Un bien escaso
El sábado pasado, después de ver junto a mis amigos de siempre la excelente victoria del Madrid en Bilbao, en la diminuta televisión de nuestro bar de siempre, la conversación giró, como no podía ser de otra forma, hacia nuestro pasado, que empieza a ser ya insorportablemente más voluminoso que nuestro futuro. Comenté una vieja idea que es posible que sea, al menos parcialmente, fruto de la edad madura (por decirlo fínamente): Durante el siglo XX hemos pasado de la dictadura de los abuelos sabios, a la de los hombres de mediana edad experimentados y productivos, para después elevar al trono a los JASP (jóvenes pero sobradamente preparados); eliminamos la molesta preparación un poco después para encumbrar simplemente a los adolescentes; finalmente prescindimos también de los perjuicios hormonales de los teens para adorar exclusivamente a los niños pequeños. Entendía yo, que siguiendo esta línea y aceleración creciente, no falta mucho para que se implante definitivamente en occidente la dictadura del bebe. El será/es la referencia. Sin entrar en valoraciones, el infantilismo creciente de la sociedad es realmente voraz. Podemos elucubrar varias explicaciones al respecto pero el motivo único de este post, es destacar la que dio a bote pronto un buen amigo y en la que yo no había caído ni formulado de forma tan precisa: son un bien escaso. Efectivamente, con el aumento de la esperanza de vida y el descenso vertiginoso de la natalidad, los bebes son como el oro. De la misma forma que la experiencia del viejo era hace 100 años un valor difícil de encontrar, sencillamente porque se morían pronto, lenta pero inexorablemente, nuestra atención y aprecio se ha ido desplazando hacia aquello de lo que hay poco. Tiene sentido. Otra cosa será dónde nos lleven estos diamantitos.
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