El toro de Zaera: ¿Curro Romero o José Tomás?
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"
El lunes 1 de diciembre nos enteramos de que Alejandro Zaera y su FOA abandonaban en proyecto del Instituto de Medicina Legal de la nueva Ciudad de la Justicia de Madrid. Parece ser que la Comunidad no acepta un aumento de presupuesto del 53%, que el arquitecto ha estimado como imprescindible para ejecutar el proyecto con el mínimo de calidad que él mismo exige a sus propias obras.
Me fascinan las coincidencias. Apenas un par de días antes, había muerto Jorn Utzon, arquitecto danés autor de la celebérrima Opera de Sydney. También él tuvo que dimitir durante la ejecución del emblemático y magnífico edificio por diversas controversias presupuestarias y técnicas con los responsables de la administración australiana del momento.
En absoluto pretendo comparar ambas obras (¡que más quisiéramos los madrileños!). Pero, desde luego, Zaera no podría haber elegido un momento más señalado para repetir el orgulloso e infrecuente gesto del autor apartándose de su obra, ante dificultades, aparentemente, insalvables.
En cualquier caso, es una mala noticia.
Digo que es una mala noticia, porque siempre lo es que el creador de una idea se aparte del proceso de ejecución de la misma. Es muy probable que los nuevos responsables, hagan su aportación relevante en el desarrollo final. Pero es indudable que se perderán muchos valores que solo el autor original puede conocer, y que, por la razón que sea, no han quedado registrados con precisión en ningún documento.
Y también digo que es una mala noticia, porque la rotundidad de la decisión de Zaera es un territorio abonado para demagogias baratas de toda índole que, sencillamente, no aportan nada. Me refiero, por ejemplo, a aquellos tópicos relativos al enorme ego de los arquitectos o a la estupidez innata de los políticos incapaces de apreciar la buena arquitectura.
No conozco en detalle el proyecto. Si son ciertos los datos que han facilitado los protagonistas de la historia, una cosa es cierta: Es absolutamente imposible en el momento actual construir y equipar un edificio de estas características por menos de 1.000 euros/m2. Este ratio es apropiado para hacer viviendas sencillitas que incorporen toda la calidad material, tecnología y servicios que ahora la sociedad exige a las construcciones. Si a esto le añadimos las instalaciones especificas, cámaras frigoríficas, salas asépticas y demás equipamiento singularísimo que se deberá incorporar un edificio tan particular para garantizar su adecuado funcionamiento, el importe es, a todas luces, insuficiente.
Hasta este punto, completamente de acuerdo con Zaera. Tengo muchas más dudas con su argumento comparativo con los edificios colindantes. Afirmar que el Campus de la Justicia no es justo porque a Foster o a Zaha les han dado más dinero que a él para hacer su edificio, se parece demasiado a una pataleta de niño caprichoso. No hacía ninguna falta. El error del iluminado, imagino que técnico de la administración, que hizo la estimación inicial del presupuesto para el edificio es más que manifiesto.
Por otra parte, estos números generales no contemplan la apuesta decidida y, desde mi punto de vista, acertada, que hizo la Administración por darle al enorme equipamiento judicial, un valor añadido como hito arquitectónico en la ciudad. Para ello concursos y contrataciones directas se orientaron hacia arquitectos de reconocido prestigio y hacia soluciones que potenciaran la individualidad y singularidad de cada uno de los estrictos círculos que el plan director de Frechilla y López Pelaez había prescrito. Entiendo que esta clara intención de la Administración sea discutida por algunos duros integristas que azotan inmisericordemente todo aquello que ellos consideran superfluo y caprichoso, que últimamente inundan la escena de la crítica arquitectónica. Vayan por delante mis disculpas hacia ellos por la ofensa, pero yo opino que una inversión de dinero, esfuerzo y espacio en la ciudad de esta magnitud, bien vale el intento de incorporar algunos otros valores además de los estrictamente funcionales y de equilibrio presupuestario.
La propuesta ganadora de la ordenación general del campus había determinado que todos y cada uno de quince edificios del mismo responderían a una alineación circular, con diferentes radios y número de alturas en función del programa que debían albergar. Las infinitas propuestas para cada uno de cilindros judiciales que lentamente han ido apareciendo, han agotado, estimo que para los próximos cincuenta años, las posibilidades de distribución de un círculo en planta. Deformaciones imposibles, huecos y perforaciones laberínticas, se han envuelto en pieles elaboradísimas lanzadas a una carrera, patrocinada sin pudor por la propiedad, con una sola regla básica: Alcanzar la singularidad y la diferenciación de la forma más reconocible y rígida que se conoce: la circunferencia.
