Enhorabuena Messieurs les architectes Herzog et De Meuron
"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero 2008"
El día 14 de febrero se inauguró el nuevo Caixa Forum Madrid, en el solar de la antigua Central Eléctrica del Mediodía del Paseo del Prado. Podría escribir unas sesudas líneas dirigidas a profesionales que analizaran las características de esta compleja obra de los suizos Herzog y De Meuron. Tristemente no son frecuentes en la capital operaciones de esta calidad. Pero no. He decidido que a través de este excelente ejemplo intentaré exponer al lector menos entendido, al usuario general de la ciudad, aquellos temas con los que los arquitectos nos devanamos los sesos. En muy pocas ocasiones conseguimos resolver con el acierto suficiente ésta, nuestra propia y endogámica ecuación, como para que sea apreciada por el público general. Lo que provoca, lógicamente, que nos veamos sometidos a críticas parciales aunque no necesariamente equivocadas del tipo: “Pues a mí, me parece horroroso”, o, en sentido contrario, “¡Qué chulo!”.
El primer toro con el que tienen que lidiar los suizos, es el llamado patrimonio histórico artístico. Muchos edificios antiguos, quizás demasiados, están protegidos de forma total o parcial por la administración, con la intención comprensible y acertada de preservar la parte más significativa de nuestra historia. La actuación sobre ellos está por lo tanto limitada por la conservación de aquellos elementos que se considera han pasado a formar parte de la memoria colectiva. Es el caso de la fachada de la Central Eléctrica, ejemplo casi único de arquitectura industrial de principios del siglo XX en el interior de la ciudad. Este severo condicionante del proyecto, se podría haber asumido sin más, como es frecuente en numerosas rehabilitaciones insulsas. Con el mero hecho de recuperar absurdamente con materiales actuales elementos arquitectónicos del pasado ya deteriorados, creen haber salvado la historia de la arquitectura. Realmente lo que consiguen es aburrirnos, dilapidar recursos en oficios y artes extintos, mentir haciendo que algo nuevo parezca antiguo y, lo más grave, confundir al personal, identificando la calidad arquitectónica con la repetición de modelos históricos. Herzog y De Meuron no han caído en esta ingenuidad o perversidad, según se prefiera. Inteligentemente reconocen e incorporan los valores que la antigua fachada de ladrillo de la central tiene, en sí misma y para la memoria del barrio, y los amplifican mediante dos rotundas operaciones.
Completan su configuración primitiva hasta las líneas de cornisa. Lo hacen con ladrillo, actual por supuesto, sin esfuerzos de mimesis inútiles con las piezas originales. Y la hacen chocar dramáticamente con la ampliación volumétrica contemporánea de las plantas superiores, que se revisten, para evitar equívocos, de acero cortén, un material absolutamente distinto. Al igual que el blanco es más blanco cuando lo enfrentamos al negro, esta operación de yuxtaposición casi brutal de dos operaciones contrarias, lejos de disturbar la percepción, nos hace apreciar con mayor claridad los valores singulares de cada una de las partes. Algo parecido puede afirmarse de los dos únicos huecos abiertos en la fachada de ladrillo al Paseo del Prado: En lugar de aprovechar alguna de las ventanas de la fábrica, se colocan siguiendo la geometría del mundo de las plantas nuevas. Esta decisión nos hace ser conscientes automáticamente del ritmo de huecos ciegos de la antigua fábrica.
La segunda operación que hacen los arquitectos con la fachada protegida es separarla del suelo. Descontextualizarla, diríamos entre nosotros. Eso ya no es la fachada de la central eléctrica. Es otra cosa; es el recuerdo de aquella fábrica, el recuerdo de aquella forma de hacer arquitectura, el recuerdo de cómo era la ciudad. Es una pieza de museo que conservamos intencionadamente en una urna invisible, elevada, para ser contemplada y apreciada como tal.
