Democracia y élite (2ª parte, no prevista)
Coincidencias sorprendentes. El pasado viernes difruté de una excelente velada en agradable compañía en el nuevo restaurante de la capital, DiverXO. Según afirman los entendidos, es el sitio donde mejor se come de Madrid en este momento. Lo cierto es que el acontecimiento que nos proponen este tipo de restauradores de la nueva cocina llevada a su límite, le podemos llamar muchas cosas, pero, desde luego, no es comer bien. La velada en uno de estos locales, está mucho más cerca de acudir al último estreno de una gran obra de teatro, o de ir a la inauguración de algún artista contemporáneo, que del vil acto alimenticio y el insignificante placer que pudiera producirse en nuestras papilas gustativas debido a lo acertado de la combinatoria de sabores.
Por lo tanto, entiendo que DiverXO no es ni de lejos el lugar donde mejor de come de Madrid. Pero, desde luego sí es una experiencia espectacular de no menos de tres horas de duración, en la que intervienen todos nuestros sentidos. Incluido claro está, el gusto. Escuchas quince historias, introduces quince elementos en tu boca (sucesiva no simultáneamente, claro)con las texturas más increíbles que procedes a tragar a mayor o menor velocidad en función del repelús que te provocan; olfateas y bebes vinos, tés y licores de infinita (aparentemente) variedad; contemplas platos formas imposibles y cubiertos (eso te dicen) nunca vistos. Todo ello conforma un ballet completo en el que te encuentras inmerso y en el que solo debes tener una precaución: Evitar que tu arcaico estómago, se revolucione en exceso por la inusual mezcla con la que se ve obligado a lidiar, y le dé por expulsarla por donde ha venido. En resumen y sin ironía, muy divertido, muy recomendable, muy diferente (por eso lo de Diverxo, supongo; ¡lo pillé!) y por la pequeña parte que le toca al sentido del gusto, casi todo bastante rico (en la medida que consigo recordar, porque quince son muchos platos).
Pero el motivo de este escrito es realmente reseñar que el afamado y joven cocinero que realiza su propuesta (así la llama él) en DiverXO, al final de la misma, departe con sus agotados comensales durante un buen rato. No es el clásico: “¿Qué tal han cenado?... Ah, pues muy bien; espero que vuelvan” que se ha puesto de moda entre los aficionadillos. En el caso de nuestra mesa, bien es cierto que espoleado por uno o dos de mis compañeros aquejados del mal del famoso, hasta grados que ni yo mismo podía imaginar, David Muñoz, que así se llama nuestro héroe, nos explicó los entresijos de su quehacer culinario, nada menos que durante una hora de reloj. Sin copeo de sobremesa de ningún tipo, entramos en el local a las 22.00 h y salimos a las 02.30 de la madrugada.
Tanto la dimensión temporal como el contenido de este discurso final del espectáculo, fueron desde mi humilde punto de vista, los peores aspectos de la velada (que además se empeñan en no salir de mi frágil memoria). El colofón de la solitaria alocución del chef fue la autodefinición de su cocina como democrática. Ignoro a que acepción del término podría referirse. No le comunique mis recientes estudios sobre el tema para no alimentar aun más la llama de su verborrea. Pero no acabo de encuadrar exactamente el significado del término, teniendo en cuenta, entre otras cuestiones, que pagamos religiosamente 100 euritos por cabeza. Que lo vale, no lo dudo. Quince platos son muchos como decía. Pero de ahí a llamarlos democráticos...
Por lo tanto, entiendo que DiverXO no es ni de lejos el lugar donde mejor de come de Madrid. Pero, desde luego sí es una experiencia espectacular de no menos de tres horas de duración, en la que intervienen todos nuestros sentidos. Incluido claro está, el gusto. Escuchas quince historias, introduces quince elementos en tu boca (sucesiva no simultáneamente, claro)con las texturas más increíbles que procedes a tragar a mayor o menor velocidad en función del repelús que te provocan; olfateas y bebes vinos, tés y licores de infinita (aparentemente) variedad; contemplas platos formas imposibles y cubiertos (eso te dicen) nunca vistos. Todo ello conforma un ballet completo en el que te encuentras inmerso y en el que solo debes tener una precaución: Evitar que tu arcaico estómago, se revolucione en exceso por la inusual mezcla con la que se ve obligado a lidiar, y le dé por expulsarla por donde ha venido. En resumen y sin ironía, muy divertido, muy recomendable, muy diferente (por eso lo de Diverxo, supongo; ¡lo pillé!) y por la pequeña parte que le toca al sentido del gusto, casi todo bastante rico (en la medida que consigo recordar, porque quince son muchos platos).
