Cuando Gotham se viste de Manhattan
"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en septiembre de 2008"
No han transcurrido más que ocho años desde el cambio de milenio y ya parece que un abismo temporal nos separa. Nada hacía presagiar que los gustos de los noventa nos resultaran tan ajenos pocos años después, y sin embargo aquí estamos, renegando de ellos como de los pantalones campana durante la movida. No hay más que fijarse en la última entrega de uno de los superhéroes más famosos del cine: Batman.
Desde que el director Jonathan Nolan tomara las riendas de las dos últimas entregas en 2005 y 2008, ya no podemos imaginar un murciélago diferente.
El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) es sensible a los tiempos que le tocan, es decir es tecnológico, falible, digital y austero, y aunque nunca estuvo a la altura de sus villanos, -mucho más excesivos y por tanto fantásticos, tanto en vestuario como actitudes- lo cierto es que el nuevo Batman está sorprendentemente conseguido.
Se dice que las comparaciones son odiosas. Nada más cierto, ya que casi a finales de la primera década del siglo XXI, ningún espectador que solo haya conocido al Batman de Nolan podría reconocer que este producto deriva de una lógica evolución de los anteriores, es decir, que Batman Begins (2005) tiene un pasado.
Aunque duela reconocerlo, todos los que pudimos ver las entregas anteriores nos maravillamos con la primera transformación del cásico del cómic conseguida por Tim Burton a finales de los ochenta, en Batman (1989).
En ese pasado no tan lejano, el traje de Batman era aun más oscuro y elástico, (más como un hombre rana en claro homenaje a la silicona y el neopreno) y sus malos por contraste, más coloridos y esperpénticos, aunque igualmente divinos.
Hoy Batman está mejor equipado, la bat-cueva es una extensión del laboratorio de industrias Wayne y su traje parece más veraz, de la misma manera que el Jocker de Jack Nicholson resulta hoy una caricatura desafortunada del fantástico Heath Ledger.
Pero sin duda, lo que más ha cambiado en el universo de Batman fabricado por Nolan es la imagen de la ciudad de Gotham. La medida de la evolución del murciélago desde sus comienzos hasta la etapa más contemporánea de Batman Begins y The Dark Knight, viene marcada por la transformación de su escenario, que pasa de gótico de cartón piedra a urbe actual.
Igual que Batman se viste con una nueva tecnología, Gotham se disfraza de Manhattan. Esta decisión aparentemente fácil, -fácil desde el punto de vista funcional, ya que no implicaría el diseño ni la construcción de nuevos decorados como en casos anteriores-, encierra sin embargo una filosofía mucho más elaborada.
Cuando preguntaron a Nolan sobre cuál fue su inspiración a la hora de reflejar Gotham City en El caballero oscuro, respondió que en las discusiones que mantuvo con el director artístico de la película Nathan Crowley, descartó por completo la construcción de una ciudad de inspiraciones art decó o modernistas, simplemente “quería algo que reflejara la realidad de las grandes ciudades de la actualidad, donde se aprecia una tremenda variedad de arquitecturas”.
Es por esa razón por la que según el director apostó por una imagen exagerada de la propia Nueva York, como ejemplo extremo de los factores socioeconómicos que determinan una urbe americana contemporánea.
Según dijo, deseaba plasmar la ciudad actual y por eso Gotham debía ser básicamente Manhattan con algunos toques de Chicago y sobre todo Tokio, debido a sus estructuras de transporte elevadas. Incluso Hong Kong aparece para darle la réplica a Gotham.
Lo más significativo de la decisión de Nolan no es tanto la apuesta por un estilo arquitectónico determinado con el que vestir Gotham, sino su rechazo abierto a la uniformidad de la ciudad.
De todas las ciudades de ficción que ha fabricado el cine, solo aquellas capaces de ajustarse a las lógicas imposiciones de la realidad arquitectónica han logrado conmovernos tanto como lo hiciera el Los Angeles de Blade Runner. El contraste entre fealdad y belleza acentúa las cualidades de esta última y propicia baremos más objetivos. Además reproduce el ritmo temporal de la arquitectura, cuya modificación es más costosa y por lo tanto más lenta que cualquier otra intervención, lo que le otorga un valor añadido, una inmutabilidad relativa.
En contra de lo que nos hayan tratado de imponer, la uniformidad urbana no es bella, muy al contrario, tiene un toque siniestro.
En este otro extremo Seaside, una ciudad para jubilados en la costa de Florida construida de una vez en tan solo tres años, por la pareja de urbanistas Duany y Plater-Zyberk. Esta ciudad interpretó para el cine el papel de ser el decorado de ficción del reality de El Show de Truman, (1998). Este asentamiento reflejaba a la perfección el toque de aburrida felicidad y siniestra belleza de los decorados publicitarios de los años 50, y sin embargo es real.
