miércoles, abril 14, 2010

OMA sí, AMO no


"Autor: Diego Fullaondo; publicado en soitu.es en febrero de 2009"

El otro día durante el transcurso de una clase, un alumno avispado me interpeló bastante airado: “Le he pillao. Se contradice. Mientras aquí nos cuenta las bondades de Koolhaas, le pone a caldo en Soitu.” Aunque no sea este el caso, como más adelante intentaré explicar, es curiosa la mala prensa que sigue teniendo la contradicción. A pesar de aceptar a regañadientes que vivimos tiempos cambiantes e híbridos, seguimos sin asumir las contradicciones que esta situación necesariamente conlleva. Por inercia, vagancia o simple estupidez, preferimos seguir arrastrándonos hacia el estéril espejismo de la coherencia suprema.
Pero vamos con el OMA. Para los que no son del gremio o simplemente son muy jóvenes diré que la aparición de Koolhaas en el firmamento arquitectónico allá por los años 80, supuso para muchos (entre los que me incluyo) algo así como la aparición de Maradona en el fútbol. Sobrevolando tendencias y corrientes, el holandés presentó una manera distinta de concebir, comunicar y construir lo arquitectónico. La importancia e influencia de sus planteamientos le colocaron con rapidez y justicia muy cerca de la inalcanzable pareja Wright-Le Corbusier que han marcado la totalidad del siglo XX arquitectónico (al igual que Maradona completó la terna mágica con Pelé y Di Stéfano. Sigo pensando que los magníficos Cruyff y Zidane, son otra cosa).
Hace cuatro o cinco años, en el transcurso de las deliberaciones de un tribunal fin de carrera, un conocido arquitecto le comentó a mi hermana que Koolhaas no era un gran arquitecto; que era un inteligentísimo observador de la sociedad contemporánea, pero que, como arquitecto, le parecía bastante mediocre. Sorprendente afirmación, que no hace sino confirmar la enorme dificultad con la que nos encontramos para definir el papel y el trabajo del arquitecto en la actualidad.
Habrá quien tenga otra opinión, pero yo entiendo que lo estrictamente arquitectónico, reside en el complejo mecanismo que traduce ideas o intenciones de cualquier tipo, a estructuras espaciales habitables (reales o virtuales, construidas o dibujadas, pero definitivamente concretas). Con esto quiero decir que, la calidad de la arquitectura no debe medirse ni por las intenciones que la desencadenan, ni por la resolución formal y, mucho menos, constructiva, que la configura finalmente, sino por la adecuación de lo uno a lo otro (o al revés, que también se puede). La sostenibilidad, el diálogo con el entorno o la funcionalidad (sea cual sea el significado de estas crípticas expresiones) no son valores arquitectónicos. Sí lo es en cambio, la forma de obtenerlos. De igual modo, ni la utilización de unos recursos plásticos determinados ni la exquisita resolución constructiva, garantizan la obtención de buena arquitectura. Lo harán, en la medida en que sean los idóneos para dar forma a los objetivos del proyecto.
Este es posiblemente el principal mérito del viejo OMA: Colocar el problema de la arquitectura en su sitio exacto. Ideas brillantes, alejadas de la convención, no por capricho o deseo de novedad, sino fruto de un análisis riguroso en el que nada se da por supuesto, se materializan en unas estructuras formales y, después, constructivas cuya única vocación es traducir de la manera más directa posible las ideas que las impulsaron. Lógicamente, ideas no convencionales, conllevan formas no convencionales y resoluciones constructivas tampoco habituales. Sin aburridos y demasiado comunes intentos de dar “gato por liebre” o “liebre por gato” como afirmaba el ilustre Alejandro de la Sota.
Hablé aquí mismo hace unos meses de la Casa de Burdeos. Allí Koolhaas consigue mediante complejas manipulaciones formales que la casa flote entorno a la silla de ruedas del propietario. En Seattle redefine el programa de una biblioteca pública para hacerla atractiva, continua y accesible al público general rentabilizando al máximo el espacio de almacenamiento de libros. En la propuesta su propuesta del Parque de la Villete de Paris sistematizó la estrategia de superposición de tramas para acercar la posibilidad de crear ex novo un espacio público urbano complejo y rico que responda a la ingente cantidad de variables de la sociedad contemporánea. En el Educatorium de Utrech resuelve mediante la utilización del plano inclinado el difícil y antieconómico equilibrio entre los espacios de estancia y los de circulación en los grandes edificios públicos. En Oporto, en Cordoba, … En fin. Un monstruo. Decenas de propuestas en las que un inteligente análisis de la situación concreta, desprovisto de prejuicios y lugares comunes, ha servido de soporte a una materialización formal, igualmente singular y alejada de cobardes convencionalismos, que han abierto innumerables vías para acercarnos al auténtico papel de la arquitectura.
Entonces, ¿qué ha pasado con sus propuestas de estos últimos años fundamentalmente para el Lejano y Medio Oriente? ¿Por qué no tiene ni la fuerza ni la densidad de sus proyectos anteriores? ¿Cuál es el motivo por el que se diluyen dentro del magma de imágenes estrafalarias que nos llegan a diario? Dos posibles respuestas simplonas y una tercera que, creo yo, es más verdadera:
- Todos nos hacemos mayores. Y las ideas, las ganas y la fuerza, también se van agotando.
- Es imposible producir con un mínimo de calidad, ni arquitectura ni piruletas, a la velocidad que han demandado estas economías en expansión (o explosión).
- Y tres: Cuando Koolhaas escindió su prolífica organización en OMA y AMO, destruyó la condición esencial de su forma de hacer arquitectura. En principio, mientras el OMA se dedicaba ha realizar los trabajos de su oficina más propiamente arquitectónicos, el AMO se fundaba como una especie de “think tank” para todo lo demás (que era mucho): reflexiones planetarias, estudios de mercado, análisis sociológicos, asesoramientos a administraciones…, y para servir de soporte “teórico” a las propuestas del socio arquitectónico. Pero, al menos en lo que respecta a su arquitectura, el modelo no ha funcionado. El pensar y el hacer van indisolublemente unidos. Idea y forma son uno, y tener siquiera la idea de separarlos ha provocado una pérdida de calidad inmediata de ambas. La arquitectura del OMA se ha vuelto vulgar, justamente metida en el mismo saco que muchas de las chorradas efectistas y vacías que los europeos creemos colocarles a los petroleros. Y el AMO es poco más que un editor de panfletos ideológicos, con diagramas de colores bastante monos, con un discurso cada vez más insulso. Parece mentira que alguien definitivamente tan inteligente como Koolhaas, no previera este desastre. ¿O quizá sí?

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