sábado, noviembre 14, 2009

La ciudad dentro de la ciudad: Por favor, pasen y vean


"Autora: María Fullaondo; publicado en soitu.es en marzo de 2008"

La mayoría de los europeos, cuando visitamos una ciudad, no solemos entrar en los edificios; nos limitamos a entrar en los museos, en el hotel o la casa en donde dormimos y a alguna que otra tienda. Paseamos y recorremos la calle observando y contemplando el exterior de la ciudad. En Manhattan, al igual que ocurre en muchas urbes japonesas como Tokio, los límites entre el espacio vivido o privado y el espacio social o público están desdibujados. Los vestíbulos o “lobbies” de los edificios de oficinas se convierten en espacios intermedios, en conectores urbanos entre dos mundos diferentes o separados a priori. Son espacios semipúblicos, sistemas de conexión que transfieren la propiedad de la calle a los residentes locales. Junto a eso, son muchos los que defienden la necesidad de crear nuevos espacios culturales en el montaje urbano contemporáneo. Como consecuencia de estos dos aspectos, cada vez son más las grandes y medianas empresas que utilizan los vestíbulos de sus sedes como marcos para mostrar al mundo sus colecciones particulares y, al mismo tiempo, hacer más visible al edificio dentro de la ciudad.

La Lever House, al igual que el Seagram Building, fue uno de los primeros edificios modernos en separarse de la alineación de la calle, creando una plaza exterior que origina un espacio continuo o de transición entre calle, plaza o patio y lobby. Lo que es externo es al mismo tiempo interno y el interior expresa apertura hacia el exterior. Este edificio, del arquitecto Gordon Bunshaft (SOM), desde hace algún tiempo, dedica su vestíbulo de Park Avenue a instalaciones y exposiciones temporales. La última de ellas, inaugurada el pasado noviembre se le encargó al polémico artista británico, Damien Hirst que, curiosamente, es también, el autor de la gigantesca escultura “Virgin Mother” que domina la plaza. Bajo el título: "School: The Archaeology of Lost Desires, Comprehending Infinity, and the Search for Knowledge," (Escuela: La Arqueología de los Deseos Perdidos, Comprendiendo el Infinito, y la Busqueda del Conocimiento), el vestíbulo de planta calle se transforma temporalmente en un aula de una escuela, donde el vidrio adquiere un papel protagonista. Los pupitres se sustituyen por 30 peceras que, en lugar de peces, contienen corderos muertos. El límite norte, paralelo a la calle 54, se reserva para el material escolar, representado mediante 15 botiquines de vidrio repletos de botes, frascos, utensilios y todo tipo de medicamentos. El “profesor” preside el espacio a través de otra pecera mucho mayor y dispuesta verticalmente. En el extremo opuesto se nos presenta la pizarra, repleta de anotaciones. Toda la instalación es un guiño al arte moderno; recuerdos a Dan Flavin, Andy Warhol, Joseph Cornell, René Magritte, Jannis Kounelllis, Joseph Beuys, etc. El arte inunda el edificio y a la ciudad. Al margen de la calidad artística de la obra, que sería argumento suficiente para otro escrito, lo que resulta interesante es la relación con el entorno, con el edificio que lo acoge y con el transeúnte o residente de la ciudad. La Lever House, con esta iniciativa de autopromoción, consigue proyectar un espacio de intercambio de cultura dentro de una zona urbana. Resultaría prácticamente imposible ir paseando por Park y no detenerse ante un depósito de vidrio de casi 4 metros de altura en donde aparecen sumergidos dos grandes trozos de vaca, una silla, un paraguas, unas salchichas y una pajarera con una paloma muerta. Tras esa provocación, recurso habitual de Hirst, se esconde también una comprensión y sensibilidad admirables del fenómeno urbano neoyorkino. La instalación, tal y como explica el autor, evoca las aulas de un colegio, pero al mismo tiempo, nos recuerda la retícula de Manhattan, potenciando esa idea de espacio intermedio, zona de amortiguación, de tránsito, presentes en toda la ciudad. Una instalación como si de muñecas rusas se tratase, las peceras dentro de las peceras, el vidrio dentro del vidrio, la cultura dentro de la ciudad.

Ahora bien, la culminación y apoteosis del concepto de media-space se materializa en otra localización de Nueva York, en el número 320 E de la calle 43 (entre la 2ª y 1ª avenida), donde se erige la Fundación Ford de los arquitectos americanos Kevin Roche y John Dinkeloo. Aquí, el lobby deja de ser una pieza más dentro de un programa arquitectónico para convertirse en el espacio con mayúsculas. El exterior constituye también un trabajo magistral, desde el cual es casi imposible imaginar la otra ciudad que emerge entre sus fachadas. Un invernadero-acuario, aislado, que se manifiesta como transito al edificio de oficinas que lo rodea y la ciudad que lo acoge. Un acuario mágico, materno, donde el espacio parece que se autoordene dentro de otro espacio privado mayor. El soberbio dominio y manejo de la escala se manifiesta en una constante bifocalidad en todos los órdenes.

No soy muy partidaria de la lista de la compra cuando se viaja y, menos en una ciudad como Nueva York, en donde todo lo turístico es absolutamente recomendable (incluso la Estatua de la Libertad vale la pena aunque sólo sea por la vista durante el trayecto en barco.) Sin embargo, la Fundación Ford debería ser una visita obligada para cualquiera que viaje a NY (conviene entrar por la puerta de la calle 42 y salir por la 43). Contemplándolo, se pueden entender muchas de las razones que hacen que esta ciudad sea diferente pero, sobre todo, edificios como este contribuyen a acrecentar el magnetismo de NY. Y de la arquitectura.

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