EMV versus IVIMA
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en abril de 2008"
Resulta realmente curioso y a la vez paradigmático el antagonismo de las estrategias de promoción y construcción de vivienda social que siguen en Madrid el Ayuntamiento con su EMV y la Comunidad con el IVIMA. La segunda centra sus actuaciones en lo cuantitativo. Lleva a cabo cada año cientos de viviendas cuyo único valor reside precisamente en eso: sus números, la cantidad de viviendas entregadas desde una gestión eficaz e implacable. No admite distracciones ni dudas que puedan apartarle de su único y vital objetivo: Construir la estadística. Por el contrario la EMV lleva ya muchos años apostando por cualificar sus propuestas. Para ello ha diseñado varios mecanismos: desde la convocatoria de ambiciosos concursos, premiando propuestas jóvenes que no se conforman con clonar por enésima vez el mismo modelo, hasta la contratación “a dedo” de estrellas del firmamento arquitectónico nacional e internacional, para desarrollar algunas de sus operaciones bandera.
Para evitar la tentación de lecturas políticas demasiado elementales, es justo señalar que estas dos formas de hacer de Comunidad y Ayuntamiento, no son asociables, directamente a Gallardón y Aguirre. Paradójicamente, al menos para mí, la EMV inició esta andadura arriesgada y acertada con el violetero Álvarez del Manzano y el IVIMA está enrocado en su impecable gestión desde los tiempos de Leguina. Con lo cual, supongo que los méritos y las culpas, se deben repartir en puestos más bajos del escalafón administrativo.
El encargo directo a arquitectos extranjeros asociados con estudios españoles ha sido quizás la estrategia más criticada de la EMV. Varios sectores de la opinión pública, entre los que destaca, ¡como no!, el de algunos arquitectos, elevaron su voz contra esta injusticia: la arbitrariedad de la contratación directa, las veleidades que se permitían a estas estrellas mediáticas y la relajación del marco normativo en que se desarrollaban los proyectos, fueron los tres argumentos más esgrimidos por los amarillos “compañeros”. Con resultado evidentemente muy desigual entre unas operaciones y otras, el resultado general es bastante positivo para todos: para la EMV, para Madrid y para la profesión en general. Incluidos los protestotes iniciales. Dejando de lado la calidad intrínseca e indudable de varias de estas edificaciones contratadas “a dedo”, razón, en si misma, más que suficiente para justificar su ejecución, el conjunto de las realizaciones de estas estrellas mediáticas han hecho un trabajo impagable con el conjunto de agentes que participan en la promoción: Han abierto los ojos, han ampliado las miras, han eliminado muchos miedos, resquemores y falsedades que se habían elevado a la categoría de verdades absolutas de la mano de una gestión eficaz. Esta nueva y sana ambición inyectada en la sangre de la sociedad adormecida y conformista, va teniendo, cada vez de forma más habitual, reflejo en los fallos de nuevos concursos y en la propuesta de nuevas iniciativas, donde ya no hace falta una figura de relumbrón para justificar y defender la decisión.
Acaban de finalizar las obras del edificio viviendas de Thom Mayne en Carabanchel. No es este uno de mis favoritos, dentro de la campaña diseñada por la EMV. La vivienda colectiva, y no digamos la vivienda social, se encuentra muy alejada del territorio habitual de estos cowboys, acostumbrados a cabalgar en horizontes mucho más amplios y libres (no habían ni proyectado ni construido hasta este edificio ninguna edificación residencial colectiva de bajo presupuesto). Es un tema arquitectónico realmente difícil, sobredeterminado y denso, donde hay poco espacio para gestos grandilocuentes excesivamente gratuitos. En este campo, estos gestos suenan demasiado a hueco, aunque pretendan teñirse de una pátina ecológico-sostenible en forma de pérgola vegetal. Esta oscura lectura californiana de la corrala madrileña (definición he leído estupefacto en algún artículo madrileño) desprende el tufillo de la arbitrariedad y de la falta de consistencia de la que tantas veces nos acusan a los arquitectos.
