Moneo y la "Casa Da Música"
Leo el artículo de Moneo sobre “el Koolhas” de Oporto, y no tengo más remedio que realizar una serie de apostillas sobre el tema.
Es curioso Moneo. Me resulta curiosa esa personalidad que posee este gran arquitecto, con esa necesidad de querer explicarlo todo, a toro pasado, como intentando desesperadamente auto-ubicarse en este panorama contemporáneo tan complejo, tanto cultural como arquitectónicamente. Panorama por cierto ante el que no resulta aconsejable, debido a esa misma complejidad, lanzarse a elaborar catalogaciones demasiado disciplinares, a no ser que en el fondo, insisto, sean debidas a un desasosiego y un grado de estupor tan sólo comparable al que sufrió la crítica arquitectónica ortodoxa (véase Tafuri y compañía) ante determinadas arquitecturas de los incipientes años sesenta (véanse primeros edificios de James Stirling, por ejemplo). Me temo que en este sentido la historia se repite.
Con esto no quiero decir en absoluto que Rafael Moneo esté equivocado en lo que dice, ni mucho menos, simplemente creo que su crítica resulta sesgada, inconclusa, y desde luego desviada ligeramente de esa lectura profunda que de la “Casa Da Música” cabría esperarse.
Y es que Moneo sigue hablando en el fondo, de racionalismo. Y es justamente su resistencia (no quiero pensar ni siquiera en una posible negativa consciente) a pensar en clave expresionista lo que hace desviar su certera mirada de halcón de la lección que nos da este fantástico edificio y le lanza a emitir una crítica, a mi entender, limitada.
Porque en mi opinión La Casa da Música entronca históricamente con una vertiente del Movimento Moderno que muchos pretenden todavía enmascarar o eludir y que supuso un evidente revulsivo en cuanto al ataque directo a las bases mismas del lenguaje o “los lenguajes” artísticos: el expresionismo. Y desde luego, es fundamental citar de nuevo el sofisticado universo del manierismo conceptual, iniciado después de la Segunda Guerra Mundial y con su apogeo a finales de los años cincuenta y primeros sesenta, para entender ese carácter de “caja sofisticada” que nos presenta el arquitecto holandés. No tiene pues especial relevancia, a mi entender, la alusión a la tipología o al carácter objetual-funcional de esta arquitectura, si no somos capaces de comprenderla como un desarrollo evolucionado de aquellas primeras arquitecturas pétreas del expresionismo alemán, esas gemas de vidrio que demostraban la delicadeza del material a pesar de sus agudos bordes, donde se reconciliaban espíritu y materia. Con el tiempo ese vidrio se ha transfomado en una masa opaca de precioso hormigón con reminiscencias cristalinas, símbolo de una época que ha perdido su inocencia, su claridad en el mensaje, lenguaje hermético por excelencia, testigo complejo de las más contemporáneas tensiones y fiel paradigma de unos tiempos en inestable equilibrio.
Como fruto de todo esto y de su tremenda actualidad, el edificio es una suma de paradojas en cuanto el desarrollo de sus funciones se refiere, con toques irónicos a mansalva, como pudimos comprobar “in situ”.
La Casa Da Música se nos revela como “arquitectura dentro de arquitectura”, “caja dentro de caja”, auténtico ejemplo de diseño espacial, querido Rafael, en esos espacios intermedios de los emocionantes y majestuosos vestíbulos, totalmente intencionados, (incluso desde la posible aleatoriedad de sus formas) auténtico espectáculo fenomenológico para sentir y sentirse dentro de la cueva, el seno materno, el origen de toda arquitectura. (Igual que en el vientre del Scharoun, también expresionista, pero con la función aún más indefinida, de uso más libre, si cabe).
La casa de la Música es pura historia de la arquitectura y también es puro lenguaje, pero es historia y lenguaje actualizados, sofisticados, desplazados de su empleo lingüístico tradicional (“tradición” entendida aquí como la correspondiente al Movimiento Moderno en su vertiente expresionista).
En lo que sí estoy de acuerdo es que el espacio no lo es todo, sino un elemento más, pero dudo que eso no ocurra con toda la buena arquitectura; la mayor o menor preponderancia del mismo no deja de ser un grado de evolución correspondiente con el desarrollo del manierismo moderno, que se ve obligado, para mantener el principio de complejidad y contradicción que lo sustenta, a aumentar y hacer convivir el número de parámetros conceptuales sobre los que ha de basarse el proyecto desde un principio. En cuanto a la aplicación biunívoca espacio – función, sería ingenuo, incluso malintencionado, negar a estas alturas que la buena arquitectura jamás cumplió esa relación. ¿Para qué sirve una catedral gótica, el Guggenheim de Wright, la Terminal de Saarinen? ¿Para qué sirven los vestíbulos del Kursaal?
¿Por qué ese empeño en no hablar de expresionismo? ¿Qué especial fantasma se cierne sobre ese otro rostro del lenguaje de la tradición moderna de la arquitectura?
