jueves, abril 19, 2012

Una respuesta vehemente



El artículo de Montaner ha provocado una inmediata respuesta de Fredy Massad en su blog, http://www.btbwarchitecture.com/ publicada el 18 de abril de 2012: La melancolía mató al crítico. No se anda con chiquitas Massad y contesta a Montaner con una vehemencia extrema, que hace pensar que, efectivamente, se debió sentir directamente aludido por el planteamiento del catedrático. Esta es la respuesta:

LA MELANCOLIA MATO AL CRÍTICO

And now we meet in an abandoned studio.
We hear the playback and it seems so long ago.
And you remember the jingles used to go.
The Buggles, ‘Video killed the radio star’


Se ha tornado una letanía recurrente entre cierta intelectualidad el intentar acotar el campo de acción minusvalorando, cuando no directamente negando, los efectos de los cambios culturales. Una actitud que surge del temor, del desconcierto, de un miedo a perder la hegemonía, de la sensación de tambalearse sobre esa tarima desde la que profesan irrefutables verdades y que les separa de lo sucio, lo común y lo mundano. Seguramente es un temor infundado si se piensa con sensatez; empero, ese temor sí es realmente fundado cuando lo que se está intentando a toda costa es salvaguardar un estatus quo y generar la sensación de que tras ellos, se abre el abismo.
Valga esta introducción para abrir una reflexión a propósito del artículo “La extraña muerte de la crítica de arquitectura” de Josep Maria Montaner publicado en la edición de Cataluña de El País del pasado 15 de abril. En él, como su título anticipa, éste afirma que la crítica ha muerto irremediablemente.
Una primera lectura de este artículo podría sugerir que se trata de una verdad a medias, que en sí misma solamente representaría una opinión particular. No obstante, es una postura que empieza a distinguir muy marcadamente un discurso muy intencionado sobre la cultura y la arquitectura en particular que un sector, de una manera en absoluto inocente, está intentando generalizar e imbuir de hegemonía. (Véase también el reciente discurso de Mario Vargas Llosa al respecto) Un discurso que, a fuerza de ser repetido, como se si tratara de lograr que la idea acabe solidificando en el inconsciente colectivo, está convirtiéndose en una peligrosa y torticera falsedad.
Lo que, con toda seguridad, ha muerto es el concepto de la crítica según la plantea Montaner en su artículo. Un conocimiento académico y academicista en manos de unos pocos escogidos, que contaba con una gran dificultad para el derecho a réplica y ha hecho que estos, sin que nadie se lo pida, se hayan autoexcluido del juego. En su artículo, Montaner proclama la defunción de una crítica capaz de intervenir en la construcción social y cultural mediante una sacralización de la crítica del pasado y el desprecio de las posibilidades de la sociedad presente para generar una crítica acorde a su tiempo, sin querer entender que el modelo ha cambiado y la sociedad se ha tornado más dispersa y plural.
Por supuesto, nadie cuestiona ni infravalora en absoluto las aportaciones de la crítica de los años 70 y 80, sino que se afirma absolutamente el hecho de que es indispensable un conocimiento bien articulado del pensamiento de sus principales figuras. No obstante, es precisa la objetividad que permita reconocer que su relectura, a la luz actual, nos deja – lógicamente- muchos puntos abiertos y cuestionables. Una imperfección, exactamente la misma que puede tener la crítica presente, que no hace sino confirmar la necesidad de que el pensamiento se mantenga activo, fluido y en constante revisión y evolución para poder dotarse de pleno sentido.
Es indiscutiblemente cierto que esta especie de democratización e instantaneidad de los canales de comunicación e información que distingue al mundo contemporáneo ha dado lugar a mucho ruido banal, ha dado pie a la difusión de discursos basura, a opinar aun cuando no haya opinión consistente a sostener. Ha dado pie a la conversión de la arquitectura en variantes del cotilleo, a la conversión del discurso de la arquitectura en mera complacencia hedonística, al culto de la imagen y a la proliferación de la versión digital del charlatán (que siempre existió) para el cual la red ha amplificado su territorio de protagonismo. Pero también, la era de la información ha creado un campo propicio para la discusión abierta, interactiva y colaborativa y, sobre todo, la conformación de un nuevo estado y actitudes de pensamiento que en su vertiente positiva genera ese estado donde entra en crisis ese modelo único y anclado en el conocimiento académico y desde donde se proponen los fundamentos para una reflexión contemporánea.
Es indiscutible que hemos vivido y seguimos dentro una sociedad volcada al neoliberalismo y que, en medio de esto, el papel de alguna parte de críticos u opinadores ha devenido en el de agentes de marketing de arquitectos. Pero qué papel jugaron esos críticos dentro de ese contexto más allá del silencio o de rasgarse pasivamente las vestiduras: ¿No tiene parte de responsabilidad en este devenir la falta de acción de los críticos de esa supuesta generación gloriosa sobre ese contexto? ¿Cómo no alertó antes la crítica sobre esa dispersión de la crítica? ¿Cómo no se propusieron alternativas creíbles a aquel creciente culto a la persona y el objeto? ¿Por qué no alertó con claridad sobre los riesgos de la deriva neoliberal y la globalización que se produjo en el último cuarto de siglo proponiendo otros modelos? ¿No habrá sido, o es, esa excesiva complacencia en su mitificación y autoridad la que le ha impedido y le está impidiendo ver su propia deriva? Preguntas cuya respuesta implicaría la necesidad de una auto-crítica.
Por supuesto debe haber y debe alentarse una crítica intelectual consistente que ahonde en la diversidad de aspectos teóricos relativos a la arquitectura que contribuyan a la construcción de discursos y reflexiones profundas que reviertan en la calidad de una práctica arquitectónica que debe estar al servicio del individuo y la sociedad y constituir asimismo una expresión de su tiempo, en el presente y hacia el futuro. Pero es también preciso comprender que la crítica, hoy en día, debe posicionarse desde actitudes que se sitúen justo en conexión directa con la realidad y sus circunstancias; una crítica de acción, seguramente más próxima a una actitud política. Dicho de otra forma, quizás es una crítica o actitudes de reivindicación que se ensucien en el terreno, que comprendan el ejercicio de la intelectualidad desde otras vertientes. Y es negar la realidad constatar que éstas están germinando. Las herramientas están ahí: la tecnología contemporánea abre el panorama antes que hacerlo agonizar.
Cabe suponer que cuando Montaner y con él tantos otros hablan del papel representativo de los intelectuales progresistas y los pocos canales de expresión con los que cuentan, no se percatan de que lo que él percibe como ‘progresismo’ ha derivado en muchos casos en una postura netamente conservadora que parece obstinarse en mantener protagonismo y autoridad en el tiempo, seguir creyendo que les pertenece, cuando están tropezando con la imposibilidad de adaptarse a un tiempo presente que no les permite controlar y pontificar. Un tiempo mucho más elástico, complejo y ambiguo, en el que su papel protagónico e indispensable como canon se diluye.
Invadidos por la nostalgia de un tiempo idealizado que ellos mismos se empeñan en magnificar en su imaginación al hablar de rigor, honestidad y espíritu crítico –conceptos que no son emblema de ningún período sino que pertenecen a los individuos.
La crítica no está muriendo ni desapareciendo, se está reconfigurando en dirección hacia otros necesarios paradigmas. Sí están agonizando las figuras que se creyeron dueñas de la verdad –y con ello de la autoridad- incontestable y con ese tipo de afirmaciones hoy purgan su deriva melancólica intentando negar, frente a quienes sí están dispuestos hacia una comprensión y análisis de lo que está ocurriendo desde el intento de entender el tiempo en qué vivimos, lo que se están negando a sí mismos.

