Frustraciones
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en agosto de 2008"
Bajan las aguas muy revueltas en nuestro provinciano panorama arquitectónico madrileño. El motivo es la adjudicación de dos importantes concursos al arquitecto Arturo Franco, en el corto plazo de poco más de un mes. Estas coincidencias han ocurrido otras veces sin tanto escándalo, pero, por lo que se escucha en los endogámicos círculos profesionales, en este caso, la indignación de un cierto sector de la profesión es mayúscula.
El primero de los concursos fue el de acondicionamiento de las Naves 8 y 9 del Matadero de Legazpi. Arturo Franco fue el responsable de la adecuación de otra nave del novísimo equipamiento cultural madrileño, realizada hace ya un par de años. Esta circunstancia, evidentemente, le ha llevado a tener una intensa relación con los gestores del Matadero desde hace tiempo, y, según la opinión de muchos, hubiera hecho recomendable su no participación en el nuevo concurso. Dejaré de lado el dilema ético personal, por absolutamente risible en estos tiempos voraces, en los que la única línea que se respeta, y no siempre, es la de la letra impresa en el pliego de condiciones. Y, desde luego, menos aun puedo valorar el hecho de si el concurso estaba o no amañado desde un principio, por lógica falta de información (si la tuviera, tendría que ir al juzgado de guardia, supongo).
Lo cierto es que la propuesta inicial del arquitecto en el Matadero, proporcionó a la institución una imagen eficaz y reconocible, que fue recibida, como dice aquel, con gran éxito de crítica y público (supongo que ahora la cosa cambiará; pero eso es demasiado ventajista). Sobredimensionados perfiles metálicos, enormes chapones oxidados y grandes paneles de vidrio reconfiguran puntualmente el espacio, dejando intactos (o exagerando su carácter ruinoso) la mayor parte de los paramentos y acabados originales de las naves, que muestran, orgullosos, la intensidad del paso del tiempo en sus texturas. La construcción se apoya en elementos y materiales constructivos voluntariamente pesados y rotundos, presentados de forma intencionadamente desnuda e independiente de lo preexistente. Se reproduce la atmósfera y el ambiente de las fábricas del siglo XIX, respondiendo al recurrente modelo actual de “fábricas de cultura”. Resulta sorprendente lo implantada que está la imagen fabril decimonónica en nuestras memorias, cuando lo cierto es que la industria y la producción actual está tremendamente alejada de estas duras configuraciones (pienso por ejemplo en las oficinas de Google por el mundo o en las plantas de montaje de la industria automovilística más desarrollada).
En cualquier caso, consciente de la buena acogida de su propuesta inicial, Arturo Franco repite idéntico planteamiento para el concurso ahora presentado. Añade unas gruesas sogas tensadas entre los diferentes pilares existentes, para generar esbozos de compartimentación en el matricial interior de las naves diáfanas. Una nueva textura brutal, excesiva, desnuda y efectiva, que se superpone al planteamiento ya comprobado y aceptado en su anterior intervención. A la vista de esto, no me parece necesario tener que recurrir a complicados complots judeomasónicos para explicar la selección de la propuesta continuista que completa una imagen global ya decidida de la institución. Otro debate sería si un concurso de ideas abierto es el mecanismo de selección idóneo, cuando el organismo convocante tiene decidida de antemano la imagen que desea conformar.
Desde un punto de vista exclusivamente arquitectónico, y aceptando el atractivo superficial del resultado final, entiendo que no conviene olvidar que lo realizado tiene mucho más que ver con el llamado diseño de interiores, el escaparatismo y la generación de una imagen de marca, que con una auténtica propuesta arquitectónica: espacial, programática y/o social más ambiciosa y compleja que, sin duda, habría tenido perfecta cabida en el planteamiento. Después del agradable efecto sorpresa inicial, estas operaciones exclusivamente epidérmicas, interiores o exteriores, me dejan una enorme sensación de vacío e inconsistencia, que acaba incluso por provocar mi antipatía hacia la propia imagen que minutos antes me había fascinado.
El segundo gran motivo de discordia ha sido el concurso para la adjudicación de la revista “Arquitectura” del Colegio de Arquitectos de Madrid. En este caso las descalificaciones del sector crítico hacia el equipo ganador del concurso, abandonan ya completamente cualquier esfuerzo de objetividad disciplinar, para implantarse directamente en el ámbito de lo político: grupos de derechas e izquierdas, enfrentados eternamente sin ninguna posibilidad de reconciliación.