Es curioso Moneo. Me resulta curiosa esa personalidad que posee este gran arquitecto, con esa necesidad de querer explicarlo todo, a toro pasado, como intentando desesperadamente auto-ubicarse en este panorama contemporáneo tan complejo, tanto cultural como arquitectónicamente. Panorama por cierto ante el que no resulta aconsejable, debido a esa misma complejidad, lanzarse a elaborar catalogaciones demasiado disciplinares, a no ser que en el fondo, insisto, sean debidas a un desasosiego y un grado de estupor tan sólo comparable al que sufrió la crítica arquitectónica ortodoxa (véase Tafuri y compañía) ante determinadas arquitecturas de los incipientes años sesenta (véanse primeros edificios de James Stirling, por ejemplo). Me temo que en este sentido la historia se repite.
Con esto no quiero decir en absoluto que Rafael Moneo esté equivocado en lo que dice, ni mucho menos, simplemente creo que su crítica resulta sesgada, inconclusa, y desde luego desviada ligeramente de esa lectura profunda que de la “Casa Da Música” cabría esperarse.
Y es que Moneo sigue hablando en el fondo, de racionalismo. Y es justamente su resistencia (no quiero pensar ni siquiera en una posible negativa consciente) a pensar en clave expresionista lo que hace desviar su certera mirada de halcón de la lección que nos da este fantástico edificio y le lanza a emitir una crítica, a mi entender, limitada.
Porque en mi opinión La Casa da Música entronca históricamente con una vertiente del Movimento Moderno que muchos pretenden todavía enmascarar o eludir y que supuso un evidente revulsivo en cuanto al ataque directo a las bases mismas del lenguaje o “los lenguajes” artísticos: el expresionismo. Y desde luego, es fundamental citar de nuevo el sofisticado universo del manierismo conceptual, iniciado después de la Segunda Guerra Mundial y con su apogeo a finales de los años cincuenta y primeros sesenta, para entender ese carácter de “caja sofisticada” que nos presenta el arquitecto holandés. No tiene pues especial relevancia, a mi entender, la alusión a la tipología o al carácter objetual-funcional de esta arquitectura, si no somos capaces de comprenderla como un desarrollo evolucionado de aquellas primeras arquitecturas pétreas del expresionismo alemán, esas gemas de vidrio que demostraban la delicadeza del material a pesar de sus agudos bordes, donde se reconciliaban espíritu y materia. Con el tiempo ese vidrio se ha transfomado en una masa opaca de precioso hormigón con reminiscencias cristalinas, símbolo de una época que ha perdido su inocencia, su claridad en el mensaje, lenguaje hermético por excelencia, testigo complejo de las más contemporáneas tensiones y fiel paradigma de unos tiempos en inestable equilibrio.
Como fruto de todo esto y de su tremenda actualidad, el edificio es una suma de paradojas en cuanto el desarrollo de sus funciones se refiere, con toques irónicos a mansalva, como pudimos comprobar “in situ”.
La Casa Da Música se nos revela como “arquitectura dentro de arquitectura”, “caja dentro de caja”, auténtico ejemplo de diseño espacial, querido Rafael, en esos espacios intermedios de los emocionantes y majestuosos vestíbulos, totalmente intencionados, (incluso desde la posible aleatoriedad de sus formas) auténtico espectáculo fenomenológico para sentir y sentirse dentro de la cueva, el seno materno, el origen de toda arquitectura. (Igual que en el vientre del Scharoun, también expresionista, pero con la función aún más indefinida, de uso más libre, si cabe).
La casa de la Música es pura historia de la arquitectura y también es puro lenguaje, pero es historia y lenguaje actualizados, sofisticados, desplazados de su empleo lingüístico tradicional (“tradición” entendida aquí como la correspondiente al Movimiento Moderno en su vertiente expresionista).
En lo que sí estoy de acuerdo es que el espacio no lo es todo, sino un elemento más, pero dudo que eso no ocurra con toda la buena arquitectura; la mayor o menor preponderancia del mismo no deja de ser un grado de evolución correspondiente con el desarrollo del manierismo moderno, que se ve obligado, para mantener el principio de complejidad y contradicción que lo sustenta, a aumentar y hacer convivir el número de parámetros conceptuales sobre los que ha de basarse el proyecto desde un principio. En cuanto a la aplicación biunívoca espacio – función, sería ingenuo, incluso malintencionado, negar a estas alturas que la buena arquitectura jamás cumplió esa relación. ¿Para qué sirve una catedral gótica, el Guggenheim de Wright, la Terminal de Saarinen? ¿Para qué sirven los vestíbulos del Kursaal?
¿Por qué ese empeño en no hablar de expresionismo? ¿Qué especial fantasma se cierne sobre ese otro rostro del lenguaje de la tradición moderna de la arquitectura?
3 Comments:
Mi más sincera enhorabuena!!! Defintivamente estás "obligado", de vez en cuando, a regalar y a compartir con nosotros (al menos, conmigo) clases como ésta.
Suscribo lo anterior.
si yo supiera y hablara como javi... me ibais a escuchar cabrones!!!
Yo también suscribo lo anterior de lo anterior.
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