El espacio urbano es el segundo gran morlaco que les han soltado a Herzog y De Meuron. Un solar endemoniadamente pequeño, topográficamente muy complejo, y dentro de un tejido urbano de calles muy estrechas que dificulta enormemente la implantación de una gran dotación como el Caixa Forum. De nuevo este condicionante podría haber sido utilizado como excusa para justificar una actuación más tímida. Pero no es ésta la forma de hacer de los arquitectos y de nuevo, invierten la dificultad hasta convertirla en otro acierto del proyecto. Desde mi punto de vista el más importante. La solución a la escasez de sitio en el perímetro es sorprendente por su simpleza y efectividad: levantar todo el edificio, generando una gran plaza pública bajo el mismo, en continuidad con las aceras de las calles colindantes. Este nuevo espacio público libre, consigue unirse con la superficie de la antigua gasolinera ubicada en el frente al Paseo del Prado, que inteligentemente no utilizan, con la Plaza de las Letras y con la plaza situada frente a la antigua Serrería Belga, para crear un acceso peatonal, amplio, rico y variado desde el Salón del Prado hacia el Barrio de las Letras. El Caixa Forum flotante consigue establecer con enorme naturalidad una excelente y sutil transición que salva la discontinuidad, infranqueable hasta ahora, entre ambos tejidos urbanos antagónicos.
Debo decir que, sin embargo, no me convence la fuente escalonada que ha aparecido durante la obra en la parte trasera de la plaza bajo el edificio, ya que corta la continuidad física de todo el conjunto con un elemento ornamental completamente prescindible. Pero sospecho, ya que no estaba en la propuesta inicial del proyecto que pude conocer, que su colocación debe explicarse por una, quizás precipitada, respuesta a algún requerimiento municipal que alertara de posibles pendientes excesivas en algún pavimento o de alturas libres insuficientes en el espacio público. Las excepciones a la norma, también son necesarias, señores.
Pero sigamos. Tercer toro de la tarde. Decía Oscar Tusquets hace ya muchos años, que la normativa contra incendios había terminado con un elemento arquitectónico, que nos ha proporcionado momentos excepcionales en la historia de la arquitectura: la escalera. Es absolutamente acertado su juicio. Las estrictas condiciones de evacuación, han convertido aquellas hermosas esculturas ascendentes, que cosían y comunicaban los edificios en sentido vertical, en espacios mínimos, herméticos, escondidos (aunque muy bien señalizados), donde el margen de maniobra para el arquitecto es más reducido que el que tiene en el diseño de una cabina de aseo adaptada para minusválidos. Salvo excepciones, por supuesto; como en este caso. Otra vez, Herzog y De Meuron han hecho protagonista a la dificultad, a la limitación. Tanto la escalera de acceso principal desde la plaza, como, sobretodo, la gaudiniana escalera de comunicación interior de las plantas del Caixa Forum, son los espacios interiores más ricos, más expresivos del interior del sólido volumen. No recuerdo hace cuanto tiempo que no veía a todo el mundo, niños y mayores, asomados a la barandilla de una escalera para sentir ese suave vértigo que nos produce la repetición perspectiva casi infinita de los distintos tramos de su trazado. Sí. Ya me acuerdo: en la rampa Guggenheim de Nueva York, por supuesto.
Todas las decisiones, sobretodo las acertadas, conllevan renuncias. En las dos salas de exposición propiamente dichas, nuestros toreros suizos se limitan a hacer una faena de aliño al cuarto de la tarde. Salas amplias, altas, diáfanas, preparadas para que la exposición de turno les confiera el carácter al que ellas voluntariamente han renunciado. Sin esfuerzos por introducir la sobrevalorada luz natural, neutras, isotrópicas, conscientes de su papel secundario. Digamos que en estos espacios, la arquitectura, hasta este momento orgullosa protagonista, se toma un descanso, cediendo los trastos a lo expuesto.
