Periscopios y espacios domésticos
"Autora: María Asunción Salgado; publicado en soitu.es en diciembre de 2008"
Bajo el nombre de La Torre, el Centro de Arte Reina Sofía expone en el patio de la ampliación de Nouvel la última instalación del artista argentino Leandro Erlich.
Como su propio nombre indica, se trata de una estructura vertical de aspecto doméstico que simula tener cuatro alturas, y se presenta adosada a unas escaleras metálicas que dan acceso a su parte superior.
La manera de comportarse ante la torre, implica por parte del visitante la adopción de dos roles distintos. Por un lado el del espectador activo, que sube entusiasta las escaleras con el ánimo de gozar de la sensación de vértigo que produce penetrar en una sala solada con un vidrio transparente continuo situada a 5 metros de altura. Bajo sus pies junto al vacío que provoca la diferencia de alturas, aparecen enmarcadas en un quicio de ventana, las caras sonrientes de quienes se asoman desde fuera.
Por otro lado, el segundo rol es el de un espectador pasivo que se asoma cual voyeur al hueco practicado en la fachada de la planta baja y que sin lugar a dudas, es el que realmente disfruta de la perspectiva imposible que supone ver a la gente moverse en perpendicular al plano del suelo, sin que en apariencia ninguna estructura física que lo sujete.
La perspectiva desde la que se divisa a la gente que deambula por la planta superior, es tremendamente poco favorecedora ya que lo primero y más visible son las suelas de los zapatos y de ahí para arriba en un estado de aparente semi-flotación.
El experimento es divertido y el efecto que produce fascinante en la medida en la que nos hace cuestionarnos aspectos de la física que dábamos por sentados. Pero contradiciendo a aquellos críticos que han calificado la instalación como “seductora”, he de decir que en absoluto constituye una pieza atrayente.
El motivo por el cual no seduce, radica principalmente en su fealdad. En su afán de jugar con lo que califica como “espacios cotidianos comunes”, Leandro Erlich sacrifica la arquitectura sobre la que se apoya empleando un soporte de lo más vulgar, lo cual carece de toda justificación. Personalmente, no creo que la vulgaridad deba ser asociada a la cotidianeidad, y el hecho de pretender que los huecos practicados en los espacios interiores y exteriores de la instalación sean fácilmente identificados con puertas y ventanas de espacios domésticos, no debe estar reñido con la calidad de su diseño.
Al fin de cuentas, la estructura propuesta por Erlich se reduce a un juego de espejos; es en realidad un periscopio casero de tamaño gigantesco cuyo fin es alterar los conceptos más elementales de la percepción.
Y en este sentido, Erlich no nos propone nada nuevo, o en su defecto nada excepcional que no se haya hecho anteriormente. Sin ir más lejos, estos experimentos de distorsión de la realidad del espacio de la arquitectura mediante vidrios y espejos, fueron ampliamente desarrollados durante la década de los setenta por el artista americano Dan Graham, todo hay que decirlo, con construcciones más decentes.
Ejemplos como Alteration to a suburban House (1978), con el que mediante la sustitución de la fachada y el muro paralelo a esta por un vidrio y un espejo, distorsionaba el comportamiento de las personas situadas al exterior e interior de la vivienda respectivamente; o Two Adjacent Pavilions (1978-82), con el que conseguía una duplicidad de espacios interior – exterior utilizando dos estructuras alineadas cubiertas por espejos, por citar solo dos de ellos, dan idea de la importancia de la simbiosis entre espacio y percepción, íntimamente relacionado con la idea de arquitectura.
Más interés merece la nueva instalación del artista anglo-indio Anish Kapoor emplazada en el convento de Santa Clara en Murcia. Bajo el título Islamic Mirror, Kapoor reinventa el clásico juego de los espejos condensado en un único elemento cóncavo de forma circular de 2,40 metros de diámetro, miles de fragmentos cuadrados y octogonales de material reflectante.
Situado en una de las paredes interiores del convento en oposición al patio central del edificio, el reflejo que ofrece esta gran semiesfera es el de una sombra invertida del arco que da al patio al tiempo que devuelve la imagen de aquellos que se acercan a contemplarlo, descompuesta en múltiples repeticiones de ellos mismos.
Más allá de la lectura de se pueda hacer de todas estas instalaciones, el discurso subyacente de Kapoor es el que resulta más sólido. En el juego de la distorsión visual de la realidad de un espacio, no hay que perder de vista cual es el sujeto de dicha alteración, que no es otro que la propia arquitectura que enmarca dicho espacio.
