Siza, graffitis y Cirujeda
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en julio de 2008"
Nunca dejará de sorprenderme, la forma aparentemente mágica en que nuestras cabezas producen ciertas asociaciones, derivadas de coincidencias temporales rigurosamente azarosas. Me explico:
Hace unos días leía cansinamente una extensa y enésima entrevista al afamado arquitecto Alvaro Siza (el que está acabando de redactar en nuevo proyecto para el Paseo del Prado de Madrid, que tantos encadenamientos ha provocado en nuestra ecológica baronesa Thyssen). Nunca me he sentido demasiado cerca del discurso lento, íntimo y disciplinar del portugués. Reconociendo el indudable valor de algunas de sus obras, provoca en mí una incontrolable somnolencia, que, dado el grado general de veneración que se le presta, supongo debo atribuir a mis propias limitaciones.
El caso es que mi amodorrada lectura se vio repentinamente interrumpida por una llamada telefónica que me preguntaba por la actuación del artista Jack Babiloni sobre la fachada del edificio de la calle Campoamor de Madrid. Después de realizar la restauración ortodoxa y completa de un tradicional edificio madrileño de finales del siglo XIX, el pintor ha llenado todas sus fachadas con decenas de dibujos que, parece ser, representan escenas diversas de las Metamorfosis de Ovidio, utilizando técnicas muy próximas a las de los grafiteros urbanos. La obra, agresiva y voluntariamente provocadora, ha generado una polémica previsible y un debate bastante intenso sobre la naturaleza pública o privada de las fachadas de los edificios. No entraré en este tema, demasiado extenso y complejo para ser abordado en este formato reducido y generalista.
Después de este agradable impasse contemporáneo, volví a mi soporífera entrevista (debe existir una componente masoquista en todos nosotros). Curiosamente, en aquel momento Siza hablaba de su edificio de viviendas en el IBA de Berlín. Para los que no lo conozcan, se trata de un edificio de los años 80, ubicado dentro de un ambicioso plan global de construcción de barrios residenciales de bajo coste en Berlín Occidental, en el que participaron casi todas las figuras del firmamento arquitectónico del momento. La propuesta de Siza consiste un aséptico bloque de viviendas en esquina, suavemente curvilíneo en su trazado aunque bastante insípido, que, mira tú por dónde, saltó a la fama internacional por un graffiti que aparece en el remate superior de su esquina principal, en el que se puede leer: “Bonjour Tristesse”.
Lo que yo no sabía, y cuenta Siza en la entrevista, proporcionándome un solitario momento de intensidad, es que el enigmático mensaje fue realizado, efectivamente, de forma clandestina. Al parecer, con el edificio prácticamente terminado, un grupo de ultraderecha alemán, suponen que con algún apoyo interno dentro de la obra, había realizado la pintada como protesta contra la inmigración turca a la que estaban destinadas muchas de las edificaciones del IBA (en el cartel invierten el grafismo de la “j” y la “s”, intentando recalcar la incultura de los emigrantes). La irritación de Siza al ver su obra manchada con este insulto a su trabajo y a sus ideas fue mayúscula. Pensó en soluciones para arreglar el desaguisado, pero ante las limitaciones presupuestarias del proyecto, tuvo que decidir dejarlo tal y como había quedado.
El graffiti apareció publicado en la portada de todas las revistas de arquitectura y se convirtió rápida y sorpresivamente en un símbolo del IBA, de Berlín y del propio arquitecto. Ahora, la gente conoce el edificio por el nombre de la pintada y ha pasado a formar parte de la memoria y la historia de la ciudad y la arquitectura.
Por algún extraño motivo, mi cabeza se puso a cavilar sobre las Recetas Urbanas del arquitecto Santiago Cirujeda (puede que simplemente por la condición de a-legalidad en la que viven permanetemente los grafiteros). Aparentemente nada más alejado del sobrio y disciplinar maestro de Oporto. En los últimos años este joven sevillano ha inundado la escena arquitectónica nacional con propuestas de reutilización y reconfiguración de espacios urbanos y edificatorios infrautilizados o incluso, olvidados. Azoteas, fachadas, solares, aceras, árboles… en general, cualquier espacio de la ciudad no utilizado completamente es objeto del trabajo de Cirujeda. Se ubica siempre en el límite de la legalidad para plantear sus propuestas desde la acción social, la construcción sencilla, barata y comprometida con la sostenibilidad, y la funcionalidad.