No hay quinto malo, dicen. Lo cierto es que Herzog y De Meuron construyen muy bien. Las pieles con que revisten sus edificios, con materiales nuevos o con nuevas forma de trabajar materiales tradicionales son sorprendentes. Acostumbran a exprimir, para cada uno de sus proyectos, las posibilidades físicas de un solo material; llevándolo hasta su límite, hasta su máxima capacidad expresiva. Fue el plástico/vidrio en el Prada de Tokio, o el grueso revoco azul del Forum de Barcelona. En Madrid le ha tocado el turno al acero cortén. Liso y puntillísticamente perforado. No sé si para tamizar la rotunda luz exterior de Madrid en algunos interiores o, a la inversa, para generar una vibrante y matizada imagen exterior nocturna. También están sus solados de acero inoxidable, la estructura metálica vista, el falso techo poliédrico de la plaza pública, la madera en los auditorios y la sugerente malla metálica ondulada de sus paredes, etc… En resumen, una lección en cuanto a la utilización diferente, textural si se quiere, de la construcción: expresiva a la vez que funcional; arriesgada pero no insensata; sincera pero no ingenua; acabada pero no relamida.
El jardín vertical de Patrick Blanc se merece cerrar esta magnífica corrida. Desconozco que porcentaje de paternidad tienen Herzog y De Meuron en la concepción, ejecución o selección del excelente jardín vertical que se adosa a la medianera que delimita la plaza de acceso desde el Paseo del Prado. Pero lo cierto es que podría ser otra de sus pieles con un material llevado a su límite. Lo cierto es que, en un solar tan angosto, no hay mejor respuesta verde al rico arbolado del Paseo del Prado. Lo cierto es que convierte esa plaza en el espacio verde urbano más contemporáneo y rico que conozco. Lo cierto es que, con más planteamientos así de interesantes, las demagógicas baronesas no sabrían bien a qué encadenarse.
Son muchos factores los que deben hacerse coincidir para hacer un gran ejercicio de arquitectura. Desde luego no basta con concebir algo bonito. La funcionalidad del edificio, como el valor en la mili, se presupone, no es un valor añadido. Tampoco es suficiente con recurrir a eslogans o imágenes reconocibles y publicitarias. Virtualidad e interactividad son exclusivamente aspectos parciales y balbuceantes de una realidad más amplia. La adopción de valores en boga o políticamente correctos como la sostenibilidad no es una fórmula universal. Hacer arquitectura consiste en encontrar ese sistema espacial abierto y complejo que da respuesta formal a muchas de éstas y otras cuestiones, que cristaliza en raras ocasiones y nos habla, ahora físicamente, de cómo fue concebido. Enhorabuena Messieurs les architectes.
El día 14 de febrero se inauguró el nuevo Caixa Forum Madrid, en el solar de la antigua Central Eléctrica del Mediodía del Paseo del Prado. Podría escribir unas sesudas líneas dirigidas a profesionales que analizaran las características de esta compleja obra de los suizos Herzog y De Meuron. Tristemente no son frecuentes en la capital operaciones de esta calidad. Pero no. He decidido que a través de este excelente ejemplo intentaré exponer al lector menos entendido, al usuario general de la ciudad, aquellos temas con los que los arquitectos nos devanamos los sesos. En muy pocas ocasiones conseguimos resolver con el acierto suficiente ésta, nuestra propia y endogámica ecuación, como para que sea apreciada por el público general. Lo que provoca, lógicamente, que nos veamos sometidos a críticas parciales aunque no necesariamente equivocadas del tipo: “Pues a mí, me parece horroroso”, o, en sentido contrario, “¡Qué chulo!”.
El primer toro con el que tienen que lidiar los suizos, es el llamado patrimonio histórico artístico. Muchos edificios antiguos, quizás demasiados, están protegidos de forma total o parcial por la administración, con la intención comprensible y acertada de preservar la parte más significativa de nuestra historia. La actuación sobre ellos está por lo tanto limitada por la conservación de aquellos elementos que se considera han pasado a formar parte de la memoria colectiva. Es el caso de la fachada de la Central Eléctrica, ejemplo casi único de arquitectura industrial de principios del siglo XX en el interior de la ciudad. Este severo condicionante del proyecto, se podría haber asumido sin más, como es frecuente en numerosas rehabilitaciones insulsas. Con el mero hecho de recuperar absurdamente con materiales actuales elementos arquitectónicos del pasado ya deteriorados, creen haber salvado la historia de la arquitectura. Realmente lo que consiguen es aburrirnos, dilapidar recursos en oficios y artes extintos, mentir haciendo que algo nuevo parezca antiguo y, lo más grave, confundir al personal, identificando la calidad arquitectónica con la repetición de modelos históricos. Herzog y De Meuron no han caído en esta ingenuidad o perversidad, según se prefiera. Inteligentemente reconocen e incorporan los valores que la antigua fachada de ladrillo de la central tiene, en sí misma y para la memoria del barrio, y los amplifican mediante dos rotundas operaciones.