La pétrea propuesta de Chipperfield en Villaverde, “alegrada” por su vibrante variación del ritmo de huecos verticales en cada planta, teóricamente respondiendo a la distribución interior de la roca, tiene desde luego más solidez. Aunque tiene el inglés, el defecto (la virtud estimarán algunos) de quedarse siempre en un punto intermedio, ni nuevo ni viejo, ni local ni global,… Cero grados, ni frío ni calor, como aquel viejo chiste de Morán. Personalmente, creo que Chipperfield asume y da por válidas demasiado pronto, demasiadas cuestiones que necesitan ser revisadas. Simplifica los problemas. Luego, claro está, la simpleza de la solución, se presenta como obvia, y la llaman “Minimalismo Denso”. Y la verdad es que tiene muy poco de cualquiera las dos cosas.
Desde mi punto de vista, dos de las propuestas más interesantes son las de los holandeses MRVDV para Sanchinarro. El “apilamiento” de tipos de viviendas diferentes, que manejan en el edificio mirador, supone, en primer lugar, el reconocimiento de la diversidad de la configuraciones posibles del espacio de la vivienda que demanda la sociedad, superando el rácano esquema, heredado y obsoleto, de dos o tres dormitorios, con 2,50 m de altura libre. Por otra parte, resulta reconfortante, que un edificio de vivienda social, pueda erigirse como referencia urbana de un barrio monótono, en lugar de hacer recaer esta necesaria misión sobre los edificios de oficinas. La segunda propuesta de los holandeses para Sanchinarro, la manzana horadada, con espacios exteriores ajardinados para las viviendas en todas sus plantas y en todo su desarrollo, también parece un nuevo concepto poderoso que hará tambalearse el hermetismo de patio de manzana oscuro y aislado. Veremos como acaba la obra.
Hay muchos otros. En particular los de muchos arquitectos españoles: el internacional Zaera y su sobrio paralelepípedo de bambú; la elegante e inteligente manzana de González y Gallegos; Nieto y Sobejano, … Y muchos otros arquitectos, jóvenes y menos conocidos aun, que han sabido y podido aprovechar la brecha abierta por estas estrellas para, por la vía de los concursos, introducir lenta y trabajosamente sus ideas en este difícil territorio de la vivienda social, sin duda el más importante de cara a la configuración física de la ciudad.
Frente a todo esto, el IVIMA, presenta exclusivamente su gestión, su fría estadística. Demasiado poco. Hasta las iniciativas que yo o cualquiera pudiera criticar como intento fallido, tienen infinitamente más valor que el falsamente inapelable “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Es más: Hay dos puntos de inercia máxima del tejido residencial que hay que conseguir romper todavía. Uno correspondiente a la pequeña escala y el otro a la grande.
Los programas de distribución interior de las viviendas tienen que cambiar y adaptarse a la realidad social. La gente ya no vive como antes. No quiere y no puede. Aunque, a veces, ni ella misma se dé cuenta y plantée una fuerte resistencia al cambio. Por ejemplo: La propuesta de los llamados minipisos de la denostada ministra Trujillo, fue tachada demasiado rápido de absurda. Nunca entendí el motivo. Y desde lo grande: La edificación no puede pelear eternamente contra el urbanismo. El planeamiento también tiene que cambiar. La variable económica de la ecuación urbanística no es única; ni siquiera la más importante. Constatado que el modelo no funciona hay otras fórmulas que debemos ir probando: Sociópolis de Vicente Guallart en Valencia es un excelente ejemplo. O, aunque alguien pudiera sorprenderse, el planteamiento urbanístico del Pocero en Seseña, no me parece nada desdeñable: una mini ciudad autónoma, en mitad de la nada, equipada, comunicada y densa. Pelotazos, corruptelas y demagogias aparte, desde el punto de vista estrictamente arquitectónico me interesa mucho más que los PAUs. En cualquier caso, parece que ahora el pobre no vende ni un trastero.
