sábado, diciembre 05, 2009

¿es prescindible el arquitecto?


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en junio 2008"

Leí hace tiempo, cuando aun no era capaz de comprenderla, una aguda explicación para la sensación generalizada de que el tiempo individual pasa cada vez más rápido: El porcentaje que supone una misma fracción temporal con respecto al total del tiempo vivido por cada uno, decrece y decrece de manera inexorable desde el primer instante de nuestras vidas. Las distantes y abstractas matemáticas nos ofrecen una explicación sencilla y, probablemente, correcta, para esta distorsión perceptiva que todos sentimos con mayor o menor intensidad en algún momento (la Navaja de Ockham, no es infalible, pero, desde luego, no conviene despreciarla).
He recordado esta curiosidad ahora que se acaba, casi sin darnos cuenta, el curso académico. Un año confuso y convulso, marcado por el llamado Proceso de Bolonia, que nos deberá conducir a unificar la formación universitaria en todo el espacio europeo. Un proceso de adaptación, tan complejo como necesario, con el que alcanzaremos un gran objetivo común: la excelencia académica. Sin embargo, este rimbombante enunciado, adolece, como tantos otros demasiado habituales en estos tiempos, de una alarmante falta de concreción de su contenido semántico.
Los profundos cambios que se avecinan para el conjunto de las titulaciones, son especialmente significativos en arquitectura, dadas las grandes diferencias que nos separan históricamente, de la mayor parte de Europa: tanto en la concepción y estructura interna de la carrera universitaria como en el ejercicio profesional posterior. La resistencia opuesta a estas modificaciones desde la mayoría de los estamentos del mundillo arquitectónico español ha sido numantina, huelgas y manifestaciones callejeras incluidas. Pero una vez constatada la imposibilidad de victoria frente al poderoso y homogéneo enemigo europeo, la estrategia más generalizada adoptada por las escuelas de arquitectura ha consistido, fundamentalmente, en simular, solamente simular, que nos adaptábamos. Es decir, seguir haciendo y enseñando exactamente como siempre, que por supuesto estamos convencidos de que es lo correcto, pero barnizándolo todo con la terminología que se nos exige desde Europa. A algunos les gustará llamar a esto “picaresca” española. A mi me parece simplemente absurdo.
Es cierto que la formación de los arquitectos en España ha sido y, en gran medida, es todavía, excelente. Prueba de ello, más allá de la proliferación de figuras nacionales con enorme proyección internacional, es el gran reconocimiento que reciben los numerosos jóvenes arquitectos españoles que emigran para trabajar estudios extranjeros de enorme prestigio. Tengo entendido que algo parecido ocurre con nuestros médicos e investigadores, cuya formación previa, es muy valorada más allá de nuestras fronteras. Por otra parte, también es cierto, que cualquier cambio profundo en la formación académica del arquitecto debería conllevar, una modificación substancial del conjunto de la actividad edificatoria, de las competencias, atribuciones y responsabilidades de los distintos profesionales que intervienen en este complejo proceso. Pero, de momento, ese campo está sólidamente enrocado en las posiciones radicalmente inmovilistas de los Colegios Profesionales, supuestamente, en defensa de sus, obligados, colegiados.
Sin embargo, estas dos excusas no deben impedirnos aceptar la imperiosa necesidad de los cambios que debemos afrontar. En estos tiempos, es simple y llanamente imposible la formación de un arquitecto que domine todos los aspectos tecnológicos y normativos de la edificación y el urbanismo; que además sustente su razonar en una comprensión sólida y completa de la historia de la arquitectura y del arte; que sea capaz de concebir y comunicar sus propuestas brillantemente, apoyado en todas las herramientas tradicionales y digitales que están a su disposición; y que … El modelo del arquitecto hombre del renacimiento, ya no es viable.
La respuesta a este conflicto propuesta desde los planes europeos de Bolonia es bastante obvia: la especialización. Una formación inicial básica y rápida, seguida de un eficaz y profesional postgrado dirigido obtener arquitectos especialistas en tal o cual tipo de edificio, en esta o aquella instalación o estructura. Esta nueva organización no hace sino elevar a norma aquello que de alguna manera ya se está produciendo de forma natural con el enorme desarrollo de Masters y Cursos de especialización en diversos campos situados en el entorno de la arquitectura, desde la Seguridad en la Construcción hasta la Acústica de Espacios Polivalentes.
Sin discutir la necesidad de este proceso de evolución hacia lo específico, me gustaría llamar la atención sobre dos aspectos de esta aparentemente incuestionable respuesta al cambio de modelo. Primero: Desconfío de la efectividad a medio plazo de la dictadura del mercado laboral. En muy poco tiempo se ha implantado la convicción absoluta de que la universidad debe producir aquellos individuos-producto que la sociedad-mercado demanda. El mercado siempre tiene razón, se autorregula y si demanda algo, eso debemos entregarle. Cualquier otra cosa sobra, entorpece y ralentiza. De alguna manera, las argumentaciones del famoso Risto Melide en Operación Triunfo. La universidad ha pasado de tener la responsabilidad de formar a las personas que, con sus actos posteriores, desencadenaban los cambios en la sociedad, a tener la obligación de fabricar sujetos que encajen bien en el hueco que la sociedad ha previsto para ellos. A corto plazo entiendo que el sistema va como un tiro. Pero ¿qué ocurre si cambian los huecos? ¿quién o qué determina las especialidades que son necesarias? ¿alguien se preocupa de intentar prever lo que será necesario en el futuro? ¿quién o qué cuestiona al mercado (entendiendo que esto fuera necesario)?
Y segundo: Es obvio que dado el amplísimo desarrollo de todas las áreas de conocimiento, es necesario concentrarse en algún aspecto concreto para llegar a ser un especialista útil y productivo. El problema no es tanto determinar específico sino lo común. Concretamente, ¿qué es lo que característico, si existe, de un arquitecto? O debería más bien disolverse la disciplina en miles de titulaciones del tipo: “Técnico proyectista de instalaciones de climatización sostenible en edificaciones de termoarcilla de menos de tres plantas, aisladas y situadas en zonas ventosas con clima mediterráneo y variantes debidas al agujero en la capa de ozono y/o el deshielo de los casquetes polares”
Lo cierto es que la respuesta no es fácil. El viejo chiste del arquitecto no suficientemente hombre para ser ingeniero de caminos ni suficientemente gay para ser diseñador, ha perdido la gracia para convertirse en profunda convicción de sectores amplísimos de la sociedad. Esto sí que es una crisis de identidad y no lo del PP o lo del Barca. No nos concentramos en encontrar la formulación precisa para lo intrínsecamente arquitectónico y ahora las vías de agua en el casco de la arquitectura provienen de innumerables campos: la ingeniería, el diseño, el proyect management, el control presupuestario, la construcción … Bolonia supone posiblemente nuestra última oportunidad para preguntarnos qué es lo que somos realmente y, como Silvester Stallone en Rambo, si somos o no prescindibles.

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