“Vicky, Cristina, Barcelona”, un monumento al tópico.
"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en octubre de 2008"
Me asalta una mezcla entre decepción e indignación ante esta última película de Woody Allen, “Vicky, Cristina, Barcelona”, que tantas expectativas había generado, y que me ha resultado absolutamente infumable. Se puede llegar a pensar que el director neoyorquino se está burlando de todos nosotros, de los europeos-latinos en general y de los españoles-barceloneses en particular. También se puede pensar, aunque resulte más dudoso, que el viejo Woody está presentando unos alarmantes síntomas de senectud en el terreno del guión y dirección cinematográficos. Prefiero pensar lo primero, aunque me moleste el burdo nivel de monumento al tópico que se ha empleado para esa burla. El resultado, a mi entender, es una verdadero fiasco.
Se podía esperar del genial director, sabiendo de su conocimiento y amor a la arquitectura como escenario cualificado donde se desarrollan las acciones de sus personajes, que se utilizara Barcelona en un sentido metafórico profundo, destacando sus innegables valores urbanos, de tal forma que le permitieran ubicar estratégicamente las claves de comedia a los que tan magistralmente nos tiene acostumbrados. Todo el cine de Woody es un continuo homenaje a la gran ciudad y a las personas que viven en ella como los exponentes más ricos de la compleja cultura contemporánea. Pues bien, en su lugar, nos encontramos con una fabulosa colección de tópicos, imágenes baratas de postal para extranjeros, instantáneas de turista americano mostrándonos a Gaudí de forma trivial y pasajera, como si fueran los toros o el flamenco. ¿A qué vienen esas tomas de color amarillento subido en un Parque Güell al que no se le dedican ni treinta segundos de cámara? Al Central Park, querido Woody, siempre le sacaste mucho más partido. Esas tomas constantes y fragmentadas de arquitectura decimonónica, de villa suburbana ocupada por una cansina burguesía que a nadie interesa, escenarios muy poco urbanos, como si por filmar en la Europa latina nos estuvieran vetadas las imágenes de densidad y complejidad existentes en toda gran ciudad. ¿O es que no sabes, querido Woody, que los áticos de Barcelona están llenos de imágenes arquitectónicas estimulantes? Esta ausencia intolerable de arquitectura moderna, como si ésta fuera privilegio de la ciudad americana… No me parece realmente que Woody Allen se haya preocupado un mínimo por la ciudad escenario de su guión.
Guión, por cierto, colmado de personajes inverosímiles, pintores abstractos desaliñados con avioneta particular y aires de latin-lover, y puritanas neuróticas extasiadas estúpidamente con las pasiones que produce el vino tinto y la guitarra española.
Me cuesta mucho creer que Woody Allen se haya tomado en serio este bodrio de película, y prefiero pensar que ha utilizado el encargo para cachondearse un poco más de sí mismo y de todo lo que se le ponga por delante, Barcelona incluida. La tesis doctoral sobre “identidad catalana” de la protagonista americana no deja de ser un sarcasmo que roza la coña marinera.
No me parece mal alcanzar un gran prestigio a base de reírse del mundo, pero a Woody Allen hay que exigirle que lo haga siempre con calidad. Y me temo que para lograr esa calidad, en esta ocasión, tendría que haberse desprendido con anterioridad de demasiados tópicos.
¿O no será, Woody, que alguien te ha dicho “toma el dinero y corre”, recordando tu vieja obra maestra?
Me asalta una mezcla entre decepción e indignación ante esta última película de Woody Allen, “Vicky, Cristina, Barcelona”, que tantas expectativas había generado, y que me ha resultado absolutamente infumable. Se puede llegar a pensar que el director neoyorquino se está burlando de todos nosotros, de los europeos-latinos en general y de los españoles-barceloneses en particular. También se puede pensar, aunque resulte más dudoso, que el viejo Woody está presentando unos alarmantes síntomas de senectud en el terreno del guión y dirección cinematográficos. Prefiero pensar lo primero, aunque me moleste el burdo nivel de monumento al tópico que se ha empleado para esa burla. El resultado, a mi entender, es una verdadero fiasco.
Se podía esperar del genial director, sabiendo de su conocimiento y amor a la arquitectura como escenario cualificado donde se desarrollan las acciones de sus personajes, que se utilizara Barcelona en un sentido metafórico profundo, destacando sus innegables valores urbanos, de tal forma que le permitieran ubicar estratégicamente las claves de comedia a los que tan magistralmente nos tiene acostumbrados. Todo el cine de Woody es un continuo homenaje a la gran ciudad y a las personas que viven en ella como los exponentes más ricos de la compleja cultura contemporánea. Pues bien, en su lugar, nos encontramos con una fabulosa colección de tópicos, imágenes baratas de postal para extranjeros, instantáneas de turista americano mostrándonos a Gaudí de forma trivial y pasajera, como si fueran los toros o el flamenco. ¿A qué vienen esas tomas de color amarillento subido en un Parque Güell al que no se le dedican ni treinta segundos de cámara? Al Central Park, querido Woody, siempre le sacaste mucho más partido. Esas tomas constantes y fragmentadas de arquitectura decimonónica, de villa suburbana ocupada por una cansina burguesía que a nadie interesa, escenarios muy poco urbanos, como si por filmar en la Europa latina nos estuvieran vetadas las imágenes de densidad y complejidad existentes en toda gran ciudad. ¿O es que no sabes, querido Woody, que los áticos de Barcelona están llenos de imágenes arquitectónicas estimulantes? Esta ausencia intolerable de arquitectura moderna, como si ésta fuera privilegio de la ciudad americana… No me parece realmente que Woody Allen se haya preocupado un mínimo por la ciudad escenario de su guión.
Guión, por cierto, colmado de personajes inverosímiles, pintores abstractos desaliñados con avioneta particular y aires de latin-lover, y puritanas neuróticas extasiadas estúpidamente con las pasiones que produce el vino tinto y la guitarra española.
Me cuesta mucho creer que Woody Allen se haya tomado en serio este bodrio de película, y prefiero pensar que ha utilizado el encargo para cachondearse un poco más de sí mismo y de todo lo que se le ponga por delante, Barcelona incluida. La tesis doctoral sobre “identidad catalana” de la protagonista americana no deja de ser un sarcasmo que roza la coña marinera.
No me parece mal alcanzar un gran prestigio a base de reírse del mundo, pero a Woody Allen hay que exigirle que lo haga siempre con calidad. Y me temo que para lograr esa calidad, en esta ocasión, tendría que haberse desprendido con anterioridad de demasiados tópicos.
¿O no será, Woody, que alguien te ha dicho “toma el dinero y corre”, recordando tu vieja obra maestra?
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