Sorprendido yo mismo, intenté encontrar una explicación a mi extraña asociación automática. Siza y Cirujeda precisan ambos de un fortísimo contexto para desarrollar sus mejores propuestas. Cuanto más intensos son los condicionantes y las dificultades con las que se enfrentan sus proyectos, más interesantes resultan sus respuestas.
El portugués genera con sus obras esa difícil continuidad cualificada con los valores más positivos del entorno preexistente. Sus mejores proyectos se agarran firmemente a las cualidades singulares del contexto, entendiendo por tal, no solamente el entorno físico, sino el conjunto de información que la realidad transmite a su aguda sensibilidad. Cirujeda tiene también un ojo especial para detectar, en este caso, lo negativo de la situación preexistente, lo que le falta, la fisura legal y formal por la que puede colarse para construir su propuesta.
En estos ámbitos, que podríamos denominar, sobredeterminados, la solidez conceptual y la precisión constructiva de las obras de ambos es máxima. El uno porque sabe eliminar todo lo superfluo y concentrarse en lo esencial. Y el otro porque donde otros solo ven un callejón sin salida, es capaz de descubrir el mínimo agujero inexplorado que le permite continuar.
Por utilizar un burdo símil futbolístico, tan de actualidad en estos momentos, son arquitecturas de contraataque. De forma parecida a la canción-protesta o el arte-denuncia, son arquitecturas que necesitan que el otro equipo, la ciudad, la sociedad, juegue y lleve el peso del partido. Ellos la observan, la estudian, la escudriñan con ojos asesinos, para después, en el momento preciso, contraatacar a sus puntos flacos o utilizar el recurso de lo inesperado.
Sin embargo, el problema estriba en que estas arquitecturas parasitarias dependen completamente de su huésped. O bien por mimesis o por contraste su valor está directamente relacionado con la intensidad de aquello a lo que hacen referencia. Cuando ese contexto es más débil o desaparece, la fuerza de las propuestas-parásito muere también. Aparecen las dudas, las ingenuidades y las torpezas. Son incapaces de construir ex-novo para que vengan otros parásitos a vivir sobre ellas. Y eso, para los que somos del Madrid de toda la vida, y estamos obligados a llevar siempre el peso del partido, es una limitación demasiado importante.
Hace unos días leía cansinamente una extensa y enésima entrevista al afamado arquitecto Alvaro Siza (el que está acabando de redactar en nuevo proyecto para el Paseo del Prado de Madrid, que tantos encadenamientos ha provocado en nuestra ecológica baronesa Thyssen). Nunca me he sentido demasiado cerca del discurso lento, íntimo y disciplinar del portugués. Reconociendo el indudable valor de algunas de sus obras, provoca en mí una incontrolable somnolencia, que, dado el grado general de veneración que se le presta, supongo debo atribuir a mis propias limitaciones.
El caso es que mi amodorrada lectura se vio repentinamente interrumpida por una llamada telefónica que me preguntaba por la actuación del artista Jack Babiloni sobre la fachada del edificio de la calle Campoamor de Madrid. Después de realizar la restauración ortodoxa y completa de un tradicional edificio madrileño de finales del siglo XIX, el pintor ha llenado todas sus fachadas con decenas de dibujos que, parece ser, representan escenas diversas de las Metamorfosis de Ovidio, utilizando técnicas muy próximas a las de los grafiteros urbanos. La obra, agresiva y voluntariamente provocadora, ha generado una polémica previsible y un debate bastante intenso sobre la naturaleza pública o privada de las fachadas de los edificios. No entraré en este tema, demasiado extenso y complejo para ser abordado en este formato reducido y generalista.
Después de este agradable impasse contemporáneo, volví a mi soporífera entrevista (debe existir una componente masoquista en todos nosotros). Curiosamente, en aquel momento Siza hablaba de su edificio de viviendas en el IBA de Berlín. Para los que no lo conozcan, se trata de un edificio de los años 80, ubicado dentro de un ambicioso plan global de construcción de barrios residenciales de bajo coste en Berlín Occidental, en el que participaron casi todas las figuras del firmamento arquitectónico del momento. La propuesta de Siza consiste un aséptico bloque de viviendas en esquina, suavemente curvilíneo en su trazado aunque bastante insípido, que, mira tú por dónde, saltó a la fama internacional por un graffiti que aparece en el remate superior de su esquina principal, en el que se puede leer: “Bonjour Tristesse”.
