Como el MoMA se queda sin ideas y pide prestadas las de otros
"Autora: María Fullaondo; publicado en soitu.es en enero de 2009"
Probablemente, una de las mejores instalaciones artísticas realizadas hasta la fecha por cualquier museo haya sido el “Weather Project” (2003) del artista danés Olafur Eliasson en la sala de turbinas de la Tate Modern. El éxito obtenido entre público y crítica de esta instalación como parte del programa de exposiciones “Unilever Series” la han convertido en un referente para la política expositiva de cualquier museo.
La impresión que he tenido tras visitar la exposición estrella de estas Navidades del MoMA: “Pipilotti Rist: Pour Your Body Out (7354 Cubic Meters)”, es que el museo americano, apartándose de aquello a lo que nos tiene acostumbrado, se ha limitado a repetir la metodología expositiva del “Sol” como si esto, fuera en si mismo, una garantía de éxito. La exposición realizada por Pipilotti Rist es una macro instalación multimedia proyectada sobre el gran atrio del nuevo edificio del museo con un gran sofá circular situado en el centro del espacio para, si se quiere, poder contemplar desde allí la proyección de la artista suiza.
Habitualmente los museos, galerías, y ferias suelen mostrar al público obras de arte cuya existencia es anterior a la propia exposición o muestra. Es decir, son pocas las ocasiones en que un museo encarga específicamente una determinada obra. Si la ocasión lo requiere y, las circunstancias particulares establecidas por la institución lo demandan, el artista, en la mayoría de los casos, adapta alguna de sus creaciones anteriores a los nuevos requisitos y contexto en lugar de, generar o crear una obra partiendo de cero. Los artistas (no me pregunten porque) generalmente no se mueven bien en el encargo y a pesar de ello, el MoMA para esta exposición, ha optado por esta arriesgada vía. Curiosamente, en 1999, Eliasson había realizado la instalación “Double Sunset” en Utrecht, revelándose como un antecedente directo de lo que más tarde realizaría en la Tate.
Por otro lado, hoy en día, parece que hay a una tendencia a proyectar los edificios destinados a museos con un espacio con autonomía propia, con valor en si mismo al margen de la función tradicional de contenedor del Museo, convirtiéndose, también, en el símbolo o representación de la institución. El museo exponiéndose a si mismo ha generado resultados magníficos como es la propia Tate o el museo Guggenheim de Wright, máximo exponente en este campo. Y aunque esta estrategia es susceptible de la ya manida crítica funcionalista, en la gran mayoría de los casos suele jugar en favor de la obra expuesta y no al contario como algunos afirman. El peligro que se corre, como creo que le ha ocurrido a Pipolotti Rist con la presente instalación es que el escenario o contexto adquiera mayor protagonismo que la obra expuesta. Y aunque sea fácil culpar al arquitecto, la calidad y el éxito de una instalación en un escenario como la sala de turbinas de la Tate, el espacio central del Guggenheim de NY o incluso, el recién renovado atrio del MoMA, exige algo más que limitarse a hacer lo que un artista hace habitualmente pero, a mayor a tamaño. A pesar de no conocer en profundidad la trayectoria artística de Rist, es una artista que se ha dado a conocer por sus proyecciones multimedia (soporte que exige unas condiciones bastantes especificas para su exposición). En la actual instalación del MoMA se puede contemplar una proyección propia de Rist, proyectada simultáneamente en las cuatro paredes verticales blancas que limitan el espacio del atrio. El color, rasgo característico de la obra de Rist (en ese caso un rosa fuerte o fucsia), rebota en todas las direcciones del atrio invadiendo gran parte del espacio del museo como si todo él hubiera sido iluminado con una tenue luz rosa. La sencilla intervención resulta amable y fácil para el espectador pero son tan pocos los riesgos que se toman que la sensación que uno tiene es de que quizá, el proyecto le ha venido un poco grande.