Fredy Massad, Abril 2012

Decíamos ayer ...




Una vez atravesado un cierto periodo de retiro espiritual, vamos a ver si volvemos a hablar de arquitectura y todas esas cosas...
La última entrada publicada en este blog hace ya algún tiempo hablaba de la crítica de arquitectura en la red. Casualidades de la vida, hace unos días, el 11 de abril de 2012, me encontré en la edición catalana del diario El País, con un artículo del catedrático Josep María Montaner: "La extraña muerte de la crítica de arquitectura". Dada su evidente relación con mi viejo artículo de octubre de 2009 en el añorado soitu.es, no se me ocurre una mejor manera de atravesar velozmente el vacío de estos más de tres años de silencio digital.

Reproduzco a continuación el artículo de Montaner; en la siguiente entrada publicaré la respuesta que ha elaborado Fredy Massad en su blog http://www.btbwarchitecture.com/ el 18 de abril; y en una tercera, para retomar mi vieja actividad, intentaré explicitar mi propio punto de vista.

En fin. Bienvenido de nuevo, me digo a mi mismo y a todo el que se quiera dar por aludido, y aquí dejo la opinión de Montaner:

LA EXTRAÑA MUERTE DE LA CRÍTICA DE ARQUITECTURA
Este es el título del libro póstumo de Martin Pawley, uno de los críticos británicos de la segunda mitad del siglo XX, junto con Reyner Banham y J. M. Richards, y expresa un hecho inquietante: la crítica de arquitectura, tan influyente hace pocas décadas, hoy tiene un papel irrelevante.
En el caso de la crítica de arquitectura se suman dos crisis, la cultural y la propia. Se enmarca en el fenómeno más general de la pérdida de papel representativo de los intelectuales progresistas, que, aunque existan, tienen menos posibilidades de expresarse en los medios que hace unos años. Y en el terreno de la arquitectura, la mala salud se percibe hoy mucho más al compararla con su periodo dorado, entre los años sesenta y ochenta, con figuras como Manfredo Tafuri, Aldo Rossi, Colin Rowe o Kenneth Frampton, yendo desde el espectro más radical y marxista hasta el más formalista, nostálgico y defensor de la autonomía de la arquitectura.
También se suma que el mismo saber de la arquitectura ha perdido papel decisorio y de liderazgo con relación al que tuvo en el periodo de entreguerras y en la posguerra, en que las políticas de vivienda, inspiradas por arquitectos, sentaron las bases del Estado de bienestar. Hoy la arquitectura y el urbanismo son serviles a los objetivos financieros e inmobiliarios, y tienen escasa iniciativa para plantear alternativas a lo que imponen los intereses dominantes. A este descrédito han colaborado la complicidad con la especulación, la corrupción y el alarde de poder.
Hay más factores que explicarían esta muerte tan hegeliana decretada por Pawley: lo que queda de la crítica está dominado por la cultura angloamericana, que sigue definiendo posiciones, como la poscrítica, los tecnoadministradores o los neopragmáticos. Y en este punto de inflexión, Peter Eisenman, con su negatividad, y Rem Koolhaas, con su pragmatismo, han potenciado la dispersión. En Europa quedan pocos focos de la crítica, más allá del grupo editorial de la revista Lotus en Milán y de facultades de arquitectura como la de la Delft University of Technology.
Otro factor que influye en la consistencia de la cultura crítica es que el mundo de Internet ha potenciado un panorama con innumerables protagonista, sin los referentes míticos de otras épocas, como Karl Kraus, Jean Paul Sartre y otros. Hoy proliferan los intelectuales, por suerte, con más mujeres y con procedencias no eurocéntricas; se consolidan nuevas corrientes ecologistas, feministas y queer, pero su influencia y alcance quedan reducidos a ciertos ámbitos.
En el caso de Cataluña, el desinterés por la teoría es manifiesto y recurrente. La crítica y la historia la han escrito los mismos protagonistas, que se incluyen a sí mismos en sus escritos, como Oriol Bohigas o Helio Piñón; algo que sería inadmisible en otros campos artísticos. El gran teórico que tuvimos, Ignasi de Solà-Morales, es reconocido aquí por su gran personalidad y por ser el arquitecto del Liceo, pero no por el peso de su propuesta crítica, de alcance internacional. Somos un país que alardea de su pragmatismo y que no valora la actividad de la crítica. Por eso, los arquitectos profesionalistas y ambiciosos han creado sus propias agencias, lobbies y blogs, intentando medrar repartiendo placebo de crítica. Sin embargo, no habrá manera de conceptualizar, proponer alternativas y replantear la arquitectura si no se piensa desde la historia y la crítica.
Las nuevas teorías han de partir de otras coordenadas: rechazo a la pretendida autonomía de la arquitectura, sintonía con los medios de comunicación y con las posibilidades de las industrias locales, incorporación de los nuevos modos de trabajo colectivo y de cooperación. Se ha de avanzar en procesos en los que la abstracción recurre a mecanismos versátiles, como los diagramas; la arquitectura se centra en la vida y en la experiencia, y se reencuentra la vertiente activista y experimental que tuvo en otros momentos de transformación.
Cierta crítica está muriendo al mismo tiempo que ciertas premisas de rigor, honestidad y espíritu crítico no se valoran, pero van a surgir otras, imprescindibles para superar este panorama de imposturas, trivializaciones, autoelogios y fórmulas caducas.




