnita y quien sabe si, al mismo tiempo, la mayor oportunidad. Pero eso es otra historia.

PD. Para todo aquel que tenga interés, la documentación completa del I Campus de Ultzama, participantes, proyectos, intervenciones y editoriales varios, la puede encontrar en la Agencia Documental de Arquitectura Scalae, http://scalae.net/, dirigida por Félix Arranz al igual que el Campus, y en la Fundación Arquitectura y Sociedad, http://www.arquitecturaysociedad.com/, principal impulsora del evento.

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