Completan su configuración primitiva hasta las líneas de cornisa. Lo hacen con ladrillo, actual por supuesto, sin esfuerzos de mimesis inútiles con las piezas originales. Y la hacen chocar dramáticamente con la ampliación volumétrica contemporánea de las plantas superiores, que se revisten, para evitar equívocos, de acero cortén, un material absolutamente distinto. Al igual que el blanco es más blanco cuando lo enfrentamos al negro, esta operación de yuxtaposición casi brutal de dos operaciones contrarias, lejos de disturbar la percepción, nos hace apreciar con mayor claridad los valores singulares de cada una de las partes. Algo parecido puede afirmarse de los dos únicos huecos abiertos en la fachada de ladrillo al Paseo del Prado: En lugar de aprovechar alguna de las ventanas de la fábrica, se colocan siguiendo la geometría del mundo de las plantas nuevas. Esta decisión nos hace ser conscientes automáticamente del ritmo de huecos ciegos de la antigua fábrica.
La segunda operación que hacen los arquitectos con la fachada protegida es separarla del suelo. Descontextualizarla, diríamos entre nosotros. Eso ya no es la fachada de la central eléctrica. Es otra cosa; es el recuerdo de aquella fábrica, el recuerdo de aquella forma de hacer arquitectura, el recuerdo de cómo era la ciudad. Es una pieza de museo que conservamos intencionadamente en una urna invisible, elevada, para ser contemplada y apreciada como tal.
El espacio urbano es el segundo gran morlaco que les han soltado a Herzog y De Meuron. Un solar endemoniadamente pequeño, topográficamente muy complejo, y dentro de un tejido urbano de calles muy estrechas que dificulta enormemente la implantación de una gran dotación como el Caixa Forum. De nuevo este condicionante podría haber sido utilizado como excusa para justificar una actuación más tímida. Pero no es ésta la forma de hacer de los arquitectos y de nuevo, invierten la dificultad hasta convertirla en otro acierto del proyecto. Desde mi punto de vista el más importante. La solución a la escasez de sitio en el perímetro es sorprendente por su simpleza y efectividad: levantar todo el edificio, generando una gran plaza pública bajo el mismo, en continuidad con las aceras de las calles colindantes. Este nuevo espacio público libre, consigue unirse con la superficie de la antigua gasolinera ubicada en el frente al Paseo del Prado, que inteligentemente no utilizan, con la Plaza de las Letras y con la plaza situada frente a la antigua Serrería Belga, para crear un acceso peatonal, amplio, rico y variado desde el Salón del Prado hacia el Barrio de las Letras. El Caixa Forum flotante consigue establecer con enorme naturalidad una excelente y sutil transición que salva la discontinuidad, infranqueable hasta ahora, entre ambos tejidos urbanos antagónicos.
Debo decir que, sin embargo, no me convence la fuente escalonada que ha aparecido durante la obra en la parte trasera de la plaza bajo el edificio, ya que corta la continuidad física de todo el conjunto con un elemento ornamental completamente prescindible. Pero sospecho, ya que no estaba en la propuesta inicial del proyecto que pude conocer, que su colocación debe explicarse por una, quizás precipitada, respuesta a algún requerimiento municipal que alertara de posibles pendientes excesivas en algún pavimento o de alturas libres insuficientes en el espacio público. Las excepciones a la norma, también son necesarias, señores.