Josep María Montaner, Abril 2012

jueves, septiembre 02, 2010

¿hay crítica de arquitectura en la red?

"Autor: Diego Fullaondo; último artículo publicado en la carpetilla de arquitectura del periódico digital soitu.es en octubre de 2009"

Llevo escuchando desde que era niño la afirmación relativa a la escasez de crítica en el panorama arquitectónico español. No sé hasta qué punto es cierta o ya se ha convertido en una muletilla recurrente. Pero lo cierto es que, aun hoy en día, con la enorme proliferación de blogs y demás sitios de la red dedicados a la arquitectura, la queja se sigue repitiendo con más y más frecuencia en todos los foros.
Supongo que la dificultad está en la propia palabra: “crítica”. Implica una capacidad de discernir, de separar, de ordenar y valorar, que no va muy de acuerdo con los tiempos actuales. La relativización de toda forma de conocimiento, asociada al irracional miedo al error que nos rodea, no es el caldo de cultivo idóneo para la aparición de la crítica en su sentido estricto (habría que poner en cuarentena incluso la veracidad del deseo de la misma que se manifiesta con tanta frecuencia).
Si a eso añadimos que en nuestro pequeño mundo la incómoda palabreja se complementa con el adjetivo “arquitectónica”, la cosa no mejora: Nos envía al delicado mundo de la disciplina, frágil en todas sus fronteras en esta de orgía de trans-disciplinaridad en la que estamos sumidos. Si hablas de lo tuyo: malo porque eres un miope que no contemplas las señales obvias que se producen en otros campos más ágiles; y si no hablas de lo tuyo: malo también porque no se entiende nada y no se sabe que tiene eso que ver con poner un ladrillo encima de otro.
A pesar de este difícil escenario, y gracias a la poderosa red, se multiplican las voces que hablan de arquitectura. Tanto que, este pobladísimo Speaker’s Corner arquitectónico, se ha vuelto tan ruidoso que es muy difícil incluso escuchar lo que dice cada uno de los oradores. La posibilidad de decir ha superado en importancia a la relevancia de lo dicho. Por supuesto, ha dejado de ser significativo, quién diga cada cosa. En este balbuceante nuevo mundo lo más importante es que los bebés hablen. Que digan mamá, o papá, o pilota, o brum, brum. Lo que sea, pero que hablen. Con la esperanza de que entre todo ese ruido, llanto y moco seremos capaces de extractar lo inteligible y componer un discurso que nos permita seguir avanzando.
Pero, asumiendo la poca importancia de la pregunta (de la respuesta, mejor dicho), ¿qué es lo que dicen esas voces que hablan de arquitectura en la red? Desde la óptica de un apasionado y voluntarioso aficionado (todavía analógico aunque me pese), consigo distinguir algunos grandes grupos vocales razonablemente homogéneos:
1. Paginas web o blogs destinados básicamente a la promoción personal. Es obvio que como herramienta de publicidad, como medio de darse a conocer, todo el entramado de internet resulta enormemente atractivo. De alguna manera, sustituye y generaliza la cara y elitista autoedición de publicaciones que se realizaba antaño, para presentar el trabajo de cada estudio. Desde luego, nada que objetar. Incluso hay sitios que muestran su trabajo de forma muy brillante y sugerente. Pero, en este caso, de crítica de arquitectura, nada de nada.
2. Un segundo gran grupo son los sitios y blogs que informan sobre lo que acontece en todo nuestro mundillo. Seleccionan aquí y allá informaciones relacionadas con la arquitectura según su propio criterio y las presentan de forma conjunta. Hace algún tiempo me sorprendió mucho la respuesta de un conocido blogger afincado en España que interpelado por sus lectores para que emitiera una opinión sobre un tema conflictivo, contestó airadamente que ese no era su papel. El se limitaba a seleccionar lo que publicaba y lo colocaba en su escaparate para que fueran otros los que juzgaran. Si lo estimaban conveniente, claro.
Creo que aquel día empecé a comprender algo la red. Vi este tipo de sitios como gigantescas empresas de transportes de mercancías. Deciden sus rutas comerciales y los medios idóneos para llevar mercancías de un sitio a otro. Incluso pueden negarse a llevar tal o cual material por la razón que sea (hay empresas que no transportan animales vivos, o que no llevan armas, o que están especializadas en el transporte de congelados, o….) Su único compromiso es que el producto llegue a destino (a tiempo y sin caducar). Pero, en ningún caso, valoran la calidad del contenido de su trailer. No es su trabajo.
Por eso me sorprendo tanto cuando, desde esta muy apreciable y especializada actividad de transportista, se da el salto a experto internacional en yogures o cualquiera que sea la mercancía que se ha acarreado.
La única aportación personal de este tipo de blogger es la elección de lo publicado. Eso ya es mucho, hasta demasiado, dicen algunos. A mí la verdad, me parece muy bien: nos facilita mucho el trabajo, nos permite elegir, nos ahorra tiempo y nos mantiene informados (a cada uno de lo que le interesa) con muy poco esfuerzo. Pero, al igual que en el caso anterior, desde el punto de vista de la crítica, vuelve a ser poco, muy poco.
3. Otro gran conjunto de voces, son aquellas que se centran en el ejercicio de la profesión. Aquellos lugares en los que se desmenuza la práctica profesional destapando y denunciando el enorme número de contradicciones y conflictos con los que nos enfrentamos en el día a día. Colegios profesionales, normativas, administraciones, papeleos, atribuciones, seguros, denuncias… Reconozco la utilidad de estos sitios para intentar cambiar o mejorar nuestro ejercicio diario. En muchos casos arrancan de mí una sonrisa cómplice. Sin embargo, no puedo evitar una cierta sensación de pudor al ver expuestas nuestras intimidades en público. En fin, eso debe ser un problema personal derivado de mi enfermiza timidez.
En cualquier caso, en lo que estaremos de acuerdo, es en que, como en los anteriores, la crítica arquitectónica tampoco aparece por estos lares.
4. Llamo blogs temáticos, a aquellos que algunos arquitectos construyen alrededor de su propia concepción de lo arquitectónico. En este momento son muy frecuentes todos aquellos que tiene que ver con la sostenibilidad. También los hay centrados en la importancia creciente de lo digital, de lo urbano, de determinados aspectos técnicos, etc. Cada uno puede elegir en función de sus inquietudes personales que sitio de estos visitar y seguir.
En estos lugares suele profundizarse más en el aspecto concreto que les ocupa. Pero también hay que decir que en la mayoría de los casos, digamos que se predica para conversos. La carga ideológica previa es muy superior a la crítica, que, de nuevo, brilla por su ausencia.
Existen muchas otras variantes y muchos híbridos de estas situaciones arquetípicas: Blogs universitarios de alumnos y/o profesores, que en general suelen resultar muy interesantes; páginas que se dedican a ser exclusivamente un registro digital de lo que está aconteciendo; sitios de profesionales de otras ramas que por algún motivo tienden puentes hacia lo arquitectónico (con frecuencia hacia lo urbano), que, a mí personalmente, son casi los más me gusta leer; bitácoras personales de anécdotas bastante irrelevantes; etc.
Muchísima oferta y, tal y como hemos visto, efectivamente muy poca crítica. Un par de motivos para esta paradójica situación en la que, cuando por fin existen las máximas facilidades para que todo el mundo pueda ejercer esta vieja y reivindicada actividad, ésta no aparece con la fuerza que hubiera sido previsible:
- El primero es el tiempo. Una crítica que merezca ser denominada como tal en el sentido clásico del término exige tiempo a su autor. Tiempo de reflexión específica sobre el tema. Y un tiempo previo de formación y experiencia que permita fundamentar explícita o implícitamente sus afirmaciones. Pero de lo único que no vamos “sobraos” en este período veloz que atravesamos es de tiempo. La aceleración creciente en la que nos toca vivir exige ser rápidos, formar opiniones inmediatas, responder de manera automática, ser tácticos y no estratégicos. Vale más un slogan que un ensayo. El artículo es la máxima extensión que nos permitimos escribir e incluso (más importante) leer. La labor crítica con estas premisas no tiene ni siquiera la ocasión de proponerse.
- Y el segundo es la propia naturaleza revolucionaria o de cambio de paradigma que dicen los más modernos, que vivimos. La revolución no es el momento de criticar. Es el momento de la acción, de producir, de proponer. Ya habrá tiempo después de valorar. Ahora el mundo se siente empujado a hacer. Las preguntas pueden hacer dudar al revolucionario de su misión. Y eso es lo único inaceptable.
No sé si es lo correcto. Pero es lo que hay. Si no hay más crítica, es probable que sea porque no deba haberla.

