Mono-espacios y soluciones en cápsula.
"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en agosto de 2008"
Como arquitecto nunca he tenido la oportunidad de diseñar una cárcel. De hecho, creo que muy pocos arquitectos han podido hacerlo, debido al autismo con el que las autoridades abordan los programas de remodelación de los modelos carcelarios, en relación al diseño de su arquitectura.
Algunas experiencias puntuales, como las llevadas a cabo hace dos décadas por los arquitectos Blanca Lleó, Javier Maroto y Emilio Tuñón supervisados por Manuel de las Casas, desembocaron en la construcción de tres cárceles en Andalucía que cambiaron radicalmente el prototipo de centro penitenciario español. Las nuevas instalaciones de Alhaurín de la Torre, Algeciras y Jaén, servirían de prototipo para otras que estuvieran por llegar, acabando de una vez por todas con la lúgubre imagen de la celda tradicional, poco propicia para la rehabilitación de la población reclusa. Es evidente que desde los ochenta, la sociedad ha cambiado mucho, y lo que entonces supuso un gran avance, hoy es susceptible de ser revisado. Por esa razón, me voy a permitir hacer una reflexión un tanto frívola acerca de la celda del siglo XXI.
En sí, una celda no es más que una unidad habitacional para estancias prolongadas, de espacio reducido, destinada a albergar una o dos personas. Si lo planteamos desde un punto de vista meramente práctico, funciona de forma muy similar a una habitación de hotel, con las salvedades impuestas la restricción del espacio y la ausencia total de intimidad, consecuencia de los sistemas de seguridad.
Precisamente, es esta restricción espacial la que resulta determinante desde un punto de vista arquitectónico, ya que en espacios muy reducidos la división de los usos supone un desafío. Se me ocurren infinidad de ejemplos en los que la separación de usos de estos mono-espacios se ha resuelto mediante la diferenciación de sus acciones en zonas privadas de uso individual y de uso colectivo, como en los hoteles cápsula nipones, en las unidades habitacionales móviles, en las residencias de estudiantes, o en algunos barcos, en los que la “celda” resuelve las funciones de estar y dormir, teniendo que recurrir a baños y comedores comunes.
Pero ¿qué sucede cuando no es posible concentrar estos usos en zonas de libre acceso, o bien cuando se precisa una localización de todos ellos en un mismo habitáculo? En principio, el ejemplo que tenemos más a mano vuelve a ser el de la celda, pero podrían surgir más en el futuro a tenor de los cambios que se producen en la sociedad.
Recordemos en este caso el episodio del ingreso en prisión de la millonaria Paris Hilton. La proyección mediática del personaje alimentó el morbo colectivo hasta tal extremo, que días antes de la ejecución de la sentencia, se publicaron imágenes de la supuesta “celda para VIPs” en la que habría de ingresar.
A primera vista, esta celda de la prisión de mujeres del condado de Lynwood en California, centro que presume de tener el régimen penitenciario más severo del estado, no parecía tan terrible. De hecho, una impecable puerta de color fucsia, su interior estaba pulcramente pintado de color blanco y se amueblaba con un taburete circular, una mesa abatible y dos literas empotradas en la pared que bien podrían haber sido diseñadas por Ronan y Erwan Bouroullec. Junto a la litera superior, una raja vertical practicada en la pared, sustituía al tradicional ventanuco enrejado, un detalle desde mi punto de vista, muy acertado.
Debido a las angostas dimensiones de la celda, no apreciamos en la foto el detalle que diferencia este habitáculo de un dormitorio de estudiantes y que sin embargo encarna por si solo la claustrofóbica sensación de encierro carcelario: un inodoro.
¿Y es que acaso existe una visión doméstica más deprimente que esa? La presencia constante del inodoro a los pies de la cama, funciona principalmente como recordatorio de la falta de intimidad a la que debe someterse al preso, que por seguridad, deberá permanecer a la vista en todo momento. Hacer de la celda (mono-espacio por excelencia) un espacio multifuncional con baño, comedor y dormitorio, sin desvirtuarlo al convertirlo en un habitáculo más acogedor, supone un gran reto que puede ser extrapolable a otras soluciones habitacionales de similares características.