Pero sigamos. Tercer toro de la tarde. Decía Oscar Tusquets hace ya muchos años, que la normativa contra incendios había terminado con un elemento arquitectónico, que nos ha proporcionado momentos excepcionales en la historia de la arquitectura: la escalera. Es absolutamente acertado su juicio. Las estrictas condiciones de evacuación, han convertido aquellas hermosas esculturas ascendentes, que cosían y comunicaban los edificios en sentido vertical, en espacios mínimos, herméticos, escondidos (aunque muy bien señalizados), donde el margen de maniobra para el arquitecto es más reducido que el que tiene en el diseño de una cabina de aseo adaptada para minusválidos. Salvo excepciones, por supuesto; como en este caso. Otra vez, Herzog y De Meuron han hecho protagonista a la dificultad, a la limitación. Tanto la escalera de acceso principal desde la plaza, como, sobretodo, la gaudiniana escalera de comunicación interior de las plantas del Caixa Forum, son los espacios interiores más ricos, más expresivos del interior del sólido volumen. No recuerdo hace cuanto tiempo que no veía a todo el mundo, niños y mayores, asomados a la barandilla de una escalera para sentir ese suave vértigo que nos produce la repetición perspectiva casi infinita de los distintos tramos de su trazado. Sí. Ya me acuerdo: en la rampa Guggenheim de Nueva York, por supuesto.
Todas las decisiones, sobretodo las acertadas, conllevan renuncias. En las dos salas de exposición propiamente dichas, nuestros toreros suizos se limitan a hacer una faena de aliño al cuarto de la tarde. Salas amplias, altas, diáfanas, preparadas para que la exposición de turno les confiera el carácter al que ellas voluntariamente han renunciado. Sin esfuerzos por introducir la sobrevalorada luz natural, neutras, isotrópicas, conscientes de su papel secundario. Digamos que en estos espacios, la arquitectura, hasta este momento orgullosa protagonista, se toma un descanso, cediendo los trastos a lo expuesto.
No hay quinto malo, dicen. Lo cierto es que Herzog y De Meuron construyen muy bien. Las pieles con que revisten sus edificios, con materiales nuevos o con nuevas forma de trabajar materiales tradicionales son sorprendentes. Acostumbran a exprimir, para cada uno de sus proyectos, las posibilidades físicas de un solo material; llevándolo hasta su límite, hasta su máxima capacidad expresiva. Fue el plástico/vidrio en el Prada de Tokio, o el grueso revoco azul del Forum de Barcelona. En Madrid le ha tocado el turno al acero cortén. Liso y puntillísticamente perforado. No sé si para tamizar la rotunda luz exterior de Madrid en algunos interiores o, a la inversa, para generar una vibrante y matizada imagen exterior nocturna. También están sus solados de acero inoxidable, la estructura metálica vista, el falso techo poliédrico de la plaza pública, la madera en los auditorios y la sugerente malla metálica ondulada de sus paredes, etc… En resumen, una lección en cuanto a la utilización diferente, textural si se quiere, de la construcción: expresiva a la vez que funcional; arriesgada pero no insensata; sincera pero no ingenua; acabada pero no relamida.
El jardín vertical de Patrick Blanc se merece cerrar esta magnífica corrida. Desconozco que porcentaje de paternidad tienen Herzog y De Meuron en la concepción, ejecución o selección del excelente jardín vertical que se adosa a la medianera que delimita la plaza de acceso desde el Paseo del Prado. Pero lo cierto es que podría ser otra de sus pieles con un material llevado a su límite. Lo cierto es que, en un solar tan angosto, no hay mejor respuesta verde al rico arbolado del Paseo del Prado. Lo cierto es que convierte esa plaza en el espacio verde urbano más contemporáneo y rico que conozco. Lo cierto es que, con más planteamientos así de interesantes, las demagógicas baronesas no sabrían bien a qué encadenarse.
Son muchos factores los que deben hacerse coincidir para hacer un gran ejercicio de arquitectura. Desde luego no basta con concebir algo bonito. La funcionalidad del edificio, como el valor en la mili, se presupone, no es un valor añadido. Tampoco es suficiente con recurrir a eslogans o imágenes reconocibles y publicitarias. Virtualidad e interactividad son exclusivamente aspectos parciales y balbuceantes de una realidad más amplia. La adopción de valores en boga o políticamente correctos como la sostenibilidad no es una fórmula universal. Hacer arquitectura consiste en encontrar ese sistema espacial abierto y complejo que da respuesta formal a muchas de éstas y otras cuestiones, que cristaliza en raras ocasiones y nos habla, ahora físicamente, de cómo fue concebido. Enhorabuena Messieurs les architectes.
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