miércoles, septiembre 01, 2010

RICHARD ROGERS, LA SOLVENCIA PROFESIONAL


"Autor: Javier Boned; artículo escrito para soitu.es en octubre de 2009, pero no fue publicado por el cese de actividad del periódico digital"

Aquel que haya visitado la exposición de “Richard Rogers+arquitectos”, que está teniendo lugar en los locales del Caixa Fórum Madrid, habrá comprobado, gracias al magnífico despliegue de maquetas y dibujos que realiza este arquitecto inglés (de origen italiano) y su equipo, lo difícil que resulta permanecer indiferente frente a ella.
No sé si Richard Rogers puede adscribirse con facilidad al fenómeno que se ha dado en llamar “arquitectura – espectáculo”, pero desde luego, lo espectacular de una amplísima y febril actividad profesional se despliega ante nosotros en cuanto atravesamos el umbral de la sala de exposiciones. Recorriéndola, parece que aquello del “high tech”, fenómeno que se identificó, allá por los primeros años setenta, con un cierto estilo de arquitectura basada en la apariencia maquinista y en la sofisticación de los elementos constructivos, se confirma al fin como un lenguaje bien asentado en la realidad profesional y perfectamente adaptado a las necesidades y demandas de nuestra época. De la arquitectura de Rogers se desprende una sensación de “naturalidad profesional”, como si hoy en día no se pudiera funcionar de otra manera. Cualquier otro lenguaje o estilo nos parecería antiguo o inadecuado, sin más. Y es que de esta exposición se desprenden, a nuestro entender, algunos aspectos clave dentro del complejo universo de la producción desbordante y super-competitiva del mercado arquitectónico, que representan los arquitectos - estrella:
1.- La arquitectura como capacidad didáctica. La propia mecanización de los objetos se traslada a la forma de producirlos, y por extensión a la forma de exponerlos. Hay una cierta voluntad en explicar los procesos, las necesidades, los entornos sociales y económicos en los que la arquitectura se inserta, fruto de la propia naturaleza del encargo, convirtiéndose así la exposición en una “acumulación de evidencias tipológicas” de objetos que explican perfectamente una determinada época. Todo ello de forma sofisticada, hiper-realista, sin elementos que den pie a interpretaciones ambiguas del hecho arquitectónico. Es una muestra enunciativa, donde se muestra todo ( o casi todo) para que la sociedad en general pueda entender cómo se produce la arquitectura de nuestro tiempo.
2.- La variedad de escalas a un mismo nivel. El mismo título de la exposición “De la casa a la ciudad”, denota el interés del arquitecto por mostrarnos la capacidad de respuesta profesional a las escalas más variadas de la arquitectura, acometiendo todas con la misma intensidad. Es curiosa la conviviencia del tema doméstico, incluso el de la investigación sobre una pequeña vivienda unifamiliar, con la complejísima resolución que supone un aeropuerto contemporáneo, casi una ciudad en sí mismo. Se desprende así una suerte de “anti-especialización” del arquitecto, volviendo a situarse de este modo en los umbrales de un “nuevo humanismo”, actitud claramente heredada de los fructíferos años cincuenta y sesenta.
Y lo más importante, y a nuestro entender más significativo: 3.- Un cuidadísimo y distanciado tratamiento de las posturas intelectuales, poéticas y teóricas en arquitectura. Rogers ha procurado evitar, y cualquier exposición de estas características se prestaría a ello, argumentos y posturas retóricas y poéticas añadidas, falsos debates intelectuales, ideas hiper - sofisticadas y con narraciones no menos sutiles sobre sostenibilidades más o menos actualizadas de la arquitectura. Su única referencia histórica (a mi entender, plenamente certera) es un pequeño homenaje al constructivismo ruso, a Chernikov en concreto, aceptando una manifiesta y palmaria deuda con el mundo de las vanguardias. Por lo demás,la arquitectura debe explicarse por sí misma, su carga emocional no proviene del arte ni de otras disciplinas, sino de su capacidad de resolución de problemas concretos para una sociedad concreta.
Quienes busquen melancolía en la exposición de Rogers tan sólo hallarán unos dibujos absolutamente maravillosos del Centro Pompidou, y una maqueta en madera, una auténtica escultura, de la Lloyd´s de Londres. Curiosamente fueron estas dos obras las que consagraron a Rogers como arquitecto portador de un nuevo lenguaje, sobre todo la primera, donde la importancia de Renzo Piano como co-autor no deberá nunca pasar desapercibida. Porque si hay un edificio realmente emocionante en la obra de Rogers es este extraño artefacto anclado en pleno centro de París, este barco destripado, altivo y colorista que desarmó tantas y tan rígidas conciencias sobre lo que era considerada verdadera arquitectura.
El resto de la exposición, guste o no, es una manifestación explendorosa del buen-hacer profesional y de una de las actitudes más completas y solventes en la producción de la buena arquitectura contemporánea.

martes, agosto 31, 2010

GRACIAS UTZON