Pero entonces llegó la crisis y donde digo digo, digo diego. Es posible que con toda la razón del mundo, las reglas del juego cambiaron súbitamente. Lo económico pasó a un primer plano casi exclusivo. Y es obvio que, como en cualquier catástrofe natural, mucho más allá de contratos firmados o compromisos verbales previos, cualquiera tiene el derecho e incluso la obligación de modificar sus prioridades.
La administración debe ser especialmente cuidadosa en estos momentos con los dineros públicos. Puede efectivamente, modificar su criterio, y requerir ahora una arquitectura de supervivencia que cumpla su función básica específica. Pero también hay que reconocer al arquitecto su derecho a responder o no a este nuevo escenario. El derecho a decidir responsablemente si aquello que concibió para unas determinadas condiciones, es susceptible de ser adaptado a otras radicalmente distintas. Parece claro que en este caso, no disponían del mínimo margen presupuestario para siquiera intentarlo.
En este sentido creo que la respuesta de Zaera está cargada de dignidad. No es una cuestión de ego. Se llama profesionalidad y no estamos demasiado acostumbrados a ella. Por poner un símil taurino, un poco a la manera de José Tomás que pone sus condiciones para actuar y si no se dan, sencillamente no torea. Lo habitual, lo común, es completar la faena de cualquier forma. Cobrar, por supuesto. Y después, ir por los mentideros culturales renegando y poniendo excusas externas por el pobre resultado.
Pero se me ocurre otra explicación algo más sibilina para el comportamiento de famoso arquitecto madrileño, más ligada a las características concretas de esta obra que a las consideraciones generales que he hecho con anterioridad. El edificio-toro que FOA propuso para el Instituto de Medicina Legal que ahora abandona, me pareció en su momento tremendamente alejado de la calidad y la fuerza de su ya clásica propuesta para el puerto de Yokohama, o de sus ideas para la zona cero de Nueva York. Es posible que el propio Zaera también fuera consciente de la debilidad de su proyecto, y visto que ni siquiera iba a disponer del presupuesto necesario para disfrazarla con la resolución constructiva brillante a la que nos tiene acostumbrados últimamente, haya decidido pegar una “espantá” a lo Curro Romero, para evitar hacer más evidentes sus carencias. Desde esta óptica el gesto de la dimisión tiene, desde luego, una altura de la que carecía el proyecto. Y eso, tampoco está mal.
El lunes 1 de diciembre nos enteramos de que Alejandro Zaera y su FOA abandonaban en proyecto del Instituto de Medicina Legal de la nueva Ciudad de la Justicia de Madrid. Parece ser que la Comunidad no acepta un aumento de presupuesto del 53%, que el arquitecto ha estimado como imprescindible para ejecutar el proyecto con el mínimo de calidad que él mismo exige a sus propias obras.
Me fascinan las coincidencias. Apenas un par de días antes, había muerto Jorn Utzon, arquitecto danés autor de la celebérrima Opera de Sydney. También él tuvo que dimitir durante la ejecución del emblemático y magnífico edificio por diversas controversias presupuestarias y técnicas con los responsables de la administración australiana del momento.
En absoluto pretendo comparar ambas obras (¡que más quisiéramos los madrileños!). Pero, desde luego, Zaera no podría haber elegido un momento más señalado para repetir el orgulloso e infrecuente gesto del autor apartándose de su obra, ante dificultades, aparentemente, insalvables.
En cualquier caso, es una mala noticia.
Digo que es una mala noticia, porque siempre lo es que el creador de una idea se aparte del proceso de ejecución de la misma. Es muy probable que los nuevos responsables, hagan su aportación relevante en el desarrollo final. Pero es indudable que se perderán muchos valores que solo el autor original puede conocer, y que, por la razón que sea, no han quedado registrados con precisión en ningún documento.
Y también digo que es una mala noticia, porque la rotundidad de la decisión de Zaera es un territorio abonado para demagogias baratas de toda índole que, sencillamente, no aportan nada. Me refiero, por ejemplo, a aquellos tópicos relativos al enorme ego de los arquitectos o a la estupidez innata de los políticos incapaces de apreciar la buena arquitectura.
No conozco en detalle el proyecto. Si son ciertos los datos que han facilitado los protagonistas de la historia, una cosa es cierta: Es absolutamente imposible en el momento actual construir y equipar un edificio de estas características por menos de 1.000 euros/m2. Este ratio es apropiado para hacer viviendas sencillitas que incorporen toda la calidad material, tecnología y servicios que ahora la sociedad exige a las construcciones. Si a esto le añadimos las instalaciones especificas, cámaras frigoríficas, salas asépticas y demás equipamiento singularísimo que se deberá incorporar un edificio tan particular para garantizar su adecuado funcionamiento, el importe es, a todas luces, insuficiente.
