lunes, diciembre 14, 2009

Ironía y construcción: Ocaña de España




No son frecuentes los ejemplos de ironía en la arquitectura construida. Así debe ser. La ironía es siempre difícil y peligrosa por su posibilidad de deslizamiento innata, por exceso de crueldad o repetición, hacia el en ocasiones divertido pero siempre estéril, sarcasmo.
La componente social, la lentitud y la sobredeterminación de lo construido lo convierten en un territorio casi vedado para el atractivo veloz, humorístico y distante de la ironía. Es muy complicado que puedan darse dos de los componentes fundamentales de este recurso estilístico: ser comprendida como tal por el receptor; y no crear en el emisor la falsa ilusión de una perspicacia sublime, cuando en realidad solo enmascara bajo el humor, su profunda incapacidad de proponer.
“Queremos una casa moderna por dentro, pero tradicional por fuera” ¡Con qué naturalidad nos hemos acostumbrado los arquitectos a recibir esta contradictoria demanda de muchos clientes! Ikea ganó en el interior de las viviendas una batalla que las fachadas ni siquiera habían comenzado a pelear. Sorprendente esquizofrenia que a los arquitectos nos sume en atormentadas disquisiciones mientras que a los usuarios les permite vivir con alegría y con sus conciencias la mar de tranquilas.
Ante esta petición por parte del todopoderoso cliente, los arquitectos habitualmente producimos tres tipos de respuestas (todas ellas muy loables y comprensibles):
- “Lo que usted diga.” Este problema ha dejado de interesarme hace tiempo. Yo soy un profesional como la copa de un pino que estoy aquí para darle gusto y ganarme la vida honestamente.
- “Bueno… ya veremos.” Y comenzar una ardua batalla en la cual el arquitecto intentará colar al cliente su propia idea de la vivienda, coherente en su concepción y resolución con los tiempos que corren (desde su punto de vista, claro). En general este tipo de respuesta, además de conllevar un desproporcionado consumo de energía y trabajo, suele dejar insatisfechas a ambas partes, que se acusarán mutuamente de los defectos y despropósitos que encuentran en el resultado final.
- “Yo no hago ese tipo de porquerías.” Altiva respuesta del arquitecto que no está dispuesto a ensuciar su alma con el estiércol de la incultura.
Un callejón sin salida para el que Manuel Ocaña ha encontrado una arriesgada e inteligente vía de escape: construir una ironía que presenta con toda su intensidad la obvia contradicción de la premisa. Negarla es estúpido. Ocultarla es inútil. Y asumirla sin más es insuficiente. Construye una respuesta única, sin vocación de ser ejemplo de nada, pero con intención de ser denuncia de todo.
El resultado se acerca ciertamente al esperpento. Pero creo que es un esperpento saludable y necesario. Por varios motivos:
- Esta ironía, este brutal simulacro, destapa otras muchas actitudes, estas sí muy generalizadas, igualmente simuladas pero mucho peligrosas y sibilinas que se presentan bajo una pátina moralizante y retrógrada: Muchas rehabilitaciones por supuesto; pero también muchas cajitas modernitas con espacios diáfanos y limpios en su interior y exterior, que pretenden erigirse en la única respuesta posible desde la contemporaneidad; o muchos esfuerzos analíticos inacabables de la actividad humana, incapaces absolutamente de generar la mínima síntesis concreta.
- La operación se ha realizado dentro del ámbito de lo privado. La noticia me parece magnífica: desmonta cualquiera de esas frecuentes y demagógicas descalificaciones sobre el mal uso de lo público; refleja la habilidad e inteligencia de unos y otros para convencerse mutuamente; y parece ser que ha sido un éxito comercial, con lo que, hasta desde esa óptica, la cosa ha ido bien. Una ironía rentable sí que es una agradable paradoja.
- La construcción: sorprendente. El cartón piedra me parece un interesante lugar intermedio entre la sólida realidad y la gaseosa virtualidad. Aceptamos ambos extremos con mucha más naturalidad que este extraño punto intermedio. Con frecuencia se utiliza para emular uno u otro extremo y quizás deberíamos estudiar sus posibilidades intrínsecas.
- Y con respecto a su indudable vertiente publicitaria, ¡que decir!: una lección. Sería como poco hipócrita rasgarse las vestiduras a estas alturas por esta dimensión de la arquitectura. El que quiera seguir ignorándola o, peor aun, elevando un enloquecido mensaje ético contra ella, que se lo haga mirar.
El irónico prototipo de Ocaña y Martí es igual de irrepetible que de necesario. Por eso mismo levantará ampollas a lo largo de todo el arco parlamentario. Incluso en mí mismo. Mensaje recibido.
Con el promotor, los usuarios y el arquitecto contentos todos con su singular operación, solo queda una cosa por decir: Entendido y enhorabuena. Pero no hace falta que lo volváis a hacer. Y mucho menos que os salgan imitadores.

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