"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en octubre de 2009"

Como europea de a pie, he crecido dando por sentado que la arquitectura constituye el principal reclamo turístico de las ciudades.
En nuestro contexto cultural siempre fue así pues ciudades como Atenas, Roma, París o Barcelona reciben cada día hordas de turistas ávidos de contemplar los logros de Phidias, Alberti, Haussmann o Gaudí, entre muchos otros.
A pesar de este hecho, del que los dirigentes de tiempos pasados fueron muy conscientes, el interés por vestir la ciudad de arquitectura contemporánea ha sido desigual, al menos durante las últimas décadas del siglo pasado.
Pero la arquitectura vende y más allá de las modas, una buena arquitectura es susceptible de convertirse en un reclamo atemporal al mismo nivel que otras obras de tiempos pretéritos; y si no ¡que se lo pregunten a los bilbaínos!
Un ejemplo de reclamo arquitectónico sin parangón es sin duda el edificio de la Opera de Sídney del arquitecto danés Jørn Utzon, que sin lugar a dudas constituye uno de los mayores atractivos de este país continente.
A pesar de que este edificio fue eclarado Patrimonio de la Humanidad en 2007, parece que la polémica nunca dejará de perseguirle ya que hoy por hoy se enfrenta a la mayor remodelación de su historia desde que se concibió a finales de la década de los cincuenta. El motivo de la remodelación obedece a las continuas objeciones que los puristas de la música ponen a las condiciones acústicas de las salas.
Para los que desconozcan el periplo que rodeó la construcción de la ópera, hay que decir que constituye uno de los episodios más apasionantes de la historia de la arquitectura.
Empezando por las peculiaridades del concurso por el que se eligió el boceto de un desconocido Utzon, hasta los trágicos incidentes que rodearon el último intento de financiación de las obras a través de una lotería, hablamos de un proyecto en el que se invirtieron más de 15 años desde su concepción hasta su inauguración.
El retraso como sucede a menudo, tuvo un trasfondo económico motivado en parte por la complejidad de unas obras difíciles de llevar a cabo con la tecnología del momento unido a una clamorosa falta de previsión, lo que acabó apartando al arquitecto del proceso.
Durante todos esos años los ciudadanos se involucraron activamente en las decisiones que afectaban al edificio, hasta el extremo de reclamar la vuelta del arquitecto mediante manifestaciones populares en las calles de Sídney.
Hay que decir que este fue un hecho sin precedentes en la historia de la arquitectura, ya que nunca antes desde la ciudadanía se había apoyado a un arquitecto con tanta vehemencia o por lo menos nunca antes se había documentado.
Incluso más allá de este periodo, la ciudad de Sídney siguió apoyando incondicionalmente al arquitecto, hasta el punto de celebrar su 86 cumpleaños en abril del pasado 2004 a pesar de la polémica existente en relación a la deficiente acústica del edificio.
Pero es curioso ya que a pesar de que como palacio de música este edificio no presenta unas condiciones óptimas, a sus usuarios habituales esto no ha parecido importarles en exceso, ya que la atmósfera del lugar era lo suficientemente potente como para pasar por alto minucias como el sonido ambiente.
Como comenzaba explicando al comienzo de este artículo, la Ópera sigue dando que hablar hasta el punto de que este mes, han comenzado los últimos intentos de remodelación de las salas centrales, con el fin de mejorar su acústica.
Todas estas anécdotas que tanto me han llamado la atención desde mis tiempos de estudiante, me resultan hoy naturales una vez he tenido la oportunidad de visitar la ciudad de Sídney.
Paseando por sus calles he comprendido que la Ópera es para los habitantes de Sídney mucho más que un teatro, es un auténtico imán, un foro en cuya escalinata se puede desarrollar cualquier tipo de actividad. Tan pronto funciona como graderío improvisado para un escenario al aire libre en el que celebrar un festival de cultura china, como cine de verano en el que se proyectan clásicos de Hollywood o como habitual zona de copas a la salida del teatro.
Desde el punto de vista del visitante ocasional, Sídney es una ciudad amable y bonita, con una indudable calidad de vida, pero hasta ahí. Esa ansia de consumir iconos que satisfacemos en ciudades como Nueva York, Tokio o Londres, queda en Sídney reducida a la ópera, siempre arquitectónicamente hablando.
Por esa razón reservé parte de mi tiempo en la ciudad para asistir a una de las óperas programas; para visitar sus inmediaciones con luz de mañana y luz crepuscular y para cómo no, cenar en el restaurante del conjunto con vistas a la bahía. Y es que sin querer, nuestros pasos siempre acababan dirigiéndonos hacia la bahía, donde nos encontrábamos con masas de gente que se sentían igualmente atraídas por el hechizo de la escalinata la Ópera.
Nunca una ciudad le debió tanto a un arquitecto, al mismo tiempo nunca una ciudad mostró tanta gratitud. Como buena romántica, he de reconocer que siempre me han encantado las historias de amor correspondido.

