BLADE RUNNER Y LA CIUDAD SOFISTICADA
Se cumplen veinticinco años de la creación de Blade Runner, película que resultó especialmente reveladora tanto por su estética como por el caudal de interpretaciones y especulaciones sobre el futuro de las ciudades, que surgieron a raíz de su polémico estreno. Al cabo del tiempo, inmersa nuestra cultura en pleno desarrollo de la ciudad sofisticada sobre todo a través de las nuevas implantaciones urbanas del Medio y Lejano Oriente, se hace especialmente interesante una reflexión, en forma de gran interrogante, sobre los significados que se siguen desprendiendo de este film futurista.
Empecemos por el nombre, “Blade Runner”, que podríamos convenir en traducirlo como “vividor del filo”, o más sutilmente, “el oficio del margen”, siempre en peligro, siempre en el borde de la realidad. Los personajes se mueven por una ciudad entendida como laberinto simultáneamente arcaico y futurista, pero cuyo futurismo no guarda la menor relación con las visiones modernistas industriales y cuyo arcaísmo no recuerda ningún arquetipo de la puesta en escena “post-moderna”. En esta escenografía, el policía anti-héroe que nos muestra la película no puede sino provenir del desarraigo, auténtico “nómada intelectual y estéril”, de raíz spengleriana, y su búsqueda no supone más que un vagar indefinido y errático.
Blade Runner intenta desarrollar varios pensamientos o ideas simultáneamente, y para eso toma como objeto la propia ciudad. La unión de ciencia-ficción y de cine negro resulta así extraordinariamente adecuada para la expresión y continuación de las líneas de fuerza de la ciudad contemporánea, es capaz de denotar espacios y objetos cuyo propósito original se ha perdido, debido al reciclaje constante.
En estas condiciones el protagonista deberá reconocer lo real de lo simulado, todo ello obstaculizado por la falta de horizonte, por los mensajes ambivalentes, por el vertiginoso laberinto en que la misma ciudad se convierte, siempre oscura y lluviosa. La importancia creciente de las áreas de interrelación y comunicación imaginaria será proporcional al declive de las estructuras construidas, produciéndose, en palabras de Paul Virilio, “la dislocación de la metrópoli, el derrumbamiento de la ciudad históricamente material a favor de una concentración post- urbana, en la que el único factor de unificación sería un espacio – tiempo sintético que conectaría los asentamientos humanos diseminados por todas partes en el espacio geográfico”.
¿Qué extraño mundo nos presenta Ridley Scott a través de estas imágenes? ¿Qué significado tienen esos “replicantes”, hombres – máquina que no deberán sentir emociones ni afectos, pues ello quebrantaría las leyes de la necesidad, convirtiéndose al instante en la medida de toda actividad libre y creativa?
Quizás a estas alturas de la historia la ciudad de Blade-Runner, su sofisticación, resulte ya una realidad incuestionable. Quizás sus habitantes tengamos ya la necesidad imperiosa de los momentos de soledad y reflexión, únicos intervalos vitales donde la melodía de la caja de música nos devuelva la infancia, los recuerdos, alternativa prohibida al espacio-tiempo sofisticado que no deja de enturbiar nuestro presente.
Empecemos por el nombre, “Blade Runner”, que podríamos convenir en traducirlo como “vividor del filo”, o más sutilmente, “el oficio del margen”, siempre en peligro, siempre en el borde de la realidad. Los personajes se mueven por una ciudad entendida como laberinto simultáneamente arcaico y futurista, pero cuyo futurismo no guarda la menor relación con las visiones modernistas industriales y cuyo arcaísmo no recuerda ningún arquetipo de la puesta en escena “post-moderna”. En esta escenografía, el policía anti-héroe que nos muestra la película no puede sino provenir del desarraigo, auténtico “nómada intelectual y estéril”, de raíz spengleriana, y su búsqueda no supone más que un vagar indefinido y errático.
Blade Runner intenta desarrollar varios pensamientos o ideas simultáneamente, y para eso toma como objeto la propia ciudad. La unión de ciencia-ficción y de cine negro resulta así extraordinariamente adecuada para la expresión y continuación de las líneas de fuerza de la ciudad contemporánea, es capaz de denotar espacios y objetos cuyo propósito original se ha perdido, debido al reciclaje constante.
En estas condiciones el protagonista deberá reconocer lo real de lo simulado, todo ello obstaculizado por la falta de horizonte, por los mensajes ambivalentes, por el vertiginoso laberinto en que la misma ciudad se convierte, siempre oscura y lluviosa. La importancia creciente de las áreas de interrelación y comunicación imaginaria será proporcional al declive de las estructuras construidas, produciéndose, en palabras de Paul Virilio, “la dislocación de la metrópoli, el derrumbamiento de la ciudad históricamente material a favor de una concentración post- urbana, en la que el único factor de unificación sería un espacio – tiempo sintético que conectaría los asentamientos humanos diseminados por todas partes en el espacio geográfico”.
¿Qué extraño mundo nos presenta Ridley Scott a través de estas imágenes? ¿Qué significado tienen esos “replicantes”, hombres – máquina que no deberán sentir emociones ni afectos, pues ello quebrantaría las leyes de la necesidad, convirtiéndose al instante en la medida de toda actividad libre y creativa?
Quizás a estas alturas de la historia la ciudad de Blade-Runner, su sofisticación, resulte ya una realidad incuestionable. Quizás sus habitantes tengamos ya la necesidad imperiosa de los momentos de soledad y reflexión, únicos intervalos vitales donde la melodía de la caja de música nos devuelva la infancia, los recuerdos, alternativa prohibida al espacio-tiempo sofisticado que no deja de enturbiar nuestro presente.
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