lunes, noviembre 09, 2009

Higueras: Exceso en tiempos mínimos


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero 2008"

Mi generación no ha conocido a Fernando Higueras. La confusión en la que se ven inmersas nuestras cabezas al contemplar sucesivamente su propuesta para Montecarlo de año 69 y las fotos que aparecen en la prensa de la nueva “catedral” de Pozuelo, es demasiado grande. Al mismo tiempo, de forma extrañísimamente unánime, dada la voracidad con la que nos devoramos unos a otros en nuestra amada profesión, todos sus coetáneos coinciden en señalarle como el arquitecto con más talento que produjo España en los años 60. Su nominación al primer premio Pritzker, allá en los primeros 80, confirma esta misma percepción en el panorama internacional. Por lo tanto, estoy de seguro de que son ellos los que tienen razón, y de que algo me he perdido para poder valorar a este enorme personaje.
Intuyo que ese algo debe rondar entorno a su personalidad y actitud excesiva en todos los campos desde el inicio de su carrera. Intuyo que ese algo tiene que ver con su inconformismo. Intuyo que el magnetismo que debía desprender su figura, recordaba a todos los que le rodeaban cual era la auténtica naturaleza de sus actos y de sus obras. Intuyo que se convirtió rápidamente en un mito, en una leyenda. Y como Will Smith solitario, sintiéndose rodeado de vampiros, él mismo afirmó, demasiado joven tal vez: Soy Leyenda.
Con la ventaja critica que nos dan los 40 años transcurridos, contemplamos sus obras de juventud como un ataque a la línea de flotación del funcionalismo imperante ya en la Escuela de Madrid en aquellos tiempos. Desde la expresión brutal, desde la fiereza del material desnudo, desde la seriación y la variación infinita, su arquitectura intentaba, alternativamente, integrarse o crear un nuevo paisaje. Apoyada en estructuras geométricas y espaciales enormemente rígidas, curiosamente extraídas con mucha frecuencia, de modelos historicistas. Difícil y dramático esfuerzo de síntesis expresiva en un momento muy complejo de la arquitectura española.
Un equilibrio muy delicado entre impulsos, en muchos casos, antagónicos. Pero todos ellos necesarios y simultáneos, obtienen proyectos tan sugerentes como la escultórica propuesta para la Opera de Madrid, las papirofléxicas viviendas para artistas en el Monte del Pardo o la urbanización topográfica de Lanzarote. Mientras que el desequilibrio de esa frágil ecuación, por agotamiento comprensible pero inconfesable, o por la seducción lógica ante situaciones más simples, ante amistades peligrosas como Calatrava o Manrique, produce resultados más dudosos.
Sin embargo, como decía al principio, la obra estrictamente arquitectónica, debe pasar a un segundo plano, frente a esa personalidad y actitud excesiva, más necesaria que nunca en estos tiempos mínimos, aun más planos que aquellos. A pesar de la pirotécnia real o virtual.

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