Sin duda ese no fue el objetivo que perseguían la entonces pareja de arquitectos suizos Decosterd & Rahm, más interesados en experimentar con conceptos como la ubicuidad o la bilocación del espacio habitable, cuando en 2004 presentaron la instalación titulada Ghost Flat en el Centro de Arte Contemporáneo de la ciudad de Kitakyushu en Japón.
En principio, Ghost Flat se presentó como un proyecto para habitar un espacio que incorporaba una dimensión desconocida generada mediante variaciones en las longitudes de onda del espectro de la luz y en el que en el que en una misma ubicación, podían esconderse tres usos distintos (dormitorio, sala de estar y baño).
Mediante un panel lumínico compuesto de tres clases de tubos de luz que se encienden de manera selectiva, conseguían hacer visibles aquellos espacios que quedan disimulados bajo los pliegues del espectro, quedando sus volúmenes y superficies contaminados por el color correspondiente a cada una de las luces emitidas. Por ejemplo, el dormitorio aparece con una longitud de onda situada en el espectro ultravioleta entre 400 y 500 nanómetros, por lo que aparece de color azul, la sala de estar de color rojo se sitúa entre los 600 y 800 nanómetros y el baño de color verde, se deja ver en el menor de los espectros entre 350 and 400 nanómetros.
A pesar de que intervenciones como estas, aun a sabiendas de que no son nuevas, apenas nos sorprenden, existe cierto pudor a la hora de encontrar una utilidad práctica adaptada a la arquitectura, quedando relegadas a meras experiencias museísticas.
Por otro lado, existen todavía cuestiones no resueltas en los mono-espacios, que por mucho que se diga, en funcionalidad no pueden competir con el espacio compartimentado.
Las respuestas no son aun las correctas, pero tampoco las preguntas. Lo que sí está claro es que la materialidad no siempre es el camino, y si no, que se lo pregunten a Paris.
Como arquitecto nunca he tenido la oportunidad de diseñar una cárcel. De hecho, creo que muy pocos arquitectos han podido hacerlo, debido al autismo con el que las autoridades abordan los programas de remodelación de los modelos carcelarios, en relación al diseño de su arquitectura.
Algunas experiencias puntuales, como las llevadas a cabo hace dos décadas por los arquitectos Blanca Lleó, Javier Maroto y Emilio Tuñón supervisados por Manuel de las Casas, desembocaron en la construcción de tres cárceles en Andalucía que cambiaron radicalmente el prototipo de centro penitenciario español. Las nuevas instalaciones de Alhaurín de la Torre, Algeciras y Jaén, servirían de prototipo para otras que estuvieran por llegar, acabando de una vez por todas con la lúgubre imagen de la celda tradicional, poco propicia para la rehabilitación de la población reclusa. Es evidente que desde los ochenta, la sociedad ha cambiado mucho, y lo que entonces supuso un gran avance, hoy es susceptible de ser revisado. Por esa razón, me voy a permitir hacer una reflexión un tanto frívola acerca de la celda del siglo XXI.
En sí, una celda no es más que una unidad habitacional para estancias prolongadas, de espacio reducido, destinada a albergar una o dos personas. Si lo planteamos desde un punto de vista meramente práctico, funciona de forma muy similar a una habitación de hotel, con las salvedades impuestas la restricción del espacio y la ausencia total de intimidad, consecuencia de los sistemas de seguridad.
Precisamente, es esta restricción espacial la que resulta determinante desde un punto de vista arquitectónico, ya que en espacios muy reducidos la división de los usos supone un desafío. Se me ocurren infinidad de ejemplos en los que la separación de usos de estos mono-espacios se ha resuelto mediante la diferenciación de sus acciones en zonas privadas de uso individual y de uso colectivo, como en los hoteles cápsula nipones, en las unidades habitacionales móviles, en las residencias de estudiantes, o en algunos barcos, en los que la “celda” resuelve las funciones de estar y dormir, teniendo que recurrir a baños y comedores comunes.
