miércoles, enero 02, 2008

Ya no me molesta el cinturón del coche


Los viajes han sido para mí, y supongo que para muchos, momentos de intensidad muy especial: Por algún motivo nuestro espíritu pasa a un estado de alerta máxima, se vuelve más sensible, más receptivo para captar las variaciones del mundo exterior, por supuesto, pero también de nuestro propio mundo interior.
De éste, mi último viaje a Barcelona apuntaré (de momento) una única cosa: Ya no me importa ponerme el cinturón de seguridad del coche. Ya no me importa respetar el límite de velocidad aberrante que fija la DGT. Fui consciente de ello mientras circulaba solitario en mi potente Toyota, a 80 kilómetros por hora, por una autopista que comunica Sitges con la capital catalana, con cuatro carriles y sin una sola curva,. En este caso por motivos de contaminación y cambio climático, ya se sabe; parece ser que a 80 el hielo se funde más despacio. Supongo.¡Yo qué sé! Pero, de verdad, ya no me importa.
El caso es que al tomar conciencia de este nuevo estadío de mi espíritu, como tenía mucho tiempo para pensar en los trayectos tranquilitos, me puse a recordar. De niño, te atan a la sillita, te encadenan, no tienes autonomía ni capacidad de decisión alguna. Con la juventud, te rebelas: “No me pongo el cinturón, porque no me da la gana.” Desprecias a aquellos que aceptan sin rechistar las normas que les imponen. Piensas que tienes más recursos que Fernando Alonso y sencillamente, no te pones el cinturón porque, dadas tus infinitas habilidades, te sobra. Después entramos en una fase en la que nos lo ponemos, pero… nos molesta. Te lo pones, sí, pero en cuanto puedes, te lo quitas. En cuanto no te ven. O se te olvida ponértelo de forma más o menos consciente. Sientes un ligero regusto nostálgico de aquel tiempo en que tenías fuerzas para rebelarte, y te lo quitas con un dubitativo: “eh..., que se jodan”. Y de pronto, te encuentras en la fase a la que yo ya he llegado: ya no me molesta, ya no me importa. Mecánicamente, al entrar al coche, ato mi destino y mi cuerpo a la máquina. Para proteger lo que me queda de vida, que cada vez es menos.
Como consuelo diré que nos queda una última fase, una última pantalla en este juego (algún joven malintencionado quizás lo llamará vejez): “Me gusta ponerme el cinturón.” Es lo que debo hacer y disfruto con ello. Además, me molesta mucho y me indigno cuando otros no se lo ponen. Inconscientes.
Después de ello, ya se sabe: la muerte. Con o sin cinturón, da igual.

0 Comments:

Publicar un comentario

<< Home