Bajo el nombre de La Torre, el Centro de Arte Reina Sofía expone en el patio de la ampliación de Nouvel la última instalación del artista argentino Leandro Erlich.
Como su propio nombre indica, se trata de una estructura vertical de aspecto doméstico que simula tener cuatro alturas, y se presenta adosada a unas escaleras metálicas que dan acceso a su parte superior.
La manera de comportarse ante la torre, implica por parte del visitante la adopción de dos roles distintos. Por un lado el del espectador activo, que sube entusiasta las escaleras con el ánimo de gozar de la sensación de vértigo que produce penetrar en una sala solada con un vidrio transparente continuo situada a 5 metros de altura. Bajo sus pies junto al vacío que provoca la diferencia de alturas, aparecen enmarcadas en un quicio de ventana, las caras sonrientes de quienes se asoman desde fuera.
Por otro lado, el segundo rol es el de un espectador pasivo que se asoma cual voyeur al hueco practicado en la fachada de la planta baja y que sin lugar a dudas, es el que realmente disfruta de la perspectiva imposible que supone ver a la gente moverse en perpendicular al plano del suelo, sin que en apariencia ninguna estructura física que lo sujete.
La perspectiva desde la que se divisa a la gente que deambula por la planta superior, es tremendamente poco favorecedora ya que lo primero y más visible son las suelas de los zapatos y de ahí para arriba en un estado de aparente semi-flotación.
El experimento es divertido y el efecto que produce fascinante en la medida en la que nos hace cuestionarnos aspectos de la física que dábamos por sentados. Pero contradiciendo a aquellos críticos que han calificado la instalación como “seductora”, he de decir que en absoluto constituye una pieza atrayente.
El motivo por el cual no seduce, radica principalmente en su fealdad. En su afán de jugar con lo que califica como “espacios cotidianos comunes”, Leandro Erlich sacrifica la arquitectura sobre la que se apoya empleando un soporte de lo más vulgar, lo cual carece de toda justificación. Personalmente, no creo que la vulgaridad deba ser asociada a la cotidianeidad, y el hecho de pretender que los huecos practicados en los espacios interiores y exteriores de la instalación sean fácilmente identificados con puertas y ventanas de espacios domésticos, no debe estar reñido con la calidad de su diseño.
Al fin de cuentas, la estructura propuesta por Erlich se reduce a un juego de espejos; es en realidad un periscopio casero de tamaño gigantesco cuyo fin es alterar los conceptos más elementales de la percepción.
Y en este sentido, Erlich no nos propone nada nuevo, o en su defecto nada excepcional que no se haya hecho anteriormente. Sin ir más lejos, estos experimentos de distorsión de la realidad del espacio de la arquitectura mediante vidrios y espejos, fueron ampliamente desarrollados durante la década de los setenta por el artista americano Dan Graham, todo hay que decirlo, con construcciones más decentes.
Ejemplos como Alteration to a suburban House (1978), con el que mediante la sustitución de la fachada y el muro paralelo a esta por un vidrio y un espejo, distorsionaba el comportamiento de las personas situadas al exterior e interior de la vivienda respectivamente; o Two Adjacent Pavilions (1978-82), con el que conseguía una duplicidad de espacios interior – exterior utilizando dos estructuras alineadas cubiertas por espejos, por citar solo dos de ellos, dan idea de la importancia de la simbiosis entre espacio y percepción, íntimamente relacionado con la idea de arquitectura.
Más interés merece la nueva instalación del artista anglo-indio Anish Kapoor emplazada en el convento de Santa Clara en Murcia. Bajo el título Islamic Mirror, Kapoor reinventa el clásico juego de los espejos condensado en un único elemento cóncavo de forma circular de 2,40 metros de diámetro, miles de fragmentos cuadrados y octogonales de material reflectante.
Situado en una de las paredes interiores del convento en oposición al patio central del edificio, el reflejo que ofrece esta gran semiesfera es el de una sombra invertida del arco que da al patio al tiempo que devuelve la imagen de aquellos que se acercan a contemplarlo, descompuesta en múltiples repeticiones de ellos mismos.
Más allá de la lectura de se pueda hacer de todas estas instalaciones, el discurso subyacente de Kapoor es el que resulta más sólido. En el juego de la distorsión visual de la realidad de un espacio, no hay que perder de vista cual es el sujeto de dicha alteración, que no es otro que la propia arquitectura que enmarca dicho espacio.
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