jueves, abril 08, 2010

Atmósferas individuales


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

Está comúnmente aceptado que en tiempos de crisis surgen las mejores ideas. De ser así, ¿es el momento idóneo para llevarlas a cabo? No hay más que echar la vista atrás para descubrir por qué algunas propuestas de Archigram continúan estando vigentes, máxime cuando en su momento fueron tachadas de utopías.
Los proyectos de Archigram fundamentados en una confianza plena en la tecnología, proponía soluciones basadas en la búsqueda de la “inmaterialidad” de la arquitectura hasta que la crisis energética de 1966 mostró una necesaria toma de conciencia sobre el límite de recursos no renovables de nuestro planeta, obligando a recapitular sobre cualquier intención extremista sin beneficio social no demostrable.
Proyectos como The cushicle de Michael Webb, se centraron en investigar nuevas formas de vivir y hacer arquitectura a través de un programa de habitación mutable y adaptable a las necesidades de cada persona.
The cushicle se planteó como una invención que permitía a un individuo llevar un completo ambiente doméstico en su espalda. A modo de mochila, esta unidad inflable permitía a su usuario tener un alto estándar de confort con un mínimo esfuerzo. Equipada con comida, agua, radio, una televisión miniatura y un aparato de calefacción, Chusicle podría convertirse en una unidad nómada con todos los servicios.
Un proyecto tan individualista como este no comulgó con los valores sociales de esa época.
No solo parecía poco viable para fabricarse en masa sino que además bajo el esquema social de la época, resultaba poco conveniente incluso carente de utilidad.
Una década más tarde en 1976, John Travolta protagonizó una película titulada El chico de la burbuja de plástico (The Boy in the Plastic Bubble), basada en la historia real de David Vetter, un niño con inmunodeficiencia severa congénita.
Como en el Cushicle de Webb, la película nos enseñaba la vida diaria de un niño que crecía en una jaula de plástico transparente totalmente estéril. En ese ambiente el único contacto que tenía el niño con sus padres era a través de un guante de plástico negro que sobresalía de la burbuja, lo que contribuía a alterar la relación normal del sujeto con el mundo que lo rodeaba.
La primera vez que David Vetter abandonó su burbuja fue gracias a un traje espacial hecho a medida que aportó la NASA, pero fue todo un fracaso ya que David había crecido con un miedo irracional a los gérmenes, por lo que dejar la burbuja se convertía en una tortura.
En lo que resta del siglo XX bajo el estigma del niño burbuja, estas atmósferas individuales parecían estar reservadas a casos excepcionales como el de Vetter. En el siglo XXI la cosa parece cambiar al ritmo de las nuevas transformaciones sociales. Tras años de debate acerca del impacto del tabaco en los entornos respirables, se ha pasado de una sociedad en la que fumar constituía un signo de distinción propio de galanes cinematográficos, a una persecución en la que los fumadores adoptan el rol de villanos.
Rescatando el espíritu de las arquitecturas de Archigram, los arquitectos americanos Elisabeth Diller y Ricardo Scofidio plantean una propuesta de atmósfera individual en su instalación titulada No [No Smoking] presentada en Amsterdam en 2008.
En la batalla entre las libertades individuales y la responsabilidad colectiva, el fumador se ha convertido en un icono conflictivo. La solución propuesta hasta el momento por la sociedad consiste en apartar el problema arrojando a los fumadores fuera de los lugares donde no se puede fumar convirtiéndolos en figuras solitarias en la acera. Nace así un nuevo tipo de fuera de la ley urbano: el fumador.
En un deseo de utilizar la arquitectura al servicio de este sector social, Diller y Scofidio plantean una red de espacios privilegiados en la ciudad en los que los individuos pueden fumar sin culpabilidad de manera individual, a la vez que se conectan con una ciudad virtual de fumadores situados a su alrededor.
A modo de chimeneas, estas coberturas de espacio colgantes están dotadas de un sensor que oscurece la cara de su usuario preservando su anonimato a la vez que activa una pantalla táctil que conecta con una red privada en cuanto detecta la primera calada.
Esta instalación va un paso más allá de la separación de ambientes que se da en algunos puntos para fumadores instalados en espacios públicos. No [No Smoking] propone una atmósfera individualizada que media en un conflicto generado por un cambio de actitud en la sociedad. Igual que este, pueden producirse otros cambios de parecer sobre el uso del móvil o la contaminación de las ciudades que haga necesaria la proliferación de cualquier otro tipo de atmósferas personalizadas.
Eso implica que nuestro futuro como niños burbuja es aún incierto, pero nunca se sabe.

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