Pero el motivo de este escrito es realmente reseñar que el afamado y joven cocinero que realiza su propuesta (así la llama él) en DiverXO, al final de la misma, departe con sus agotados comensales durante un buen rato. No es el clásico: “¿Qué tal han cenado?... Ah, pues muy bien; espero que vuelvan” que se ha puesto de moda entre los aficionadillos. En el caso de nuestra mesa, bien es cierto que espoleado por uno o dos de mis compañeros aquejados del mal del famoso, hasta grados que ni yo mismo podía imaginar, David Muñoz, que así se llama nuestro héroe, nos explicó los entresijos de su quehacer culinario, nada menos que durante una hora de reloj. Sin copeo de sobremesa de ningún tipo, entramos en el local a las 22.00 h y salimos a las 02.30 de la madrugada.
Tanto la dimensión temporal como el contenido de este discurso final del espectáculo, fueron desde mi humilde punto de vista, los peores aspectos de la velada (que además se empeñan en no salir de mi frágil memoria). El colofón de la solitaria alocución del chef fue la autodefinición de su cocina como democrática. Ignoro a que acepción del término podría referirse. No le comunique mis recientes estudios sobre el tema para no alimentar aun más la llama de su verborrea. Pero no acabo de encuadrar exactamente el significado del término, teniendo en cuenta, entre otras cuestiones, que pagamos religiosamente 100 euritos por cabeza. Que lo vale, no lo dudo. Quince platos son muchos como decía. Pero de ahí a llamarlos democráticos...
1 Comments:
Voy a colgar un autocomentario que consiste en la crítica gastronómica que realizó José Parada a Richi Porras después de una exquisita cena de nueva cocina incipiente con la que nuestro amigo aficionado a las artes culinarias nos deleito hace ya muchos años. Es magistral (Elimino algunas palabras malsonantes, que debe entenderse pertenecían al ámbito privado y no a esta impúdica exposición pública). Gracias patrón...
Dijo José:
Si, ya sé que esa banda de pelotas amotinados te han puesto por las nubes y que sus piropos hacia las delicias de tus platos han elevado tu ego a cotas insospechadas, que le vamos a hacer, los pobres no han comido caliente en su vida, pero no te preocupes, aquí esta el tío Pepe para poner, por fin, las cosas en su sitio.
La presentación de los platos fue exquisita y el desfile de sabores por mis papilas gustativas, francamente ocurrentes y sorprendentes, alcanzando mi sentido del gusto, cotas de insospechado placer, pero amigo mío, te olvidaste de un par de cuestiones que yo considero fundamentales y que te enumero como crítica constructiva para futuras ocasiones:
Al igual que tengo ojos para ver y gusto para saborear, mi cuerpo, por si no te has enterado, tiene un órgano llamado estomago que de cuando en cuando hay que llenar, saturar y saciar. Dicha costumbre no está muy bien acogida por el estamento medico, pero los gases que se producen con la putrefacción de tanta materia orgánica, tanto en sentido ascendente como descendente, producen en mi cuerpo un regustillo del que no estoy dispuesto a prescindir.
¿Por que los platos son de una única dentellada, de un único bocado? Están ricos ¿no?, ¿Porque no dar a los comensales la oportunidad de repetir? Esto ya no es por una cuestión de glotonería, ya discutida en el apartado anterior, si no por algo mucho más elevado, culto y trascendental. El gusto, como todos los sentidos, requiere del cerebro para procesar y almacenar sabores nuevos, y la repetición en este ejercicio memorístico es algo fundamental para que la fijación perdure en el tiempo, sobre todo para los que somos duros de mollera. A día de hoy se que el sábado probé cosas muy ricas, pero.., ¿de que me sirve si no recuerdo el sabor, si no puedo regocijarme con él? Es triste, pero esta teoría memorística, irrefutable por su sencillez, iguala con el paso inexorable del tiempo, la delicatese mas exquisita con el trullo de una vaca.
Un día me hice una .... y me gusto, así que "repetí". En otra ocasión eche un ..... y como me gusto, también "repetí". A día de hoy sigo intentando que alguien me "repita" la magistral ...... que me hizo la guarra aquella de Perfil. Que no me ocurra lo mismo con tus platos.
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