lunes, agosto 30, 2010

Niemeyer: un niño de 102 años


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en septiembre de 2009"

Es curioso comprobar como hay arquitectos con “buena prensa” y otros con “mala prensa”. Pasa con los futbolistas, con los actores, con los cantantes, etc. Con casi todo el mundo, la verdad. El célebre Oscar Niemeyer pertenece sin duda al grupo de arquitectos que podríamos denominar como “muy querido tanto por el público general como por el especializado”.
El motivo último de esta extraña pero sólida conexión con la afición es difícil de determinar. Puede deberse a que proviene del amable y exótico Brasil, en lugar de ser otro viejo y soberbio europeo, o, peor aun: un imperialista estadounidense. O quizás el motivo pudiera tener que ver con su pública y publicitada ideología marxista-leninista. También es posible que su éxito se deba a que lleva tanto tiempo entre nosotros (tiene 102 añitos el chaval) que ya no nos queda más remedio que quererle. Un poco como Raúl en el Madrid, vamos.
Lo paradójico estriba en que, a pesar de estos indudables valores que le adornan, Niemeyer lo tiene casi todo para ser duramente zarandeado desde las posiciones más en boga del momento:
- Podemos considerarle uno de los más importantes padres del denostado star-system de los arquitectos. Un constructor de iconos planetarios antes incluso de que se les pusiera el rimbombante nombrecito. A pesar de lo que él diga, un arquitecto enredado en su propio e personal lenguaje, independiente del entorno, del tiempo e incluso del programa que sus edificios alojan.
- Un arquitecto prolífico hasta cotas, por lo menos, sospechosas. Me parece haber leído en alguna parte que ha hecho medio millar proyectos por todo el mundo. Ciertamente lleva muchos años en ejercicio, pero creo que hasta el propio Foster debe envidiar su fecundidad (desde luego una actitud antagónica a la de Zumthor, nuestro último y aplaudido premio Pritzker y sus dos docenitas de obras excelsas para toda una vida).
- A Niemeyer le atrae la curva, como él dice. Pero no por su tensión innata ni por ser el caso general que engloba dentro de si a todas las líneas del espacio; sino porque se opone a la racionalidad cercenante de la recta y le recuerda a, ojito,… la mujer. En muchos círculos, este comentario sería tildado machista intolerable. Puede que homófono también, pero eso no lo sé. A mí, estas metáforas aficionadas, me aburren soberanamente.
- Ecologista, ecologista, la verdad es que su obra no parece. Aquellas inmensas explanadas situadas en medio de la selva amazónica, para crear la amenazante Brasilia o el pesado hormigón que sigue delimitando con rotundidad toda su arquitectura, no pueden considerarse demasiado en la línea de la actual hipersensibilidad medio ambiental.
Creo que Niemeyer es un arquitecto muy sobrevalorado. No lo digo por los motivos que he expuesto con anterioridad (al menos, no por todos ellos). Sino por el infantilismo e ingenuidad, teñidos de una falsa pátina de innovación y expresión que casi toda su obra destila. Intentaré explicarme:
Es cierto que en nombre del racionalismo feroz y del estilo internacional se cometieron muchos excesos. La dictadura de la recta y, sobretodo, del ángulo recto, llegó a ser agobiante, limitando muchísimo las posibilidades del lenguaje arquitectónico. Frente a esta situación se propusieron y se siguen proponiendo bastantes alternativas, cada una con su acento particular, intentando producir una arquitectura más acorde con su tiempo.
Niemeyer ha concentrado su propuesta a lo largo de toda su larguísima carrera en la apariencia de la arquitectura (nótese que no digo forma, que es un término mucho más amplio, y en que, dicho sea de paso, sí creo que se encuentra el meollo de la cuestión). Frente a la recta la curva. Frente a un paralelepípedo, otro pero con una fachada ondulante. Frente al cubo, un casquete esférico.
Geometrías aparentemente más blandas, pero también rabiosamente simples. Aprensibles en un rápido golpe de vista. En casi todos los casos, mucho más rígidas, obvias, simétricas y monumentales que sus predecesoras. Siempre que me encuentro con Niemeyer pienso en Calatrava. Más allá de la utilización del hormigón blanco y puro que tanto les gusta para sus creaciones únicas, en los dos encuentro el mismo clasicismo enmascarado del que ambos dicen querer escapar. Y fracasan, claro.
Pero hay un punto infantil, naif, en la obra de Niemeyer que no tiene el valenciano. Muchas de sus obras parecen fruto del quehacer de un niño con el típico juego de construcciones de madera. O, hoy en día, con el dichoso sketchup. Volúmenes elementales (alguno curvito, por supuesto), yuxtapuestos o adosados o, simplemente, dejados caer sobre la alfombra del salón. No con la racional voluntad de condensar densidad y contenido que se proponía desde alguna arquitectura del llamado minimalismo, sino fruto de la ancestral y mágica intuición del niño-artista.
Esta descomunal ingenuidad de mucha de su obra, esta apariencia diferente al mismo tiempo que agradable y reconocible por todos, es el motivo fundamental de la “buena prensa” que comentaba al principio. Es distinto (con lo que nuestras ínfulas de innovación y progreso se satisfacen), pero menos (con lo que seguimos tranquilos porque nos reconocemos).
Fue a Oteiza al que escuché en una ocasión afirmar que la imaginación era la fantasía puesta a trabajar. Me pareció y me parece una excelente manera de diferenciar estos dos términos con tanta frecuencia confundidos. Mientras la fantasía es totalmente libre, la imaginación trabaja con las ligaduras. La fantasía no tiene un fin concreto, mientras la imaginación se pone al servicio de un objetivo. La inutilidad de la fantasía es precisamente su razón de ser. Por el contrario la imaginación necesita un problema que resolver (a veces incluso se lo inventa también). La fantasía es autorreferencial. La imaginación es básicamente multidisciplinar. La primera supone dejar un terreno en barbecho, es pasiva y un puntito diletante. La segunda es añadirle abono para cultivar mañana, es activa y profesional. Las dos son actividades racionales necesarias y muy relacionadas con el universo de lo creativo. Pero sospecho que la arquitectura y la innovación tienen mucho más que ver con la imaginación que con la fantasía.
Las obras de Niemeyer parecen a menudo fantasías cristalizadas con demasiada precipitación. Sin pasar por el necesario tamiz de la imaginación, del trabajo, de la innovación real y la complejidad. Fotogramas de un sueño, o mejor dicho, porciones de fotogramas, trasladados directamente al mundo real.
Ese también es su valor exclusivo: La frescura derivada de su inmediatez. En algunos casos, cuando el sueño no es una pesadilla, las imágenes físicas resultantes, son sugerentes; en otras ocasiones son hasta suavemente expresivas; pero siempre las envuelve esa bruma de irrealidad, de lejanía y ausencia, que magistralmente pintaba Giorgio de Chirico al principio del siglo XX. Ocurre que, en el caso de Niemeyer, no creo que sea ésta una atmósfera buscada, sino más bien, encontrada por casualidad, fruto de su peculiar modo de enfrentarse a lo arquitectónico.
Y de lo de Avilés, Brad Pitt incluido,…, ¡uff…! Mejor no hablar.