Resulta realmente curioso y a la vez paradigmático el antagonismo de las estrategias de promoción y construcción de vivienda social que siguen en Madrid el Ayuntamiento con su EMV y la Comunidad con el IVIMA. La segunda centra sus actuaciones en lo cuantitativo. Lleva a cabo cada año cientos de viviendas cuyo único valor reside precisamente en eso: sus números, la cantidad de viviendas entregadas desde una gestión eficaz e implacable. No admite distracciones ni dudas que puedan apartarle de su único y vital objetivo: Construir la estadística. Por el contrario la EMV lleva ya muchos años apostando por cualificar sus propuestas. Para ello ha diseñado varios mecanismos: desde la convocatoria de ambiciosos concursos, premiando propuestas jóvenes que no se conforman con clonar por enésima vez el mismo modelo, hasta la contratación “a dedo” de estrellas del firmamento arquitectónico nacional e internacional, para desarrollar algunas de sus operaciones bandera.
Para evitar la tentación de lecturas políticas demasiado elementales, es justo señalar que estas dos formas de hacer de Comunidad y Ayuntamiento, no son asociables, directamente a Gallardón y Aguirre. Paradójicamente, al menos para mí, la EMV inició esta andadura arriesgada y acertada con el violetero Álvarez del Manzano y el IVIMA está enrocado en su impecable gestión desde los tiempos de Leguina. Con lo cual, supongo que los méritos y las culpas, se deben repartir en puestos más bajos del escalafón administrativo.
El encargo directo a arquitectos extranjeros asociados con estudios españoles ha sido quizás la estrategia más criticada de la EMV. Varios sectores de la opinión pública, entre los que destaca, ¡como no!, el de algunos arquitectos, elevaron su voz contra esta injusticia: la arbitrariedad de la contratación directa, las veleidades que se permitían a estas estrellas mediáticas y la relajación del marco normativo en que se desarrollaban los proyectos, fueron los tres argumentos más esgrimidos por los amarillos “compañeros”. Con resultado evidentemente muy desigual entre unas operaciones y otras, el resultado general es bastante positivo para todos: para la EMV, para Madrid y para la profesión en general. Incluidos los protestotes iniciales. Dejando de lado la calidad intrínseca e indudable de varias de estas edificaciones contratadas “a dedo”, razón, en si misma, más que suficiente para justificar su ejecución, el conjunto de las realizaciones de estas estrellas mediáticas han hecho un trabajo impagable con el conjunto de agentes que participan en la promoción: Han abierto los ojos, han ampliado las miras, han eliminado muchos miedos, resquemores y falsedades que se habían elevado a la categoría de verdades absolutas de la mano de una gestión eficaz. Esta nueva y sana ambición inyectada en la sangre de la sociedad adormecida y conformista, va teniendo, cada vez de forma más habitual, reflejo en los fallos de nuevos concursos y en la propuesta de nuevas iniciativas, donde ya no hace falta una figura de relumbrón para justificar y defender la decisión.
Acaban de finalizar las obras del edificio viviendas de Thom Mayne en Carabanchel. No es este uno de mis favoritos, dentro de la campaña diseñada por la EMV. La vivienda colectiva, y no digamos la vivienda social, se encuentra muy alejada del territorio habitual de estos cowboys, acostumbrados a cabalgar en horizontes mucho más amplios y libres (no habían ni proyectado ni construido hasta este edificio ninguna edificación residencial colectiva de bajo presupuesto). Es un tema arquitectónico realmente difícil, sobredeterminado y denso, donde hay poco espacio para gestos grandilocuentes excesivamente gratuitos. En este campo, estos gestos suenan demasiado a hueco, aunque pretendan teñirse de una pátina ecológico-sostenible en forma de pérgola vegetal. Esta oscura lectura californiana de la corrala madrileña (definición he leído estupefacto en algún artículo madrileño) desprende el tufillo de la arbitrariedad y de la falta de consistencia de la que tantas veces nos acusan a los arquitectos.