Pero ¿qué sucede cuando no es posible concentrar estos usos en zonas de libre acceso, o bien cuando se precisa una localización de todos ellos en un mismo habitáculo? En principio, el ejemplo que tenemos más a mano vuelve a ser el de la celda, pero podrían surgir más en el futuro a tenor de los cambios que se producen en la sociedad.
Recordemos en este caso el episodio del ingreso en prisión de la millonaria Paris Hilton. La proyección mediática del personaje alimentó el morbo colectivo hasta tal extremo, que días antes de la ejecución de la sentencia, se publicaron imágenes de la supuesta “celda para VIPs” en la que habría de ingresar.
A primera vista, esta celda de la prisión de mujeres del condado de Lynwood en California, centro que presume de tener el régimen penitenciario más severo del estado, no parecía tan terrible. De hecho, una impecable puerta de color fucsia, su interior estaba pulcramente pintado de color blanco y se amueblaba con un taburete circular, una mesa abatible y dos literas empotradas en la pared que bien podrían haber sido diseñadas por Ronan y Erwan Bouroullec. Junto a la litera superior, una raja vertical practicada en la pared, sustituía al tradicional ventanuco enrejado, un detalle desde mi punto de vista, muy acertado.
Debido a las angostas dimensiones de la celda, no apreciamos en la foto el detalle que diferencia este habitáculo de un dormitorio de estudiantes y que sin embargo encarna por si solo la claustrofóbica sensación de encierro carcelario: un inodoro.
¿Y es que acaso existe una visión doméstica más deprimente que esa? La presencia constante del inodoro a los pies de la cama, funciona principalmente como recordatorio de la falta de intimidad a la que debe someterse al preso, que por seguridad, deberá permanecer a la vista en todo momento. Hacer de la celda (mono-espacio por excelencia) un espacio multifuncional con baño, comedor y dormitorio, sin desvirtuarlo al convertirlo en un habitáculo más acogedor, supone un gran reto que puede ser extrapolable a otras soluciones habitacionales de similares características.
Sin duda ese no fue el objetivo que perseguían la entonces pareja de arquitectos suizos Decosterd & Rahm, más interesados en experimentar con conceptos como la ubicuidad o la bilocación del espacio habitable, cuando en 2004 presentaron la instalación titulada Ghost Flat en el Centro de Arte Contemporáneo de la ciudad de Kitakyushu en Japón.
En principio, Ghost Flat se presentó como un proyecto para habitar un espacio que incorporaba una dimensión desconocida generada mediante variaciones en las longitudes de onda del espectro de la luz y en el que en el que en una misma ubicación, podían esconderse tres usos distintos (dormitorio, sala de estar y baño).
Mediante un panel lumínico compuesto de tres clases de tubos de luz que se encienden de manera selectiva, conseguían hacer visibles aquellos espacios que quedan disimulados bajo los pliegues del espectro, quedando sus volúmenes y superficies contaminados por el color correspondiente a cada una de las luces emitidas. Por ejemplo, el dormitorio aparece con una longitud de onda situada en el espectro ultravioleta entre 400 y 500 nanómetros, por lo que aparece de color azul, la sala de estar de color rojo se sitúa entre los 600 y 800 nanómetros y el baño de color verde, se deja ver en el menor de los espectros entre 350 and 400 nanómetros.
A pesar de que intervenciones como estas, aun a sabiendas de que no son nuevas, apenas nos sorprenden, existe cierto pudor a la hora de encontrar una utilidad práctica adaptada a la arquitectura, quedando relegadas a meras experiencias museísticas.
Por otro lado, existen todavía cuestiones no resueltas en los mono-espacios, que por mucho que se diga, en funcionalidad no pueden competir con el espacio compartimentado.
Las respuestas no son aun las correctas, pero tampoco las preguntas. Lo que sí está claro es que la materialidad no siempre es el camino, y si no, que se lo pregunten a Paris.
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