viernes, agosto 27, 2010

“El Mapa de los sonidos de Tokio”: una oportunidad perdida.


"Autor: Javier Boned; publicado en soitu.es en septiembre de 2009"

“El mapa de los sonidos de Tokio” podría haber sido una gran película. Más aún, podría haber sido la mejor visión que un cineasta europeo hubiera dado nunca de la exótica y compleja metrópolis japonesa, y sin embargo se queda, mucho me temo, en un drama pasional rebuscado y sin el menor interés. Así lo he sentido al ver esta película de la directora Isabel Coixet, con una primera parte absolutamente fascinante, donde la reflexión sobre los sonidos de la ciudad y sus habitantes, en el caso de Tokio, prometía una visión de su fenómeno urbano totalmente nuevo y original. Porque la película comienza prometiendo una reflexión sobre el silencio, el silencio como el leve ruido de lo cotidiano, de lo rutinario, de lo que no puede sorprendernos por la falta de sensibilidad que nuestra percepción, la del occidental, suele demostrar. Un inicio lleno de matices visuales nuevos, donde la fascinación por la ciudad, la curiosidad visual y auditiva por lo que en ella se muestra, presagia un nivel de interpretación sobre el fenómeno de esta metrópolis contemporánea de altísimo nivel.
Una estructura de cine negro, a lo “Blade Runner”, hubiera bastado para seguir contando Tokio, como parecían presagiar esas largas escenas de lluvia oscura y de comida en la calle, como el mismo Ridley Scott nos vuelve a mostrar en “Black Rain”. La estructura policiaca es una de las mejores para narrar los fenómenos urbanos, y la complejidad interior del personaje femenino encarnado fantásticamente por Rinko Kikuchi hubiera puesto la guinda a este planteamiento, si de verdad hubiera consumado satisfactoriamente su rol de asesino profesional. Todo está basado en la fascinación por el silencio de este personaje, el silencio del cementerio tradicional, la necesidad de la ciudad-cementerio, existencial y profunda, que convive forzadamente con lo robótico, el capitalismo despiadado, el frívolo y virtual karaoke y todas las facetas de la despersonalización. Las escenas de la ciudad a vuelo de pájaro y la banda sonora suponen toda una reflexión magistral sobre ello.
Pero he aquí que en vez de desarrollar esta estructura, la directora nos presenta de repente a una japonesita sentimental enamorada de un macho ibérico (Sergi López) experto en vinos y en sexo sofisticado, y a partir de ese momento todo se convierte, sin poder evitarlo, en una especie de festival pseudo- masoquista, donde la sordidez de una relación amorosa sin salida tiende a confirmar, una vez más, que el varón es tonto, insensible y cutre, y no entiende nada de lo que pasa a su alrededor, incluido lo femenino, claro está. Ni siquiera la aventura deja la huella profunda que debiera, puesto que el ínclito personaje masculino termina casado tradicionalmente y residiendo en un piso convencional del ensanche de Barcelona. Vulgar desenlace que vuelve a encumbrar indirectamente otro film, curiosamente también de director femenino (Sofia Coppola), donde la fascinación por el silencio de Tokio resulta una obra poética de principio a fin: me refiero, como no, a “Lost in Translation”.
En resumen, en mi modesta opinión, una gran oportunidad perdida, a pesar de unos treinta minutos iniciales magistrales, de profundizar cinematográficamente en el complejo universo de la metrópolis post-moderna y sofisticada. Esto quizás sea debido - ¿por qué no? - a esa imperiosa necesidad mediática y políticamente correcta, que se sigue imponiendo ideológicamente sobre otros aspectos intelectuales, de seguir ahondando en el comportamiento afectivo, sexualmente trasnochado e insensible, del macho ibérico, en este caso además experto en vino tinto. Un auténtica pena.

jueves, agosto 26, 2010

¿clientes o pacientes?