Hasta este punto, completamente de acuerdo con Zaera. Tengo muchas más dudas con su argumento comparativo con los edificios colindantes. Afirmar que el Campus de la Justicia no es justo porque a Foster o a Zaha les han dado más dinero que a él para hacer su edificio, se parece demasiado a una pataleta de niño caprichoso. No hacía ninguna falta. El error del iluminado, imagino que técnico de la administración, que hizo la estimación inicial del presupuesto para el edificio es más que manifiesto.
Por otra parte, estos números generales no contemplan la apuesta decidida y, desde mi punto de vista, acertada, que hizo la Administración por darle al enorme equipamiento judicial, un valor añadido como hito arquitectónico en la ciudad. Para ello concursos y contrataciones directas se orientaron hacia arquitectos de reconocido prestigio y hacia soluciones que potenciaran la individualidad y singularidad de cada uno de los estrictos círculos que el plan director de Frechilla y López Pelaez había prescrito. Entiendo que esta clara intención de la Administración sea discutida por algunos duros integristas que azotan inmisericordemente todo aquello que ellos consideran superfluo y caprichoso, que últimamente inundan la escena de la crítica arquitectónica. Vayan por delante mis disculpas hacia ellos por la ofensa, pero yo opino que una inversión de dinero, esfuerzo y espacio en la ciudad de esta magnitud, bien vale el intento de incorporar algunos otros valores además de los estrictamente funcionales y de equilibrio presupuestario.
La propuesta ganadora de la ordenación general del campus había determinado que todos y cada uno de quince edificios del mismo responderían a una alineación circular, con diferentes radios y número de alturas en función del programa que debían albergar. Las infinitas propuestas para cada uno de cilindros judiciales que lentamente han ido apareciendo, han agotado, estimo que para los próximos cincuenta años, las posibilidades de distribución de un círculo en planta. Deformaciones imposibles, huecos y perforaciones laberínticas, se han envuelto en pieles elaboradísimas lanzadas a una carrera, patrocinada sin pudor por la propiedad, con una sola regla básica: Alcanzar la singularidad y la diferenciación de la forma más reconocible y rígida que se conoce: la circunferencia.
Pero entonces llegó la crisis y donde digo digo, digo diego. Es posible que con toda la razón del mundo, las reglas del juego cambiaron súbitamente. Lo económico pasó a un primer plano casi exclusivo. Y es obvio que, como en cualquier catástrofe natural, mucho más allá de contratos firmados o compromisos verbales previos, cualquiera tiene el derecho e incluso la obligación de modificar sus prioridades.
La administración debe ser especialmente cuidadosa en estos momentos con los dineros públicos. Puede efectivamente, modificar su criterio, y requerir ahora una arquitectura de supervivencia que cumpla su función básica específica. Pero también hay que reconocer al arquitecto su derecho a responder o no a este nuevo escenario. El derecho a decidir responsablemente si aquello que concibió para unas determinadas condiciones, es susceptible de ser adaptado a otras radicalmente distintas. Parece claro que en este caso, no disponían del mínimo margen presupuestario para siquiera intentarlo.
En este sentido creo que la respuesta de Zaera está cargada de dignidad. No es una cuestión de ego. Se llama profesionalidad y no estamos demasiado acostumbrados a ella. Por poner un símil taurino, un poco a la manera de José Tomás que pone sus condiciones para actuar y si no se dan, sencillamente no torea. Lo habitual, lo común, es completar la faena de cualquier forma. Cobrar, por supuesto. Y después, ir por los mentideros culturales renegando y poniendo excusas externas por el pobre resultado.
Pero se me ocurre otra explicación algo más sibilina para el comportamiento de famoso arquitecto madrileño, más ligada a las características concretas de esta obra que a las consideraciones generales que he hecho con anterioridad. El edificio-toro que FOA propuso para el Instituto de Medicina Legal que ahora abandona, me pareció en su momento tremendamente alejado de la calidad y la fuerza de su ya clásica propuesta para el puerto de Yokohama, o de sus ideas para la zona cero de Nueva York. Es posible que el propio Zaera también fuera consciente de la debilidad de su proyecto, y visto que ni siquiera iba a disponer del presupuesto necesario para disfrazarla con la resolución constructiva brillante a la que nos tiene acostumbrados últimamente, haya decidido pegar una “espantá” a lo Curro Romero, para evitar hacer más evidentes sus carencias. Desde esta óptica el gesto de la dimisión tiene, desde luego, una altura de la que carecía el proyecto. Y eso, tampoco está mal.
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