Que me perdonen los jubilados, si me dan a elegir, me quedo con Gotham.
Desde que el director Jonathan Nolan tomara las riendas de las dos últimas entregas en 2005 y 2008, ya no podemos imaginar un murciélago diferente.
El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008) es sensible a los tiempos que le tocan, es decir es tecnológico, falible, digital y austero, y aunque nunca estuvo a la altura de sus villanos, -mucho más excesivos y por tanto fantásticos, tanto en vestuario como actitudes- lo cierto es que el nuevo Batman está sorprendentemente conseguido.
Se dice que las comparaciones son odiosas. Nada más cierto, ya que casi a finales de la primera década del siglo XXI, ningún espectador que solo haya conocido al Batman de Nolan podría reconocer que este producto deriva de una lógica evolución de los anteriores, es decir, que Batman Begins (2005) tiene un pasado.
Aunque duela reconocerlo, todos los que pudimos ver las entregas anteriores nos maravillamos con la primera transformación del cásico del cómic conseguida por Tim Burton a finales de los ochenta, en Batman (1989).
En ese pasado no tan lejano, el traje de Batman era aun más oscuro y elástico, (más como un hombre rana en claro homenaje a la silicona y el neopreno) y sus malos por contraste, más coloridos y esperpénticos, aunque igualmente divinos.
Hoy Batman está mejor equipado, la bat-cueva es una extensión del laboratorio de industrias Wayne y su traje parece más veraz, de la misma manera que el Jocker de Jack Nicholson resulta hoy una caricatura desafortunada del fantástico Heath Ledger.
Pero sin duda, lo que más ha cambiado en el universo de Batman fabricado por Nolan es la imagen de la ciudad de Gotham. La medida de la evolución del murciélago desde sus comienzos hasta la etapa más contemporánea de Batman Begins y The Dark Knight, viene marcada por la transformación de su escenario, que pasa de gótico de cartón piedra a urbe actual.
Igual que Batman se viste con una nueva tecnología, Gotham se disfraza de Manhattan. Esta decisión aparentemente fácil, -fácil desde el punto de vista funcional, ya que no implicaría el diseño ni la construcción de nuevos decorados como en casos anteriores-, encierra sin embargo una filosofía mucho más elaborada.
Cuando preguntaron a Nolan sobre cuál fue su inspiración a la hora de reflejar Gotham City en El caballero oscuro, respondió que en las discusiones que mantuvo con el director artístico de la película Nathan Crowley, descartó por completo la construcción de una ciudad de inspiraciones art decó o modernistas, simplemente “quería algo que reflejara la realidad de las grandes ciudades de la actualidad, donde se aprecia una tremenda variedad de arquitecturas”.
Es por esa razón por la que según el director apostó por una imagen exagerada de la propia Nueva York, como ejemplo extremo de los factores socioeconómicos que determinan una urbe americana contemporánea.
Según dijo, deseaba plasmar la ciudad actual y por eso Gotham debía ser básicamente Manhattan con algunos toques de Chicago y sobre todo Tokio, debido a sus estructuras de transporte elevadas. Incluso Hong Kong aparece para darle la réplica a Gotham.
Lo más significativo de la decisión de Nolan no es tanto la apuesta por un estilo arquitectónico determinado con el que vestir Gotham, sino su rechazo abierto a la uniformidad de la ciudad.
De todas las ciudades de ficción que ha fabricado el cine, solo aquellas capaces de ajustarse a las lógicas imposiciones de la realidad arquitectónica han logrado conmovernos tanto como lo hiciera el Los Angeles de Blade Runner. El contraste entre fealdad y belleza acentúa las cualidades de esta última y propicia baremos más objetivos. Además reproduce el ritmo temporal de la arquitectura, cuya modificación es más costosa y por lo tanto más lenta que cualquier otra intervención, lo que le otorga un valor añadido, una inmutabilidad relativa.
En contra de lo que nos hayan tratado de imponer, la uniformidad urbana no es bella, muy al contrario, tiene un toque siniestro.
En este otro extremo Seaside, una ciudad para jubilados en la costa de Florida construida de una vez en tan solo tres años, por la pareja de urbanistas Duany y Plater-Zyberk. Esta ciudad interpretó para el cine el papel de ser el decorado de ficción del reality de El Show de Truman, (1998). Este asentamiento reflejaba a la perfección el toque de aburrida felicidad y siniestra belleza de los decorados publicitarios de los años 50, y sin embargo es real.
Que me perdonen los jubilados, si me dan a elegir, me quedo con Gotham.
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