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en septiembre de 2009"

Hace algunos meses escuché a Carlos Ferrater realizar una afirmación que por algún motivo se ha enganchado con fuerza a mi memoria. Para encontrar una postura éticamente irreprochable en la cuestionada labor del arquitecto, decía algo así como que “no tenemos derecho a exigir que nuestros clientes corran más riesgos de los que ellos mismos están dispuestos a asumir”. Intentaba de esta forma localizar el escurridizo lugar de consenso entre el deber y el compromiso de un autor con la sociedad y su propio impulso innovador de naturaleza mucho más íntima.
He citado en alguna otra ocasión la célebre frase de Alejandro de la Sota que aludía a la obligación del arquitecto de dar “liebre por gato”. Es decir que, como somos los más listos, a pesar de que un cliente, por la razón que sea, nos pida una porquería (gato), debemos ingeniárnoslas para colocarle un producto de auténtica calidad (liebre). A ser posible, sin que se dé cuenta.
Me sigue costando tragar con este papel de engañador o trilero profesional que hemos asumido con sorprendente naturalidad. Aunque sea en un timo, como afirma de la Sota, en el que el timado va a salir con un enorme beneficio. De la misma forma, me cuesta verme a mi mismo valorando las debilidades de una víctima/cliente para cuantificar hasta qué punto puedo exprimirla con mi proyecto. Por su propio bien, faltaría más.
Dejemos para otro día ese “riesgo” del que hablaba Ferrater y centrémonos en el llamado habitualmente, cliente del arquitecto. No es “cliente” una palabra con la que me sienta muy cómodo. Probablemente por su fuerte y restrictiva asociación con el universo de lo económico. Lejos de ser inocua, esta asunción de la terminología mercantil que invade casi cualquier ámbito de la actividad humana, desborda con demasiada frecuencia el campo de lo meramente semántico, para afectar profundamente a los contenidos y características intrínsecos de cada disciplina.
De tal manera que no debería sorprendernos que el cliente del arquitecto, pueda considerarse a si mismo un comprador que entra en una tienda a comprar lo que le gusta. Es más, es comprensible que muchos arquitectos contemplen a sus clientes de esta misma forma. Desde una óptica mercantil pura, entendemos con facilidad las actitudes de muchos profesionales: Desde aquellos, para los que el cliente “siempre tiene razón (porque es el que paga)” y yo estoy aquí para darle lo que me pida, ya sea éste un particular, un promotor o un ayuntamiento; hasta aquellos que intentan construir su propia marca reconocible, su propio estilo, para que de esa forma el cliente que entre en la tienda, ya sepa a lo que viene.
Tampoco es intercambiable la figura del cliente del arquitecto con la del que reclama los servicios de profesionales de otras ramas del conocimiento. Siempre me ha llamado mucho la atención la actitud de los abogados (pido disculpas si cometo algún error grave; mis escasos conocimientos derivan exclusivamente de alguna triste experiencia personal y de las películas americanas). Para los abogados defensores es necesaria una asunción total y completa de la posición de su “cliente”. Su trabajo consiste en traducir esa postura invariable, al lenguaje jurídico, tremendamente especializado, de manera que su lectura en esos nuevos términos, resulte lo más beneficiosa para los intereses de su cliente. Algo parecido podría decirse del mundo de la publicidad: su trabajo no afecta a la cosa sino a la presentación de la cosa.
Los únicos que han escapado a esta nociva invasión de la terminología económica, son los médicos. Cuando vamos al médico no somos clientes (a pesar de que sin duda pagamos religiosamente sus atenciones) sino que somos pacientes. Paradójicamente, pensarán algunos, esta excepcional y desquilibrada situación que el intercambio de dinero ni siquiera pretende nivelar, no hace sentirse incómodo a nadie. Es más, desde mi punto de vista, la confianza del paciente, y la responsabilidad y la íntima satisfacción personal del médico, se manifiestan como valores muchos más sólidos para la efectividad de la disciplina que el artificioso cumplimiento de un cumplimiento de un acuerdo económico.
No creo que el “clientelismo” haya tenido ningún efecto positivo en la calidad de la arquitectura. Nos ha obligado a construir elaborados razonamientos como los que citaba al principio de Ferrater o de la Sota que, de alguna manera, nos expliquen y acoten las características de nuestro trabajo. Y es posible que la respuesta sea mucho más sencilla.
La realidad es tozuda. La relación “arquitecto-cliente” de hecho se asemeja mucho a la médico-paciente. Creo que entender en profundidad esta natural asimetría por parte de ambas partes, mejoraría sensiblemente el resultado final. Pero para ello, el cliente debe asumir que tiene un problema pero no conoce la solución. Y el arquitecto ve aumentada sensiblemente la responsabilidad sobre su trabajo, debido a la confianza que toda la sociedad, y no solo su cliente, ha depositado sobre sus hombros. No basta con ejecutar hipócrita y despreocupadamente lo que el cliente solicita o exige; ni es aceptable presentar un conjunto de propuesta, lo más amplia posible claro, para que sea el propio cliente el que elija y así se quede a gustito; ni resulta tolerable repetir una y otra vez la misma respuesta para problemas diversos, con el falso pretexto de construir una marca reconocible.