Por otra parte, soy bastante escéptica con aquellas producciones culturales que apelan al fenómeno “chill out” como elemento creativo. Considero esta forma de participación del publico en la obra como una de las mayores idioteces del arte contemporáneo y más si están dentro de un museo o galería. Probablemente por mi condición de tímida, si acudo a una exposición o instalación que cuenta como parte activa con algún tipo de mobiliario me suele invadir un cierto nerviosismo. Hay un punto exhibicionista en todo esa parafernalia que no me interesa demasiado. Pero al margen de consideraciones personales, entiendo que la pasividad implícita en el chill out nada tiene que ver con el espíritu participativo que a priori se persigue. Aunque hay que decir que en caso del MoMA, si optas por contemplar la proyección desde el gran sofá estarás obligado a descalzarte y los episodios generados con esa acción resultan ser bastante poco relajantes (el tipo de calzado que exige un clima como el de NY en Diciembre no ayuda demasiado). Una vez encima del asiento, sus dimensiones obligan a tumbarse pero la posición natural (boca arriba) que uno tiende a adoptar, en este caso resulta ser bastante inútil ya que no existe proyección en plano superior. Sin embargo, siendo justos la imagen que genera un gran sofá invadido por espectadores resulta ser de lo más atractiva.
Hace unos años una amigo arquitecto me recomendó un libro con un título fascinante: “How New York Stole the idea of Modern Art”. El arte es hoy un fenómeno bastante globalizado en donde ya no existe un único centro neurálgico que asuma toda la responsabilidad. No obstante, todavía son muchas las instituciones que tratan de imprimir un cierto carácter personal a todo aquello que realizan. He tenido la gran suerte de poder visitar el MoMA en varias ocasiones y todas las exposiciones expuestas en el museo manifestaban un rasgo característico únicamente del MoMA. Mejores o peores todas ellas tenían la firma del MoMA y en esta ocasión, ha tomado prestada la identidad de otro. Y lamentablemente, como suele ocurrir el resultado no ha sido nada convincente.
Probablemente, una de las mejores instalaciones artísticas realizadas hasta la fecha por cualquier museo haya sido el “Weather Project” (2003) del artista danés Olafur Eliasson en la sala de turbinas de la Tate Modern. El éxito obtenido entre público y crítica de esta instalación como parte del programa de exposiciones “Unilever Series” la han convertido en un referente para la política expositiva de cualquier museo.
La impresión que he tenido tras visitar la exposición estrella de estas Navidades del MoMA: “Pipilotti Rist: Pour Your Body Out (7354 Cubic Meters)”, es que el museo americano, apartándose de aquello a lo que nos tiene acostumbrado, se ha limitado a repetir la metodología expositiva del “Sol” como si esto, fuera en si mismo, una garantía de éxito. La exposición realizada por Pipilotti Rist es una macro instalación multimedia proyectada sobre el gran atrio del nuevo edificio del museo con un gran sofá circular situado en el centro del espacio para, si se quiere, poder contemplar desde allí la proyección de la artista suiza.
Habitualmente los museos, galerías, y ferias suelen mostrar al público obras de arte cuya existencia es anterior a la propia exposición o muestra. Es decir, son pocas las ocasiones en que un museo encarga específicamente una determinada obra. Si la ocasión lo requiere y, las circunstancias particulares establecidas por la institución lo demandan, el artista, en la mayoría de los casos, adapta alguna de sus creaciones anteriores a los nuevos requisitos y contexto en lugar de, generar o crear una obra partiendo de cero. Los artistas (no me pregunten porque) generalmente no se mueven bien en el encargo y a pesar de ello, el MoMA para esta exposición, ha optado por esta arriesgada vía. Curiosamente, en 1999, Eliasson había realizado la instalación “Double Sunset” en Utrecht, revelándose como un antecedente directo de lo que más tarde realizaría en la Tate.