Lo que yo no sabía, y cuenta Siza en la entrevista, proporcionándome un solitario momento de intensidad, es que el enigmático mensaje fue realizado, efectivamente, de forma clandestina. Al parecer, con el edificio prácticamente terminado, un grupo de ultraderecha alemán, suponen que con algún apoyo interno dentro de la obra, había realizado la pintada como protesta contra la inmigración turca a la que estaban destinadas muchas de las edificaciones del IBA (en el cartel invierten el grafismo de la “j” y la “s”, intentando recalcar la incultura de los emigrantes). La irritación de Siza al ver su obra manchada con este insulto a su trabajo y a sus ideas fue mayúscula. Pensó en soluciones para arreglar el desaguisado, pero ante las limitaciones presupuestarias del proyecto, tuvo que decidir dejarlo tal y como había quedado.
El graffiti apareció publicado en la portada de todas las revistas de arquitectura y se convirtió rápida y sorpresivamente en un símbolo del IBA, de Berlín y del propio arquitecto. Ahora, la gente conoce el edificio por el nombre de la pintada y ha pasado a formar parte de la memoria y la historia de la ciudad y la arquitectura.
Por algún extraño motivo, mi cabeza se puso a cavilar sobre las Recetas Urbanas del arquitecto Santiago Cirujeda (puede que simplemente por la condición de a-legalidad en la que viven permanetemente los grafiteros). Aparentemente nada más alejado del sobrio y disciplinar maestro de Oporto. En los últimos años este joven sevillano ha inundado la escena arquitectónica nacional con propuestas de reutilización y reconfiguración de espacios urbanos y edificatorios infrautilizados o incluso, olvidados. Azoteas, fachadas, solares, aceras, árboles… en general, cualquier espacio de la ciudad no utilizado completamente es objeto del trabajo de Cirujeda. Se ubica siempre en el límite de la legalidad para plantear sus propuestas desde la acción social, la construcción sencilla, barata y comprometida con la sostenibilidad, y la funcionalidad.
Sorprendido yo mismo, intenté encontrar una explicación a mi extraña asociación automática. Siza y Cirujeda precisan ambos de un fortísimo contexto para desarrollar sus mejores propuestas. Cuanto más intensos son los condicionantes y las dificultades con las que se enfrentan sus proyectos, más interesantes resultan sus respuestas.
El portugués genera con sus obras esa difícil continuidad cualificada con los valores más positivos del entorno preexistente. Sus mejores proyectos se agarran firmemente a las cualidades singulares del contexto, entendiendo por tal, no solamente el entorno físico, sino el conjunto de información que la realidad transmite a su aguda sensibilidad. Cirujeda tiene también un ojo especial para detectar, en este caso, lo negativo de la situación preexistente, lo que le falta, la fisura legal y formal por la que puede colarse para construir su propuesta.
En estos ámbitos, que podríamos denominar, sobredeterminados, la solidez conceptual y la precisión constructiva de las obras de ambos es máxima. El uno porque sabe eliminar todo lo superfluo y concentrarse en lo esencial. Y el otro porque donde otros solo ven un callejón sin salida, es capaz de descubrir el mínimo agujero inexplorado que le permite continuar.
Por utilizar un burdo símil futbolístico, tan de actualidad en estos momentos, son arquitecturas de contraataque. De forma parecida a la canción-protesta o el arte-denuncia, son arquitecturas que necesitan que el otro equipo, la ciudad, la sociedad, juegue y lleve el peso del partido. Ellos la observan, la estudian, la escudriñan con ojos asesinos, para después, en el momento preciso, contraatacar a sus puntos flacos o utilizar el recurso de lo inesperado.
Sin embargo, el problema estriba en que estas arquitecturas parasitarias dependen completamente de su huésped. O bien por mimesis o por contraste su valor está directamente relacionado con la intensidad de aquello a lo que hacen referencia. Cuando ese contexto es más débil o desaparece, la fuerza de las propuestas-parásito muere también. Aparecen las dudas, las ingenuidades y las torpezas. Son incapaces de construir ex-novo para que vengan otros parásitos a vivir sobre ellas. Y eso, para los que somos del Madrid de toda la vida, y estamos obligados a llevar siempre el peso del partido, es una limitación demasiado importante.
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