Es muy difícil para mí emitir un juicio siquiera mínimamente interesante sobre este segundo caso por dos motivos fundamentales:
Primero: mi desconocimiento de los criterios de valoración de este tipo de iniciativas editoriales; no sé bien cómo ni qué se juzga de aquello que los candidatos dicen que van a hacer: ¿los contenidos propuestos?, ¿la maquetación y el grafismo?, ¿la línea editorial?, ¿el equipo redactor?,… Me encuentro mucho más cómodo, hablando de unos simples paneles describiendo una propuesta edificatoria concreta.
Y segundo: una incontrolable hostilidad que me produce todo aquello que tiene que ver con el COAM: una institución a la que me veo obligado a pertenecer para ejercer mi profesión. El arquitecto fundamenta su trabajo desde la más estricta responsabilidad individual por lo que la adscripción a tal o cual colectivo debería ser, como primera medida, completamente libre. Al no cumplirse esta elemental premisa, todas las actividades del grupo, por muy interesantes y bienintencionadas que pudieran parecerme en otro contexto, gozan de mi total rechazo.
Pero volviendo al tema y para ir terminando. De todo el revuelo montado con los dos concursos saco tres conclusiones, nada alentadoras, la verdad:
- Es frustrante la capacidad que tiene la política de invadir absolutamente todos los ámbitos. Tanto el hecho en si mismo como, lo que es más grave, el enorme interés que se tiene en leer cualquier acontecimiento desde esta miope óptica. No dudo de la importancia de “lo político”, aunque personalmente me interese poco, pero traducir todo lo que sucede a estos términos me parece aburrido y, sobretodo, equivocado.
- Es frustrante comprobar como un poderoso medio como es la red, se convierte mayoritariamente en soporte de vómitos, improperios y comentarios estúpidos, que nunca debieron salir de la esfera de lo estrictamente privado. La falta de pudor del personal es solo comparable a su verdadera ansia de poder (y a su anónima cobardía, por supuesto). La red les proporciona el medio perfecto para saciar ambas patologías, aunque sea durante un solo instante.
- Y finalmente, también es frustrante comprobar como la arquitectura no interesa ni a los propios arquitectos. Los únicos temas con los que de verdad se desencadena una pelea de verdulería (que algunos prefieren llamar debate), con records de participación, audiencia y comentarios, son aquellos más característicos de “tómbola” o “aquí hay tomate”. Es una lástima.
Bajan las aguas muy revueltas en nuestro provinciano panorama arquitectónico madrileño. El motivo es la adjudicación de dos importantes concursos al arquitecto Arturo Franco, en el corto plazo de poco más de un mes. Estas coincidencias han ocurrido otras veces sin tanto escándalo, pero, por lo que se escucha en los endogámicos círculos profesionales, en este caso, la indignación de un cierto sector de la profesión es mayúscula.
El primero de los concursos fue el de acondicionamiento de las Naves 8 y 9 del Matadero de Legazpi. Arturo Franco fue el responsable de la adecuación de otra nave del novísimo equipamiento cultural madrileño, realizada hace ya un par de años. Esta circunstancia, evidentemente, le ha llevado a tener una intensa relación con los gestores del Matadero desde hace tiempo, y, según la opinión de muchos, hubiera hecho recomendable su no participación en el nuevo concurso. Dejaré de lado el dilema ético personal, por absolutamente risible en estos tiempos voraces, en los que la única línea que se respeta, y no siempre, es la de la letra impresa en el pliego de condiciones. Y, desde luego, menos aun puedo valorar el hecho de si el concurso estaba o no amañado desde un principio, por lógica falta de información (si la tuviera, tendría que ir al juzgado de guardia, supongo).
Lo cierto es que la propuesta inicial del arquitecto en el Matadero, proporcionó a la institución una imagen eficaz y reconocible, que fue recibida, como dice aquel, con gran éxito de crítica y público (supongo que ahora la cosa cambiará; pero eso es demasiado ventajista). Sobredimensionados perfiles metálicos, enormes chapones oxidados y grandes paneles de vidrio reconfiguran puntualmente el espacio, dejando intactos (o exagerando su carácter ruinoso) la mayor parte de los paramentos y acabados originales de las naves, que muestran, orgullosos, la intensidad del paso del tiempo en sus texturas. La construcción se apoya en elementos y materiales constructivos voluntariamente pesados y rotundos, presentados de forma intencionadamente desnuda e independiente de lo preexistente. Se reproduce la atmósfera y el ambiente de las fábricas del siglo XIX, respondiendo al recurrente modelo actual de “fábricas de cultura”. Resulta sorprendente lo implantada que está la imagen fabril decimonónica en nuestras memorias, cuando lo cierto es que la industria y la producción actual está tremendamente alejada de estas duras configuraciones (pienso por ejemplo en las oficinas de Google por el mundo o en las plantas de montaje de la industria automovilística más desarrollada).