Por otro lado, hoy en día, parece que hay a una tendencia a proyectar los edificios destinados a museos con un espacio con autonomía propia, con valor en si mismo al margen de la función tradicional de contenedor del Museo, convirtiéndose, también, en el símbolo o representación de la institución. El museo exponiéndose a si mismo ha generado resultados magníficos como es la propia Tate o el museo Guggenheim de Wright, máximo exponente en este campo. Y aunque esta estrategia es susceptible de la ya manida crítica funcionalista, en la gran mayoría de los casos suele jugar en favor de la obra expuesta y no al contario como algunos afirman. El peligro que se corre, como creo que le ha ocurrido a Pipolotti Rist con la presente instalación es que el escenario o contexto adquiera mayor protagonismo que la obra expuesta. Y aunque sea fácil culpar al arquitecto, la calidad y el éxito de una instalación en un escenario como la sala de turbinas de la Tate, el espacio central del Guggenheim de NY o incluso, el recién renovado atrio del MoMA, exige algo más que limitarse a hacer lo que un artista hace habitualmente pero, a mayor a tamaño. A pesar de no conocer en profundidad la trayectoria artística de Rist, es una artista que se ha dado a conocer por sus proyecciones multimedia (soporte que exige unas condiciones bastantes especificas para su exposición). En la actual instalación del MoMA se puede contemplar una proyección propia de Rist, proyectada simultáneamente en las cuatro paredes verticales blancas que limitan el espacio del atrio. El color, rasgo característico de la obra de Rist (en ese caso un rosa fuerte o fucsia), rebota en todas las direcciones del atrio invadiendo gran parte del espacio del museo como si todo él hubiera sido iluminado con una tenue luz rosa. La sencilla intervención resulta amable y fácil para el espectador pero son tan pocos los riesgos que se toman que la sensación que uno tiene es de que quizá, el proyecto le ha venido un poco grande.
Por otra parte, soy bastante escéptica con aquellas producciones culturales que apelan al fenómeno “chill out” como elemento creativo. Considero esta forma de participación del publico en la obra como una de las mayores idioteces del arte contemporáneo y más si están dentro de un museo o galería. Probablemente por mi condición de tímida, si acudo a una exposición o instalación que cuenta como parte activa con algún tipo de mobiliario me suele invadir un cierto nerviosismo. Hay un punto exhibicionista en todo esa parafernalia que no me interesa demasiado. Pero al margen de consideraciones personales, entiendo que la pasividad implícita en el chill out nada tiene que ver con el espíritu participativo que a priori se persigue. Aunque hay que decir que en caso del MoMA, si optas por contemplar la proyección desde el gran sofá estarás obligado a descalzarte y los episodios generados con esa acción resultan ser bastante poco relajantes (el tipo de calzado que exige un clima como el de NY en Diciembre no ayuda demasiado). Una vez encima del asiento, sus dimensiones obligan a tumbarse pero la posición natural (boca arriba) que uno tiende a adoptar, en este caso resulta ser bastante inútil ya que no existe proyección en plano superior. Sin embargo, siendo justos la imagen que genera un gran sofá invadido por espectadores resulta ser de lo más atractiva.
Hace unos años una amigo arquitecto me recomendó un libro con un título fascinante: “How New York Stole the idea of Modern Art”. El arte es hoy un fenómeno bastante globalizado en donde ya no existe un único centro neurálgico que asuma toda la responsabilidad. No obstante, todavía son muchas las instituciones que tratan de imprimir un cierto carácter personal a todo aquello que realizan. He tenido la gran suerte de poder visitar el MoMA en varias ocasiones y todas las exposiciones expuestas en el museo manifestaban un rasgo característico únicamente del MoMA. Mejores o peores todas ellas tenían la firma del MoMA y en esta ocasión, ha tomado prestada la identidad de otro. Y lamentablemente, como suele ocurrir el resultado no ha sido nada convincente.
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