La pétrea propuesta de Chipperfield en Villaverde, “alegrada” por su vibrante variación del ritmo de huecos verticales en cada planta, teóricamente respondiendo a la distribución interior de la roca, tiene desde luego más solidez. Aunque tiene el inglés, el defecto (la virtud estimarán algunos) de quedarse siempre en un punto intermedio, ni nuevo ni viejo, ni local ni global,… Cero grados, ni frío ni calor, como aquel viejo chiste de Morán. Personalmente, creo que Chipperfield asume y da por válidas demasiado pronto, demasiadas cuestiones que necesitan ser revisadas. Simplifica los problemas. Luego, claro está, la simpleza de la solución, se presenta como obvia, y la llaman “Minimalismo Denso”. Y la verdad es que tiene muy poco de cualquiera las dos cosas.
Desde mi punto de vista, dos de las propuestas más interesantes son las de los holandeses MRVDV para Sanchinarro. El “apilamiento” de tipos de viviendas diferentes, que manejan en el edificio mirador, supone, en primer lugar, el reconocimiento de la diversidad de la configuraciones posibles del espacio de la vivienda que demanda la sociedad, superando el rácano esquema, heredado y obsoleto, de dos o tres dormitorios, con 2,50 m de altura libre. Por otra parte, resulta reconfortante, que un edificio de vivienda social, pueda erigirse como referencia urbana de un barrio monótono, en lugar de hacer recaer esta necesaria misión sobre los edificios de oficinas. La segunda propuesta de los holandeses para Sanchinarro, la manzana horadada, con espacios exteriores ajardinados para las viviendas en todas sus plantas y en todo su desarrollo, también parece un nuevo concepto poderoso que hará tambalearse el hermetismo de patio de manzana oscuro y aislado. Veremos como acaba la obra.
Hay muchos otros. En particular los de muchos arquitectos españoles: el internacional Zaera y su sobrio paralelepípedo de bambú; la elegante e inteligente manzana de González y Gallegos; Nieto y Sobejano, … Y muchos otros arquitectos, jóvenes y menos conocidos aun, que han sabido y podido aprovechar la brecha abierta por estas estrellas para, por la vía de los concursos, introducir lenta y trabajosamente sus ideas en este difícil territorio de la vivienda social, sin duda el más importante de cara a la configuración física de la ciudad.
Frente a todo esto, el IVIMA, presenta exclusivamente su gestión, su fría estadística. Demasiado poco. Hasta las iniciativas que yo o cualquiera pudiera criticar como intento fallido, tienen infinitamente más valor que el falsamente inapelable “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Es más: Hay dos puntos de inercia máxima del tejido residencial que hay que conseguir romper todavía. Uno correspondiente a la pequeña escala y el otro a la grande.
Los programas de distribución interior de las viviendas tienen que cambiar y adaptarse a la realidad social. La gente ya no vive como antes. No quiere y no puede. Aunque, a veces, ni ella misma se dé cuenta y plantée una fuerte resistencia al cambio. Por ejemplo: La propuesta de los llamados minipisos de la denostada ministra Trujillo, fue tachada demasiado rápido de absurda. Nunca entendí el motivo. Y desde lo grande: La edificación no puede pelear eternamente contra el urbanismo. El planeamiento también tiene que cambiar. La variable económica de la ecuación urbanística no es única; ni siquiera la más importante. Constatado que el modelo no funciona hay otras fórmulas que debemos ir probando: Sociópolis de Vicente Guallart en Valencia es un excelente ejemplo. O, aunque alguien pudiera sorprenderse, el planteamiento urbanístico del Pocero en Seseña, no me parece nada desdeñable: una mini ciudad autónoma, en mitad de la nada, equipada, comunicada y densa. Pelotazos, corruptelas y demagogias aparte, desde el punto de vista estrictamente arquitectónico me interesa mucho más que los PAUs. En cualquier caso, parece que ahora el pobre no vende ni un trastero.
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