En cualquier caso, consciente de la buena acogida de su propuesta inicial, Arturo Franco repite idéntico planteamiento para el concurso ahora presentado. Añade unas gruesas sogas tensadas entre los diferentes pilares existentes, para generar esbozos de compartimentación en el matricial interior de las naves diáfanas. Una nueva textura brutal, excesiva, desnuda y efectiva, que se superpone al planteamiento ya comprobado y aceptado en su anterior intervención. A la vista de esto, no me parece necesario tener que recurrir a complicados complots judeomasónicos para explicar la selección de la propuesta continuista que completa una imagen global ya decidida de la institución. Otro debate sería si un concurso de ideas abierto es el mecanismo de selección idóneo, cuando el organismo convocante tiene decidida de antemano la imagen que desea conformar.
Desde un punto de vista exclusivamente arquitectónico, y aceptando el atractivo superficial del resultado final, entiendo que no conviene olvidar que lo realizado tiene mucho más que ver con el llamado diseño de interiores, el escaparatismo y la generación de una imagen de marca, que con una auténtica propuesta arquitectónica: espacial, programática y/o social más ambiciosa y compleja que, sin duda, habría tenido perfecta cabida en el planteamiento. Después del agradable efecto sorpresa inicial, estas operaciones exclusivamente epidérmicas, interiores o exteriores, me dejan una enorme sensación de vacío e inconsistencia, que acaba incluso por provocar mi antipatía hacia la propia imagen que minutos antes me había fascinado.
El segundo gran motivo de discordia ha sido el concurso para la adjudicación de la revista “Arquitectura” del Colegio de Arquitectos de Madrid. En este caso las descalificaciones del sector crítico hacia el equipo ganador del concurso, abandonan ya completamente cualquier esfuerzo de objetividad disciplinar, para implantarse directamente en el ámbito de lo político: grupos de derechas e izquierdas, enfrentados eternamente sin ninguna posibilidad de reconciliación.
Es muy difícil para mí emitir un juicio siquiera mínimamente interesante sobre este segundo caso por dos motivos fundamentales:
Primero: mi desconocimiento de los criterios de valoración de este tipo de iniciativas editoriales; no sé bien cómo ni qué se juzga de aquello que los candidatos dicen que van a hacer: ¿los contenidos propuestos?, ¿la maquetación y el grafismo?, ¿la línea editorial?, ¿el equipo redactor?,… Me encuentro mucho más cómodo, hablando de unos simples paneles describiendo una propuesta edificatoria concreta.
Y segundo: una incontrolable hostilidad que me produce todo aquello que tiene que ver con el COAM: una institución a la que me veo obligado a pertenecer para ejercer mi profesión. El arquitecto fundamenta su trabajo desde la más estricta responsabilidad individual por lo que la adscripción a tal o cual colectivo debería ser, como primera medida, completamente libre. Al no cumplirse esta elemental premisa, todas las actividades del grupo, por muy interesantes y bienintencionadas que pudieran parecerme en otro contexto, gozan de mi total rechazo.
Pero volviendo al tema y para ir terminando. De todo el revuelo montado con los dos concursos saco tres conclusiones, nada alentadoras, la verdad:
- Es frustrante la capacidad que tiene la política de invadir absolutamente todos los ámbitos. Tanto el hecho en si mismo como, lo que es más grave, el enorme interés que se tiene en leer cualquier acontecimiento desde esta miope óptica. No dudo de la importancia de “lo político”, aunque personalmente me interese poco, pero traducir todo lo que sucede a estos términos me parece aburrido y, sobretodo, equivocado.
- Es frustrante comprobar como un poderoso medio como es la red, se convierte mayoritariamente en soporte de vómitos, improperios y comentarios estúpidos, que nunca debieron salir de la esfera de lo estrictamente privado. La falta de pudor del personal es solo comparable a su verdadera ansia de poder (y a su anónima cobardía, por supuesto). La red les proporciona el medio perfecto para saciar ambas patologías, aunque sea durante un solo instante.
- Y finalmente, también es frustrante comprobar como la arquitectura no interesa ni a los propios arquitectos. Los únicos temas con los que de verdad se desencadena una pelea de verdulería (que algunos prefieren llamar debate), con records de participación, audiencia y comentarios, son aquellos más característicos de “tómbola” o “aquí hay tomate”. Es una lástima.
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